Pero ahora había aparecido un nuevo Dune.
—El poder del mito —dijo Tamalane.
Ahhh, sí. Tam, cercana ya su partida de la carne, era más sensible a la elaboración de los mitos. El misterio y el secreto, herramientas de la Missionaria, habían sido utilizados también en Dune por Muad’Dib y el Tirano. Las semillas habían sido plantadas. Incluso con los sacerdotes del Dios Dividido partidos hacia su propia perdición, los mitos de Dune proliferaban.
—Melange —dijo Tamalane.
Las demás Hermanas en el cuarto de Trabajo supieron inmediatamente lo que quería decir. Podía inyectarse una nueva esperanza a la Dispersión de la Bene Gesserit.
—¿Por qué nos desean muertas y no cautivas? —dijo Bellonda—. Eso es algo que siempre me ha desconcertado.
Era posible que las Honoradas Matres no desearan a
ninguna
Bene Gesserit viva… solamente el conocimiento de la especia, quizá. Pero habían destruido Dune. Habían destruido a los tleilaxu. Había que pensar con cautela en aceptar cualquier confrontación con la Reina Araña… contando con que Dortujla tuviera éxito.
—¿Acaso no existen los rehenes útiles? —preguntó Bellonda.
Odrade vio la expresión en los rostros de sus Hermanas. Estaban siguiendo un mismo sendero, como si todas ellas pensaran con una sola mente. Las lecciones ofrecidas por las Honoradas Matres, dejando pocos supervivientes, lo único que conseguían era que la oposición potencial se volviera más cautelosa. Invocaban una regla de silencio en la cual las amargas memorias se convertían en amargos mitos. Las Honoradas Matres eran como los bárbaros de cualquier época: sangre en vez de rehenes. Golpeaban con un maligno azar.
—Dar tiene razón —dijo Tamalane—. Hemos estado buscando aliados demasiado cerca de casa.
—Los Futars no se crearon a sí mismos —dijo Sheeana.
—Los que los crearon esperan controlarnos —dijo Bellonda. Había el claro sonido de la Proyección Primaria en su voz—. Esa es la vacilación que oyó Dortujla en los Adiestradores.
Allí estaba, y se enfrentaron a ello con todos sus peligros. Procedía de la gente (como siempre). La gente… los contemporáneos. Se aprendían cosas valiosas de la gente que vivía en tu propia época y de los conocimientos que acarreaban consigo de sus pasados. Las Otras Memorias no eran el único vehículo de la historia.
Odrade tuvo la impresión de haber llegado a casa tras una larga ausencia. Había como una familiaridad en la forma en que las cuatro estaban pensando ahora. Era una familiaridad que trascendía de aquel lugar. La propia Hermandad era el Hogar. No estaban alojadas en un lugar provisional, sino asociadas a él.
Bellonda lo expresó en voz alta por todas ellas.
—Temo que hemos estado trabajando con propósitos equivocados.
—El miedo hace eso —dijo Sheeana.
Odrade no se atrevió a sonreír. Podía ser mal interpretada, y no deseaba tener que explicarse.
¡Dadnos a Murbella como una Hermana y a un Bashar restaurado! ¡Entonces quizá tengamos nuestra posibilidad de luchar!
En aquel momento, con aquella alentadora sensación en ella, la señal de mensaje cliqueteó. Miró a la superficie de proyección, un puro reflejo, y reconoció la crisis. Una cosa tan pequeña (relativamente), y capaz de precipitar una crisis. Clairby mortalmente herido en un accidente de tóptero. Mortalmente, a menos que… El a menos que le fue explicado detalladamente a ella, y poseía una palabra clave: cyborg. Sus compañeras vieron el mensaje a la inversa, pero todas ellas poseían un buen adiestramiento en la lectura de mensajes a través de espejos. Comprendieron.
¿Dónde trazamos la línea?
Bellonda, con sus anticuadas gafas cuando podía disponer de unos ojos artificiales o cualquier otra prótesis, votaba con su cuerpo.
Esto es lo que significa ser humano. Intentas conservarlo en tu juventud y se burla de ti cuando ésta se marcha corriendo. La melange ya es suficiente… y quizá incluso demasiado.
Odrade reconoció lo que sus propias emociones le estaban diciendo. ¿Pero y la necesidad Bene Gesserit? Bell podía alzar bien alto su voto individual, y todo el mundo lo reconocería, incluso lo respetaría. Pero el voto de la Madre Superiora arrastraba consigo el de la Hermandad.
Primero los tanques axlotl y ahora esto.
La necesidad decía que no podían permitirse el perder especialistas del calibre de Clairby. Ya disponían de demasiados pocos. «La capa se está haciendo delgada» no lo describía. Estaban apareciendo auténticos agujeros. Convertir a Clairby en un cyborg, sin embargo, era hacerlos aún más grandes.
Los Suks estaban preparados. Siempre se requerían «unas medidas precautorias» para alguien irreemplazable. ¿
Como una Madre Superiora?
Odrade sabía que había aprobado aquello con sus habituales y cautelosas reservas. ¿Dónde estaban esas reservas ahora?
Cyborg era también una de esas palabras popurrí. ¿A qué nivel se convertían en dominantes las adiciones mecánicas a la carne humana? ¿Cuándo dejaba de ser humano un cyborg? Las tentaciones se intensificaban… «Tan sólo un pequeño ajuste más.» Y era tan fácil
ajustar
hasta que el popurrí se volvía incuestionablemente obediente.
Pero… ¿Clairby?
Las condiciones extremas decían: «¡Cyborg!» ¿Estaba tan desesperada la Hermandad? Se vio obligada a responder afirmativamente.
Así estaban las cosas… la decisión no escapaba completamente de sus manos, pero tenía a su disposición las excusas precisas.
La necesidad obliga.
El Yihad Butleriano había dejado su marca indeleble en los humanos. Lucha y vence… para ellos. Aquella no era más que otra batalla en el eterno conflicto.
Pero también estaba en la balanza la supervivencia de la Hermandad. ¿Cuántos especialistas técnicos quedaban en la Casa Capitular? Sabía la respuesta sin comprobarlo. No los suficientes.
Odrade se inclinó hacia adelante y pulsó transmisión.
—Adelante —dijo.
Bellonda gruñó.
¿Aprobación o desaprobación?
Nunca podría decirlo. ¡Aquella era la arena de la Madre Superiora, y era ella quien tenía que lidiar allí!
¿Quién ha ganado esta batalla?,
se preguntó Odrade.
Caminamos por una línea delicada, perpetuando los genes Atreides (Siona) en nuestra población debido a que eso nos oculta de la presciencia. ¡Llevamos al Kwisatz Haderach en esa maleta! La obstinación creó a Muad’Dib. ¡Los profetas hicieron que las predicciones se volvieran ciertas! ¿Nos atreveremos alguna vez a ignorar de nuevo nuestro sentido Tao y abastecer a una cultura que odia el azar y suplica profecías?
Resumen de Archivos (adixto)
Acababa de amanecer cuando Odrade llegó a la no-nave, pero Murbella ya estaba levantada y trabajando con un mec de adiestramiento cuando la Madre Superiora penetró en la sala de prácticas.
Odrade había caminado el último kilómetro entre anillos de huertos que rodeaban el espaciopuerto. Las nubes nocturnas se habían vuelto diáfanas con la proximidad del amanecer, luego se habían disipado revelando un cielo denso de estrellas.
Reconoció un delicado cambio del clima para obtener otra cosecha de aquella región, pero las decrecientes lluvias apenas bastaban para mantener vivos huertos y pastos.
Mientras caminaba, Odrade se sintió abrumada por la melancolía. El invierno recién transcurrido había sido un duramente conseguido silencio entre tormentas. La vida era un holocausto. Los ansiosos insectos transportando el polen, los frutos y semillas que seguían a las flores. Esos huertos eran una secreta tormenta cuyo poder permanecía oculto en el torrencial fluir de la vida. Pero ohhh, la destrucción. La nueva vida traía consigo el cambio. El Cambiador estaba acercándose, siempre distinto. Los gusanos de arena traían consigo la pureza del desierto del antiguo Dune.
La desolación de aquel poder transformador invadía su imaginación. Podía imaginar aquel paisaje reducido a dunas barridas por el viento, un hábitat para los descendientes de Leto II.
Y las artes de la Casa Capitular sufrirían una mutación… con los mitos de una civilización siendo reemplazados por otros.
El aura de esos pensamientos penetró con Odrade en la sala de prácticas y tiñó su estado de ánimo mientras contemplaba a Murbella completar una ronda de rápidos ejercicios y luego retrocedía unos pasos, jadeante.
Un delgado arañazo enrojecía el dorso de la mano izquierda de Murbella allá donde había fallado un movimiento con el gran mec. El adiestrador automático permanecía inmóvil en el centro de la habitación como un pilar dorado, agitando sus armas adentro y afuera… tanteantes mandíbulas de un rabioso insecto.
Murbella llevaba unos ajustados leotardos verdes, y la piel de su cuerpo que quedaba al descubierto relucía con sudor. Incluso con el prominente redondeamiento de su embarazo, su línea era graciosa. Su piel resplandecía de salud. Era algo que procedía de dentro, decidió Odrade, en parte por el mismo embarazo, pero también por algo mucho más fundamental. Era algo que había quedado intensamente grabado en Odrade desde su primer encuentro, algo que había observado Lucilla tras capturar a Murbella y rescatar a Idaho de Gammu. La salud vivía en ella debajo de la superficie como una lente que enfocara la atención en un profundo arroyo de vitalidad.
¡Debemos conseguirla!
Murbella vio a su visitante, pero se negó a ser interrumpida.
Todavía no, Madre Superiora. Mi bebé va a nacer pronto, pero este cuerpo necesita proseguir con sus actividades.
Odrade vio entonces que el mec estaba simulando irritación, una respuesta programada despertada por la frustración de sus circuitos. ¡Un modo extremadamente peligroso!
—Buenos días, Madre Superiora.
La voz de Murbella brotó modulada por sus ejercicios mientras se retorcía y esquivaba con aquella velocidad suya casi cegadora.
El mec fintó y se lanzó contra ella, con sus sensores disparándose y zumbando en un intento de seguir sus movimientos.
Odrade contuvo el aliento. Hablar en aquellos momentos amplificaba el peligro del mec. No podías arriesgarte a distracciones cuando jugabas a un juego tan peligroso como aquél.
¡Ya basta!
Los controles del mec estaban en un amplio panel verde en la pared a la derecha de la puerta. Los cambios que había efectuado Murbella podían apreciarse en los circuitos… cables colgando, campos de rayos con los cristales de memoria dislocados. Odrade avanzó una mano e inmovilizó el mecanismo.
Murbella se volvió hacia ella.
—¿Por qué cambiaste los circuitos? —preguntó Odrade.
—Para conseguir ira.
—¿Es eso lo que hacen las Honoradas Matres?
—¿Del mismo modo que es inclinada una rama? —Murbella se masajeó la mano herida—. ¿Pero y si la rama sabe la forma en que es inclinada y lo aprueba?
Odrade sintió una repentina excitación.
—¿Lo aprueba? ¿Por qué?
—Porque hay algo… grande en ello.
—¿Mantiene alta tu adrenalina?
—¡Vos sabéis que no es eso! —La respiración de Murbella volvió a la normalidad. Miró fijamente a Odrade.
—Entonces, ¿qué es?
—Es… sentir el desafío de hacer más de lo que nunca creíste que fuera posible conseguir. Nunca sospechaste que pudieras llegar a esto… hacerlo tan bien y con tanta maestría.
Odrade ocultó su excitación.
Mens sana corpus sanum. ¡Al fin la tenemos!
—¿Pero y el precio que pagas por ello? —dijo Odrade.
—¿Precio? —Murbella sonó sorprendida—. Mientras pueda hacerlo, me siento encantada de pagar.
—¿Tomas lo que quieres y pagas por ello?
—Es vuestro mágico cuerno de la abundancia Bene Gesserit: a medida que consigo mayores logros, mi habilidad de pagar se incrementa también.
—Cuidado, Murbella. Ese cuerno de la abundancia, como tú lo llamas, puede convertirse en la caja de Pandora.
Murbella conocía la alusión. Permaneció completamente inmóvil, su atención fija en la Madre Superiora.
—¿Oh? —El sonido apenas escapó de entre sus labios.
—La caja de Pandora libera poderosas distracciones que gastan energías de tu vida. Hablas irreflexivamente de estar «en la caída» y convertirte en una Reverenda Madre, pero sigues sin saber lo que eso significa ni lo que deseamos de ti.
—Entonces nunca fueron nuestras habilidades sexuales lo que deseabais.
Odrade avanzó ocho pasos, de una forma majestuosamente deliberada. Una vez Murbella se había adentrado en aquel tema, no había forma de cortarla de la forma habitual… la discusión interrumpida secamente por la orden perentoria de la Madre Superiora.
—Sheeana ha dominado fácilmente tus habilidades —dijo Odrade.
—¡Así que vais a utilizarla con ese niño!
Odrade captó desagrado. Era un residuo cultural. ¿Cuándo empezó la sexualidad humana? Sheeana, aguardando ahora en los aposentos de guardia de la no-nave, se había visto obligada a enfrentarse a ello.
—Espero que reconozcáis la fuente de mi reluctancia y el porqué me mantuve tan secreta, Madre Superiora.
—¡Reconozco que una sociedad Fremen llenó tu mente con inhibiciones antes de que te tomáramos en nuestras manos!
Aquello había despejado la atmósfera entre ellas. ¿Pero cómo iba a ser redirigido este intercambio con Murbella?
Debo dejar que vaya desarrollándose mientras busco una salida.
Habría repeticiones y emergerían salidas irresolutas. El hecho de que casi cada palabra pronunciada por Murbella pudiera ser anticipada iba a ser una prueba.
—¿Por qué eludís esta forma probada de dominar a otros ahora que decís que la necesitáis con Teg? —preguntó Murbella.
—Esclavos, ¿es eso lo que quieres? —contraatacó Odrade.
Murbella consideró aquello con ojos casi cerrados.
¿Debo considerar a los hombres como nuestros esclavos? Quizá. Produje en ellos períodos de abandono alocadamente desprovistos de todo pensamiento. Unas cimas de éxtasis que ellos nunca habían soñado que fueran posibles. Fui adiestrada para proporcionarles eso y, como consecuencia, someterlos a nuestro control.
Hasta que Duncan hizo lo mismo conmigo.
Odrade vio el encubrimiento en los ojos de Murbella, y reconoció que había cosas en la psique de aquella mujer retorcidas de tal modo que las hacía difíciles de extraer a la luz.
Una ferocidad en lugares hasta donde no hemos llegado.
Era como si la claridad original de Murbella hubiera quedado indeleblemente manchada y luego esa mancha cubierta para ocultarla e incluso ese recubrimiento enmascarado. Había una dureza en ella que distorsionaba pensamientos y acciones. Capa sobre capa sobre capa…