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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (60 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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Bruscamente, la resplandeciente red de su visión reemplazó el despliegue de armas, y vio a la pareja de viejos en su jardín. Le miraban fijamente. La voz del hombre se hizo audible:

—¡Deja de espiarnos!

Idaho aferró los brazos de su sillón y se inclinó hacia adelante, pero la visión desapareció antes de que pudiera estudiar los detalles.

¿Espiando?

Sintió un residuo de aquel despliegue en su mente, ya no visible sino tan sólo una voz meditabunda… masculina.

—Las defensas tienen que adquirir a menudo características de las armas de ataque. A veces, sin embargo, sistemas más simples pueden desviar las armas más devastadoras.

¡Sistemas más simples!
Se echó a reír en voz alta.

—¡Miles! ¿Dónde infiernos estás, Teg? ¡Tengo tus naves de ataque camufladas! ¡Señuelos enormes! Vacíos excepto un generador Holzmann en miniatura y un disparador láser. —Añadió esto a sus transmisiones a los Archivos.

Cuando hubo terminado, se preguntó una vez más a sí mismo sobre las visiones.
¿Influenciando mis sueños? ¿Qué es lo que he pulsado?

En cada minuto libre desde que se había convertido en el Maestro de Armas de Teg, había estado revisando las grabaciones de Archivos. ¡Tenía que haber alguna clave en toda aquella enorme acumulación!

Las resonancias y la teoría de los taquiones atrajo su atención por un tiempo. La teoría de los taquiones figuraba en el diseño original de Holzmann. «Tequis», había llamado Holzmann a aquella fuente de energía.

Un
sistema de ondas
que ignoraba los límites de la velocidad de la luz. Obviamente la velocidad de la luz no limitaba a las naves que utilizaban el Pliegue espacial. ¿Tequis?

Funciona porque funciona —murmuró Idaho—. Fe como cualquier otra religión.

Los Mentats hacían rodar en sus mentes tantos datos en apariencia inconsecuentes. Tenía un almacén etiquetado «Tequis», y procedió a desenrollarlo sin demasiada satisfacción.

Ni siquiera los Navegantes de la Cofradía profesaban su conocimiento de cómo guiaban sus naves por el Pliegue espacial. Los científicos ixianos construían máquinas para duplicar las habilidades de los Navegantes pero seguían sin poder definir lo que hacían.

—Puede confiarse en las fórmulas de Holzmann.

Nadie afirmaba comprender a Holzmann. Simplemente utilizaban sus fórmulas porque funcionaban. Era el «éter» del viaje espacial. Tú
doblabas
el espacio. En un instante determinado estabas aquí, y al instante siguiente estabas a incontables parsecs de distancia.

¡Alguien «ahí afuera» ha encontrado otra forma de utilizar las teorías de Holzmann!
Era una completa Proyección Mentat. Sabía que era exacta por las nuevas cuestiones que producía.

Las divagaciones de las Otras Memorias de Murbella seguían atormentándole pese a reconocer en ellas las enseñanzas básicas de la Bene Gesserit.

El poder atrae a lo corruptible. El poder absoluto atrae a lo absolutamente corruptible. Este es el peligro de la burocracia atrincherada con respecto a su población sometida. Incluso los sistemas que ofrecen recompensas políticas son preferibles debido a que los niveles de tolerancia son más bajos y los corruptos pueden ser echados periódicamente. La burocracia atrincherada raramente puede resultar afectada por la violencia. ¡Cuidado cuando el Servicio Civil y el Militar unen sus manos!

El logro de las Honoradas Matres.

El poder por el poder… una aristocracia erigida a partir de una base desequilibrada.

¿Quiénes eran esa gente a la que veía? Lo suficientemente fuertes como para arrojar a las Honoradas Matres. Lo sabía por un dato de sus Proyecciones.

Idaho halló aquella realización profundamente dislocante. Las Honoradas Matres, unas fugitivas. Bárbaras pero ignorantes en la forma en que lo habían sido todos los incursores de ese tipo desde los lejanos vándalos. Movidas por una impulsiva codicia tanto como por cualquier otra fuerza.
¡Tomad el oro romano!
Filtraban todas las distracciones fuera de su consciencia. Era una sorprendente ignorancia que vacilaba únicamente cuando la cultura más sofisticada se insinuaba en…

Bruscamente, vio lo que estaba haciendo Odrade.

¡Dioses de las profundidades! ¡Qué plan más frágil!

Apretó las palmas de sus manos contra sus ojos y se obligó a no gritar de angustia.
Dejemos que piensen que estoy cansado.
Pero ver el plan de Odrade le dijo también que iba a perder a Murbella… de una u otra forma.

Capítulo XXXVII

¿Cuándo puede confiarse en las brujas? ¡Nunca! El lado oscuro del universo mágico pertenece a la Bene Gesserit, y debemos rechazarlo.

Tylwyth Waff, Maestro de Maestros

La gran Sala Común de Central con sus hileras de asientos y su plataforma elevada en un extremo estaba repleta de hermanas Bene Gesserit, muchas más de las que nunca antes se habían reunido allí. La Casa Capitular había quedado casi paralizada aquella tarde debido a que pocas deseaban enviar representantes y las decisiones importantes no podían ser delegadas a los cuadros de servicio. Las Reverendas Madres con sus negros atuendos dominaban la reunión en sus grupos reunidos cerca del estrado, pero la sala hormigueaba con acólitas con sus túnicas orladas de blanco, y allí estaban incluso las más recién enroladas. Grupos de túnicas blancas señalando a las acólitas más jóvenes salpicaban la escena en apretados grupos pequeños, arracimándose para darse mutuo apoyo. Todas las demás habían sido excluidas por las Censoras Convocantes.

El aire era denso con las respiraciones cargadas de melange, y poseía esa húmeda y excesivamente usada cualidad que se produce cuando la máquina de acondicionamiento está sobrecargada. Los olores de la reciente comida, con un intenso aroma a ajo, flotaban en aquella atmósfera como un intruso no invitado. Esto y las historias que empezaban a difundirse por la sala aumentaban las tensiones.

La mayor parte mantenían su atención centrada en la plataforma elevada y la puerta lateral por donde debía entrar la Madre Superiora. Incluso mientras hablaban con sus compañeras o iban de un lado para otro, mantenían sus ojos fijos en aquel lugar por donde sabían que pronto iba a entrar alguien para crear profundos cambios en sus vidas. La Madre Superiora no las reuniría a todas en la gran Sala Común con la promesa de importantes anuncios a menos que tuviera entre manos algo capaz de sacudir los cimientos de la Bene Gesserit.

La sala había utilizado como prototipo los antiguos estadios deportivos, y los asientos reservados por el largo uso separaban hasta un cierto grado a las hermanas. Cuanto más cerca del estrado, más importantes. Las acólitas interpretaban esto como una demostración de la forma en que penetrabas en la Hermandad, avanzando hacia adelante a medida que progresabas en tus habilidades.

Las acólitas que aún estaban lejos de la Agonía sospechaban que estaban siendo maniobradas. Después de todo, la Bene Gesserit había elevado el control de las multitudes a un fino arte. Eran pequeñas emisoras de feromonas, por ejemplo. Tomad una masa de gente crispada e incierta. Reverendas Madres sin su hábito acostumbrado paseándose por entre ella y elevando sus voces exactamente hasta el nivel adecuado, diciendo exactamente las cosas necesarias.

«No es que me preocupe por ti, amigo, pero yo me largo de aquí. Este no es lugar para alguien que valore en algo su piel.» «Creo que lo importante está ocurriendo en esa calle. Hará algunos minutos vi actividad ahí.» «Todo ha quedado decidido. Lo oí de ya-sabes-quién ahí en la esquina.»

«Ya-sabes-quién» era una maravillosa etiqueta. Decía:

«Los dos sabemos el nombre y es demasiado importante como para pronunciarlo aquí entre toda esa gente.» Una sagaz inclinación de cabeza, un guiño disimulado. Mensajes corporales que encajaban con las cuidadosamente alzadas voces. Las Reverendas Madres eran conocidas por controlar a toda una multitud en unos escasos minutos y sin que ninguna persona se diera cuenta de que había sido maniobrada.

Las acólitas más jóvenes olisqueaban el aire en busca de feromonas e intentaban localizar extraños dispositivos y movimientos desacostumbrados entre las Reverendas Madres. Las Censoras estaban atareadas, empleando la sinceridad en su máximo exponente en su esfuerzo por reducir las tensiones.

La Madre Superiora nunca estaba sujeta a las escaramuzas de la masa que aguardaba en sus apariciones en las asambleas. Ningún codo se clavaba en sus costillas, ni sentía el pisotón de un pie vecino. Nunca se veía obligada a avanzar como avanzaban las otras en una especie de gusano compuesto por cuerpos apretujados en una no deseada proximidad.

Bellonda precedió a Odrade en la sala, subiendo a la plataforma con ese anadeo beligerante que la hacía fácilmente identificable incluso a distancia. Odrade la seguía a unos cinco pasos. Luego venían las principales consejeras y ayudantes, con Murbella y su negro atuendo (con un aspecto aún en cierto modo aturdido a causa de la Agonía, hacía tan sólo dos semanas) entre ellas. Dortujla cojeaba muy cerca detrás de Murbella, con Tam y Sheeana a su lado. Al final de aquella procesión avanzaba Streggi, llevando a Teg sobre sus hombros. Hubo excitados murmullos cuando apareció Teg. Los machos raras veces tomaban parte en las asambleas, pero todo el mundo en la Casa Capitular sabia que aquél era el ghola de su Bashar Mentat, viviendo ahora en un acantonamiento con todo lo que quedaba de las fuerzas militares de la Bene Gesserit.

Viendo de aquella forma las apretadas huestes de la Bene Gesserit, Odrade experimentó una sensación de vacío. Algún antepasado había dicho, pensó: «Cualquier maldito estúpido sabe que un caballo puede correr más rápido que otro.» A menudo, allí en las reuniones menores en aquella copia de un estadio deportivo, se había sentido tentada a citar aquel pequeño consejo, pero sabía que el ritual tenía también otras finalidades mejores. Las asambleas las mostraban las unas a las otras.

Aquí estamos todas juntas. Nuestra familia.

La Madre Superiora y sus ayudantes avanzaban como un peculiar manojo de energía entre la multitud hacia la plataforma, manteniendo su posición de eminencia al borde de la arena.

Así debió llegar el César. ¡Pulgares para abajo en todo el maldito asunto!
Dirigiéndose a Bellonda, dijo:

—Comencemos.

Después, sabía que se preguntaría por qué no había delegado en alguien para que efectuara su aparición ritual y pronunciara las grandilocuentes palabras. A Bellonda le encantaba esa preeminente posición y, por ese motivo, nunca debería conseguirla. Pero quizá hubiera alguna hermana de más bajo escalón que se sintiera azarada por la elevación y obedeciera simplemente por lealtad, simplemente por esa subyacente necesidad de hacer lo que la Madre Superiora ordenaba.

¡Dioses! Si es que hay alguno de vosotros por aquí, ¿por qué permitís que seamos tan pusilánimes?

Allí estaban, con Bellonda preparándolas para ella.
Los batallones de las Bene Gesserit.
No eran en realidad batallones, pero Odrade imaginaba a menudo a las hermanas alineadas, catalogándolas según sus funciones.
Esa es un líder de escuadrón. Esa es un capitán general. Esta es un humilde sargento y ahí hay un mensajero.

Las hermanas se sentirían ultrajadas si supieran de aquella peculiaridad suya. La mantenía bien oculta detrás de una actitud de «asignación ordinaria». Podías asignar rangos de teniente sin llamarlos tenientes. Taraza había hecho lo mismo.

Preguntada en una ocasión por Bellonda, Odrade había dicho:

—Somos profesionales de amplia experiencia y eso es algo curioso en sí mismo, Bell. Los especialistas tienden a gravitar hacia el lugar donde pueden ser empleados. Piensa en ello.

Odrade contempló hoscamente sus propios pensamientos. Aquél no era el tipo de análisis que prefería. Conducía a un callejón sin salida.
Sin salida a menos que elijamos una de dos opciones: aferrar las riendas y convertirnos en tiranos por derecho propio, o desvanecernos en una historia escrita por otros.

Bell estaba diciéndoles ahora que la Hermandad era probable que tuviera que hacer algún nuevo trato con su tleilaxu cautivo. Amargas palabras para Bell:

—Hemos pasado la dura prueba, tleilaxu y Bene Gesserit juntos, y hemos salido de ella cambiados. En un cierto sentido, nos hemos cambiado el uno al otro.

Sí, somos como rocas rozándose las unas contra las otras durante tanto tiempo que cada una de ellas toma en cierta medida la forma requerida por la otra. ¡Pero la roca original sigue existiendo ahí en su parte más profunda!

La audiencia empezaba a mostrarse inquieta. Sabían que todo aquello era preliminar, no importaba el oculto mensaje que se adivinaba dentro de aquellas alusiones a los tleilaxu. Preliminar y de una importancia relativa. Odrade avanzó hasta situarse al lado de Bellonda, indicándole que cortara sus palabras.

—Aquí está la Madre Superiora.

Cuánto les cuesta morir a los viejos esquemas. ¿Acaso cree Bell que no me reconocen?

Odrade habló con tonos compulsivos, algo muy parecido a la Voz.

—Han sido emprendidas acciones que requieren que yo me reúna en Conexión con la líder de las Honoradas Matres, una reunión de la cual es posible que no salga viva.
Probablemente
no sobreviviré. Esa reunión será en parte un movimiento de distracción. Vamos a castigarlas.

Odrade aguardó a que descendieran los murmullos, oyendo a la vez acuerdo y desacuerdo en los sonidos. Interesante. Aquellas que estaban de acuerdo eran las situadas más cerca del estrado y las más alejadas de entre las nuevas acólitas. ¿Desacuerdo de las acólitas más avanzadas? Si. Conocían la advertencia:
No nos atrevemos a alimentar este fuego.

Descendió su voz a un tono más bajo, dejando que sus palabras fueran transmitidas de boca a boca en las últimas filas.

—Antes de marcharme, Compartiré con más de una hermana. Estos momentos requieren mucha cautela.

—¿Cuál es vuestro plan? ¿Qué debemos hacer nosotras? —Las preguntas surgieron desde varios lados.

—Haremos una finta en Gammu. Eso debe conducir a los aliados de las Honoradas Matres a Conexión. Entonces tomaremos Conexión y, espero, capturaremos a la Reina Araña.

—¿El ataque se producirá mientras vos estáis en Conexión? —La pregunta procedía de Garimi, una Censora de sobrio rostro directamente debajo de Odrade.

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