Mack sonrió.
—Me ha traído.
—Vas andando a todas partes, Mack —dijo Ceese.
—Me ayudó a rescatar a Ophelia —dijo Mack—. Sabe lo que vio. Sabe que tienes poderes, pero no cree que seas una bruja. No hay motivos para dejarlo fuera ahora. Y necesitamos todos los amigos que podamos conseguir.
—Entonces, ¿vas a llevarlo al otro lado? —preguntó Yo Yo.
—Si puedo. Los llevaré a Ceese y a él de la mano y los haré pasar.
—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Yo Yo.
—No necesitas mi ayuda.
—¿Me has visto alguna vez allí dentro?
—No.
—Entonces, ¿cómo sabes que no necesito tu ayuda?
—Puck... el Señor Navidad entra y sale sin problemas.
—Eso es porque le conviene a mi esposo. Pero ¿yo? No lo creo.
—Si él está vigilando todo lo que haces —dijo Ceese—, ¿cómo esperas enfrentarte a él y vencer?
—No está vigilando —respondió Yo Yo—. Simplemente hizo este lugar de modo que se cierre si entro.
—¿Y qué te hace pensar que Mack te puede ayudar a entrar?
—Es un chico afortunado.
—Por eso soy tan rico —dijo Mack—. Vamos, veamos si podemos ir todos a la vez, de la mano. Si no podemos, os llevaré uno a uno.
Consejo de guerra
Puck los estaba esperando dentro de la casa. El salón estaba amueblado exactamente igual que el de Yo Yo. De hecho, aquellos eran sus muebles, incluso con el detalle de la sábana de Sherita sobre el sofá.
—Puck —dijo Yo Yo—, deja mis cosas en paz.
—Nunca sé qué va a aparecer aquí—contestó Puck—. El chico entra contigo... y aparecen tus cosas. ¡Bingongo! ¡Presto! ¡Abracadabra!
—Muérdeme —dijo Yo Yo.
—Como si me fueras a dejar.
—Siempre te ofreces, pero sólo es chachara.
—Sé qué le hace él a los criados que, uh, te muerden.
—Tenemos una situación de emergencia y hay que decidir qué hacer —dijo Ceese.
—¿Tú? —dijo Puck—. Tú no tienes ninguna emergencia, mi señora y yo la tenemos.
—Esta mierda de esta noche no te ha pasado a ti, le ha pasado a la gente de nuestro barrio y tenemos que hacer algo al respecto.
—Ceese, eso ya lo sabe —dijo Mack.
Puck sonrió de oreja a oreja.
—Gilipollas —murmuró Ceese.
—El mal lenguaje hace más tensa la situación —dijo Puck—. Sé que enseñan esas cosas en la escuela de polis. Hay que mantener siempre la calma.
—¿Qué demonios pasa con vosotros? —dijo Grand Harrison—. Esta noche yo estaba tan tranquilo haciendo mis cosas y, de repente, tomo las herramientas y el cuatro por cuatro, excavo una tumba, abro un ataúd y saco de dentro a mi vecina. Luego me traen a una casa que no existe y escucho a un puñado de idiotas discutir sobre nada. ¿Sabéis lo que quiero? Quiero saber cómo vais a impedir que estas cosas vuelvan a suceder.
—¿Qué cosas? —preguntó Puck.
—Los deseos —dijo Mack.
—La de esta noche ha sido gorda, Puckling —dijo Yo Yo.
—Eso significa que se ha buscado un poni que cabalgar —repuso Puck, hablando de nuevo como si Yo Yo fuera la única persona presente en la habitación.
—Sí —dijo Yo Yo.
—¿Un poni? —preguntó Ceese.
—Un humano que poder manejar. Más o menos como mi señora y yo estamos usando estos dos cuerpos.
A Grand no le gustó oír eso.
—¿Me estáis diciendo que... que esos cuerpos están
poseídos?
—Son prestados —dijo Puck—. Con opción.
—Esta chica —dijo Yo Yo—, estaba enganchada. Tuvo dos abortos, la chuleaba un tipo que la golpeaba y, además, tuvo un par de enfermedades que no conocía ni cuidaba. Hace casi dieciocho años que la tengo y no ha envejecido ni un día, no es adicta a nada y tiene buen aspecto.
—Este viejo carcamal —dijo Puck—, comía de las basuras, lamía los envoltorios de los caramelos e iba por ahí hablando con un perro muerto al que llamaba Dios, porque suponía que mientras supiera que no era realmente Dios sino un perro que se llamaba Dios no estaría loco del todo.
—No tomamos cuerpos que esté usando alguien —dijo Yo Yo—. Y ésa es la verdad, señor Harrison.
—¿Qué significa «prestados con opción»? —preguntó Mack.
—No significa nada —respondió Puck.
—Lo que dices siempre significa algo. A menudo, seis cosas distintas.
—Lo que quiere decir es que si algo les pasa a estos cuerpos mientras los estamos usando nuestra opción se acaba —dijo Yo Yo.
—¿Morís?
—No la parte que está dentro de esos frascos de cristal —dijo Yo Yo—. Sólo la parte de nosotros que puede moverse por su cuenta. Después será como vivir en una silla de ruedas.
—Peor —dijo Puck—. Será vivir como un humano.
—Así que no sois completamente inmortales —dijo Mack—. Sólo en parte.
—Y por eso Puck no podía decirte la verdad —explicó Yo Yo—. Tiene órdenes estrictas. Nunca puede decirle a un mortal la verdad a menos que esté seguro de que no lo creerá.
—Eso no es cierto —dijo Puck. Sonrió.
—Cierra el pico, Puckster.
—Tenemos una situación problemática—intervino Ceese—, y vosotros también. La vuestra y la nuestra no son la misma situación, pero tienen la misma causa. Tu esposo, tu amo, el rey de las hadas, sea lo que sea, se ha conseguido un poni, ¿no? Y al hacerlo todos esos sueños se han cumplido esta noche. Así que, para resolver nuestro problema, y vuestro problema, ¿qué podemos hacer?
—Nada —contestó Puck—. Estamos absolutamente indefensos. Volved a casa. Llorad contra vuestra almohada hasta que vuestros sueños se vuelvan realidad.
—Es muy gracioso —le dijo Mack a Grand—. Siempre bromea. Ya sabe cómo es Puck.
—Mack —dijo Yo Yo, indicando a Puck con un gesto que guardara silencio—, lo cierto es que se trata de una lucha que no puedes ganar. Ya has hecho todo lo posible. Durante años lo has hecho, desviando su poder para que ellos no terminaran nunca sus sueños. Ha sido un buen trabajo, pero ya está hecho. El ha sacado su poder al mundo.
—Pero ¿cómo es posible? —preguntó Mack—. ¿Cómo es posible que su... poni pueda hacer cosas como conseguir que los deseos se vuelvan realidad? ¿Y vosotros dos no podéis hacer nada al respecto?
—El poni de Oberón no está haciendo estas cosas —aclaró Yo Yo—. En vuestro barrio, quiero decir.
—¿Quién es, entonces?
—Puck —respondió Yo Yo.
Puck se colocó en posición fetal, como si temiera ser apedreado.
—Esto no es gracioso, Puck —dijo Mack—. ¿Lo has hecho tú?
—Es mi naturaleza.
—Es cierto —dijo Yo Yo—. No puede evitar ser juguetón. Pero también tiene la orden directa de Oberón de encontrar estos retorcimientos. La cosa es que Puck no puede decir nada porque sería la verdad, pero también los está desviando. No puede impedir que ocurran, pero... bueno, por ejemplo, Ophelia y su marido podrían haberse abrazado bajo el cartel de Hollywood. O a medio camino de Catalina. Y Sherita... no tenía que ser un chico que su familia conociera, podría haber sido algún chico rico de Beverly Hills o Palos Verdes, ¿y cómo los habríais encontrado entonces?
—Así que estaba
ayudando
—dijo Mack, escéptico.
—Lo mejor que podía.
Puck agachó la cabeza en gesto de modestia.
—Hace lo que puede —dijo Yo Yo—. Así son las cosas. Lo que él puede hacer, lo que yo puedo hacer, no es mucho. Aquello de nosotros que está encerrado posee la mayoría de nuestros poderes excepto el de persuasión y... el de cabalgar ponis. Y tal como funcionan las cosas, no podemos liberar esa parte. Porque nuestra parte vagabunda, la parte curiosa, es libre. Hace que no sintamos tanta ansia por obligar a nadie.
«Pero a él lo enterramos a la fuerza. No lo dividimos. Así que para hacer algo tiene que escapar de su cautiverio. Tiene que hacer que una parte suya llegue a la superficie de la Tierra. Pero esa parte nunca está completamente separada de él. No está dividido como nosotros. —Suspiró-—. Ha tardado mucho tiempo, pero la fuerza de su parte vagabunda es tan grande que se ha abierto paso a través de un canal hasta la superficie de la Tierra.
—Y es el poni del que estabais hablando —dijo Mack.
—No, Mack—respondió Yo Yo—. Fuiste tú. Hace diecisiete años. Tú eres lo primero que consiguió hacer pasar. Pudimos sentirlo abriéndose paso como una madre gallina que ve que sus polluelos rompen el cascarón y abren un agujero. Pero no pudimos detenerlo. Puck ni siquiera pudo intentarlo: está unido a Oberón por juramentos imposibles de romper. Todo cuanto
yo
logré fue intentar persuadir a Ceese para que te matara, y fue demasiado fuerte para mí. Su amor por ti es demasiado fuerte.
—Vaya si os las traéis —dijo Grand Harrison.
—Y yo que no comprendo esa expresión —dijo Puck—. ¿Os traéis qué? ¿Es como cuando decimos que una mujer se las trae, que es porque lo hace por dinero, ya sabes, porque trabaja cuando...?
—Cállate, Puck -—le ordenó Yo Yo.
—Lo que estáis diciendo es que queréis que os saque de vuestros frascos de cristal —dijo Mack.
—Probablemente —respondió Yo Yo—. Pero no tú. No podrías hacerlo.
—¿No podría?
—Imposible —dijo Puck.
—Está mintiendo, ¿verdad? —le preguntó Mack a Yo Yo.
—¿Lo crees?
—No.
—Entonces da igual si es verdad o no, ¿no? —preguntó Yo Yo—. Mira, Mack, he intentado decírtelo varias veces. Tú eres la parte de él que salió primero. Tú
eres
Oberón.
—Chorradas.
—Por eso puedes encontrar dónde está oculta esta casa —dijo Ceese—. Y por eso no cambias de tamaño cuando entras en el País de las Hadas.
—Yo soy yo —dijo Mack—. No tengo ningún recuerdo de ser Oberón. No tengo poderes.
—Discúlpame —dijo Yo Yo—. ¿Crees que ver sueños no es un poder?
—No es un poder que yo pueda controlar.
—Pero sí que lo has controlado —dijo Ceese—. Durante mucho tiempo.
—Deambulas libremente por el País de las Hadas y nada te hace daño —dijo Yo Yo—. Puck camina veinte pasos y los pájaros lo atrapan y a punto están de dárselo de comer a sus crías.
—Porque yo soy Oberón.
—Eres parte de él.
—Entonces, ¿soy su espía?
—No —dijo Yo Yo—. Probablemente no puede utilizarte para eso. Como decía, no eres su poni: puede ver por los ojos y hablar por la boca y oír por los oídos de aquel de quien esté dentro. Pero tú... Es tan consciente de ti como un normal es normalmente consciente de los latidos de su propio corazón.
—Cuando corro mucho, oigo mi corazón sin ni siquiera tomarme el pulso —dijo Mack.
—Eso es. Bajo tensión, eres más consciente. Lo mismo pasa con él. A veces repara en ti, pero sólo cuando estás en líos.
—Ahora mismo estoy en uno. Porque las únicas hadas que conozco siguen diciéndome que soy su enemigo.
—Tú no eres nuestro... —empezó a decir Yo Yo.
—Nosotros somos tu enemigo —dijo Puck—, pero tú no lo eres nuestro.
—No eres nuestro enemigo —dijo Yo Yo, obligando a callarse a Puck.
—Y si a él se le antoja, puede obligarme a traicionaros.
—No lo ha hecho todavía, ¿no? —preguntó Yo Yo.
—No soy un pedazo descartado del rey de las hadas —repuso Mack acaloradamente—. No soy un apéndice ni una uña, soy yo. Me criaron Miz Smitcher y Ceese. Me educaron en la Biblia y trato de ser una persona decente. Trabajo en lo que se supone que debo trabajar. Incluso trabajo para oponerme a Oberón y él no me detiene. El no es yo, yo no soy él.
—Tú no eres la parte de él que decide —dijo Yo Yo, tocándole amablemente el brazo para calmarlo—. Verás, Mack, esto es lo que sucedió: él necesitaba un cambiado aquí para acumular el poder de los deseos de toda esa gente. Así que te envió. No le importó que los deseos se hicieran realidad o no, pero por si se cumplen, asignó a Puck para asegurarse de que suceda algo feo para su diversión. Eso sí que le gusta: así que, cuando Puck vuelva, si lo hace, Oberón querrá un informe completo.
—¿Y yo qué soy entonces? ¿Su tanque de gasolina?
—No, no, tú eres su conciencia. Esa es la parte de la que tuvo que deshacerse. Esa es la parte que le impedía hacernos cosas realmente horribles a nosotros y a todos los mortales. Al sacar todo lo bueno de su corazón, toda su decencia y honor y esperanza y alegría y amor, y al ponerla en ti y arrojarte al mundo, sólo dejó la ambición pura y el orgullo y la venganza y el ansia de poder y la violencia en su propio corazón.
—Decidió ser malo —dijo Mack—. ¿Y se supone que yo soy todo lo bueno que descartó?
—El diría que toda la debilidad y la blandura.
—Yo no soy débil.
—Ése es su error —explicó Yo Yo—. Y nuestra arma secreta. El
cree
que eres débil porque siempre ha conseguido esconder su amable corazón bajo una máscara de burlas y furor y malicia. Pero estaba allí, y le impedía destruir por completo a la gente. Una vez naciste, Mack, no hubo ninguna atadura a su voluntad de mal. Pudo crecer y crecer. Poco a poco. Sin ti en su corazón, se convirtió en el diablo.
—En el diablo, no —dijo Puck—. No vaya a ser que te dé dolor de cabeza pensando que lo has visto.
—¿Quieres decir que es el verdadero diablo? ¿Porque Puck miente?
—Miente —coincidió Yo Yo—, pero eso no significa que todo lo que dice sea lo opuesto a la verdad, tampoco. Eso sería una guía igual que decirte la verdad de entrada.
—Yo Yo —dijo Mack—, estas cosas que me estás contando... ¿Qué diferencia suponen? Yo pienso que soy libre, tú piensas que soy Oberón en secreto. ¿Y qué?
—Pues que puedes hacer cosas que necesitamos. Podemos usarte para tenderle una trampa al viejo dragón y...
—¿Matarlo? —susurró Mack.
—No, pero castrarlo y ponerle una grapa en el estómago parece lo adecuado —intervino Puck.
—¿Está gordo? —preguntó Ceese.
—No, sólo quiero que vomite cada vez que coma más de tres bocaditos.
—Tenemos que salir de las linternas —dijo Yo Yo—. Y no sólo ser liberados. Tenemos que
ser protegidos
hasta que... nos devuelvan nuestras almas.
—¿Por qué deberíamos liberar su alma? —preguntó Mack, señalando a Puck.
Puck dejó escapar un pedo largo y sonoro. Afortunadamente inodoro. De hecho, conociendo a Puck, probablemente no era un pedo de verdad.
—No lo hagas, si no quieres —dijo Yo Yo—. Pero recuerda que sin mí Puck le pertenecería por completo a Oberón. Se acabarían tus intentos de evitar que la gente se haga daño a sí misma.