Casa capitular Dune (55 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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Habían pasado veinte días desde que había soltado a Teg al acantonamiento. Los rumores llenaban Central, especialmente entre las Censoras, aunque no había todavía ninguna señal de otra votación. Hoy tenían que anunciarse nuevas decisiones, y harían algo más que nombrar a aquéllas que la acompañarían a Conexión.

Miró a su alrededor en el comedor, un lugar austero de amarillas paredes, techo bajo, pequeñas mesitas cuadradas que podían unirse en hileras para grupos más numerosos. Las sillas eran posesiones individuales, situadas como afirmaciones de un status en la jerarquía.

Incluso aquí,
pensó Odrade.
Un lugar acorde con el grado.

El personal de servicio estaba trayendo ya la comida de la cocina. Hoy era bullabesa y menú vegetariano, observó. La estancia estaba empezando a llenarse con grupos variados… Censoras, especialistas de diversa índole; reconoció a cuatro del enlace con el Control del Clima.

Las ventanas a un lado revelaban un jardín cerrado bajo un techo translúcido. Albaricoqueros enanos llenos de verdes frutos, césped, bancos, pequeñas mesas. Las Hermanas comían fuera cuando la luz del sol penetraba en el cerrado patio. Hoy no había sol.

Ignoró la cola en el autoservicio, donde había sido hecho un lugar para ella.
Más tarde, Hermanas.

En la mesa del rincón cerca de las ventanas reservada para ella, cambió deliberadamente las sillas. La silla-perro marrón de Bell pulsó débilmente ante aquel desacostumbrado movimiento. Odrade se sentó dando la espalda a la habitación, sabiendo que aquello sería interpretado correctamente:
Dejadme con mis propios pensamientos.

Mientras aguardaba, contempló el jardín al otro lado de la ventana. Un seto de exóticos arbustos de hojas púrpura estaba en flor… enormes masas de flores rojas con delicados estambres de un intenso amarillo.

Bellonda llegó primero, dejándose caer en la silla-perro sin ningún comentario acerca de su nueva posición. Bell aparecía frecuentemente desaseada, el cinturón flojo, la túnica arrugada, con manchas de comida en el regazo. Hoy estaba pulcramente limpia.

¿A qué es debido eso?

Las Reverendas Madres presentaban una personalidad propia ante las hermanas y amigas elegidas. Tan sólo fuera de ese círculo se ponían «el rostro de bruja y la máscara Bene Gesserit».

Debe ver que me siento curiosa acerca de su acicalamiento.

—Tam y Sheeana se retrasarán —dijo Bellonda.

Odrade lo aceptó sin detener el estudio de aquella Bellonda distinta. ¿Estaba un poco más delgada? No había forma de aislar completamente a una Madre Superiora de lo que se hallaba o entraba en el área de sus sentidos, pero a veces las presiones del trabajo la distraían de los pequeños cambios. Aquel era sin embargo el hábitat natural de las Reverendas Madres, y las evidencias negativas eran tan iluminadoras como las positivas. Reflexionando sobre aquello, Odrade se dio cuenta de que aquella nueva Bellonda llevaba varias semanas con ellos.

Bellonda permaneció extrañamente silenciosa después de aquel anuncio inicial.
¿Bell, la rebelde?
Normalmente las buenas se rebelaban de una u otra forma, algo que los perros guardianes siempre tenían en cuenta cuando observaban a la Madre Superiora.
¡Miradme ahora, Hermanas!

Algo le había ocurrido a Bellonda. Cualquier Reverenda Madre podía ejercer un razonable control sobre peso y figura. Un asunto de química interna… refrenar combustiones o dejar que ardan libremente. Desde hacía años, la rebelde Bellonda había alardeado de un cuerpo gordo.

—Has perdido peso —dijo Odrade.

—La grasa estaba empezando a hacerme demasiado lenta.

Eso nunca había sido suficiente razón para que Bell cambiara sus costumbres. Siempre lo había compensado con su rapidez mental, con proyecciones y transportes más rápidos.

—Duncan te ha impresionado realmente, ¿eh?

—¡No soy una hipócrita ni una criminal!

—Es tiempo de enviarte a un Alcázar de castigo, supongo.

Estas pullas recurrentes normalmente irritaban a Bellonda. Hoy no causaron efecto. Pero bajo la presión de la mirada de Odrade, dijo:

—Si quieres saberlo, se trata de Sheeana. Ha ido tras de mí para mejorar mi apariencia y ampliar mi círculo de relaciones. ¡Irritante! Le voy a decir que lo deje correr.

—¿Por qué van a llegar tarde Tam y Sheeana?

—Están revisando tu última reunión con Duncan. He limitado severamente quién puede tener acceso a ella. No hace falta decir lo que ocurrirá cuando sea del conocimiento general.

—Como ocurrirá.

—Inevitablemente. Solamente estoy ganando tiempo para prepararnos.

—No quiero que sea suprimida, Bell.

—Dar, ¿qué
estás
haciendo?

—Lo anunciaré en una Asamblea.

Bellonda no pronunció ninguna palabra, pero su mirada estaba llena de sorpresa.

—Convocar una Asamblea es uno de mis derechos —dijo Odrade.

Bellonda se echó hacia atrás y siguió mirando a Odrade, evaluando, cuestionando… todo ello sin palabras. La última asamblea de la Bene Gesserit había tenido lugar tras la muerte del Tirano. Y antes de eso, cuando el Tirano había tomado el poder. No había sido considerada posible una Asamblea desde el ataque de las Honoradas Matres. Ocupaba demasiado tiempo que era necesario para otras labores desesperadas.

Finalmente, Bellonda preguntó:

—¿Vas a arriesgarte a hacer venir a las Hermanas de nuestros Alcázares supervivientes?

—No. Dortujla las representará. Hay precedentes, ya lo sabes.

—Primero, liberas a Murbella; ahora, esta Asamblea.

—¿Liberar? Murbella está atada por cadenas de oro. ¿Dónde podría ir sin su Duncan?

—Pero el propio Duncan es…

—¿Ha abandonado la nave?

—¡Será mejor que no lo intente!

—A menos que te sientes en mi silla, no pases por encima de mí.

—Le has abierto la armería de la nave, y ahora…

—Has visto la grabación. ¡Revísala! —Otra orden de la Madre Superiora. Bell tenía que obedecer o precipitar una crisis.

Odrade captó el paso de aquel encuentro por la mente de Bellonda. Los com-ojos habían captado cada instante de la escena.

Era a primera hora de la mañana en la nave, hacía tan sólo dos días. Duncan se hallaba en su sala de estar cuando entró Odrade. Oyó el siseo de sus ropas y se volvió de cara a ella. ¡Qué franca su expresión! Ostentosas emociones como clave a sus frustraciones e irritación. Ella no intentó ocultar su respuesta.

—¡Duncan! Nos molestas con tu irritación. Una cosa es llamar hipócrita a Bell, pero la Madre Superiora…

—¿…está por encima de esas cosas? ¿O debo presentaros mis excusas? Después de todo, siempre podéis desarrollar otros gholas.

—No se trata de excusas. Te resientes de la forma en que quiero utilizar a Murbella, y piensas que envío a Teg a la muerte.

—¿Estoy equivocado?

—¡Esas no son preocupaciones que te correspondan, Mentat! Este es un momento que requiere decisiones de batalla. Es por eso por lo que te dejo en libertad de decidir tu propio futuro.

—¿Qué? —Realmente desconcertado.

—Voy a retirar tus guardias. Tan sólo Scytale seguirá como prisionero.

—¿Queréis decir que…? —Señaló vagamente hacia su derecha, indicando el exterior.

—Es tu decisión. No me lavo las manos con respecto a ti; simplemente te dejo libre. No captarás la crueldad implícita hasta que reflexiones sobre ello.

—¿Queréis decir que puedo abandonar la nave?

—Si tú quieres.

—Pero si los cazadores están utilizando Navegantes de la Cofradía…

—Como seguramente están haciendo.

—¡Maldita Seáis!

—Es un regalo Atreides para ti, Duncan.

—¡Un regalo!

—¿Te das cuenta? Completa confianza en tu consciencia.

—Si yo os traicionara… ¡vos pondríais a toda la Hermandad sobre esa consciencia!

—¡Yo no estoy poniendo nada sobre tu consciencia! Es tu propia elección el hacer lo que desees.

Observó el silencioso debatirse del hombre.
Ahhh, te he alarmado profundamente.

—La libertad —murmuró Duncan.

¿Lo ves, Duncan? La libertad te deja a tus propias expensas. Ya no puedes seguir buscando fuerzas externas, reglas establecidas por otros. ¿Estás preparado para esto?

El se volvió de espaldas a ella y se dirigió a la reproducción del Van Gogh que había colgado en la pared, allá donde pudiera verla desde su sillón favorito.

Odrade mantuvo su silencio.

¿Te sirve ahora la Biblia Católica Naranja, Duncan? Nunca le prestaste mucha atención en tus pasados. ¿Dónde mirarás en busca de guía moral? ¡No fuera, Duncan! Dentro. Tú conoces tus deudas y tus deudores. ¿A quién recurrirás in extremis? ¿Has mantenido un balance de cobros y pagos? Nunca en una forma completa, estoy segura de ello. No eres el tipo. Borrar la pizarra e irte, ése eres tú. Llevarte los odios y las furias como equipaje de mano. Eres un superviviente. O de otro modo nunca hubieras escapado de Gammu cuando los Harkonnen estaban torturando y matando a tu familia. Sobreviviste a los pozos de esclavos Harkonnen. ¡Ve si puedes sobrevivir a la libertad!

El se volvió hacia ella.

—¡Determinismo!

—Ahora, simplemente otro ruido, Duncan.

—El Bashar requiere armamento innovador. Necesito tan sólo mi libertad a la armería de la nave.

—Una admirable interpretación de la libertad —dijo Odrade.

En el Comedor Reservado, Bellonda repitió aquella última observación de Odrade a Duncan, luego:

—¿Crees que eso es todo lo que tomará?

—Lo sé.

—Me haces recordar a Jessica volviéndole la espalda al Mentat que hubiera podido matarla.

—El Mentat estaba inmovilizado por sus propias creencias.

—A veces el toro cornea al matador, Dar.

—La mayor parte de las veces no lo hace.

—¡Nuestra supervivencia no debe depender de estadísticas!

—De acuerdo. Por eso convoco una Asamblea.

—¿Acólitas incluidas?

—Todas.

—¿Incluso Murbella? ¿Ha efectuado el voto de acólita?

—Creo que por aquel entonces puede ser ya una Reverenda Madre.

Bellonda jadeó. Luego:

—¡Te mueves demasiado aprisa, Dar!

—Estos tiempos lo requieren.

Bellonda miró hacia la puerta del comedor.

—Aquí está Tam. Más tarde de lo que esperaba. Me pregunto si se tomó el tiempo de consultar a Murbella.

Tamalane llegó, respirando fuertemente a causa de la prisa. Se dejó caer en su silla-perro azul, observó las nuevas posiciones, y dijo:

—Sheeana llegará de un momento a otro. Está mostrándole unas grabaciones a Murbella.

—Murbella no actuará contra Duncan —dijo Odrade.

—¡Pero qué revelación observarla! —dijo Tamalane.

Odrade tuvo que aceptar aquello. Observar a Murbella revelaba mucho. Pero las palabras de Tam reflejaban miedo, una distracción. Los miedos que ni siquiera la Letanía disipaba las debilitaban a todas. La debilidad traía al hacha mucho más cerca.

Bellonda se dirigió a Tamalane:

—Va a someter a Murbella a la Agonía y a convocar una Asamblea.

—No me sorprende. —Tamalane habló con su eterna precisión—. La posición de esa Honorada Matre tiene que ser resuelta tan pronto como sea posible.

Sheeana se unió a ellas y ocupó la silla a la izquierda de Odrade, hablando mientras se sentaba.

—¿Habéis observado caminar a Murbella?

Odrade fue tomada por sorpresa por la forma en que aquella brusca pregunta, formulada sin ningún preámbulo, fijó su atención.
Murbella caminando a través del patio.
Observada desde una ventana alta aquella misma mañana. Había belleza en Murbella, y los ojos no podían evitarla. Para las otras Bene Gesserit, Reverendas Madres y acólitas juntas, era algo más bien exótico. Había llegado ya crecida del peligroso Exterior.
Una de ellas.
Eran sus movimientos, sin embargo, los que atraían la mirada. Había en ella una homeostasis que iba más allá de las normas.

La pregunta de Sheeana redirigió la mente de la observadora. Algo acerca del completamente aceptable paso de Murbella por el patio requería un nuevo examen. ¿Qué era?

Los movimientos de Murbella eran siempre cuidadosamente elegidos. Excluían todo lo no requerido para ir de aquí hasta allí.
¿La senda de la menor resistencia?
Era una visión de Murbella que envió una punzada al cuerpo de Odrade. Sheeana lo había visto, por supuesto. ¿Era Murbella una de esas que elegían cada vez el camino más fácil? Odrade podía ver esa pregunta en los rostros de sus compañeras.

—La Agonía sacará todo esto fuera —dijo Tamalane.

Odrade miró directamente a Sheeana.

—¿Y bien? —Era ella quien había formulado la pregunta, después de todo.

—Quizá tan sólo sea que no malgasta energías. Pero estoy de acuerdo con Tam: la Agonía.

—¿Estamos cometiendo un terrible error? —preguntó Bellonda.

Algo en la forma en que fue formulada esta pregunta le dijo a Odrade que Bell había efectuado una recapitulación Mentat.
¡Había visto lo que pretendía ver!

—Si conoces un camino mejor, revélalo ahora —dijo Odrade—.
O cállate.

El silencio las aferró. Odrade miró sucesivamente a sus compañeras, deteniéndose un poco más en Bell.

¡Ayudadnos, dioses, seáis los que seáis! Y yo, siendo una Bene Gesserit, soy demasiado agnóstica como para hacer esta súplica con algo más que con la esperanza de cubrir todas las posibilidades. No lo reveles, Bell. Si sabes lo que voy a hacer, sabes que debe aparecer a su debido tiempo.

—No te equivoques, Bell —dijo Odrade—. Recuerda la broma de Murbella.

Una sonrisa curvó la boca de Sheeana, pero Bellonda oyó otro razonamiento en Odrade.
¿Es Murbella nuestra llave?

Recordó la «Plegaria Agnóstica», como había sido bautizada cuando apareció en la pared del comedor de las acólitas, escrita con rotulador borrable del utilizado para las notas temporales:

¡Hey, Dios! Espero que estés ahí.

Quiero que oigas la plegaria que te dirijo a ti…

Con el tumulto de las comensales llegando la perpetradora no había sido vista por los com-ojos, pero todo el mundo supuso que había sido escrita por una acólita avanzada para divertir a sus compañeras. Hasta más tarde no descubrieron los perros guardianes la identidad de la autora, y Odrade tuvo que enfrentarse a ella en una tormentosa sesión de reprimenda:
Murbella…

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