—¡Madre! —¡Qué tono acusador!
Odrade tocó una transplaca junto a su silla.
—Hola, Miles. ¿Vamos a dar un paseo por los huertos?
—No más juegos, Dar. Sé por qué me necesitáis. Os advierto, sin embargo: La violencia proyecta al tipo de gente equivocada al poder. ¡Como si vosotras no lo supierais!
—¿Aún leal a la Hermandad, Miles, pese a lo que acabamos de intentar?
Teg miró a la atenta Sheeana.
—Sigo siendo tu perro obediente.
Odrade lanzó una acusadora mirada al sonriente Idaho.
—¡Tú y tus malditas historias!
Volvió su atención a la otra estancia.
—De acuerdo, Miles… no más juegos, pero necesito saber acerca de Gammu. Dicen que te movías más rápido de lo que el ojo podía seguir.
—Cierto. —Con un tono llano e indiferente.
—Y hace un momento…
—Este cuerpo es demasiado pequeño para llevar todo el peso.
—Pero tú…
—Lo utilicé en un solo estallido, y estoy muriéndome de hambre.
Odrade miró a Idaho. Este asintió.
Cierto.
Ella hizo un gesto a las Censoras para que volvieran de la compuerta. Dudaron antes de obedecer. ¿Qué les diría Bell?
Teg no había terminado.
—¿No crees que tengo mis derechos, hija? ¿Que puesto que se supone que cada individuo es en último término responsable de su propio yo, la formación de ese yo requiere del mayor cuidado y atención?
¡Esa maldita madre suya se lo enseñó todo!
—Lo siento, Miles. No sabíamos cómo tu madre te había preparado.
—¿De quién fue esa idea? —Miró a Sheeana mientras hablaba.
—Fue idea mía, Miles —dijo Idaho.
—Oh, ¿también estás aquí? —Más memorias volvieron a él.
—Y recuerdo el dolor que me causaste cuando restauraste mis propias memorias —dijo Idaho.
Aquello pareció calmarlo.
—Está bien, Duncan. No hacen falta disculpas. —Miró a los altavoces que transmitían sus palabras dentro de la estancia—. ¿Cómo es el aire en la cima, Dar? ¿Lo bastante rarificado para ti?
¡Maldita idea estúpida!,
pensó ella.
Y él lo sabe. No rarificado en absoluto.
El aire era denso con la respiración de las personas que la rodeaban, incluyendo aquellas que deseaban compartir su espectacular presencia, aquellas con ideas (a veces la idea de que ellas serían mejores en su trabajo), aquellas con manos ofrecidas y con manos exigentes. ¡Rarificado, por supuesto! Sintió que Teg estaba intentando decirle algo. ¿Qué?
—¡A veces debo ser el autócrata!
Se oyó a sí misma diciéndole aquello durante uno de sus paseos por los huertos, explicándole lo que era la «autocracia» y añadiendo:
—Tengo el poder, y debo usarlo. Eso es un terrible lastre para mí.
¡Tú tienes el poder, así que úsalo!
Eso era lo que le estaba diciendo su Bashar Mentat.
Mátame o suéltame, Dar.
Buscó de nuevo ganar tiempo, y supo que él se daría cuenta de ello.
—Miles, Burzmali está muerto, pero mantenía una fuerza de reserva aquí que adiestró él mismo. Lo mejor de…
—¡No me molestes con detalles triviales! —¡Qué voz de mando! Aguda y chillona, pero con todos los demás elementos esenciales en ella.
Sin que se les dijera, las Censoras regresaron a la compuerta. Odrade les hizo un gesto furioso de que se apartaran de allí. Sólo entonces se dio cuenta de que había llegado a una decisión.
—Devolvedle sus ropas y traedlo —dijo—. Decidle a Streggi que venga.
Las primeras palabras de Teg cuando apareció alarmaron a Odrade y le hicieron pensar si habría cometido un error.
—¿Y si no lucho de la forma en que vosotras queréis?
—Pero dijiste…
—He dicho muchas cosas en mi… en mis vidas. La lucha no refuerza el sentido moral, Dar.
Ella (y Taraza) habían oído hablar al Bashar de este tema en más de una ocasión.
—La contienda deja un residuo de «come bebe y sé feliz» que a menudo conduce inexorablemente al desmoronamiento moral.
Correcto, pero ella no sabía lo que él tenía en mente con este recordatorio.
—Por cada veterano que regresa con una nueva sensación de destino («He sobrevivido; ésa debe ser la finalidad de Dios») hay muchos más que vuelven a casa con una amargura apenas contenida, dispuestos a tomar «el camino fácil» porque han visto demasiado de las tensiones de la guerra.
Eran palabras de Teg, pero coincidían con sus creencias.
Streggi entró apresuradamente en la habitación pero, antes de que pudiera hablar, Odrade le hizo un signo de que se situara a un lado y aguardara en silencio.
Por una vez, la acólita tuvo el valor de desobedecer a la Madre Superiora.
—Duncan debería saber que tiene otra hija. Madre y niña están bien y sanas. —Miró a Teg—. Hola, Miles. —Sólo entonces se dirigió a la pared del fondo y se quedó allí aguardando.
Es mejor de lo que esperaba,
pensó Odrade.
Idaho se relajó en su silla, sintiendo ahora las tensiones de la preocupación que habían interferido con su apreciación de lo que había observado allí.
Teg hizo una inclinación de cabeza hacia Streggi pero habló a Odrade.
—¿Alguna otra palabra para susurrar al oído de Dios? —Era esencial para controlar la atención y contar con el reconocimiento de Odrade—. Si no, estoy realmente muerto de hambre.
Odrade alzó un dedo para hacerle una seña a Streggi, y oyó a la acólita marcharse.
Muy sensitiva a las necesidades de la Madre Superiora… y de Teg.
Entonces captó hacia dónde estaba dirigiendo Teg su atención y, con aplomo, dijo:
—Quizá esta vez hayas creado realmente una cicatriz.
Un aguijón dirigido a los alardes de la Hermandad de que «No permitimos que las cicatrices se acumulen en nuestros pasados. Las cicatrices ocultan a menudo más de lo que revelan.»
—Algunas cicatrices
revelan
más de lo que ocultan —dijo él. Miró a Idaho—. ¿No es cierto, Duncan? —
Un Mentat a otro.
—Creo que he tropezado con una antigua argumentación —dijo Idaho.
Teg miró a Odrade.
—¿Lo ves, hija? Un Mentat reconoce una vieja argumentación cuando la oye. Vosotras os enorgullecéis de saber lo que se requiere
de vosotras
a cada recodo, ¡pero el monstruo en este recodo en particular es creación vuestra!
—¡Madre superiora! —Era una Censora que no deseaba que se empleara con ella aquel tratamiento.
Odrade la ignoró. Sintió pena, dura y apremiante. Su Taraza Interior le recordó la disputa:
—Somos moldeadas por asociaciones Bene Gesserit. Nos embotan de una forma peculiar. Oh, cortamos rápida y profundamente cuando debemos, pero ése es otro tipo de embotamiento.
—No tomaré parte en embotarte a ti —dijo Teg. Así que ella recordó.
Streggi regresó con un guiso en un bol, un caldo amarronado con carne flotando en él. Teg se sentó en el suelo y se lo comió a rápidas cucharadas.
Odrade aguardó en silencio, haciendo girar sus pensamientos a partir del punto donde Teg los había enviado. Las Reverendas Madres se rodeaban con una dura concha contra la cual todas las cosas del exterior (incluidas las emociones) actuaban como proyecciones. Murbella tenía razón, y la Hermandad tenía que volver a aprender las emociones. Si eran tan sólo observadoras, estaban condenadas.
Se dirigió a Teg.
—No te pedimos que nos embotes.
Tanto Teg como Idaho oyeron algo más en su voz. Teg dejó a un lado el bol vacío, pero Idaho fue el primero en hablar.
—Refinadas —dijo.
Teg asintió. Las Hermanas eran raramente impulsivas. Obtenías de ellas reacciones ordenadas incluso en momentos de peligro. Iban más allá de lo que la mayoría de la gente consideraba refinado. No eran impulsadas tanto por sus sueños de poder como por sus propias visiones a largo plazo, algo compuesto por un sentido de la inmediatez y una memoria casi ilimitada. Así que Odrade estaba siguiendo un plan cuidadosamente pensado. Teg observó a las atentas Censoras.
—Estabais preparadas para matarme —dijo.
Ninguna de ellas respondió. No había necesidad. Todas reconocían la Proyección Mentat.
Teg se volvió y miró la estancia donde había recuperado sus memorias. Sheeana se había ido. Más memorias susurraban al borde de la consciencia. Hablarían en su propio momento. Aquel diminuto cuerpo. Aquello era difícil. Y Streggi… Enfocó su atención en Odrade.
—Fuisteis más listas de lo que pensabais. Pero mi madre…
—No creo que ella anticipara esto —dijo Odrade.
—No… no era tan Atreides.
Una palabra electrificante en esas circunstancias, que cargó con un especial silencio la habitación. Las Censoras se acercaron un poco.
¡Esa madre suya!
Teg ignoró a las Censoras.
—En respuesta a las preguntas que no has formulado, no puedo explicar lo que me ocurrió en Gammu. Mi velocidad física y mental desafía toda explicación. Teniendo en cuenta el tamaño y la energía, en uno de vuestros latidos de corazón puedo desembarazarme de todos los que hay en esta habitación y hallarme muy lejos de la nave. Ohhh… —alzó una mano—. Sigo siendo tu obediente perro. Haré lo que tú me pidas, pero quizá no en la forma que imaginas.
Odrade vio consternación en los rostros de sus Hermanas.
¿Qué es lo que he liberado sobre nosotras?
—Podemos impedir que cualquier cosa viva abandone esta nave —dijo Odrade—. Puedes ser rápido, pero dudo que seas más rápido que el fuego que te envolvería si intentaras abandonarla sin nuestro permiso.
—La abandonaré a su debido tiempo y con vuestro permiso. ¿Cuántas de las tropas especiales de Burzmali tenéis aquí?
—Casi dos millones. —Lo dijo casi sin darse cuenta.
—¡Tantos!
—Teníamos más de dos veces ese número con él en Lampadas cuando las Honoradas Matres lo aniquilaron.
—Vamos a tener que ser más listos que el pobre Burzmali. ¿Me dejas que discuta esto a solas con Duncan? Es para eso para que nos mantienes aquí, ¿no? ¿Nuestra especialidad? —Dirigió una sonriente mirada a los com-ojos sobre su cabeza—. Estoy seguro de que revisaréis con todo cuidado nuestra discusión antes de aprobarla.
Odrade y sus Hermanas intercambiaron miradas. Compartían una no formulada pregunta:
¿Qué otra cosa podemos hacer?
Mientras se ponía en pie, Odrade miró a Idaho.
—¡He aquí un auténtico trabajo para un Mentat Decidor de Verdad!
Cuando las mujeres se hubieron ido, Teg se dejó caer en una de las sillas y contempló la estancia vacía al otro lado de la pared de observación. Había sido duro allí, y aún sentía su corazón latir acelerado por el esfuerzo.
—Ha sido todo un espectáculo —dijo.
—Los he visto mejores. —Muy secamente.
—Lo que me apetecería ahora es un vaso grande de Marinete, pero dudo que este cuerpo pueda aceptarlo.
—Bell estará aguardando a Dar a su regreso a Central —dijo Idaho.
—¡A los infiernos inferiores con Bell! Tenemos que acabar con esas Honoradas Matres antes de que nos encuentren.
—Y nuestro Bashar tiene exactamente el plan.
—¡Maldito sea ese título!
Idaho inspiró profundamente, impresionado.
—¡Te diré algo, Duncan! —Muy intenso—. En una ocasión, cuando acudía a una importante reunión con unos enemigos potenciales, oí a un ayudante anunciarme. «Ha llegado el Bashar.» Tropecé y estuve a punto de caer, presa del ensimismamiento.
—Ofuscación Mentat.
—Por supuesto que sí. Pero supe que el título me extirpó de algo que no me atrevía a perder. ¿Bashar? ¡Era más que eso! Era Miles Teg, el nombre que mis padres me habían dado.
—¡Estabas en la cadena de nombres!
—Naturalmente, y me di cuenta de que mi nombre se hallaba a una cierta distancia de algo más primordial. ¿Miles Teg? No, yo era algo más básico que eso. Podía oír a mi madre diciendo: «Oh, qué bebé tan maravilloso.» Así que había otro nombre: «Bebé Maravilloso.»
—¿Ahondaste más? —Idaho se sintió fascinado.
—Me sentí atrapado por ello. Nombres conduciendo a nombres conduciendo a nombres conduciendo a ningún nombre. Cuando penetré en aquella importante habitación, no tenía ningún nombre. ¿Te has arriesgado tú alguna vez a eso?
—Una vez. —Una reluctante admisión.
—Todos lo hacemos al menos una vez. Pero allí estaba yo. Había sido debidamente informado. Tenía una referencia de todos los que estaban presentes en aquella mesa… rostros, nombres, títulos, más todos sus antecedentes.
—Pero no estabas realmente allí.
—Oh, podía ver los rostros expectantes midiéndome, preguntándose, preocupándose. ¡Pero no me conocían!
—¿Eso te daba una sensación de gran poder?
—Exactamente como fuimos advertidos en la escuela Mentat. Me pregunté a mí mismo. ¿Es esto la Mente en sus inicios? No te rías. Es una pregunta tentadora.
—¿Así que ahondaste más? —Atrapado por las palabras de Teg, Idaho ignoró los tirones de advertencia al borde de su consciencia.
—Oh, sí. Y me encontré a mí mismo en la famosa «Sala de los Espejos» que nos describieron y de la que nos advirtieron que debíamos huir.
—Así que recordaste cómo salir y…
—¿Recordar? Obviamente tú has estado ahí. ¿Te sacó la memoria?
—Ayudó.
—Pese a las advertencias, me rezagué allí, viendo mi «yo de yoes» e infinitas permutaciones. Reflejos de reflejos hasta el infinito.
—La fascinación del «núcleo del ego». Muy pocos escapan de esa profundidad. Fuiste muy afortunado.
—No estoy seguro de poderlo llamar fortuna. Sabía que tenía que existir una Primera Consciencia, un despertar…
—Que descubre que no es el primero.
—¡Pero yo deseaba un yo en las raíces del yo!
—La gente en aquella reunión, ¿no notó nada raro en ti?
—Supe más tarde que permanecí sentado allí con una expresión pétrea que ocultaba esa gimnasia mental.
—¿No hablaste?
—Me mostré más bien taciturno. Fue interpretado como «la esperada reticencia del Bashar». Algo más que añadirle a mi reputación.
Idaho empezó a sonreír, y recordó los com-ojos. Vio inmediatamente cómo los perros guardianes interpretarían tales revelaciones. ¡Un talento salvaje en un peligroso descendiente de los Atreides! Las hermanas conocían los espejos. Cualquiera que escapara debía ser sospechoso. ¿Qué era lo que le mostraban los espejos?