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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (31 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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—Seré cauteloso.

—Puede que recuerdes que fue el Bashar quien dijo: «La ferocidad que desplegamos ante nuestros adversarios está siempre templada por la lección que esperamos enseñarles.»

—No puedo pensar en él como en un adversario. El Bashar fue uno de los hombres más excelentes que nunca haya conocido.

—Magnífico. Lo deposito en tus manos.

Y allí estaba el niño ahora, en la sala de prácticas, sintiéndose algo más que un poco impaciente por las vacilaciones de su maestro.

—Señor, ¿forma parte de una lección el estar simplemente de pie aquí? Sé que a veces…

—No te muevas.

Teg adoptó una actitud militar de firmes. Nadie le había enseñado aquello. Procedía de sus memorias originales. Idaho se sintió de pronto fascinado por aquel atisbo del Bashar.

¡Sabían que iba a atraparme de este modo!

Nunca subestimes la persuasión de las Bene Gesserit. Puedes encontrarte haciendo cosas por ellas sin saber las presiones que han sido aplicadas. ¡Sutiles y condenadas! Había compensaciones, por supuesto. Vivías tiempos interesantes, como decía la antigua maldición/bendición. Considerándolo todo, decidió Idaho, prefería los tiempos interesantes, aún esos tiempos, a todo lo demás.

Inspiró profundamente.

—Restaurar tus memorias originales causará dolor… físico y mental. En algunos aspectos, los dolores mentales son los peores. Tengo que prepararte para ellos.

Firmes todavía. Ningún comentario.

—Empezaremos sin armas, utilizando una hoja imaginaria en tu mano derecha. Esta es una variación de las «cinco actitudes». Cada respuesta surge antes de ser necesitada. Deja caer los brazos a tus lados y relájate.

Avanzando hasta situarse detrás de Teg, Idaho sujetó el brazo derecho del niño por debajo del codo y le demostró los primeros movimientos.

—Cada atacante es una pluma flotando en un sendero infinito. A medida que la pluma se acerca, es desviada y extirpada. Tu respuesta es como un soplo de aire enviando hacia un lado la pluma.

Idaho se echó unos pasos a un lado y observó mientras Teg repetía los movimientos, corrigiendo con un seco golpe cualquier músculo desobediente.

—¡Deja que sea tu cuerpo quien haga el entrenamiento! —cuando Teg le preguntó por qué hacía aquello.

En un período de descanso, Teg quiso saber lo que quería dar a entender Idaho por «dolores mentales»

—Posees muros ghola-implantados en torno a tus memorias originales. En el momento adecuado, algunas de esas memorias fluirán de vuelta. No todas las memorias serán agradables.

—La Madre Superiora dice que el Bashar restauró vuestras memorias.

—¡Dioses de las profundidades, niño! ¿Por qué lo sigues llamando «el Bashar»? ¡Eres tú!

—Pero yo todavía no lo sé.

—Presentas un problema especial. Para el despertar de un ghola, debería haber una memoria de la muerte de su antecesor. Pero las células que se utilizaron para ti no llevan consigo ningún recuerdo de la muerte.

—Pero el… el Bashar está muerto.

—¡El Bashar! Sí, está muerto. Sentirás eso cuando más duela, y sabrás que

eres el Bashar.

—¿Podéis devolverme realmente esas memorias?

—Si puedes soportar el dolor. ¿Sabes lo que te dije cuando tú restauraste mis memorias? Dije: «¡Atreides! ¡Sois todos tan condenadamente iguales!»

—¿Vos me… odiabais?

—Sí, y tú te sentías disgustado contigo mismo por lo que tenías que hacerme. ¿Te da eso alguna idea de lo que yo debo hacer?

—Sí, señor. —Muy bajo.

—La Madre Superiora dice que no debo traicionar tu confianza… aunque tú traicionaste la mía.

—¿Pero yo restauré vuestras memorias?

—¿Ves lo fácil que resulta pensar en ti mismo como en el Bashar? Estabas bloqueado. Y si, tú restauraste mis memorias.

—Eso es todo lo que deseaba.

—Si tú lo dices.

—La… Madre Superiora dice que vos sois un Mentat. ¿Ayudará eso… y el que yo fuera también un Mentat?

—La lógica dice: «Sí». Pero nosotros los Mentats tenemos un proverbio que dice que la lógica se mueve ciegamente. Y somos conscientes de que hay una lógica que te patea fuera del nido y al caos.

¡Sé lo que significa el caos! —Muy orgulloso de sí mismo.

—Así lo pensaba.

—¡Y confío en vos!

—¡Escúchame! Somos servidores de la Bene Gesserit. Las Reverendas Madres no edificaron su orden sobre la confianza.

—¿No debo confiar en… la Madre Superiora?

—Dentro de unos ciertos límites, aprenderás y lo apreciarás. Por ahora, te advierto que la Bene Gesserit actúa bajo un sistema de
desconfianza
organizada. ¿Te han enseñado algo acerca de la democracia?

—Sí, señor. Es cuando tú votas para…

—¡Es cuando tú desconfías de alguien con poder sobre ti! Las hermanas lo saben muy bien. No confíes demasiado.

—Entonces, ¿no debo confiar tampoco en vos?

—La única confianza que puedes depositar en mí es la de que haré todo lo posible por restaurar tus memorias originales.

—Entonces no me importa lo mucho que duela. —Alzó la vista hacia los com-ojos, sabedor de que desearían ver plenamente su expresión—. ¿No les importa que vos digáis esas cosas de ellas?

—Sus sentimientos hacia un Mentat se limitan únicamente a sus datos.

—¿Eso significa hechos?

—Los hechos son frágiles. Un Mentat puede verse enmarañado por ellos. Demasiados datos
seguros
. Es como la diplomacia. Necesitas unas cuantas buenas mentiras para sostener tus proyecciones.

—Me siento… confuso. —Utilizó vacilante la palabra, inseguro de que fuera eso lo que quería decir.

—En una ocasión le dije eso a la Madre Superiora. Ella respondió: «He estado comportándome mal.»

—¿Se supone acaso que vuestra misión es… confundirme?

—Siempre que te enseñe algo. —Y cuando Teg siguió pareciendo desconcertado, Idaho añadió—: Déjame contarte una historia.

Teg se sentó inmediatamente en el suelo, una acción que revelaba que Odrade utilizaba muy a menudo la misma técnica. Bien. Teg era ya receptivo.

—En una de mis vidas, tuve un perro que odiaba las almejas —dijo Idaho.

—He comido almejas. Proceden del Gran Mar.

—Sí. Bien, mi perro odiaba las almejas porque una de ellas había tenido la temeridad de escupirle en un ojo. Eso pica. Pero lo peor de todo es que fue un inocente agujero en la arena el que produjo el escupitajo. No había ninguna almeja visible.

—¿Qué es lo que hizo vuestro perro? —Inclinándose hacia adelante, la barbilla apoyada en un puño.

—Desenterró a la ofensora y me la trajo. —Idaho sonrió—. Lección uno: no dejes que lo desconocido te escupa al ojo.

Teg se echó a reír y aplaudió.

—Pero míralo desde el punto de vista del perro. ¡Ve detrás del escupidor! Luego… gloriosa recompensa: el dueño se siente complacido.

—¿Desenterró vuestro perro más almejas?

—Cada vez que íbamos a la playa. Iba gruñendo detrás de todas las escupidoras, y el dueño las recogía, para no ser vistas de nuevo más que como conchas vacías con una pizca de carne aún sujeta a veces en su interior.

—Os las comíais.

—Míralo tal como lo veía el perro. Las escupidoras recibían así su castigo. Había descubierto una forma de librar al mundo de unas cosas ofensivas, y el dueño se sentía complacido con él.

Teg demostró su perspicacia:

—Así pues, ¿las Hermanas piensan en nosotros como si fuéramos perros?

—En un cierto sentido. No lo olvides nunca. Cuando vuelvas a tus habitaciones, busca «lesa majestad». Ayuda a situar nuestras relaciones con nuestras Dueñas.

Teg alzó la vista hacia los com-ojos, y luego miró de nuevo a Idaho, pero no dijo nada.

Idaho desvió su atención hacia la puerta detrás de Teg y dijo:

—Esa historia era para ti también.

Teg saltó en pie, volviéndose y esperando ver a la Madre Superiora. Pero tan sólo era Murbella.

Estaba reclinada contra la pared, al lado de la puerta.

—A Bell no va a gustarle que hables de este modo de la Hermandad —dijo.

—Odrade me dijo que tenía mano libre. —Miró a Teg—. ¡Ya hemos perdido bastante tiempo con historias! Déjame ver si tu cuerpo ha aprendido algo.

Una extraña sensación de excitación se había apoderado de Murbella cuando entró en la zona de adiestramiento y vio a Duncan con el niño. Estuvo observando durante un tiempo, consciente de que estaba viéndolo bajo una nueva luz, casi Bene Gesserit. Las instrucciones de la Madre Superiora eran evidentes en la sinceridad de Duncan con Teg. Era una sensación extremadamente extraña aquella nueva consciencia, como si hubiera dado todo un paso adelante en relación con sus anteriores asociadas. La sensación tenía un punzante ángulo de pérdida.

Murbella se descubrió echando en falta extrañas cosas de su vida anterior. No la caza en las calles, buscando nuevos machos que cautivar y traer bajo el control de las Honoradas Matres. Los poderes que brotaban de crear adictos sexuales habían perdido su sabor bajo las enseñanzas Bene Gesserit y sus experiencias con Duncan. Admitía echar en falta un elemento de ese poder, sin embargo: la sensación de pertenecer a una fuerza que nada podía detener.

Era algo a la vez abstracto y específico. No las recurrentes conquistas, sino la expectativa de la inevitable victoria que llegaba en parte de la droga que compartía con las Hermanas Honoradas Matres. A medida que la necesidad se desvanecía en el pozo de la melange, veía la vieja adicción desde una perspectiva distinta. Los químicos Bene Gesserit, rastreando el sustituto de la adrenalina a partir de muestras de su sangre, lo tenían dispuesto por si ella lo necesitaba. Ella sabía que no. Otra ausencia la atormentaba. No los machos cautivados, sino el constante fluir de otros nuevos. Algo en su interior le decía que aquello había desaparecido para siempre. Nunca volvería a experimentarlo. El nuevo conocimiento había cambiado su pasado.

Aquella mañana había merodeado por los corredores entre sus aposentos y la sala de prácticas, con el deseo de observar a Duncan con el niño, con el temor de que su presencia pudiera interferir. Aquel merodear era algo que hacía a menudo esos días, tras las más agotadoras de sus lecciones matutinas con una maestra Reverenda Madre. Los pensamientos de las Honoradas Matres estaban mucho con ella en aquellos momentos.

No podía escapar de su sensación de pérdida. Era un vacío tal que se preguntaba si alguna vez algo podría llenarlo. La sensación era peor que la de envejecer. Envejecer como una Honorada Matre había ofrecido sus compensaciones. Los poderes acumulados en esa Hermandad tenían tendencia a crecer rápidamente con la edad. No aquí. Aquí era una pérdida
absoluta
.

He sido derrotada.

Las Honoradas Matres nunca contemplaban la derrota. Murbella se sentía forzada a ello. Sabía que las Honoradas Matres resultaban a veces muertas por sus enemigos. Esos enemigos siempre pagaban su acción. Era la ley: planetas enteros arrasados para castigar a un ofensor.

Murbella sabía que las Honoradas Matres buscaban la Casa Capitular. Como un asunto de antiguas lealtades, era consciente de que debería ayudar a esas buscadoras. La intensidad de su derrota personal residía en el hecho de que no deseaba que la Bene Gesserit pagara el precio recordado.

Las Bene Gesserit son demasiado valiosas.

Eran infinitamente valiosas para las Honoradas Matres. Murbella dudaba de que ninguna otra Honorada Matre sospechara siquiera eso.

Vanidad.

Ese era el juicio que colgaba a sus anteriores Hermanas.
Y a mí misma, de hecho.
Un terrible orgullo. Había crecido del hecho de verse sojuzgadas durante tantas generaciones antes de conseguir su propia ascendencia. Murbella había intentado comunicarle esto a Odrade, recontándoselo de la historia enseñada por las Honoradas Matres.

—El esclavo hace un terrible dueño —dijo Odrade.

Murbella se dio cuenta de que aquél era un esquema de Honorada Matre. Lo había aceptado entonces, pero ahora lo rechazaba, y no podía hallar las razones de este cambio.

He crecido fuera de esas cosas. Ahora resultarían infantiles para mí.

Una vez más, Duncan había detenido la sesión de prácticas. Tanto maestro como alumno estaban cubiertos de sudor. Permanecían de pie, jadeando, recuperando el aliento, intercambiando extrañas miradas.
¿Conspiración?
El niño parecía extrañamente maduro.

Murbella recordó el comentario de Odrade:

—La madurez impone su propio comportamiento. Una de nuestras lecciones… haz esos imperativos disponibles a tu consciencia. Modifica los instintos.

Me han modificado, y seguirán haciéndolo aún más.

Podía ver lo mismo actuando sobre el comportamiento de Duncan con el niño ghola.

—Esta es una actividad que crea muchas tensiones en las sociedades a las que influenciamos —había dicho Odrade—. Eso nos fuerza a constantes ajustes.

¿Pero cómo pueden ajustarse a mis anteriores Hermanas?

Odrade revelaba una característica sangre fría cuando se enfrentaba a esta pregunta.

—Tenemos que enfrentarnos a ajustes más importante debido a vuestras actividades pasadas. Lo mismo ocurrió durante el reinado del Tirano.

¿Ajustes?

Duncan estaba diciéndole algo al niño. Murbella se acercó para escuchar.

—¿Has sido expuesto a la historia de Muad’Dib? Bien. Eres un Atreides, y eso incluye imperfecciones.

—¿Eso significa errores, señor?

—¡Por supuesto que los significa! Nunca escojas un curso de acción simplemente porque ofrezca la oportunidad de un gesto dramático.

—¿Es así como morí?

Hace que el niño piense en su anterior yo en primera persona.

—Sé tú el juez. Pero siempre fue una debilidad Atreides. Cosas, gestos atractivos. Morir entre los cuernos de un gran toro como hizo el abuelo de Muad’Dib. Un gran espectáculo para su pueblo. ¡La base de historias para generaciones enteras! Incluso puedes oír atisbos de ellas a tu alrededor, tras todos esos eones.

—La Madre Superiora me contó esa historia.

—Tu auténtica madre probablemente te la contaría también.

El niño se estremeció.

—Me produce una extraña sensación cada vez que habláis de mi auténtica madre. —Un reverente temor en su joven voz.

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