Casa capitular Dune (57 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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Bellonda permanecía sentada inclinada hacia adelante en su silla-perro delante de Odrade, casi hosca tras una repulsa de Tamalane. Bell se consideraba a menudo la responsable de los perros guardianes.
¿Acaso no están canalizados los com-ojos a través de Archivos?
Bell captaba la presencia de un secreto. Lo roería del mismo modo que un castor roe un árbol hasta que el secreto cayera derribado.

—Nuestra historia nos dice que los secretos pueden ser peligrosos. —Desplegando una clara irritación.

Tamalane había agitado una mano de largas uñas como si estuviera ahuyentando insectos de su rostro.

—¡Sé más cuidadosa con tus irritaciones, Bell!

Sheeana, por una vez, no se había mantenido al margen.

—¡Las irritaciones debilitan!

Sentada allí con aquella irritada expresión, Bellonda estaba preparando a todas luces un nuevo ataque. Nunca aceptaba fácilmente la frustración, pero Odrade sabía que ésta tenía que ser desviada. Estrechar el enfoque, como lo llamaban, era un pecado capital entre las hermanas. El primo primero de la ignorancia. Aquellos que aspiraban a hacer historia no se atrevían a observar el universo a través de unas lentes restrictivas.

—Este es el día de Murbella —dijo Odrade—. No deberías permitir que otras cosas nublen nuestros poderes de observación.

—Las posibilidades de que no sobreviva a la Agonía son grandes —dijo Bellonda, inclinada hacia adelante en su silla-perro—. ¿Qué le ocurrirá entonces a nuestro precioso plan?

¡Nuestro plan!

—Extremis —dijo Odrade.

En aquel contexto, era una palabra con varios significados. Bellonda la interpretó como una posibilidad de adquirir la persona/memorias de Murbella en el momento de su muerte.

—¡Entonces no debemos permitir a Idaho que observe!

—Mi orden sigue en pie —dijo Odrade—. Es la voluntad de Murbella, y he dado mi palabra.

—Es un error… un error… —murmuró Bellonda.

Odrade sabía la fuente de las dudas de Bellonda. Visible para todas ellas: en algún lugar en Murbella había algo extremadamente doloroso. Hacía que se apartara de algunas cuestiones como un animal enfrentado a un predador. Fuera lo que fuese, era algo muy profundo. La inducción por hipnotrance no lo explicaba.

—¡De acuerdo! —Odrade habló en voz muy alta para hacer notar que se dirigía a todas sus oyentes—. No es la forma en que lo hemos hecho siempre antes. Pero no podemos sacar a Duncan de la nave si queremos conseguirlo. Tiene que estar presente.

Bellonda se sentía aún absolutamente impresionada. Ningún hombre,
excepto el maldito Kwisatz Haderach en persona y su hijo el Tirano
, había conocido nunca los particulares de aquel secreto Bene Gesserit. Aquellos
dos monstruos
habían experimentado la Agonía. ¡Dos desastres! No importaba el que la Agonía del Tirano se hubiera abierto camino dentro de él célula a célula hasta transformarlo en un simbionte de gusano de arena (no ya el gusano original, no ya el hombre original). ¡Y Muad’Dib! Se había atrevido a enfrentarse a la Agonía, ¡y mirad en lo que se había convertido!

Sheeana se volvió de la ventana y dio un paso hacia la mesa, proporcionándole a Odrade la curiosa sensación de que las dos mujeres de pie allí se habían convertido en una figura de Jano: espalda contra espalda, pero solamente una persona.

—Bell está
confundida
por vuestra promesa —dijo Sheeana. Qué suave era su voz.

—Él puede ser el catalizador que impulse a Murbella a través de la prueba —dijo Odrade—. Tendéis a subestimar el poder del amor.

—¡No! —dijo Tamalane, como si se dirigiera a la ventana frente a ella—. Tememos su poder.

—¡Es posible! —Bell seguía burlona, pero eso era natural en ella. La expresión de su rostro decía que seguía implacablemente testaruda.

—Arrogancia —murmuró Sheeana.

—¿Qué? —Bellonda se dio la vuelta en su silla-perro, haciendo que esta chillara con indignación.

—Compartimos un fallo común con Scytale —dijo Sheeana.

—¿Oh? —Bellonda estaba sintiendo retortijones respecto al secreto de Sheeana.

—Creemos que hacemos la historia —dijo Sheeana. Volvió a su posición al lado de Tamalane, ambas mirando por la ventana.

Bellonda volvió su atención a Odrade.

—¿Entiendes eso?

Odrade la ignoró. Dejemos que el Mentat trabaje en ella. El proyector en la mesa de trabajo cliqueteó, y apareció un mensaje. Odrade informó:

—Aún no están preparados en la nave. —Miró a aquellas dos rígidas espaldas frente a la ventana.

¿Historia?

En la Casa Capitular había poco de lo que a Odrade le gustara pensar como elaboración de la historia antes de las Honoradas Matres. Tan sólo la firme graduación de las Reverendas Madres pasando por la Agonía.

Como un río.

Fluía, e iba a algún lugar. Podías permanecer en su orilla (como Odrade pensaba a veces que hacían allí), y podías observarlo fluir. Un mapa podía decirte dónde iba el río, pero ningún mapa podía revelarte detalles más esenciales. Un mapa nunca te mostraría los movimientos particulares de las cargas que descendían por el río. ¿Adónde iban? Los mapas poseían un valor limitado en aquella época. Un informe impreso o una proyección de Archivos; no era ése el mapa que necesitaban. Tenía que haber alguno mejor en algún lugar, uno unido a todas esas vidas. Podías llevar ese mapa en tu memoria y sacarlo ocasionalmente para echarle una mirada de cerca.

¿Qué le ocurrió a la Reverenda Madre Perinte, a la que enviamos el año pasado?

El
mapa-en-la-mente
podía ocupar un primer plano y crear un «Escenario Perinte». Te representaba realmente a ti en el río, por supuesto, pero esto significaba muy poca diferencia. Seguía siendo el mapa que necesitaban.

No nos gusta vernos atrapadas en la corriente de algún otro, no saber lo que va a sernos revelado en el siguiente recodo del río. Siempre preferimos sobrevolarlo incluso aunque cualquier posición de mando deba permanecer atada a otras corrientes. Cada fluir contiene cosas impredecibles.

Odrade alzó la vista para descubrir a sus compañeras observándola. Tamalane y Sheeana habían vuelto sus espaldas a la ventana.

—Las Honoradas Matres han olvidado que aferrarse a cualquier forma de conservadurismo puede ser peligroso —dijo Odrade—. ¿Lo hemos olvidado nosotras también?

Siguieron mirándola, pero habían oído. Conviértete en demasiado conservadora, y te hallarás poco preparada para las sorpresas. Eso era lo que Muad’Dib les había enseñado, y su hijo el Tirano había convertido la lección en algo eternamente inolvidable.

La sombría expresión de Bellonda no cambió.

En las profundidades de la consciencia de Odrade, Taraza susurró:

—Cuidado, Dar. Yo fui afortunada. Rápida en asir las ventajas. Del mismo modo que tú. Pero no puedes depender de la suerte, eso es lo que les preocupa. No esperes nunca la suerte. Es mucho mejor que confíes en tus imágenes de agua. Deja que Bell diga lo que tiene que decir.

—Bell —dijo Odrade—, creí que habías aceptado a Duncan.

—Dentro de unos ciertos límites. —Decididamente acusadora.

—Creo que deberíamos ir a la nave —dijo Sheeana con un énfasis exigente—. Este no es lugar para esperar. ¿Tenemos miedo de aquello en lo que pueda convertirse?

Tam y Sheeana se volvieron simultáneamente hacia la puerta, como si el mismo marionetista controlara sus hilos.

Odrade consideró bienvenida la interrupción. La cuestión de Sheeana las alarmó.
¿En qué podía convertirse Murbella? En una catalizadora, Hermanas mías. En una catalizadora.

El viento las sacudió cuando emergieron de Central, y por una vez Odrade dio las gracias al transporte por tubo. El caminar podía aguardar a temperaturas más suaves, sin aquella agitada minitormenta sacudiendo sus ropas.

Cuando se hallaron sentadas en un vehículo privado, Bellonda sacó a relucir una vez más su estribillo acusador.

—Todo lo que él haga puede ser simple camuflaje.

Una vez más, Odrade expresó en voz alta la a menudo repetida advertencia Bene Gesserit de limitar su confianza en los Mentats:

—La lógica es ciega y a menudo sólo conoce su propio pasado.

Tamalane terció con un inesperado apoyo.

—¡Te estás volviendo paranoica, Bell!

Sheeana habló más suavemente.

—Te he oído decir, Bell, que la lógica es buena para jugar al ajedrez pirámide, pero a menudo demasiado lenta para necesidades de supervivencia.

Bellonda permaneció sentada en un ceñudo silencio, con tan sólo el débil silbido de su paso por el tubo rompiendo la quietud.

Las heridas no deben entrar en la nave.

Odrade igualó su tono al de Sheeana:

—Bell, querida Bell. No tenemos tiempo para considerar todas las ramificaciones de nuestro empeño. Ya no podemos seguir diciendo: «Si ocurre esto, entonces seguramente deberemos seguir eso otro, y en tal caso, nuestros movimientos deberán ser éste y éste y éste otro…

Bellonda dejó escapar una risita a pesar suyo.

—Oh, sí. La mente ordinaria es algo tan desordenado. Yo no debo exigir lo que todas nosotras necesitamos y no podemos conseguir… tiempo suficiente para cualquier plan.

Era la Bellonda-Mentat la que hablaba, diciéndoles que sabía que su mente ordinaria tenía la imperfección del orgullo. Que era un lugar sucio y mal organizado.
Imaginad lo que la no-Mentat ha puesto en ella, imponiendo tan poco orden.
Se inclinó en el pasillo y palmeó el hombro de Odrade.

—Todo está bien, Dar. Me comportaré como corresponde.

¿Qué pensaría alguien contemplando aquel intercambio de palabras desde fuera?, se preguntó Odrade. Las cuatro actuando en concordancia de acuerdo con las necesidades de una Hermana.

Y también con las necesidades de Murbella.

La gente veía tan sólo el exterior de la máscara de Reverendas Madres que llevaban.

Cuando es necesario (lo cual es la mayor parte de las veces en estos tiempos), funcionamos a sorprendentes niveles de competencia. No hay orgullo en ello; es un simple hecho. Pero dejadnos relajarnos, y oiremos farfullar como hace la mayor parte de la gente ordinaria. Sólo que el nuestro tiene más volumen. Vivimos nuestras vidas en pequeños cúmulos como cualquier otro. Compartimientos en la mente, compartimientos en el cuerpo.

Bellonda se había compuesto, las manos cruzadas sobre su regazo. Sabía lo que planeaba Odrade y lo guardaba para sí misma. Era una confianza que iba más allá de la Proyección Mentat, hasta algo más básicamente humano. La proyección era una herramienta maravillosamente adaptable, pero una herramienta pese a todo. Últimamente, todas las herramientas dependían de aquellos que las utilizaban.

Odrade no sabía cómo mostrar su agradecimiento sin reducir la confianza.

Debo caminar en silencio por mi cuerda floja.

Sentía el abismo bajo ella, la imagen-pesadilla conjurada por aquellos reflejos. El cazador invisible con su hacha estaba más cerca. Odrade deseaba volverse e identificar al acechante, pero se resistía.
¡No cometeré el error de Muad’Dib!
La advertencia presciente que había sentido por primera vez en Dune en las ruinas del Sietch Tabr no sería exorcizada hasta el fin de ella o el fin de la Hermandad.
¿Creé esta terrible amenaza con mis temores? ¡Seguro que no!
Sin embargo, tenía la sensación de haber mirado al Tiempo en aquella antigua fortaleza Fremen como si todo el pasado y todo el futuro estuvieran congelados en un cuadro que no pudiera ser cambiado. ¡
Debo librarme completamente de ti, Muad’Dib!

Su llegada al Campo de Aterrizaje la extrajo de aquellos terribles pensamientos.

Murbella aguardaba en la sala que habían preparado las Censoras. En el centro había un pequeño anfiteatro de unos siete metros en su pared del fondo. Una serie de bancos acolchados formaban empinadas hileras en cerrados arcos, con una capacidad de no más de veinte observadores en cada uno. Las Censoras las dejaron sin ninguna explicación en el más inferior de los bancos, mirando a una mesa flotando sobre suspensores. Unas correas colgaban de los lados para confinar lo que hubiera en ella.

Yo.

Un sorprendente lugar, pensó. Nunca antes se le había permitido penetrar en aquella parte de la nave. Se sentía expuesta aquí, más aún de lo que se había sentido al aire libre. Las pequeñas habitaciones a través de las cuales la habían conducido hasta aquel anfiteatro estaban claramente diseñadas para emergencias médicas: equipo de resurrección, olores sanitarios, antisépticos.

Su traslado a aquella sala había sido perentorio, ninguna de sus preguntas había sido respondida. Las Censoras la habían ido a buscar a una clase de ejercicios prana-bindu para acólitas avanzadas. Simplemente le habían dicho:

—Ordenes de la Madre Superiora.

La cualidad de sus Censoras guardianas le había dicho mucho.
Amables pero firmes.
Estaban allí para impedir su huida y para asegurarse de que era llevada allá donde había sido ordenado.
¡No voy a intentar escapar!

¿Dónde estaba Duncan?

Odrade había prometido que él estaría con ella en la Agonía. ¿Significaba su ausencia que aquella no iba a ser su prueba definitiva? ¿O lo habían ocultado tras alguna pared secreta desde la cual podía ver sin ser visto?

¡Lo quiero a mi lado!

¿Acaso no sabían ellas cómo controlarla? ¡Por supuesto que lo sabían!

Amenazan con privarme de este hombre. Eso es todo lo que necesitan para dominarme y satisfacerme. ¡Satisfacerme! Qué palabra inútil. Completarme. Eso es mejor. Me siento disminuida cuando estamos separados. Y él también lo sabe, maldito sea.

Murbella sonrió.
¿Cómo lo sabe? Porque él se siente completado de la misma forma.

¿Cómo podía ser esto amor? No se sentía debilitada por las tensiones del deseo. Tanto las Bene Gesserit como las Honoradas Matres decían que el amor debilitaba. Ella se sentía fortalecida por Duncan. Incluso sus pequeñas atenciones eran fortalecedoras. Cuando le traía una humeante taza de té estim por la mañana, sabía mejor por el hecho de serle traído por sus manos.
Quizá tenemos algo más que amor.

Odrade y sus compañeras penetraron en el anfiteatro por su tercio superior, y se detuvieron unos instantes contemplando la figura sentada bajo ellas. Murbella llevaba la larga túnica orlada de blanco de las acólitas de último grado. Permanecía sentada con los codos sobre las rodillas, la barbilla apoyada en un puño, su atención concentrada en la mesa.

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