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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

Categoría 7 (28 page)

BOOK: Categoría 7
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Ella estaba haciendo referencia a sus tormentas.

Viernes, 20 de julio, 9:23 h, Washington, D.C.

«Gracias a Dios que había terminado».

Kate pasó una mano temblorosa por sus cabellos, un gesto que era consciente de haber realizado innumerables veces durante el transcurso de su ponencia y el periodo de preguntas y respuestas que siguió. El leve aplauso se extinguió rápidamente y un murmullo se extendió por la sala mientras la gente se ponía de pie, tomando sus pertenencias y conversaban entre ellos.

Ella mantuvo la cabeza baja, adrede, mientras guardaba su ordenador, porque tenía la extraña sensación de que el tipo del fondo de la sala iba a acercarse para hablar con ella, y no quería parecer demasiado ansiosa. Él parecía haber prestado atención. Mucha atención. Kate evitó establecer contacto visual directo, e intentó, casi con el mismo empeño, no mirarlo en absoluto. No había sido, sin embargo, sencillo. Era verdaderamente guapo, aunque parecía algo nervioso y tenía una expresión irritada. A decir verdad, ella no sabía quién conformaba la audiencia, y dado el tema, podía tratarse de un loco conspirador. Por supuesto, las probabilidades indicaban que simplemente sería otro meteorólogo, pero, aun así…

—¿Señorita Sherman?

Tenía una voz agradable. Alzó la mirada, lo miró a los ojos —eran de un verde oscuro con destellos castaños que siempre le había resultado atractivo— y esperó un momento antes de responder.

—¿Sí?

Él le sonrió. Tenía una bonita sonrisa. Era más agradable que su ceño fruncido.

Kate le devolvió la sonrisa y continuó mirándolo. Aquél era un congreso de especialistas y no había motivos para que ella juzgara lo bien que le sentaban sus gastados vaqueros y su polo.

—La exposición ha sido excelente.

—Gracias. Me alegro de que haya disfrutado. —Bajó la mirada tras un momento y continuó organizando sus notas en la carpeta manila. Enseguida volvió a alzar la vista y volvió a mirarlo con un atisbo de sonrisa y esperó a que él le dijera por qué estaba allí.

Se aclaró la garganta.

—Mi nombre es Jake Baxter y he estado investigando algunas de las mismas cuestiones sobre otras tormentas. Me preguntaba si tendría tiempo para hablar de ellas. Quiero decir, sobre las que usted ha mencionado. Ya sabe, darme un poco más de información sobre ellas. Quizás podamos ayudarnos mutuamente a encontrar algunas respuestas.

Ella deslizó su ordenador en el maletín.

—Me encantaría. ¿Quiere charlar ahora?

Él volvió a sonreír.

—Si tiene tiempo ahora, sería fantástico. ¿Se queda todo el fin de semana?

«Anda que no somos listos». Sintió una pequeña oleada de placer ante la posibilidad de que él quisiera que la respuesta fuera afirmativa, luego se enderezó y pasó la correa del maletín sobre su hombro. El público que había asistido a su charla había desaparecido. La gente se estaba dirigiendo hacia la próxima sesión y la moderadora la estaba mirando fijamente una vez más. Kate sonrió y la saludó con un gesto de su mano antes de volver a prestarle atención a Jake.

—La verdad es que sólo he venido para presentar mi ponencia. Regreso a la ciudad esta tarde.

—¿La ciudad?

—Nueva York.

—Entonces ahora será perfecto.

El tono de su voz era más decidido que una simple sugerencia, y para dejar las cosas claras, Kate volvió a mirar su reloj.

—Tendría que reunirme con alguien para tomar un café a las diez —mintió. Podía estar una media hora con él. Luego ya se las arreglaría.

—No hay problema.

Dejó que ella saliera primero de la sala y conversaron de banalidades mientras trataban de abrirse paso entre los grupos de gente reunidos en el exterior de la sala a la espera de la nueva conferencia.

—¿La cafetería está bien? —preguntó ella.

—¿Qué tal en el vestíbulo? Justo allí. Hay dos sillas y una mesa al otro lado de aquella columna. Yo le llevaré el café. ¿Cómo lo quiere?

«Humm. Un rincón. Alejado de ojos y oídos indiscretos».

—Solo, gracias.

—¿Quiere decir negro?

—Exactamente.

—Vuelvo ahora mismo. Nos vemos allí.

Kate se encaminó hacia el pequeño espacio frente al vestíbulo. Lejos de toda la gente que deambulaba por el hotel, aquella zona estaba tres escalones por encima del resto del vestíbulo, como si fuera un trono, y contaba con una amplia perspectiva de toda la entrada. Al sentarse se preguntó cuántos acuerdos políticos se habrían concretado en esa misma silla.

Jake volvió minutos después con dos cafés.

—Aquí estoy. Bueno, ¿qué tal el viaje hasta aquí?

Kate tomó el vaso que le ofrecía y lo dejó sobre la mesa.

—Gracias. No ha estado mal. He venido en tren, así que no tuve que pelearme ni con la lluvia ni con el tráfico. Entonces, ¿en qué está trabajando usted que involucra a pequeñas y extrañas tormentas?

Hizo una pausa, medio sentado en la silla, y se rió.

—Va directa al grano.

Ella le devolvió la sonrisa y se encogió de hombros.

—Siempre ando mal de tiempo. Típico de un neoyorquino.

El se acomodó y le dio un sorbo a su café.

—¿Le importaría que la llame Katharine?

—La verdad que sí —respondió y observó como enarcaba las cejas—. Preferiría que me llames Kate.

Él rió educadamente.

—Hecho. Me gustaría que me concedieras algo de tu tiempo, Kate. En lo que estoy trabajando es… estoy analizando algunos sistemas a pequeña escala para ver por qué y cómo suceden las anomalías.

«Así que verdaderamente sólo quieres hablar del tiempo». Sin estar segura de sentirse aliviada o decepcionada, Kate intentó tomar un sorbo y de algún modo consiguió evitar lanzar una maldición cuando el dolor mordió su labio superior. Dejó el vaso sobre la mesa y le quitó la tapa para que se enfriara.

—Me has dicho que habías examinado otras tormentas, aparte de las que yo he mencionado. ¿Hay muchas más? Es decir, ¿tormentas que se inician de modo extraño o con parámetros de intensificación fuera de lo normal? Eso fue lo que me llamó la atención en estos casos.

Él asintió, ingeniándoselas para tomar su café. Kate estaba impresionada, hasta que vio dos cubos de hielo flotando en el vaso.
Cobarde.

—Encontré treinta y seis.

Ella lo miró fijamente.

—¿Treinta y seis? ¿En qué lapso de tiempo?

—Nueve años, pero busqué en todo el planeta.

—¿Saliste en su busca? —le preguntó, con aire de incredulidad—. ¿Cómo? ¿Qué empezaste a buscar? Es decir, no hay ninguna cosa en común excepto el hecho de que todas se encuentran fuera de las desviaciones estándar.

Él volvió a sonreírle y ella se dio cuenta de que su reacción había sido, tal vez, un tanto entusiasta. Pero, después de todo, para él era una simple pregunta sobre su investigación, mientras que para ella esas tormentas representaban contar con un puesto de trabajo seguro.

—Bueno, ¿cómo encontraste las tuyas? —preguntó él.

—Las tres primeras casi me aterrizaron en el regazo. Las estaba siguiendo por… bueno, es con lo que me gano la vida. —Restó importancia a su propia interrupción con un gesto de su mano—. Estaba examinando las tres primeras a medida que evolucionaban, y cuando se escaparon de los gráficos, arruinaron mis predicciones, causándome problemas. Las otras tres,
Barbados
, la del Valle de la Muerte y
Simone
, eran obvias. Las incluí en el último momento en caso de que no tuviera material suficiente para hablar durante una hora. —Hizo una pausa, sin querer sonar demasiado atrevida—. Entonces, ¿para quién trabajas que te permiten investigar estos oscuros fenómenos atmosféricos? Parece un trabajo fascinante, si no te molesta que te lo diga.

—En absoluto. Trabajo para el gobierno —dijo, tomando otro trago de café. Ya había bebido casi un tercio, lo que quería decir que o bien ella estaba hablando demasiado o él necesitaba mucha cafeína.

«La ambigüedad no está permitida. Ya sabes para quién trabajo, así que probaremos una vez más, Jakester».

—¿Para qué agencia? ¿Qué es lo que haces?

Él hizo una pausa breve y significativa, que ella decidió ignorar.

—En su mayoría, análisis forenses. Algunos análisis de predicciones.

Ella se reclinó en la silla y se cruzó de piernas con más gracia de lo que lo haría normalmente, y observó que su movimiento no le había pasado inadvertido a Jake. Después se preguntó qué demonios estaba haciendo al flirtear con él.

—Entonces, ¿cuál de las tormentas que yo he mencionado has estado observando?

—Las de Minnesota, Barbados, el Valle de la Muerte y
Simone
.

Ella asintió.

—La tormenta del
Valle de la Muerte
me ha impresionado. Apareció literalmente de la nada. Cuando la vi por primera vez en el radar, hubiera apostado que era una falsa alarma. —Dudó, queriendo continuar pero sin pretender que él imaginara que ella se inclinaba hacia el extremo más delirante de la investigación. La discusión con Richard la habían vuelto una poco paranoica al respecto.

«Pero, maldita sea, los hechos son lo que son y no pueden ser ignorados».

Kate se inclinó ligeramente hacia delante y bajando la voz, lo miró directamente a los ojos.

—Jake, no saques conclusiones erróneas de esto, pero aunque no hubiera estado examinando con tanta atención las otras tormentas, ésta hubieran puesto mis detectores al rojo vivo.

Él permaneció en silencio durante unos segundos.

—¿Por qué?

—Porque
sucedió
. Sin motivo alguno. Desafía la mayor parte de lo que sé sobre climas regionales, sobre la atmósfera, sobre el tiempo. —Hizo una pausa—. Me concentré en ella, sacando las más minuciosas lecturas que pude conseguir. Una pequeña nube surge sin motivo aparente y, poco después, se convierte en una tormenta. No existen datos de ningún avión en la zona; no hay datos de ninguna compañía realizando sembrado de nubes. Quiero decir, me convertí en Nancy Drew, la mujer detective. Examiné todo lo que me pareció que podía estar relacionado.

Él le devolvió la mirada, sin señal de ironía en ella. Si algo había cambiado, es que su expresión podía haberse vuelto algo más cauta.

—¿Qué te hizo pensar en el sembrado de nubes?

Un escalofrío recorrió su espalda, haciéndole soltar una breve risa que no sentía, y luego tomó su café.

—Bueno, sucedió en California. Siempre hacen cosas así en el Oeste. Quiero decir, la gente cultiva verduras en Arizona, en invernaderos en el desierto. ¿Por qué no habría algún loco decidido a intentar hacer llover por encargo en el desierto? No puede ser más caro que cubrir con cristal cientos de hectáreas.

—Es el Valle de la Muerte, Kate. Es un parque nacional, no un campo sin explotar.

—Sí, lo sé, pero no todo el desierto es un parque. Alguien es dueño del resto. Y está ahí, yermo, sin nada. ¿Por qué no darle una utilidad?

Ahora sí había aparecido un brillo irónico en su mirada.

—Eso es un tanto exagerado, ¿no te parece?

Ella se reclinó en la silla, volvió a cruzar las piernas, esta vez sin flirtear, y enarcó ambas cejas.

—No, no lo creo —dijo simplemente—. Trabajo en Wall Street, Jake. Las apuestas que allí corren las llamamos especulación o inversiones, pero entre nosotros, son palabras grandilocuentes para denominar lo que es una gran apuesta. Lo que allí tiene lugar te haría dudar de tu propia cordura. Jugadores adictos, todos ellos, pero tienen dinero, y por eso nadie habla del asunto.

—¿Eso te capacita para todo?

Ella sonrió y desabrochó su chaqueta. El sol entraba por las ventanas a su espalda, haciéndole sentir calor. Al menos esperaba que fuese eso lo que la acaloraba.

—Claro que lo estoy, por eso me pagan, así que no voy a detenerme en un futuro inmediato. Pero hay algunas empresas que comercian con derivados meteorológicos. —Como si fuera su turno, enarcó las cejas—. Sí. Me has oído correctamente. Derivados meteorológicos. Como si el mercado de valores no fuera lo suficientemente impredecible. Apostar por el clima debe de ser lo más excitante. El no va más del mundo de las finanzas.

Él dejó su vaso sobre la mesa y se inclinó hacia delante.

—Espera un minuto. Tienes que explicarme eso. ¿Qué demonios es un derivado meteorológico y qué es lo que puedes hacer con él?

Ella dudó, sonriendo.

—La explicación es un poco rara, como si uno describiera la sensación de nadar. No tiene demasiado sentido. Pero, para exponerlo de modo sencillo, un operador bursátil apuesta por el clima, como si fuera una opción. ¿Sabes lo que es una opción de compra? ¿Una opción de compra de acciones?

—¿Como las que todos compraron a principios de los noventa cuando empezó Internet? Yo tuve alguna de ésas.

—¿Acaso no las tuvimos todos? Excepto que éstas tú no las usarías para empapelar el baño. Tienen algo de valor. Las compañías que pueden ganar o perder dinero dependiendo del clima apuestan por lo que sucederá durante el transcurso de una temporada u otro periodo de tiempo en un lugar concreto, y eso puede ser cualquier sitio, una ciudad o una región del país. Las compañías energéticas comenzaron a hacerlo hace unos diez años. Creo que Enron fue la primera, aunque eso no signifique nada. —Se encogió de hombros—. Pensadores creativos, supongo. Tengo que concederles eso.

—Estoy seguro de que te lo agradecerán desde la cárcel.

—Lo que quieras. Es una industria de unos diez mil millones de dólares y sigue creciendo. Las compañías energéticas básicamente comenzaron a apostar acerca del número de días de calor o frío que tendrían lugar en alguna ciudad en la que operaban. Entonces lanzaron opciones de compra sobre los resultados y ganaron o perdieron dinero dependiendo de lo que sucediera. Las compañías de seguros se subieron al carro, intentando anticipar huracanes e inundaciones, y ahora incluso los parques temáticos, las estaciones de esquí y las cerveceras están involucradas, y también los complejos agroindustriales… Todos aquellos cuyos negocios puedan verse afectados por el clima local o regional. Entonces…

—¿Eso es a lo que te dedicas? Es decir, tu compañía. ¿Apuestan cuándo habrá tormentas?

Ella se detuvo, lo miró, y una pequeña señal de alarma sonó en su cabeza.

—No. Trabajamos con materias primas. Las más excepcionales.

—¿Quieres decir que hay cosas más excepcionales que negociar que el clima?

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