Jake siguió sonriendo y aumentó mínimamente la marcha por si acaso la razón de la locura de su amigo no fuera la rubia.
—Es interesante porque los patrones climáticos son como piezas de relojería. Son casi como las mareas o las corrientes marinas o —se encogió de hombros—… son constantes. Durante décadas han sido previsibles, y ahora, sin razón aparente, existen anomalías.
—Sí, pero estamos hablando del tiempo —respondió Paul, respirando más agitadamente mientras intentaba seguirle el paso a Jake—. Podrías estar hablando del mercado bursátil. Es, de principio, un sistema caótico. «Predicciones» es sólo una palabra agradable para definir lo que adivinamos, ¿no?
Era el argumento habitual de Paul, diseñado para fastidiar.
«Como si analizar los movimientos de los traficantes de drogas sudamericanos fuera una ciencia exacta».
—Es caótico pero no completamente arbitrario, lo que lo convierte en predecible. Ciertas condiciones que incluyen algunas variables específicas producirán resultados específicos. —Jake lo miró de reojo—. Llevamos poco de la temporada de huracanes en el Atlántico Norte, ¿no? Sabemos que va a ser una temporada activa, pero aún no se ha puesto en marcha y probablemente tarde todavía un mes más.
El Niño
ha sido sólo moderadamente fuerte y, hasta hace poco, teníamos un frente de altas presiones estacionario…
—Eh, no soy estúpido, ¿vale? Sé que
El Niño
sucede en el Pacífico —replicó Paul.
Jake volvió a aumentar el paso.
—Sí, es un fenómeno del Pacífico —respondió con paternalista paciencia—. Pero
El Niño
fuerte crea vientos en la alta atmósfera, lo cual afecta al clima del Atlántico. Y si no hay mucho viento sobre el Atlántico, las tormentas que surgen de la costa occidental africana cada pocos días durante el Serano no tienen nada que les impida transformarse en algo grande. También ha habido varios fenómenos meteorológicos extraños en África occidental últimamente, lo cual, por razones que no voy a molestarme en explicar, no nos va a ayudar en nada.
—¿Podrías bajar un poco el ritmo? —jadeó Paul.
Sonriendo como respuesta a la mirada de su amigo, Jake se secó el sudor de su frente con su camiseta favorita de los marines, sin aminorar el paso.
—Aguanta, amigo. Estás empezando a parecer un tipo maduro.
—Eso es porque soy un tipo maduro. Tengo treinta y nueve años y no espero sobrepasar la esperanza de vida, que es de setenta y ocho. Pero, Dios mío, si no reduces un poco la marcha, puede que no viva más allá de la próxima taza de café.
Con una carcajada, Jake aminoró el paso.
—¿Mejor así?
—Bastardo. Todavía no sé qué piensas que estás haciendo con esa investigación tuya —dijo Paul, exhalando—. Después del
Katrina
, todos los gurús dijeron que estábamos entrando en un nuevo ciclo de fuertes tormentas durante los próximos veinte años o algo semejante. Pero el año pasado no sucedió nada y en lo que llevamos de éste, tampoco.
—Todo es relativo. Comparado con la historia reciente, esta temporada de huracanes resultará estar dentro de la media, lo que significa agitada si la incluimos en el estándar de los últimos cincuenta años. No olvides que no estamos ni siquiera a medio camino de la estación y en los límites de la parte más activa de la misma, y que ya hemos tenido diecinueve tormentas con nombre. Aunque hay que decir que sólo seis han alcanzado velocidad de huracán y la mayoría se ha desintegrado antes de llegar a tierra en alguna parte.
Simone
podría ser el punto de inflexión.
—Si es que se mueve. Parece estar estacionaria y tal vez muera allí.
«Todos son expertos». Jake se tragó su exasperación.
—Ya se está moviendo. Pero todavía quedan cuatro meses y medio de la temporada de huracanes y puesto que ya ha sido tan activa, aunque no haya sido destructiva, creo que tendremos por lo menos nueve o diez tormentas más, con nombre, y que cinco o seis de ellas alcanzarán velocidades de huracán. Dos de ellas caerán sobre Estados Unidos como tormentas de categoría 1 o 2. Tres de ellas irán más lejos. Tal vez una alcance la categoría 4.
—Estás diciendo estupideces —dijo agitadamente Paul—. No puedes predecir eso.
—Acabo de hacerlo.
—¿Qué es
Simone
, de momento?
—Una categoría 2.
—¿Y qué va a pasar con ella?
«Depende de quien la maneje».
Se encogió de hombros.
—Depende de lo que haga. Si decide dar un paseo por la Corriente del Golfo, podríamos tener problemas.
—¿Nosotros? ¿Te refieres a esos pobres infelices de la costa del Golfo o a nosotros? ¿No es hora de que la Costa Este reciba la suya? —Paul preguntó con tanto sarcasmo como pudo entre jadeos—. Eso ha estado en todas las noticias desde el
Katrina
.
—La Costa Este tendrá que recibir una gran tormenta. Hace ya tiempo, de hecho. Pero estoy pensando en probabilidades, no en posibilidades. —Jake dejó de correr mientras llegaban al área de ejercicios del circuito y comenzaban las flexiones de brazo sin hacer más comentarios. Observó con satisfacción que Paul, unos años mayor, unos centímetros más bajo y unos cuantos kilos más grueso, se detenía con las manos sobre los muslos, a recuperar el aliento. Cuando terminó, Jake se apartó para dejar que Paul se ejercitara, pero tal como esperaba, Paul hizo un gesto de rechazo y emprendieron el regreso por la pista que atravesaba los terrenos boscosos del cuartel general de la CIA en McLean, Virginia.
Volviendo a tomar nuevamente el ritmo y la discusión, Jake miró a su amigo.
—Apuesto cincuenta dólares a que no estoy diciendo estupideces. Volveremos a hablar el treinta de noviembre cuando termine la temporada. Pero los patrones de los que estaba hablando, los que indican ruptura, no son tan grandes como lo que suele suceder en la temporada de huracanes. Son patrones regionales menores. Como los vientos de Santa Ana, o los monzones del sureste asiático que no se comportan adecuadamente por ninguna razón estadísticamente válida.
—No son máquinas.
—Aunque bien podrían serlo; así de previsibles y constantes son algunos de ellos. Pero, bueno, ¿qué ocurre con uno totalmente extraño? —arguyó Jake mientras salían del bosque y enfilaban el último tramo de pista que conducía hasta los edificios—. Hace unos meses, en una primavera tranquila, hubo una fuerte tormenta en una zona bastante desértica de Minnesota. Allí no hay casi nada, salvo tierras de cultivo. Fue una tormenta pequeña, localizada que se desplazaba despacio. Las corrientes de aire más altas estaban tranquilas. No había nada que indicara que podía ser algo diferente a una típica tormenta de primavera. Y entonces, sin ninguna razón que ningún equipo pudiera predecir a tiempo o explicar después, el centro de la tormenta se recalentó y se disparó a doce mil metros. Cientos de cosechas fueron destruidas por el granizo y las inundaciones. Tres tornados nacieron de esa tormenta, y destruyeron edificios. Seis personas que trabajaban en los campos fueron heridas. Y después chocó contra una masa de aire estable y se disipó. Duró menos de veinte minutos. Fue increíble.
—No fue increíble. Es la naturaleza, Jake. Mira, incluso la gente puede incendiarse espontáneamente, ¿verdad? No pasa muy a menudo, pero ha sucedido. Obviamente, tiene que existir alguna condición que pasó inadvertida y desencadenó la tormenta.
Jake lo miró de reojo.
—No seas idiota. La gente no se incendia espontáneamente. Ésa es una leyenda urbana. Y yo revisé cientos de veces todas las condiciones terrestres y atmosféricas recopiladas antes, durante y después de la tormenta. No hay explicación lógica para lo sucedido. —Sacudió la cabeza y siguió con la vista fija hacia delante—. Hubo también una tormenta catastrófica en el Valle de la Muerte hace unos días. Supongo que has oído hablar de ella. Causó una inundación relámpago. El suelo estaba tan duro en la región que fue como si la lluvia cayera sobre hormigón. Un grupo de estudiantes universitarios que habían acampado allí cerca murió. —Volvió a sacudir la cabeza, con la rabia agitándose en su interior mientras pensaba en ello—. Todavía estoy recogiendo información sobre esa tormenta. Al final, me parece que nos hemos encontrado con suficientes acontecimientos como éste que creo que el asunto merece que le echemos un vistazo.
—Espera un minuto. ¿No hay explicación lógica? ¿Qué mierda significa eso? ¿Estás intentando vincularlo con el calentamiento global o con la migración de las mariposas? ¿Con fanáticos de Nikola Tesla? ¿La ira de Dios? Mira lo que les pasó a esos tipos del yate que dijeron que habían visto a un avión dirigirse hacia
Simone
antes de que se intensificara. Los están bombardeando en los periódicos. Parecen locos. Tal vez tú quieras reflexionar sobre cuál quieres que sea tu respuesta antes de empezar a recorrer ese camino, amigo —dijo Paul con entrecortado aliento mientras disminuían la marcha hasta llegar a las puertas de entrada al gimnasio y el vestuario.
Jake le echó una mirada irritada pero no respondió. No podía. Paul tenía razón. Jake no sabía qué respuesta quería. Pero sabía cuál estaba esperando evitar.
Lunes, 16 de julio, 11:40 h, Midtown, Nueva York.
Por fin Richard había comenzado a leer el trabajo de Kate, pero no había avanzado demasiado cuando se dio cuenta que no había necesidad de leerlo todo. Lo que ella deseaba que fuera tomado como apenas una sugerencia era algo mucho más que eso. Se parecía más a una afirmación. O una acusación.
Apartó a un lado el pequeño montón de papeles y miró sin ver el revoltijo de mapas meteorológicos que brillaban en la pantalla del ordenador delante de él, con el peso del conocimiento oprimiéndole el pecho y un horrible rugido en su cabeza.
Las repentinas e inexplicables intensificaciones, las agitadas turbulencias del aire, las tormentas… eran golpes planeados, exactamente de la misma forma que él y Carter habían hablado muchas veces durante las largas horas de espera por computadoras que generaran los modelos que ellos creaban en teoría.
Carter le había dicho más de una vez que si le daban la oportunidad de dejarle un legado al mundo, eso es lo que quería: un clima programable, pero no para ser usado como un arma. Él convertiría la espada en un arado; eso había dicho. Él ayudaría a salvar al mundo y transformar la brutalidad que los humanos habían impuesto sobre la tierra.
Richard apoyó la cabeza entre sus temblorosas manos y deseó que el ardor en su vientre cesara.
Si la Agencia no estaba detrás de esas tormentas, entonces sólo podía tratarse de Carter. Y la Agencia no usaría el territorio estadounidense como campo de pruebas. No sacrificaría a ciudadanos confiados para sus objetivos, sobre todo cuando había tantos otros lugares en la tierra, sobre los océanos, que podía usar libremente o con relativa impunidad.
Oyó un rápido golpe en la puerta de su oficina, seguido de la voz de su asistente de producción.
—Tienes que ir a maquillaje, Richard.
Se levantó de la silla y respiró profundamente varias veces mientras intentaba concentrarse en lo que debía hacer.
Su última emisión del día comenzaría en veinte minutos. Después, tendría tiempo suficiente para pensar qué hacer. Y sabía que lo necesitaría.
Lunes, 16 de julio, 13:30 h, McLean, Virginia.
Jake Baxter miró fijamente a la lejanía, sin ver los paneles divisores azules de los cubículos y sin escuchar el murmullo de voces, dedos tecleando y teléfonos que sonaban. Los cinco monitores planos que había sobre su mesa formaban una parábola de colores brillantes y cambiantes a su alrededor.
Treinta y seis y nueve.
Contaba con treinta y seis sucesos climáticos en nueve años que cumplían con los criterios del grupo de investigación de ser anómalos para la ubicación geográfica, pero no estaban cerca de ver un patrón crítico que pudiera deducirse de los datos. Eso no quería decir que no creyera que existiera uno. Sabía que lo había. Sólo que no conocía su aspecto.
Los episodios habían sucedido en diferentes partes del globo, y tres de ellos ni siquiera venían reflejados en la lista que le habían entregado. Los encontró por sí mismo, los investigó y decidió que eran dignos de consideraciones adicionales. Ocho habían sido pluviales, dos de los cuales fueron tormentas que generaron varios tornados cada una. Después, trece tormentas ciclónicas de variada intensidad y nueve oleadas de calor. Entre ellos no existía ningún denominador común. Las temperaturas de superficie al comienzo de las tormentas habían variado casi 15°, y otras condiciones habían sufrido variaciones semejantes. Tampoco había características topográficas o paisajísticas, naturales o no, comunes entre ellos. Ni similitudes en duración, ni correlaciones en los ciclos lunares o solares.
Si había que inclinarse hacia la perspectiva de la intervención humana en su creación o intensificación, tampoco había encontrado todavía una especie de patrón entre las tormentas excepto que la frecuencia con la que habían ocurrido se había incrementado en los últimos tres años. Si un gobierno estuviera cerca de lograr su objetivo, habría que esperar un incremento en las pruebas, por lo que eso no importaba tanto como podría hacerlo algún otro factor, —como la ubicación o la época. Pero ninguna de las intensificaciones había ocurrido cerca de alguna ciudad importante, centros de suministros críticos o rutas de transporte comercial, y ninguna había sucedido durante o cerca de las fechas de algún acontecimiento internacional o aniversario.
Jake se reclinó con las manos entrelazadas en la nuca y miró los mapas y los gráficos que había trazado. Las tormentas habían tenido lugar en doce países, en cuatro continentes y tres océanos. Cuando eliminaba los escasos hechos que surgían claramente de lo evidente —los huracanes
Mitch
,
Iván
y
Wilma—
, sólo quedaban unas pocas similitudes que sobresalían del resto. Todas eran relativamente localizadas, de breve duración y habían causado escaso o moderado daño en las zonas afectadas, que oscilaban entre lugares virtualmente deshabitados en el Tercer Mundo a pequeñas ciudades estadounidenses. Las tormentas habían aparecido en todos los meses del año, durante el transcurso de nueve años, y habían tenido lugar en diferentes horas del día.
Cerró los ojos e intentó ver lo que no podía percibir con los ojos abiertos.
«Mira en los espacios en blanco. La respuesta se encuentra con frecuencia en donde no hay datos».