Bellonda sacó a Odrade de su ensimismamiento con una tos.
—¿Vamos a comer o a hablar? La gente nos está mirando.
—¿Debemos transigir un poco más con Scytale? —preguntó Sheeana.
¿Era eso un intento de desviar mi atención?
—¡No le demos nada! —dijo Bellonda—. Guardémoslo en reserva. Dejémosle que sude.
Odrade miró cuidadosamente a Bellonda. Humeaba sobre el silencio impuesto sobre ella por la secreta decisión de Odrade. Evitaba que sus ojos se encontraran con los de Sheeana.
¡Celosa! ¡Bell está celosa de Sheeana!
Tamalane dijo:
—Ahora sólo soy una consejera, pero…
—¡No sigas con eso, Tam! —restalló Odrade.
—Tam y yo hemos estado discutiendo acerca de ese ghola —dijo Bellonda. (Idaho era «ese ghola» cuando Bellonda tenía algo despectivo que decir)—. ¿Por qué creía que necesitaba hablar en secreto con Sheeana? —Una dura mirada a Sheeana.
Odrade vio una sospecha compartida.
No acepta la explicación. ¿Rechaza la inclinación emocional de Duncan?
Sheeana habló rápidamente:
—¡La Madre Superiora explicó eso!
—Emociones —se burló Bellonda.
Odrade alzó la voz, y se sintió sorprendida por su reacción.
—¡Suprimir las emociones es una debilidad! Las hirsutas cejas de Tamalane se alzaron.
Sheeana intervino:
—Si no nos inclinamos, podemos quebrarnos.
Antes de que Bellonda pudiera responder, Odrade dijo:
—El hielo puede ser picado o fundido. Las doncellas de hielo son vulnerables a una sola forma de ataque.
—Tengo hambre —dijo Sheeana.
¿Una oferta de paz?
No era un papel que esperar del Ratón.
Tamalane se puso en pie.
—Bullabesa. Tenemos que comer nuestro pescado antes de que nuestro mar desaparezca. No hay suficientes reservas de entropía nula.
En el más blando de los simulflujos, Odrade notó la partida de sus compañeras hacia la cola del autoservicio. Las palabras acusadoras de Tamalane le recordaron ese segundo día con Sheeana tras la decisión de eliminar rápidamente el Gran Mar. De pie ante la ventana de Sheeana a primera hora de la mañana, Odrade había observado un pájaro marino moviéndose contra un fondo de desierto. Volaba hacia el norte, una criatura completamente fuera de lugar en aquel entorno, pero hermosa en una forma profundamente nostálgica a causa de ello.
Las blancas alas resplandecían a la primera luz solar. Un toque de negro debajo y frente a sus ojos. Bruscamente planeó, las alas inmóviles. Luego, alzándose en una corriente de aire, agitó sus alas como un halcón y desapareció de la vista tras los más lejanos edificios. Al reaparecer llevaba algo en su pico, un bocado que tragó en pleno vuelo.
Un pájaro marino solo, y adaptándose.
Nos adaptamos. Por supuesto que nos adaptamos.
No era un pensamiento tranquilo. Nada que indujera una respuesta. Más bien algo impresionante. Odrade se había sentido arrojada de un curso peligrosamente derivante. No sólo su bienamada Casa Capitular, sino todo su universo humano estaba desprendiéndose de sus viejas configuraciones y tomando nuevas formas. Quizá fuera correcto en este nuevo universo que Sheeana continuara ocultando cosas de la Madre Superiora.
Y ella está ocultando algo.
Una vez más, los ácidos tonos de Bellonda devolvieron a Odrade a una consciencia total de su entorno.
—Si no te sirves tú misma, supongo que vamos a tener que ocuparnos de ti. —Bellonda colocó un bol de aromático caldo de pescado frente a Odrade, y un gran trozo de pan de ajo a su lado.
Cuando todas hubieron probado la bullabesa, Bellonda dejó su cuchara sobre la mesa con un seco ruido y miró duramente a Odrade.
—Supongo que no vas a sugerirnos que nos «amemos los unos a los otros» o alguna otra tontería debilitadora parecida.
—Gracias por traerme mi comida —dijo Odrade.
Sheeana tragó un bocado, y una amplia sonrisa llenó su rostro.
—Es deliciosa.
Bellonda volvió a su comida.
—Está bien. —Pero había oído el comentario no formulado.
Tamalane comió sin hacer ninguna pausa, manteniendo su atención fija alternativamente en Sheeana y en Bellonda, y luego en Odrade. Tam parecía estar de acuerdo con una propuesta suavización de las severidades emocionales. Al menos, no voceaba sus objeciones, y las Hermanas más viejas eran las más propensas a objetar.
El amor que la Bene Gesserit intentaba negar estaba por todas partes, pensó Odrade. En cosas tanto pequeñas como grandes. Cuántas formas había de preparar deliciosas y nutritivas comidas, recetas que eran realmente la encarnación de viejos y nuevos amores. Esta bullabesa tan delicadamente nutritiva y con un tal paladar; sus orígenes estaban profundamente implantados en el amor: la esposa en el hogar utilizando una parte de la pesca del día que su esposo no había podido vender.
Odrade vio aquella imagen en sus Otras Memorias más inmediatas. Un cansado pescador trayendo a casa lo que le había sobrado. Si no se cocinaba, se echaría a perder. La esposa utilizando su educado paladar para preparar un plato tentador para el agotado hombre. Tan obvio su cansancio, los codos sobre la mesa, la cabeza inclinada cerca de su tazón. Hombre y mujer sintiéndose renovados. Frustraciones, rabias, decepciones de la vida, siendo dejados a un lado por otro intervalo.
Qué importantes esos fragmentos de tiempo. Intervalos entre comidas, entre aliento y aliento, entre dos latidos del corazón… Luego banquetes, profundas inspiraciones, lo mejor de la vida en sí misma. La propia esencia de la Bene Gesserit estaba oculta en amores. ¿Para qué otra cosa administrar esas no formuladas necesidades que la humanidad siempre arrastraba consigo? ¿Para qué otra cosa trabajar para el perfeccionamiento de la humanidad?
Una vez vacío el bol, Bellonda depositó su cuchara a un lado y rebañó lo que quedaba con el pan. Masticó y tragó, con aspecto pensativo.
—El amor nos debilita —dijo. No había fuerza en su voz.
Una acólita no lo hubiera dicho de otro modo. Extraído directamente de la Coda. Odrade disimuló su regocijo y contraatacó con otro escalón de la Coda.
—Cuidado con la jerga. Normalmente oculta la ignorancia, y trae consigo muy poco conocimiento.
Una respetuosa cautela llenó los ojos de Bellonda. Sheeana se apartó de la mesa y se secó la boca con su servilleta. Tamalane hizo lo mismo. Su silla-perro se ajustó cuando se echó hacia atrás, con ojos brillantemente divertidos.
¡Tam lo sabe! La taimada vieja bruja es aún muy lista, a mi propia manera. Pero Sheeana… ¿a qué juego está jugando Sheeana? Casi diría que está esperando distraerme, apartar mi atención de ella. Es muy buena en eso, lo aprendió en mis rodillas. Bien… para jugar a ese juego se necesitan dos. Presionaré a Bellonda, pero mantendré vigilada a mi pequeña expósita de Dune.
—¿Qué precio tiene la respetabilidad, Bell? —preguntó Odrade.
Bellonda aceptó su aguijonazo en silencio. Oculta en la jerga de la Bene Gesserit había una definición de respetabilidad, y todas ellas la conocían.
—¿Debemos honrar la memoria de Dama Jessica por su humanidad? —preguntó Odrade.
¡Sheeana está sorprendida!
—¡Jessica puso en peligro a la Hermandad! —
Bellonda acusa.
—Eso es cierto para la mayoría de nuestras Hermanas —murmuró Tamalane.
—Nuestra antigua definición de respetabilidad ayuda a mantenernos humanas —dijo Odrade.
Óyeme bien, Sheeana.
Con su voz apenas algo más que un susurro, Sheeana dijo:
—Si perdemos eso lo perdemos todo.
Odrade reprimió un suspiro.
¡De modo que es eso!
Los ojos de Sheeana se cruzaron con los suyos.
—Estáis dándonos instrucciones, por supuesto.
—Pensamientos crepusculares —murmuró Bellonda—. Mejor que los evitemos.
—Taraza nos llamaba «La Bene Gesserit de nuestros días» —dijo Sheeana.
El talante de Odrade se volvió autoacusador.
El veneno de nuestra actual existencia. Las siniestras imaginaciones pueden destruirnos.
Qué fácil resultaba conjurar un futuro que las contemplara desde el resplandor de los ojos naranja de las asesinas Honoradas Matres. Temores surgidos de muchos pasados se agazapaban dentro de Odrade, momentos sin aliento enfocados en terribles colmillos que corrían parejos con aquellos ojos.
Mirando de reojo a Odrade, Bellonda dijo:
—Idaho ha sido domesticado. Domesticación… ¿una forma de amor?
Tamalane agitó la cabeza a uno y otro lado.
Una vieja vaca que ha dado nacimiento a un toro soberbio termina finalmente preguntándose sus motivos.
Sheeana miró a Odrade de la misma forma que un pájaro atrapado miraría a una serpiente.
¡Sabes que debo forzarlo, Sheeana!
—¿Domesticar a las Honoradas Matres? —insistió Bellonda.
Bell no reconoce lo que está ocurriendo aquí. Qué extraño para un Mentat. ¿No ve que nuestro futuro puede contener cosas que ni siquiera imaginamos? Locura más allá de todo lo que nuestros miedos puedan crear. ¿Domesticación? ¿Todo ordenado al servicio de la Bene Gesserit? ¿Animales del campo siéndonos entregados por los dioses creados personalmente por nosotros? ¿Calculadas hileras de cereales y altos arbustos cargados de frutos? ¿Todas las cosas que crecen adiestradas a trabajar para nuestro exclusivo beneficio?
—Bell nos haría caer en la locura de las Honoradas Matres —dijo Tamalane.
La advertencia del Bashar.
Odrade alzó una mano para detener cualquier comentario, pero mantuvo su atención fija en Sheeana.
—¿Quién me acompañará a Conexión?
Todas conocían la terrible experiencia de Dortujla, y la noticia se había difundido por toda la Casa Capitular.
—Cualquiera que vaya con la Madre Superiora puede terminar siendo arrojada como alimento a los Futars.
—Tam —dijo Odrade—: tú y Dortujla. —
Y puede que eso sea una sentencia de muerte. El siguiente paso es obvio
—. Sheeana —dijo Odrade—, tú Compartirás con Tam. Dortujla y yo Compartiremos con Bell. Y yo Compartiré también
contigo
antes de marcharme.
Bellonda se mostró horrorizada.
—¡Madre Superiora! No estoy preparada para tomar tu lugar.
Odrade enfocó su atención en Sheeana.
—Eso no ha sido sugerido. Simplemente voy a hacerte depositaria de mis vidas. —Había un claro miedo en el rostro de Sheeana, pero se atrevió a no rechazar una orden directa. Odrade hizo un gesto a Tamalane—. Yo Compartiré más tarde. Tú y Sheeana lo haréis ahora.
Tamalane se inclinó hacia Sheeana. Los achaques de la edad y de la muerte inminente convirtieron aquello en algo bienvenido para ella, pero Sheeana se echó involuntariamente atrás.
—¡Ahora! —dijo Odrade.
Dejemos que Tam juzgue qué es lo que ocultas.
No había escapatoria. Sheeana inclinó su cabeza hacia Tamalane hasta que se tocaron. El llamear del intercambio fue casi eléctrico, y todo el comedor lo notó. Las conversaciones se interrumpieron, todas las miradas se volvieron hacia la mesa junto a la ventana.
Había lágrimas en los ojos de Sheeana cuando se apartó. Tamalane sonrió e hizo un suave gesto acariciante con ambas manos a lo largo de las mejillas de Sheeana.
—Todo va bien, querida. Todas pasamos por estos miedos, y a veces hacemos cosas estúpidas a causa de ellos. Pero estoy complacida de llamarte Hermana.
¡Dínoslo, Tam! ¡Ahora!
Tamalane no lo hizo. Se enfrentó a Odrade y dijo:
—Debemos aferrarnos a nuestra humanidad a toda costa. Tu lección es bien recibida, y has enseñado a Sheeana bien.
—Cuando Sheeana Comparta contigo, Dar —empezó Bellonda—, ¿no puedes reducir la influencia que tiene sobre Idaho?
—No debilitaré a una posible Madre Superiora —dijo Odrade—. Gracias, Tam. Creo que iniciaremos nuestra aventura a Conexión sin un exceso de equipaje. ¡Bien! Esta noche quiero un informe de los progresos de Teg. Su sanguijuela ha estado demasiado tiempo alejada de él.
—¿Sabrá que ahora tiene dos sanguijuelas? —preguntó Sheeana.
¡Con una tal alegría!
Odrade se puso en pie.
Si Tam la acepta, entonces yo también debo hacerlo. Tam nunca traicionaría a nuestra Hermandad. Y Sheeana… de todas nosotras, Sheeana es la que más revela los rasgos naturales de nuestras raíces humanas. Sin embargo… me gustaría que nunca hubiera creado esa estatua a la que llama «El Vacío».
La religión debe ser aceptada como una fuente de energía. Puede ser dirigida para nuestros propósitos, pero solamente dentro de unos límites que revela la experiencia. Este es el significado secreto del Libre Albedrío.
Missionaria Protectiva. Enseñanza Primaria
Un denso manto de nubes había avanzado aquella mañana sobre Central, y el cuarto de trabajo de Odrade estaba sumido en un silencio gris al cual ella se sentía responder con una rigidez interior, como si no se atreviera a moverse debido a que eso agitaría fuerzas peligrosas.
El día de la Agonía de Murbella,
pensó.
No debo pensar en presagios.
Control del Clima había lanzado una advertencia perentoria acerca de las nubes. Se trataba de un
desplazamiento accidental
. Habían sido tomadas medidas correctivas, pero eso requería tiempo. Mientras tanto, eran de esperar fuertes vientos, y podían producirse precipitaciones.
Sheeana y Tamalane permanecían de pie junto a la ventana, contemplando su pobremente controlado clima. Sus hombros se tocaban.
Odrade las observó desde su silla detrás de la mesa. Las dos se habían convertido como en una sola persona desde que ayer habían Compartido, lo cual no era algo inesperado. Se sabía de precedentes, aunque no de muchos. Los intercambios, producidos a menudo en presencia de la venenosa esencia de especia, o en el momento de la muerte, no permitían la mayor parte de las veces posteriores contactos en vida entre las participantes. Era interesante observar. Las dos espaldas eran extrañamente parecidas en su rigidez.
Las fuerzas del extremis que hacían posible el Compartir dictaban poderosos cambios en la personalidad, y Odrade lo sabía con una intimidad que la impulsaba a la tolerancia. Fuera lo que fuese lo que Sheeana ocultaba, Tam lo ocultaba también.
Algo ligado con la humanidad básica de Sheeana.
Y podía confiarse en Tam. Hasta que otra Hermana Compartiera con alguna de ellas, el juicio de Tam tenía que ser aceptado. No se trataba de que los perros guardianes dejaran de sondear y observar minuciosamente, sino de que no necesitaban nuevas crisis precisamente ahora.