¿Era eso bastante para despertar una tal rabia? Posiblemente. ¿Pero y las historias acerca de Gammu? ¿Había desplegado Teg un nuevo talento que había aterrorizado a las Honoradas Matres?
Si restauramos las memorias de nuestro Bashar, debemos observarlo cuidadosamente.
¿Podría retenerlo una no-nave?
¿Qué era lo que hacía realmente a las Honoradas Matres tan reactivas? Querían sangre. Nunca traigas a esa gente malas noticias. No era sorprendente que sus secuaces se comportaran de una forma frenética. Una persona poderosa y asustada podía matar al portador de malas noticias. Mejor pues no traer malas noticias. Era preferible morir en la batalla.
La gente de la Reina Araña iba más allá de la arrogancia. Mucho más allá. No era posible ninguna censura. Era como reprender a una vaca por comer hierba. La vaca se justificaría mirándote con sus ojos soñadores, inquiriendo: «¿No es eso lo que se supone que tengo que hacer?»
Conociendo las probables consecuencias, ¿por qué prendemos la mecha? No somos como la persona que golpea un objeto redondo y gris con un palo y descubre que el objeto era un nido de avispas. Sabíamos lo que golpeábamos. Ninguna de nosotras cuestionó el plan de Taraza. ¿Lo ves, Tar? Tu error. Y yo no puedo hacer nada mejor que seguir tus órdenes.
La Hermandad se enfrentaba a un enemigo cuya deliberada política era la violencia histérica. «¡Nos lanzaremos furiosamente!»
¿Y qué ocurriría si las Honoradas Matres se encontraban con una dolorosa derrota? ¿En qué se convertiría entonces su histeria?
Lo temo.
¿Se atrevería la Hermandad a alimentar este fuego?
¡Debemos hacerlo!
La Reina Araña redoblaría sus esfuerzos por localizar la Casa Capitular. La violencia podía escalar hasta un estadio aún más repulsivo. ¿Y qué, entonces? ¿Sospecharían las Honoradas Matres que todo el mundo simpatizaba con la Bene Gesserit? ¿No se volverían entonces contra los mismos que las apoyaban? ¿Contemplarían el quedarse solas en un universo desprovisto de otra vida sintiente? Lo más probable era que esto ni siquiera hubiera pasado por sus mentes.
¿Cuál es tu aspecto, Reina Araña? ¿Cómo piensas?
Murbella decía que no conocía a su comandante suprema, ni siquiera a las subcomandantes de su Orden de Hormu. Pero Murbella había proporcionado una sugestiva descripción de los aposentos de una subcomandante. Informativa. ¿Qué es lo que una persona llama su hogar? ¿Qué es lo que mantiene cerca para compartir los pequeños rasgos hogareños de la vida?
La mayor parte de nosotras elegimos a nuestros compañeros y entorno de modo que nos reflejen a nosotras mismas.
—Una de sus sirvientes personales me llevó una vez a su zona privada —dijo Murbella—. Alardeando, demostrándome que tenía acceso al sancta sanctorum. La zona pública era limpia y ordenada, pero las habitaciones privadas eran un desorden… ropas caídas allá donde habían sido tiradas, tarros de ungüento abiertos, la cama por hacer, comida secándose en platos en el suelo. Le pregunté por qué no habían limpiado todo aquel desorden. Me dijo que no era su trabajo. La que limpiaba no podía entrar en aquellas dependencias hasta el anochecer.
Vulgaridades secretas.
Una persona así debía poseer una mente que encajaba con aquella exhibición privada.
Odrade abrió de pronto los ojos. Los enfocó en la pintura de Van Gogh.
Elegida por mí.
Creaba tensiones en el largo lapso de historia humana que las Otras Memorias no podían conseguir.
Me has enviado un mensaje, Vincent. Y gracias a ti, no voy a cerrar mis oídos… o enviar inútiles mensajes de amor a quienes no les importa. Eso es lo menos que puedo hacer en honor a ti.
La celda dormitorio tenía un olor familiar, una picante pungencia de claveles reventones. El perfume floral preferido de Odrade. Las ayudantas lo mantenían allí como un entorno nasal.
¿Mi propia verdad?
Cerró los ojos una vez más, y sus pensamientos volvieron de golpe a la Reina Araña. Odrade sintió que aquel ejercicio creaba otra dimensión en aquella mujer sin rostro.
Riqueza.
Murbella decía que una comandante Honorada Matre sólo tenía que dar una orden, y le era traída cualquier cosa que deseara.
—¿Cualquier cosa?
Murbella describió algunos ejemplos que conocía: groseramente deformados compañeros sexuales, empalagosos dulces, orgías emocionales desencadenadas por actuaciones de extraordinaria violencia.
¡Larga vida a los romanos!
—Siempre están buscando extremos.
Los informes de espías y agentes confirmaban los semiadmirativos relatos de Murbella.
—Todo el mundo dice que tienen derecho a gobernar.
Esas mujeres evolucionaron de una burocracia autocrática.
Gran parte de la evidencia lo confirmaba. Murbella hablaba de lecciones de historia que decían que las primitivas Honoradas Matres llevaban a cabo investigaciones para conseguir un dominio sexual sobre sus poblaciones, «cuando los impuestos se convirtieron en algo demasiado amenazador para aquellos a los que gobernaban».
¿Un derecho a gobernar?
Odrade no tenía la impresión de que aquellas mujeres insistieran en un tal derecho. No. Suponían que su derecho nunca sería cuestionado. ¡Nunca! Nada de decisiones equivocadas. Pasar por alto las consecuencias. Nunca había ocurrido.
Odrade se sentó erguida en su camastro, sabiendo que había encontrado la iluminación que estaba buscando.
Los errores nunca se producen.
Eso requería un enorme saco de inconsciencia para contenerlo. ¡Una consciencia muy minúscula, luego asomarse a un tumultuoso universo que ellas mismas habían creado!
¡Ohhhh, encantador!
Odrade llamó a su asistenta de noche, una acólita de primer grado, y le pidió té de melange conteniendo un peligroso estimulante, algo para ayudarla a retrasar las exigencias del cuerpo que quería dormir. Pero a un cierto coste.
La acólita dudó antes de obedecer. Regresó al cabo de un momento con un tazón humeante sobre una pequeña bandeja.
Odrade había decidido hacía mucho tiempo que el té de melange hecho con el agua muy fría de la Casa Capitular poseía un sabor que se abría camino hasta las profundidades de su psique. El amargo estimulante la privaba de ese refrescante sabor y mordisqueaba su consciencia. La noticia debía estar corriendo entre aquellas que estaban de guardia.
Preocupación, preocupación, preocupación.
¿Iban a votar otra vez las Censoras?
Sorbió lentamente el líquido, dando al estimulante tiempo para actuar.
Las mujeres condenadas rechazan la última comida. Beben té.
Finalmente, puso a un lado el vacío tazón y pidió ropas de abrigo. «Voy a ir a dar un paseo por los huertos». La asistenta de noche no hizo ningún comentario. Todo el mundo sabía que a menudo iba a pasear por los huertos, incluso de noche.
—Dice que le ayuda a pensar.
El paseo alarmaría a los perros guardianes tanto como el estimulante. Las Reverendas Madres no recurrían a menudo a tales cosas.
Al cabo de pocos minutos se hallaba en el estrecho sendero vallado que conducía a su huerto favorito, iluminando su camino con un mini-globo fijado a su hombro derecho al extremo de una corta cuerda. Una pequeña horda del negro ganado de la Hermandad se acercó a la valla al lado de Odrade y la contempló mientras pasaba. Ella observó los húmedos hocicos, inhaló el intenso aroma de alfalfa en sus alientos, e hizo una pausa. Las vacas olisquearon y captaron las feromonas que les decían que debían aceptarla.
Retrocedieron para seguir comiendo el forraje apilado cerca de la valla por los cuidadores.
Volviéndose de espaldas al ganado, Odrade contempló los deshojados árboles al otro lado de los pastos. Su mini-globo trazaba un círculo de luz amarilla que enfatizaba la quietud invernal.
Pocos comprendían el porqué aquel lugar la atraía. No era suficiente decir que los turbados pensamientos se calmaban allí. Ni siquiera en invierno, con la helada crujiendo bajo sus pies. Aquel huerto era un silencio duramente conseguido entre tormentas. Extinguió su mini-globo y dejó que sus pies siguieran el camino familiar en la oscuridad. Ocasionalmente, alzaba la vista a la luz de las estrellas silueteadas por las ramas sin hojas.
Tormentas.
Sentía aproximarse una que ningún meteorólogo podía anticipar.
Las tormentas engendran tormentas. La rabia engendra rabia. La venganza engendra venganza. Las guerras engendran guerras.
El viejo Bashar había sido un maestro rompiendo círculos. ¿Tendría el ghola ese mismo talento?
Qué peligrosa apuesta.
Odrade volvió la vista hacia el ganado, manchas oscuras bajo la luz de las estrellas, con pequeñas nubecillas de vapor ascendiendo lentamente. Se habían agrupado apiñadamente para mantener el calor, y pudo oír un chirrido familiar mientras rumiaban su comida.
Debo ir hacia el sur, al desierto. Enfrentarme a Sheeana. Las truchas de arena prosperan. ¿Por qué no hay gusanos?
Habló en voz alta al ganado reunido junto a la cerca:
—Comed vuestra hierba. Se supone que esto es lo que tenéis que hacer.
Si algún perro guardián de los que estaban espiándola captaba esta observación, Odrade sabía que iba a tener serios problemas para explicarla.
Pero he visto a través del corazón de mi enemigo, y siento lástima por él.
Para conocer bien una cosa, debes conocer sus límites. Tan sólo cuando es llevada más allá de su tolerancia puede ser vista su auténtica naturaleza.
La Regla Amtal
No dependas solamente de la teoría si está en juego tu vida.
Comentario Bene Gesserit
Duncan Idaho permanecía de pie casi en el centro de la sala de prácticas de la no-nave, y a tres pasos del niño ghola. Sofisticados instrumentos de adiestramiento estaban al alcance de la mano, algunos agotadores, otros peligrosos.
El niño parecía digno de admiración y confianza aquella mañana.
¿Lo comprendo mejor porque yo también soy un ghola? Una suposición cuestionable. Este ghola ha sido elaborado de una forma muy diferente a la diseñada para mí. ¡Diseñada! El término exacto.
La Hermandad había copiado tanto de la infancia original de Teg como le había sido posible. Incluso un adorable joven compañero para que ocupara el lugar del hacía mucho tiempo perdido hermano. ¡Y Odrade proporcionándole la enseñanza profunda! Como hizo la auténtica madre de Teg.
Idaho recordaba al viejo Bashar cuyas células habían producido aquel niño. Un hombre pensativo cuyos comentarios tenían que ser atendidos. Con apenas un ligero esfuerzo, Idaho podía recordar los modales y palabras del hombre:
—El auténtico guerrero comprende a menudo a su enemigo mejor que comprende a sus amigos. Una trampa peligrosa si dejas que la comprensión conduzca a la simpatía como hará, de una forma natural, si la dejas sin conducir.
Era difícil pensar en la mente que había detrás de esas palabras como algo latente en algún lugar en aquel niño. El Bashar había sido tan agudo, enseñando acerca de simpatías, aquel largo día en el Alcázar de Gammu.
—La simpatía hacia el enemigo… una debilidad a la vez de la policía y de los ejércitos. Más peligrosas son las simpatías inconscientes que te dirigen a conservar a tu enemigo intacto debido a que el enemigo es tu justificación de la existencia.
—¿Señor?
¿Cómo podía esa aguda voz infantil convertirse en el tono de mando del viejo Bashar?
—¿Qué ocurre?
—¿Por qué estáis de pie ahí, mirándome?
—Llamaban al Bashar «la Vieja Fiabilidad». ¿Lo sabías?
—Sí, señor. He estudiado la historia de su vida.
¿Era él ahora «la Joven Fiabilidad»? ¿Por qué deseaba Odrade que sus memorias originales fueran restauradas tan pronto?
—Debido a que el Bashar, toda la Hermandad, han estado excavando en las Otras Memorias, revisando sus puntos de vista de la historia. ¿Te dijeron eso?
—No, señor. ¿Es importante para mí saberlo? La Madre Superiora dijo que vos adiestraríais mis músculos.
—Recuerdo que te gustaba beber Marinete Daniano, un coñac muy fino.
—Soy demasiado joven para beber, señor.
—Eras un Mentat. ¿Sabes lo que eso significa?
—Lo sabré cuando restauréis mis memorias, ¿no?
Ningún respetuoso
señor
. Llamando al orden al maestro para que no se demorara con retrasos indeseados.
Idaho sonrió, y obtuvo otra sonrisa por respuesta. Un muchacho encantador. Era fácil sentir hacia él un afecto natural.
—Ve con cuidado con él —había dicho Odrade—. Encandila.
Por alguna razón que no se preocupó en explorar, Idaho recordó el resumen que le había hecho Odrade antes de traer al niño. Obviamente había estado hurgando en los conceptos Bene Gesserit de la educación, pero había algo más que eso.
—Puesto que cada individuo es explicable en definitiva en relación a su yo —dijo—, la formación de ese yo exige nuestro mayor cuidado y atención.
—¿Es eso necesario con un ghola?
Habían permanecido aquella noche en el salón de Idaho, con Murbella como una fascinada oyente.
—Recordará todo lo que tú le enseñes.
—Entonces tendremos poco que hacer preparando el original.
—¡Cuidado, Duncan! Dale una mala época a un niño impresionable, enséñale a ese niño que no tiene que confiar en nadie, y crearás un suicida… un suicida rápido o lento, eso no constituye ninguna diferencia.
—¿Olvidáis que conocí al Bashar?
—¿Recuerdas, Duncan, cómo eran las cosas antes de que tus memorias fueran restauradas?
—Sabía que el Bashar podía hacerlo, y lo consideraba como mi salvación.
—Y así es como él te ve a ti. Es un tipo de confianza muy especial.
—Lo trataré honestamente.
—Puede que pienses que actúas con honestidad, pero te aconsejo que mires muy profundamente dentro de ti mismo cada vez que te enfrentes cara a cara con esta confianza.
—¿Y si cometo un error?
—Lo corregiremos en la medida de lo posible. —Alzó un momento la vista hacia los com-ojos, luego volvió a posarla en él.
—¡Sé que estaréis observándonos!
—No permitas que esto te inhiba. No estoy intentando hacer que te sientas tímido. Sólo cauteloso. Y recuerda que mi Hermandad posee eficientes métodos de curación.