Cerulean Sins (72 page)

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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

BOOK: Cerulean Sins
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Me pareció oír lo que acababa de decir, y con esa horrible foto frente a ella, parecía que era algo equivocado para decir.

—No quería decir… —Se recuperó, y volvió a poner su rostro enojado, pero parecía más como una máscara para ocultarse ahora desde atrás.

—No te preocupes, O'Brien —dijo Zerbrowski, y tenía su voz burlona. Sabía lo suficiente como para temer lo que saldría de su boca—. Sabemos lo que quería decir. Anita es tan malditamente mona.

Ella dio una sonrisa débil.

—Algo así, sí —dijo. La sonrisa se desvaneció como si nunca hubieran existido. Estaba en los negocios de nuevo. O'Brien no parecía ir muy lejos de los negocios—. Que esto no le suceda a otra mujer es más importante que quién recibe el crédito.

—Me alegra oír que todos estamos de acuerdo —dijo Zerbrowski.

O'Brien se levantó. Empujó la foto de nuevo hacia Zerbrowski, haciendo su mejor esfuerzo para no mirar esta vez.

—Podéis interrogar a Heinrick y al otro, aunque no cooperan mucho.

—Vamos a hacer un plan antes de ir allí —dije.

Ambos me miraron.

—Sabemos que Van Anders es nuestro hombre, pero no sabemos con seguridad si es nuestro único hombre.

—¿Crees que uno de los hombres que tenemos aquí ayudó a Anders Van hacer esto? —O'Brien hizo un gesto hacia la imagen que Zerbrowski estaba guardando.

—No lo sé. —Miré a Zerbrowski y me pregunté si estaba pensando lo mismo que yo. El primer mensaje decía «clavamos a éste, también». Nosotros. Quería asegurarme de que Heinrick no era parte de ese «nosotros». Si lo era, entonces no iba a ninguna parte, si podía evitarlo.

Realmente no importa quién recibe el crédito por resolver el caso. Sólo quería que se resolviera. Sólo quería que nunca, nunca tuviera que ver nada tan malo como el cuarto de baño, la bañera, y su… contenido. Desde que ayudo a la policía tengo un sentido de justicia, un deseo de proteger a los inocentes, tal vez incluso un complejo de héroe, pero, últimamente, estoy empezando a comprender que a veces quieren resolver el caso de una forma mucho más egoísta. Para no tener que caminar a través de otra escena del crimen tan horrible como la que acababa de ver.

CINCUENTA Y SIETE

Heinrick estaba sentado detrás de la pequeña mesa, dejándose caer en la silla, lo que en realidad es más difícil de lo que parece en una silla de respaldo recto. Su pelo rubio cuidadosamente cortado todavía estaba limpio, pero había puesto sus gafas sobre la mesa y su rostro parecía más joven sin ellas. Su archivo decía que estaba más cerca de los cuarenta que de los treinta, pero no lo parecía. Tenía un rostro inocente, pero sabía que era mentira. Cualquiera que parece inocente después de la treintena o está mintiendo, o está tocado por la mano de dios. De algún modo no pensaba que Leopold Heinrick fuera alguna vez a ser un santo. Lo cual solo dejaba una conclusión, estaba mintiendo. ¿Mentir acerca de qué? Ahora esa era la pregunta.

Había un vaso de plástico con café delante de él. Llevaba allí el tiempo suficiente como para que la crema se hubiese separado de la parte más oscura del líquido, de modo que los remolinos blancos decoraban la parte superior del café.

Miró hacia arriba cuando Zerbrowski y yo entramos. Algo parpadeó a través de sus ojos claros: ¿interés, curiosidad, preocupación? Su mirada se había ido antes de que pudiera descifrarla. Cogió las gafas y me dio una mirada en blanco, su cara inocente. Con las gafas, se acercaba más a su edad. Se separaban de la línea de su rostro, por lo que lo primero se veía eran los marcos de las gafas.

—¿Quieres una taza de café? —pregunté mientras me sentaba. Zerbrowski se apoyó contra la pared, cerca de la puerta. Empezaríamos conmigo preguntando a Heinrick para ver si lo conseguía donde quería. Zerbrowski dejó claro que yo podía batear primero, pero nadie, ni siquiera yo, deseaba estar sola con Heinrick. Me había estado siguiendo y todavía no sabíamos por qué. El agente Bradford había adivinado que formaba parte de algún complot para que levantara algún muerto con algún propósito. Bradford no lo sabía, no con seguridad. Hasta que estuviéramos seguros, tener cuidado era lo mejor. Al infierno, seguramente tener cuidado siempre era mejor.

—No —dijo Heinrick—, no más café.

Tenía una taza de café en una mano y una pila de archivos en la otra. Puse el café en la mesa e hice una demostración ordenando las carpetas cuidadosamente en la mesa junto a él. Su mirada se desvió a las carpetas, luego recostó serenamente su espalda.

—¿Demasiado café? —pregunté.

—No. —Su rostro estaba atento, en blanco, con un toque de cautela. Algo lo tenía preocupado. ¿Eran los archivos? Un montón demasiado grande. Habíamos previsto que fuera demasiado grande. Había archivos en el fondo que no tenían que ver con Leopold Heinrick, Van Anders o el hombre sin nombre, que estaba sentado en la otra habitación, en ese pasillo. Era imposible tener un registro militar sin un nombre asignado, pero de alguna manera el moreno norteamericano lo había conseguido. Su archivo estaba tan lleno de espacios oscuros que era casi ilegible. El hecho de que nadie le diera a nuestro John Doe un nombre, o que reconociera que en algún momento fue miembro de las fuerzas armadas era molesto. Me hacía preguntarme lo que mi gobierno se proponía.

—¿Quieres algo de beber? —pregunte.

Sacudió la cabeza.

—Podemos estar aquí un rato.

—Hablar es un trabajo sediento —dijo Zerbrowski a mi espalda.

Los ojos de Heinrick fueron hacía él y luego de regreso a mí.

—El silencio no es un trabajo sediento. —Sus labios se arquearon casi como en una sonrisa.

—Si en algún momento de esta entrevista quisieras decirme exactamente por qué me seguíais, me encantaría escucharlo, pero eso es realmente secundario de por qué estamos aquí.

El parecía perplejo.

—La primera vez que nos detuviste, parecía muy importante para ti.

—Lo era, y todavía me gustaría saberlo, pero las prioridades han cambiado.

Me frunció el ceño.

—Estas jugando por diversión, Sra. Blake. Estoy cansado de juegos.

No había miedo en él. Parecía cansado, cauto, y no muy feliz, pero no tenía miedo. No tenía miedo de la policía, o de mí, o de ir a la cárcel. No había nada de la ansiedad que la gente siente en un interrogatorio policial. Era extraño. Bradley había dicho que nuestro gobierno iba a dejar ir a Heinrick. ¿Sospechaba eso? Si es así, ¿Cómo? ¿Cómo lo sabía? ¿Por qué no tenía el mínimo miedo de pasar el tiempo en la cárcel de St. Louis?

Abrí el primer archivo. Tenía copias granuladas de crímenes antiguos. Mujeres que Van Anders había sacrificado en países extranjeros, lejos de aquí. Puse las fotos delante de él, en una fila ordenada de una matanza blanquinegra. En algunas de las fotos la calidad era bastante mala tanto que si no hubiese sabido que era un humano, nunca lo habría olvidado. Van Anders había reducido a sus víctimas a pruebas de Rorschach.

Heinrick parecía aburrido, casi asqueado.

—Su Detective O´Brien ya me ha mostrado estas. Ya salieron sus mentiras.

—¿Qué mentiras serían esas? —pregunte. Bebí mi café, y no era malo. Por lo menos era dulce. Mientras bebía, miraba su rostro.

Cruzó los brazos sobre su pecho.

—Que hay asesinatos recientes iguales a estos más antiguos.

—¿Qué te hace pensar que está mintiendo?

Iba a decir algo, entonces cerró su boca apretada, los labios en una delgada línea enojada. Solo me miró, sus ojos claros y brillantes de ira. Abrí la segunda carpeta y comencé a poner fotos en blanco y negro encima de las más antiguas. Formé una línea de brillante muerte y vi todas las descargas de color en la piel de Heinrick. Parecía casi gris, pero con el tiempo se asentaron de nuevo. Tuve que llegar hasta los extremos de la mesa para exponer todas las fotos.

—Esta mujer murió hace tres días. —Saqué otro archivo de la pila. Lo abrí y puse las fotos encima de ella, pero no las puse en el montón. No estaba cien por ciento segura de que pudiera emparejar las fotos con el crimen correcto. Supuestamente estaban marcados en la parte de atrás, pero como no los había marcado personalmente, no quería arriesgarme. Una vez llegas a los tribunales los malditos abogados son puntillosos acerca de las pruebas y esas cosas. Señalé las imágenes del archivo—. Esta mujer murió hace dos días.

Zerbrowski dio un paso hacia delante y me entregó una bolsita de plástico con un puñado de polaroid en ella. Tiré la bolsita sobre la mesa para que se deslizara y él la atrapó antes de que cayera al suelo. Sus ojos se ampliaron cuando vio la imagen superior.

—Esa mujer murió anoche. Pensamos que hubo dos víctimas, pero verdaderamente no hemos terminado de encajar los trozos, así que no estamos seguros. Podrían ser más, o podría ser solo una mujer, pero es una gran cantidad de sangre para una sola mujer. ¿No te parece?

Puso la bolsita con polaroid con cuidado encima de la mesa, sin que tocara ninguna de las otras fotos. Miró todas las fotos, su rostro se había vuelto blanco como la muerte, los ojos se veían enormes. Su voz estaba estrangulada como si le costara respirar y mucho más hablar.

—¿Qué quieres saber?

—Queremos que esto no suceda de nuevo —dije.

Él tenía la mirada fija en las fotos, como si no pudiera apartar la mirada.

—Prometió que no lo haría aquí. Juró que se podía controlar.

—¿Quién? —pregunté en voz baja. Sí, el gobierno le había dado un nombre, pero ese era el mismo gobierno que no daría a John Doe uno.

—Van Anders —susurró el nombre. Miró hacía arriba y no hubo ninguna sorpresa en su mirada—. El otro detective dijo que sabía que era Van Anders.

Genial. Nadie le quiere dar a su sospechoso más información de la que le da.

Me encogí de hombros.

—Sin testigos, es difícil estar seguro.

Algo así como esperanza brilló en sus ojos y comenzó a recuperar parte de su color.

—¿Crees que podría ser otra persona? ¿Qué no fue Van Anders?

Ojeó los archivos de nuevo, y Heinrick se estremeció. Encontré la carpeta delgada con la imagen de Van Anders y las dos mujeres. Le enseñé la foto.

—Van Anders con las víctimas de la masacre de anoche.

Dio un respingo en la última palabra, y el color que se había ido filtrando en su cara se fue de nuevo. Sus labios parecían sin sangre. Por un segundo pensé que quizás se iba a desmayar. Nunca había tenido a un sospechoso desmayado.

Su voz fue un susurro ronco.

—Entonces es él. —Puso su frente sobre la mesa.

—¿Necesitas un poco de agua? ¿Algo más fuerte? —pregunte. Aunque la verdad, el café negro era lo más fuerte que podía darle. Había normas sobre lo de dar alcohol a los sospechosos.

Alzó la cabeza, lentamente, parecía derrotado.

—Les dije que estaba loco. Les dije que no le incluyeran.

—¿A quién se lo dijo? —pregunte.

Se puso un poco más erguido.

—Acepté venir aquí contra mi buen juicio. Sabía que el equipo se reunió con demasiada rapidez. Cuando uno se precipita en una tarea, termina mal.

—¿Qué tarea? —pregunte.

—Para reclutarte para una misión.

—¿Qué misión? —pregunte.

Sacudió la cabeza.

—No importa ahora. Alguien de nuestro pueblo levantaría a un hombre en el cementerio local. No parecía lo bastante vivo para lo que mis empleadores deseaban. Parecía un zombi, y eso no es lo suficientemente bueno.

—¿Lo suficientemente bueno para qué? —pregunte.

—Para engañar a la gente del país que su líder está vivo.

—¿Qué país? —pregunte.

Sacudió la cabeza y el fantasma de una sonrisa se dibujó en sus labios.

—No voy a estar aquí mucho tiempo, Sra. Blake. Los que me contrataron se encargaran de mí. O bien me liberan pronto sin cargos, o tendrán que matarme.

—Parece que estás tranquilo sobre eso —dije.

—Creo que saldré libre.

—Pero no estás seguro —dije.

—Pocas cosas en la vida son ciertas.

—Yo sé una cosa que es cierta —dije.

Solo me miró. Creo que había dicho más de lo que había planeado decir. Así que iba a tratar de no decir nada.

—Van Anders va a matar a alguien esta noche.

Sus ojos eran como sombras, cuando dijo:

—Trabajé con él hace años, antes de que supiera lo que era. No creía que estaba controlando su ira. Debí haberlo sabido.

—¿Los que los contrataron solo van a dejar a Van Anders aquí matando mujeres?

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