Calle de Magia (39 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

BOOK: Calle de Magia
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—No puede detenerte. Cree que puede, pero no comprende lo fuerte que es realmente la virtud que descartó. No se da cuenta de que es la parte más poderosa de sí mismo.

—Lo que quieres decir es que eso esperas.

—Bueno, sí, para ser exactos.

—Y podrías estar equivocada.

—Eso sería muy decepcionante.

—Y yo podría acabar...

—Engullido otra vez en él.

—Y tú podrías acabar...

—Encerrada para siempre. No sólo la parte de mí que ya está en prisión. Esta parte también. Me entristecería. Y también se entristecería todo el mundo mortal. Porque entonces, ¿qué lo detendría a él? Su propia bondad habría sido eliminada, y yo no estaría allí para equilibrarlo desde fuera.

—Así que todo el futuro del mundo está en juego, porque nosotros hemos hecho esto y ni siquiera me has dicho lo que estaba arriesgando.

—Claro que no te lo he dicho. No lo habrías hecho.

—Pues claro que no.

—Pero había que hacerlo.

—Hemos puesto a todo el mundo en un peligro terrible. No teníamos derecho.

—Ésa es la virtud que habla. Mi parte virtuosa está de acuerdo contigo. Pero la parte práctica dice: seremos virtuosos después de derrotar a ese hijo de puta.

—¿Y si fracasamos?

—Mi parte virtuosa se sentirá mal durante mucho, mucho tiempo.

—Bueno, ahora veo por qué
él
se enamoró de ti.

—¿Y tú, Mack? ¿Estás enamorado de mí?

La besó.

—No. Nunca sabré a quién podría haber amado. Pero él está enamorado de ti.

Ella lo abrazó con más fuerza.

—Volvamos ya a la realidad, Mack Street.

—Sé más o menos donde estamos. No hay que andar mucho.

—No hace falta andar. Además, tenemos que recoger nuestra ropa.

Y con toda facilidad, mientras ella lo abrazaba, dejaron de estar en el País de las Hadas y aparecieron en el despachito del reverendo Theo en la congregación de Los Ángeles, desnudos y con la ropa esparcida a su alrededor, y oyeron la voz de Word, fuera, en la calle.

21

Círculo de hadas

Word empezó a predicar esperando recibir las palabras igual que la noche anterior. Pero nada sucedió. Farfulló un instante. Calló. Trató de recordar el sermón que había escrito para la víspera.

—No soy bueno en esto —dijo—. Y creo que muchos de vosotros habéis venido con la esperanza de ver algo milagroso. Pero yo... no es algo que yo controle. Puedo rezar para que Dios os ayude. Y puedo enseñaros las palabras del Señor. Para que podáis vivir una vida mejor. Hacer las cosas que llevan a la felicidad. Amar al Señor con todo vuestro corazón, poder, mente y fuerza. Amar al prójimo como a vosotros mismos.

—¿Puedes rezar por mi hijo que está en la cárcel? —exclamó una mujer—. ¡Él no lo hizo!

—Puedo, hermana —dijo Word—. Lo haré.

—¿Y va a salir? —preguntó ella.

—No lo sé. Ni siquiera sé si dejarlo salir será la voluntad de Dios. Es la voluntad de Dios lo que tenemos que obedecer. Tal vez haya cosas que tu hijo necesite aprender en la cárcel.

Un par de hombres de la congregación se rieron amargamente.

—Se aprenden un montón de cosas buenas en la cárcel —dijo uno de ellos.

—¿Qué edad tiene tu hijo? —preguntó Word.

—Dieciséis años. Pero lo juzgaron como a un adulto. ¡No puede votar, pero puede cumplir condena como un adulto!

—Si es negro, ellos
saben
que lo hizo —dijo alguien con acento jamaicano.

Word se sintió perdido. También sabía que un montón de negros iban a la cárcel porque lo habían hecho de verdad, pensaran lo que pensaran sus madres. Pero no era buena cosa decírselo a una madre apenada. Ni a una multitud callejera dispuesta a presenciar milagros y que ya se sentía decepcionada.

—Hermanos y hermanas —dijo Word—, ojalá fuera mejor predicador.

Se oyó decirlo y supo que tal como lo había dicho parecía que se creía importante. Podía verlo en las caras de la gente también. Y en la forma en que algunos de ellos dieron un paso atrás. Ya no estaban con él.

¿Qué se suponía que debía hacer, fingir que había crecido en South Central? ¿De qué serviría mentir?

—¿Cómo puedo saber qué deciros? Me bendijeron en mi infancia. Mis padres estaban felizmente casados. Siguen estándolo. Mi padre es catedrático. Mi madre es administradora. Recibí la mejor educación. Crecí rodeado de libros. Nunca supimos lo que era pasar hambre. ¿Qué sé yo de la vida que tuvo tu hijo?

»Pero Jesús sabe de su vida. Jesús creció en una buena familia también. Tenía un padre y una madre que trabajaban duro y lo amaban y lo cuidaban. Jesús cumplía los mandamientos y servía a Dios. Y lo apresaron y lo crucificaron porque no les gustaban las cosas que decía. ¿Creéis que Jesús no sabe lo que es estar en la cárcel por un crimen que no has cometido? ¿Creéis que María no sabía lo que es que te arrebaten a tu hijo y lo juzguen y toda la gente grite: "¡Crucifícalo!"?

»No estoy predicando aquí hoy porque yo sepa algo. No lo sé. Soy demasiado joven. Mi vida ha sido demasiado fácil. Estoy aquí hoy porque Jesús lo sabe. Es la buena nueva de Jesús lo que quiero traeros.

Para muchos de ellos, eso fue bueno. Se acercaron un poco más, luego asintieron, murmuraron su aprobación.

Pero para otros, los que habían ido a ver algo sensacional, se acabó. Empezaron a marcharse.

El reverendo Theo habló tras él.

—Lo estás haciendo bien, Word.

Word se volvió agradecido para sonreírle. Fue entonces cuando vio a Mack y a Yolanda salir por la puerta de la iglesia, entre los dos diáconos encargados de los cepillos. Sintió una puñalada de culpa por haber realizado lo que no era más que una pantomima de matrimonio, sólo para que ellos pudieran joder como conejos en el propio despacho del pastor. ¿En qué estaba pensando? Aunque Mack mágicamente tuviera de algún modo dieciocho años, seguía siendo más joven que ella. No podía comprender lo que estaba haciendo, cómo lo estaban utilizando. Mágica y sexualmente y de todas las maneras posibles.

Hablando de ser utilizado...

Word sintió la mano invisible subir por su espalda y extenderse por su nunca. Le pareció como si la mano estuviera de algún modo conectada con Mack. Y, cuando lo tocaba, Yolanda le hizo un guiño, como si fuera consciente de lo que sucedía.

Se volvió a mirar a la congregación que seguía en la calle.

—Hermana—dijo—, tu hijo está en la cárcel... lo que no sabes es que cometió el asesinato del que se le acusa. Y mató a otros dos muchachos que tú no sabes. Y no lo lamenta. Su corazón es como una piedra. Te miente y te dice que no lo hizo, pero las lágrimas que vierte no son de remordimiento, son porque dentro de esa cárcel lucha por su vida contra hombres mucho más duros y más peligrosos que él. Y mientras se agacha ante su brutal voluntad, recuerda lo poderoso que se sentía cuando mató a esos chicos y sueña con el día en que pueda volver a matar.

La mujer sintió como si la hubieran abofeteado. La gente que la rodeaba se espantó del horror de lo que Word decía.

—Hermana, rezo por tu hijo. Rezo para que el Señor haga que su corazón se arrepienta. Pero sobre todo rezo por ti. Tienes otro hijo en casa, hermana. Es un buen chico, pero ni siquiera te fijas en él porque no se mete en líos. Te preocupas todo el tiempo por el hijo que está en la cárcel, pero ¿qué hay del hijo que te obedece y se esfuerza en los estudios y de quien los otros chicos se burlan porque es buen estudiante y todo el tiempo la banda de su hermano intenta que se una a ellos? ¿Dónde estás para ese hijo? El hijo pródigo no está dispuesto a volver a casa. ¿Por qué no amas al hijo que tienes?

—¡Yo amo a mi niño! ¡No me diga que no amo a mi niño!

—Tienes en tus manos el poder de curar, hermana —dijo Word—. Ve a casa y pon la mano sobre la frente de tu hijo bueno. Tócale la cabeza y di: «Te doy las gracias Jesús por este buen hijo», y verás cómo el Señor te tiende su bendición.

—¡No he venido aquí para que me diga que soy una mala madre! —gritó ella.

—Has venido aquí para el milagro que quieres, pero te estoy diciendo cómo conseguir el milagro que necesitas. Cuando ese asesino se arrepienta y se vuelva hacia Jesús, entonces verás también un milagro en su vida. Pero no habrá ningún milagro mientras tú no tengas fe suficiente para hacer lo que el Señor te dice que hagas por tu hijo bueno.

Una joven de aspecto feroz que estaba junto a la mujer se volvió hacia Word.

—¡Se supone que Dios tiene que ofrecer consuelo!

—Dios ofrece consuelo a aquellos que se arrepienten. ¡Pero a aquellos que siguen amando sus pecados y no renuncian a ellos, Dios no les ofrece consuelo ninguno! Les lleva la
buena nueva.
Les da un mapa de carreteras que muestra cómo salir del infierno. ¡Pero en el juego de la vida no hay cartas que te saquen del infierno, porque la vida no es un juego! ¡No se pueden cambiar las reglas porque no te guste el resultado! Hay un camino que tenemos que recorrer. Jesús dijo: «Yo soy el camino.» Y tú, hermana, que estás tan enfadada conmigo, voy a decírtelo ahora mismo, el Señor conoce el dolor de tu corazón. Sabe lo del bebé que abortaste cuando tenías catorce años y cómo sueñas con ese bebé. Y el Señor dice que estás curada. Las cicatrices de tu útero se han convertido en carne normal y tu vientre podrá engendrar un hijo. Así que ve a casa con tu marido y procrea el bebé que ambos anheláis, porque el Señor sabe que te has arrepentido y tus pecados han sido perdonados y tu cuerpo vuelve a estar entero.

La mujer sollozó una vez, luego se dio media vuelta y corrió hacia el borde de la multitud.

La gente que había empezado a marcharse regresaba.

Word oyó susurros urgentes tras él y se volvió de nuevo. Mack, tendido en el suelo, era atendido por uno de los diáconos. Yolanda ni siquiera parecía darse cuenta. Miraba a Word intensamente.

Word se apartó del pulpito y le preguntó al reverendo Theo qué estaba sucediendo.

—La mujer dice que su marido acaba de desmayarse —dijo el reverendo—. Continúa con tu ministerio, nosotros cuidaremos del recién casado.

Word se volvió hacia el micrófono y empezó a decirle a un hombre que estaba al fondo que tenía que ir a ver a su madre y pedirle perdón y devolverle el dinero que le robaba para comprar drogas. El hombre huyó y Word se volvió hacia una mujer flaca de espalda torcida. Ella se enderezó mientras él hablaba.

Mack se despertó con el sonido de un breve estallido de la sirena de la policía. Intentó sentarse y descubrió que uno de los diáconos trataba de sujetarlo.

—Tengo que levantarme —dijo.

—No te preocupes, no van a arrestarte —contestó el diácono, sonriendo.

—Déjeme levantarme —insistió Mack, y rodó y se apoyó en las manos y las rodillas y luego se incorporó. Yolanda estaba allí, pero no lo miraba, y Mack se volvió para ver qué era lo que observaba.

Había un coche de policía más allá de la multitud, que era aun más nutrida que cuando Mack había salido por la puerta de la iglesia.

—Salgan de la calzada —decían por el altavoz montado sobre el techo del coche—. No tienen permiso para esta reunión. Despejen la calle.

Mack vio que Word salía de detrás del pulpito y se acercaba al coche patrulla y colocaba la mano sobre el capó.

El motor del coche se paró.

El policía giró la llave en el contacto y trató de arrancarlo, pero el único sonido fue un chasquido.

Las dos puertas delanteras se abrieron y dos policías negros bajaron del coche.

—Apártese del coche, reverendo —dijo el conductor.

—Hijo, Jesús sabe que no quisiste hacerlo —dijo Word—. Y te digo ahora que Él te perdona, igual que el chico que mataste. Está feliz en brazos del Salvador y el Señor te honra como un buen hombre y su fiel servidor.

El oficial retrocedió y se apoyó contra el coche un momento, luego se dio la vuelta y se apoyó en el techo y ocultó el rostro en las manos y lloró.

Su compañero los miró a Word y a él.

—¿Se conocen ustedes?

—Jesús te conoce a ti —dijo Word—. Mantente apartado de la cama de tu vecino. No tienes ningún derecho a estar en ella.

El policía entró en el coche por el asiento de pasajeros y se asomó y agarró el cinturón de su compañero para que volviera a entrar en el coche. Trataron de poner de nuevo el coche en marcha. Y otra vez más.

Entonces Word colocó la mano en el capó y el coche arrancó. Salieron marcha atrás, dieron media vuelta y se fueron.

—¡Jesús encontró a la mujer en el pozo! —exclamó Word—. Y le dijo la verdad sobre sí misma. ¡Tenía cinco maridos y el que tenía en aquel momento no era suyo! Ella supo que era un milagro. Porque alguien la conocía. En este mundo solitario, había un Dios misericordioso que conocía sus pecados y tuvo el valor de decírselo a la cara. Sólo cuando se enfrentó a sus pecados pudo ella arrepentirse y volverse santa. ¡Ése es el milagro! ¿De verdad tenéis que venir a mí para enfrentaros a vuestros pecados? ¿No podéis verlos vosotros solos y admitirlos ante Dios y dejar que el milagro cambie vuestra vida?

—¿Ha curado a alguien? —preguntó Mack en voz baja.

Yo Yo se volvió hacia él y sonrió.

—Oh, ha estado haciendo milagros. Sobre todo dando patadas en el culo y llamando a las cosas por su nombre. Te digo que, si esto es lo que hizo Jesús cuando era mortal, no me extraña que lo crucificaran.

—He vuelto a tener sueños fríos.

—Me lo imaginaba —dijo Yo Yo—. Pero también imaginaba que sería mejor que los terminaras antes de despertarte.

—Son cosas malas, Yo Yo. Tenemos que volver a Baldwin Hills y hablar con Ceese y tratar de salvar a los que podamos.

—Es una lástima que te hayas perdido el espectáculo —dijo Yolanda—. Este chico, Word, es bueno. Oberón ha conseguido un buen poni esta vez.

—¿Él es el poni de Oberón?

—Vi todos sus planes, ¿recuerdas?

—Yo Yo, están pasando cosas terribles en mi barrio. Algunas son peores que anoche. Tenemos que irnos.

—Buena idea.

Ella lo tomó de la mano y lo apartó rápidamente de la acera de delante de la iglesia.

Cuando se libraron de la multitud, se apresuraron primero y luego echaron a correr.

—¿Y qué te ha parecido el sexo? —preguntó Yo Yo mientras corrían.

Mack no podía creer que le estuviera preguntando una cosa así, como si hubiera sido una película. ¿Qué te pareció la peli? ¿Te gustó? ¿Piensas volver a verla? ¿Se la recomendarás a tus amigos?

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