Casa capitular Dune (28 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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—Las posturas necesarias te impiden adaptarte. Inevitablemente, crecen de forma inestable, inclinándose e inclinándose en un ángulo cada vez más acusado hasta que terminan derrumbándose. Es como los banqueros pensando que compran el futuro. «¡El poder en mi tiempo!» «¡Al diablo con mis descendientes!»

¡No digas eso! Mírala. Está reaccionando fuera de los esquemas de la locura normal. Dale otra pequeña muestra de tu perspicacia.

—Las Honoradas Matres se originaron como terroristas. Los burócratas primero, y el terror como vuestra arma elegida.

—Cuando la tienes en tus manos, utilízala. Pero nosotras somos rebeldes. ¿Terroristas? Eso es demasiado caótico.

Le gusta esa palabra, caos. Lo define todo desde fuera. Ni siquiera pregunta cómo conoces sus orígenes. Acepta nuestras misteriosas habilidades.

—¿No es extraño, Dama… —
Ninguna reacción; continúa…
— la forma en que todos los rebeldes caen demasiado pronto en los viejos esquemas si consiguen la victoria? No es tanto una trampa en el camino de todos los gobiernos como una ilusión que aguarda a cualquiera que consigue el poder.

—¡Ja! Y pensaba que ibas a decirme algo nuevo. Eso ya lo sabemos: «El poder corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente.»

—Falso, Dama. Algo más sutil pero mucho más penetrante: El poder atrae a lo corruptible.

—¿Te atreves a acusarme de ser corrupta?

¡Vigila sus ojos!

—¿Yo? ¿Acusarte? La única que puede hacer eso eres tú misma. Yo simplemente te ofrezco la opinión Bene Gesserit.

—¡Y no me dices nada! Sigues ocultando.

—Sin embargo creemos que existe una moralidad por encima de cualquier ley, que debe permanecer vigilando sobre todos los intentos de regulación sin cambio.

Has utilizado ambas palabras en una misma frase y ni siquiera se ha dado cuenta.

—El poder siempre actúa, bruja. Esa es la ley.

—Y los gobiernos que se perpetúan a sí mismos el tiempo suficiente bajo esa creencia siempre terminan ahogados por la corrupción.

—¡Moralidad!

No es un sarcasmo muy bueno, especialmente cuando se halla a la defensiva.

—Realmente he intentado ayudarte, Dama. Las leyes son peligrosas para todo el mundo… tanto inocentes como culpables. No importa si te crees poderosa o impotente. No poseen una comprensión humana en y de sí mismas.

—¡No existe la comprensión humana!

Nuestra pregunta ha sido contestada. No es humana. Háblale ahora a su lado inconsciente. Está completamente abierta.

—Las leyes siempre tienen que ser interpretadas. El sujeto a la ley no desea libertad para la compasión. No quiere disponer de espacio. ¡La ley es la ley!

—¡Lo es! —
Muy a la defensiva.

—Esa es una idea peligrosa, sobre todo para el inocente. La gente sabe esto por instinto y se resiente de tales leyes. Se hacen pequeñas cosas, a menudo de forma inconsciente, para incapacitar a «la ley» y a aquellos que tratan con aquella estupidez.

—¿Cómo te atreves a llamarla estupidez? —Medio alzándose de su sillón y volviendo a sentarse.

—Oh, sí. Y la ley, personificada por todos aquellos medios de vida que dependen de ella, se convierte en resentidas palabras enjuiciadoras como las mías.

—¡Con toda razón, bruja! —
Pero no te dice que te calles.

—«¡Más leyes!», dices. «¡Necesitamos más leyes!» Así que creas nuevos instrumentos de no compasión e, incidentalmente, nuevos nichos de empleo para aquellos que alimentan el sistema.

—Esa es la forma en que siempre ha sido y siempre será.

—Falso de nuevo. Es como un rondó. Gira y gira hasta que hiere a la persona equivocada en el grupo equivocado. Entonces obtienes la anarquía. El caos. —
¿La ves sobresaltarse?
—. Rebeldes, terroristas, crecientes estallidos de furiosa violencia. ¡Un yihad! Y todo ello debido a que creaste algo no humano.

La mano en su mejilla. ¡Observa eso!

—¿Cómo hemos ido a parar tan lejos de la política, bruja? ¿Era ésa tu intención?

—¡No nos hemos alejado ni una fracción de milímetro!

—Supongo que vas a decirme que vosotras las brujas practicáis una forma de democracia.

—Con una agudeza que no puedes llegar a imaginar.

—Pruébamelo. —
Piensa que voy a revelarle un secreto. Revélale uno.

—La democracia es susceptible de ser desencaminada a través de chivos expiatorios exhibidos ante el electorado. Toma los ricos, los codiciosos, los criminales, el líder estúpido, y así hasta la náusea.

—Tú crees lo mismo que nosotras. —
¡Yo! Con qué desesperación desea que seamos como ella.

—Has dicho que erais burócratas que os habíais rebelado. Conoces el fallo. Una burocracia demasiado cargada en su cúspide que el electorado no pueda tocar siempre se expande hasta los límites de energía del sistema. La roba de los viejos, de los retirados, de todo el mundo. Especialmente de aquellos que en una ocasión fueron llamados la clase media porque allí era donde se originaba la mayor parte de la energía.

—¿Piensas en nosotras como en… clase media?

—No pensamos en vosotras de ninguna manera en particular. Pero las Otras Memorias nos cuentan los fallos de la burocracia. Presumo que tenéis alguna forma de servicio civil para las «órdenes inferiores».

—Cuidamos de nosotras mismas. —
Eso es un detestable eco.

—Entonces sabéis lo que esto diluye el voto. Síntoma principal: la gente no vota. El instinto le dice que es inútil.

—¡La democracia es una idea estúpida, de todos modos!

—Estamos de acuerdo. Es propensa a la demagogia. Es una enfermedad a la cual es vulnerable el sistema electoral. Sin embargo, los demagogos son fáciles de identificar. Hacen un montón de gestos y hablan con ritmos de púlpito, utilizando palabras que resuenan a fervor religioso y a sinceridad temerosa de Dios.

¡Está riendo!

—La sinceridad sin nada detrás necesita tanta práctica, Dama. La práctica puede ser siempre detectada.

—¿Por las Decidoras de Verdad?

¿Veis como se inclina hacia adelante? La tenemos de nuevo.

—Por cualquiera que haya aprendido los signos: Repetición. Grandes intentos de mantener tu atención sobre las palabras. No tienes que prestar atención a las palabras. Observa lo que hace la persona. De esa forma aprenderás los motivos.

—Entonces no tenéis una democracia. —
Cuéntame más secretos de la Bene Gesserit.

—Y sin embargo la tenemos.

—Creí que habías dicho…

—La guardamos bien, vigilando las cosas que acabo de describir. Los peligros son grandes, pero también lo son las recompensas.

—¿Sabes lo que me has dicho? ¡Que sois un puñado de estúpidas!

—¡Dama encantadora! —dijo el Futar.

—¡Cállate o te envío de vuelta a la horda!

—Tú no amable, Dama.

—¿Ves lo que has hecho con él, bruja? ¡Me lo has arruinado!

—Supongo que siempre habrá otros.

Ohhhh. Observa esa sonrisa.

Lucilla copió exactamente la sonrisa, acompañando su respiración a la de la Gran Honorada Matre.
¿Ves lo parecidas que somos? Por supuesto, he intentado hacerte daño. ¿Tú no hubieras hecho lo mismo en mi lugar?

—Así que sabéis cómo conseguir que una democracia haga lo que vosotros queréis. —Una expresión de satisfacción maliciosa.

—La técnica es sutil, pero sencilla. Creas un sistema donde la mayor parte de la gente esté insatisfecha, vaga o profundamente.

Así es como ella lo ve. Observa cómo va asintiendo al ritmo de tus palabras.

Lucilla se acompasó al ritmo de los asentimientos de la cabeza de la Gran Honorada Matre.

—Esto crea un cada vez más amplio sentimiento de vindicativa rabia. Entonces proporcionas blancos para esta rabia a la medida de tus necesidades.

—Una táctica diversiva.

—Yo prefiero pensar en ella como en una distracción. No les des tiempo a preguntarse. Entierra tus errores en más leyes. Trafica con la ilusión. Tácticas de toreo.

—¡Oh, sí! ¡Eso es bueno! —
Casi está alegre. Dale mis capotazos.

—Agita la capa. Cargarán automáticamente, y se quedarán confusos cuando descubran que no hay ningún matador detrás de ella. Eso atonta al electorado del mismo modo que atonta al toro. Poca gente utilizará inteligentemente su voto la próxima vez.

—¡Y es por eso por lo que lo hacemos!

¡Lo hacemos! ¿Se está escuchando a sí misma?

—Entonces lleva al apático electorado contra la barrera. Hazlo sentirse culpable. Mantenlo atontado. Aliméntalo. Diviértelo. ¡No lo agotes!

—¡Oh, no! Nunca hay que agotarlo.

—Déjale saber que le aguarda el hambre si no se mantiene en la línea. Permítele que eche un vistazo a lo aburrido de los cabeceos de un bote. —
Gracias, Madre Superiora. Es una imagen apropiada.

—¿No dejas que el toro alcance a algún ocasional matador?

—¡Por supuesto! ¡Adelante! ¡Coge a ése! Luego espera que se aplaquen las risas.

—¡Sabía que vosotras no permitiríais una democracia!

—¿Por qué no me crees? —
¡Estás tentando al destino!

—Porque tienes que permitir el voto abierto, los jurado y los jueces, y…

—Nosotros los llamamos Censores. Una especie de Jurado General.

Ahora la has desconcertado.

—¿Y nada de leyes… regulaciones, o como demonios lo llames?

—¿No he dicho ya que las definíamos separadamente? Regulación… pasado. Ley… futuro.

—¡De algún modo limitas a esos… a esos Censores!

—Pueden llegar libremente a cualquier decisión que deseen, de la misma forma que lo hace un jurado. ¡Que se cumpla la ley!

—Es una idea inquietante. —E
stá inquieta, realmente. Mira lo apagados que están sus ojos.

—La primera regla de nuestra democracia: nada de leyes restringiendo a los jurados. Tales leyes son estúpidas. Es sorprendente lo estúpidos que pueden volverse los humanos cuando actúan en pequeños grupos autosuficientes.

—Me estás llamando estúpida, ¿no es así?

Atención al naranja.

—Parece existir una regla de la naturaleza que dice que es casi imposible el que unos grupos autosuficientes actúen juiciosamente.

—¡Juiciosamente! ¡Lo sabía!

Esa es una sonrisa peligrosa. Ve con cuidado.

—Significa fluir con las fuerzas de la vida, ajustar tus acciones de tal modo que la vida pueda continuar.

—Con la mayor cantidad de felicidad para el mayor número de individuos, por supuesto.

¡Rápido! ¡Hemos sido demasiado listas! ¡Cambia de tema!

—Ese fue un elemento que el Tirano dejó fuera de su Senda de Oro. No tuvo en cuenta la felicidad, tan sólo la supervivencia de la humanidad.

¡Hemos dicho que cambies de tema! ¡Mírala! ¡Está furiosa!

La Gran Honorada Matre dejó caer la mano de su barbilla.

—Y yo que iba a invitarte a nuestra orden, a hacerte una de nosotras. A soltarte.

¡Salte de esto! ¡Rápido!

—No hables —dijo la Honorada Matre—. Ni siquiera abras la boca.

¡Intenta algo!

—Ayudarías a Logno o a alguna de las otras, ¡y cualquiera de ellas ocuparía pronto mi sitio! —Miró al Futar sentado sobre sus piernas—. ¿Comida, querido?

—No comer encantadora dama.

—¡Entonces arrojaré sus huesos a la horda!

—Gran Honorada Matre…

—¡Te he dicho que no hablaras! Te
atreviste
a llamarme Dama.

Estuvo fuera de su sillón en un abrir y cerrar de ojos. La puerta de la jaula de Lucilla se abrió con un resonante golpe contra la pared. Lucilla intentó esquivar, pero el hilo shiga le impidió todo movimiento. Ni siquiera vio el pie que impactó contra su sien.

Mientras moría, la consciencia de Lucilla se llenó con un grito de rabia… la horda de Lampadas dando salida a emociones que había mantenido confinadas a lo largo de muchas generaciones.

Capítulo XIX

Algunos nunca participan. Para ellos la vida simplemente ocurre. Siguen adelante con poco más que una torpe persistencia y se resisten con furia o violencia a todas las cosas que pueden elevarlos por encima de las ilusiones de seguridad llenas de resentimiento.

Alma Mavis Taraza

Adelante y atrás, adelante y atrás. A lo largo de todo el día, adelante y atrás. Odrade pasaba de una grabación de los com-ojos a otra, buscando, indecisa, intranquila. Primero una mirada a Scytale, luego al joven Teg allá con Duncan y Murbella, luego una larga mirada a través de la ventana mientras pensaba en el último informe de Burzmali desde Lampadas.

¿Cuánto tendrían que esperar aún para restaurar las memorias del Bashar? ¿Obedecería un ghola restaurado?

¿Por qué no he recibido ninguna otra noticia del Rabino? ¿Debemos empezar la Extremis Progressiva, Compartiendo entre nosotras tanto como nos sea posible?
El efecto sobre la moral podía ser devastador.

Las grabaciones eran proyectadas encima de su mesa mientras ayudantes y consejeras entraban y salían. Interrupciones necesarias. Firmad esto. Aprobad eso. ¿Restricción de melange para este grupo?

Bellonda estaba allí, sentada ante la mesa. Había dejado de preguntar qué buscaba Odrade, y simplemente la observaba con aquella firme mirada suya. Despiadada.

Habían discutido acerca de si una nueva población de gusanos de arena en la Dispersión podría restablecer la maligna influencia del Tirano. Aquel
sueño interminable
en cada fantasma de futuros gusanos seguía preocupando a Bell. Pero la población misma decía que la presa del Tirano sobre su destino había terminado.

Había sido una larga discusión.

—¿Acaso no conocemos sus poderes?

—¡Crecimiento exponencial de la humanidad!

—¡Kwisatz Haderach!

Ahí está: nuestra bestia negra. El control de nuestro futuro.

Ya casi anochecía, se dio cuenta Odrade. Las luces se habían encendido automáticamente sin que ella se diera cuenta. Se puso en pie y se dirigió hacia la ventana mirador, haciendo una pausa para tocar el busto de Chenoeh al pasar.
¿Qué hubieras hecho tú sí no hubieras muerto en la Agonía, Chenoeh?

Bellonda se volvió para observar esos movimientos.

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