Cerulean Sins (70 page)

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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

BOOK: Cerulean Sins
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Puse el brazo a un lado y volví a donde lo había encontrado. Mi mano se hundió un poco más que antes, y saqué un hueso casi sin carne. No se veía como un pedazo de persona, así que no lo pensé de esa manera. Lo miré como si hubiera encontrado a un animal en el bosque y estuviera intentando averiguar qué había comido. Dientes grandes, con gran cantidad de resistencia al aplastamiento. Muy pocos verdaderos depredadores tienen ese tipo de fuerza, pero la mayoría de los licántropos la tiene. Dudaba de si algunas hienas se habían escapado del zoológico e hicieron disturbios en un cuarto de baño de las cercanías.

Dejé el hueso a la deriva de nuevo para que se hundiera, facilitando la bajada, porque por alguna razón, realmente no quería salpicaduras en mí.

Me aparté de la bañera, camine con cuidado hacia la puerta, me quité los guantes, los eché en la bolsa que Zerbrowski mantenía abierta para mí, me apoyé contra la puerta, me quité las calzas, las metí en la bolsa de basura, salí de esa habitación horrible, y seguí caminando hasta que me golpeé contra la pared del dormitorio.

El aire parecía más limpio, más respirable.

Zerbrowski me siguió, y fue Merlioni quien habló:

—Lo hizo, ¿no?

—Sí.

Merlioni hizo una especie de sonido de hurra.

—Lo sabía, yo gano.

Lo miré, y luego a Zerbrowski.

—Lo siento, ¿qué dices?

Zerbrowski ni siquiera me miró avergonzado cuando dijo:

—Hicimos una apuesta sobre si realmente habría peces en la bañera.

Suspiré y sacudí la cabeza.

—Sois todos unos hijos de puta sin paliativos.

—Sin paliativos, ooh —dijo Merlioni—, si utilizas grandes palabras para insultarnos, Blake, nunca vamos a averiguarlo.

Miré a Zerbrowski.

—Es un cambiaformas. No sé si es el mismo. El primero fue asesinado en su cama. ¿O fue el segundo? —Él asintió con la cabeza—. Esté fue en el baño, y hay al menos dos cuerpos troceados en la bañera.

—¿Por qué dos? —preguntó Zerbrowski.

—Debido a que el agua está demasiado alta para que sea solo el maldito cuerpo de una mujer, especialmente desde que se comió algunas partes de ella.

—Dices «él», ¿cómo lo sabes?

Sacudí la cabeza.

—No lo sé, pero estoy asumiendo masculino, porque no encontramos muchas mujeres dispuestas a hacer este tipo de mierda. Ocurre, pero es raro.

—En realidad tenemos un testigo de que la dueña de la casa y su novio fueron vistos entrando en la residencia alrededor de las 2 a.m. —Zerbrowski tenía los ojos cerrados, como si estuviera citando—. Parecían borrachos, y había un hombre acompañándolos.

—¿Tienes un testigo? —pregunté.

—Si el hombre que los trajo a casa es un cambiaformas, no sé si es parte de lo que está en la bañera.

No había pensado en eso.

—Podría estar en la bañera. Por cierto, ¿por qué el agua está tan profunda?, ¿por qué no funcionó la válvula?

—Nuestro novato, dice que un trozo del cuerpo se ha metido en la válvula.

Me estremecí.

—No es de extrañar que le sorprendiera y vomitara.

—He perdido la apuesta —dijo Merlioni.

—¿Cuál? —pregunté.

—La mayoría de nosotros apostó a que estarías enferma.

—¿Quién apostó que no lo estaría?

Zerbrowski se aclaró la garganta.

—Yo.

—¿Qué ganas?

—Cena para dos en Tony.

—¿Qué ganaste por la apuesta de que iba a pescar en la bañera? —pregunté a Merlioni.

—Dinero —dijo.

Sacudí la cabeza.

—Os odio a todos. —Caminé hacia la puerta.

—Espera, que tenemos una apuesta más —dijo Merlioni—, ¿quién era el pollito en el teléfono cuando te despertó Zerbrowski?

Estaba a punto de soltar un comentario mordaz, cuando una voz desde la puerta me detuvo.

—No he visto nada tan malo desde Nuevo México.

Me giré para encontrar a mi agente del FBI favorito en la puerta. El Agente Especial Bradley Bradford sonrió y me ofreció su mano.

CINCUENTA Y CINCO

Bradley era de la Sección de Investigación Especial, una nueva división creada para manejar el crimen sobrenatural. Habíamos trabajado juntos en algunos asesinatos muy horribles en Nuevo México.

Tomé su firme apretón de manos y le di uno de los míos. Él sonrió, y creo que ambos estábamos realmente contentos de encontrarnos. Sin embargo, su mirada recorrió la habitación hasta que encontró a Zerbrowski.

—Sargento Zerbrowski, debe estar viviendo bien.

Zerbrowski se acercó a nosotros.

—¿Qué quiere decir, agente Bradford?

Levantó una carpeta de manila delgada.

—Hay una tienda en la calle del club donde fueron las mujeres anoche, en la que robaron el año pasado y pusieron un sistema de vigilancia muy bonito.

Todas las bromas se habían acabado; Zerbrowski estaba muy serio, de repente.

—¿Y?

—Tomaron una foto de un hombre con las dos mujeres la noche anterior gracias a la descripción de los vecinos. Caminaron por delante del escaparate de la tienda. —Abrió la carpeta—. Me tomé la libertad de obtener una foto.

—Y se lo pasó a todos los hombres —dijo Merlioni.

—No, detective, esta es la única copia, y la traje aquí en primer lugar.

Merlioni parecía que iba a discutir, pero Zerbrowski lo interrumpió.

—No me importa quién lo resuelva, siempre y cuando llegamos a este tipo.

—Me siento de la misma manera —dijo Bradley.

No creí mucho a Bradley. La última vez que habíamos hablado, su división había estado en peligro de ser disuelta, y sus casos enviados a la unidad de Apoyo a la Investigación de asesinos en serie. Bradley era uno de los buenos, que realmente se preocupaba más por resolver los crímenes que de la promoción profesional, pero también se preocupaba por su nueva unidad. Estaba convencido de que los federales necesitaban esto. Estaba de acuerdo con él. Así que ¿por qué tenía la única copia de la foto? Compartir tenía sentido, simplemente no quería dárnosla a nosotros.

—¿En qué piensas, Anita? —me preguntó.

Miré la foto. La calidad era bastante buena en realidad, aunque en blanco y negro. Dos mujeres se reían junto al hombre alto entre ellas. La morena de la izquierda era la misma que la de las fotos de abajo. No había preguntado el nombre de la dueña de la casa. No había querido saberlo. Sin saberlo ya había sido difícil entrar en ese cuarto de baño e ir a través de los restos.

La otra mujer me era vagamente familiar.

—¿No era la mujer que estaba en un grupo en el piso de abajo? Parecía que fue tomada en una fiesta.

—Vamos a comprobarlo —dijo Zerbrowski.

—¿Qué hay del hombre? —preguntó Bradley.

Miré al hombre de la foto. El hombre que podría ser el asesino o podría ser el de la parte inferior de la pila de huesos en la bañera, era alto, ancho de hombros. Pelo castaño y liso, recogido en una larga cola de caballo del que una de las mujeres estaba tirando, jugando. El rostro tenía altas mejillas, era guapo. No era guapo como Richard, pero curiosamente me recordaron el uno del otro, tanto de altura, como de ancho de hombros, hombres guapos clásicos. Pero había algo en la cara de este hombre, incluso a través de la foto que llamó mi atención.

Fue probablemente a sabiendas de que las dos mujeres estaban sólo a unas horas de ser masacradas. Probablemente era mi imaginación, pero no me gustaba el aspecto de la cara del hombre cuando éste levantó la mirada y vio la cámara. Me di cuenta de que eso era lo que la mirada era, ¿por qué parecía extraño?

—Vio la cámara —dije.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Zerbrowski.

—Mirad su cara, no le gustaba salir en la foto.

—Es probable que supiera lo que iba a pasar —dijo Merlioni—, no quiere ser visto con las víctimas antes del asesinato.

—Tal vez, probablemente. —Miré a la cara, y pensé que me era familiar.

—¿Lo reconoces? —preguntó Bradley.

Me miró fijamente. Su rostro estaba vacío, sin engaño, pero no creo que fuera una mirada inocente.

—¿Por qué me lo preguntas a mí?

—Bueno, es un mutante, si es nuestro hombre, pensé que podrías haberlo visto por ahí.

Bradley estaba mintiendo, podía sentirlo. Incluso no era tan irrespetuosa como para acusarle en su cara, pero se salvó de tener que salir a hablar conmigo porque mi teléfono sonó. Lo había llevado conmigo hoy, enganchado a la parte de atrás de mi cinturón, en caso de que Musette y compañía no se fueran tranquilamente fuera de la ciudad. Llámame tonta, pero no me fiaba de ellos.

—Hola.

—¿Eres Anita Blake? —Era una mujer. No reconocí la voz.

—Sí.

—Soy la detective O'Brien.

Curiosamente, con toda la política vampiro y el nuevo asesinato no había pensado mucho en el buscado terrorista internacional, Leopoldo Heinrick.

—Detective O'Brien, me alegra saber de ti, ¿qué pasa?

—Hemos identificado las dos fotos que sacó.

—De verdad, estoy impresionada, las fotos no eran nada buenas.

—El teniente Nicols, te reuniste con él una vez.

Me llevó un segundo para situar el nombre.

—El teniente que estaba a cargo en el cementerio Lindel.

—Sí. El mismo, y os habéis reunido una vez…

Antes de que pudiera terminar, le dije:

—Los guardaespaldas, los putos guardaespaldas. Canducci y…

Ella dijo:

—Balfour.

—Sí, eso es cierto. No puedo creer que no me acordara de ellos.

—Los viste una vez por la noche, Blake, y por lo que dice Nicols, la viuda estaba haciendo todo un espectáculo.

—Sí, pero aun así. ¿Los trajiste para interrogarlos?

—Nadie sabe dónde están. Dejaron su trabajo en la agencia de seguridad el día después de que los visteis. Sólo habían trabajado allí durante dos semanas. Todas las referencias conducen a callejones sin salida.

—Mierda —dije. Miré la imagen que Bradley mantenía para que pudiera verla.

De repente supe por qué esa imagen era vagamente familiar. Era otro de los asociados conocidos de Heinrick. O se parecía extraordinariamente a uno de ellos. Pero no creía en la coincidencia.

Miré a Bradley. Todavía estaba pacientemente sujetando la foto, donde pude ver más abajo que cualquiera de los otros dos hombres necesitaba ver. Tal vez estaba siendo educado, o tal vez no. Se encontró con mi mirada, y me puso la cara en blanco. Cara de poli.

—¿Y si te dijera que estoy mirando una foto de uno de los socios conocidos de Heinrick, y está en la ciudad, también?

La cara de Bradley nunca cambió. Zerbrowski y Merlioni, sí. Se mostraron sorprendidos. Bradley no lo hizo.

—¿Cómo conseguiste la foto?

—Es una larga historia, pero tiene conexión con algunos asesinatos en la ciudad.

—¿Qué hombre?

—Creo que él tenía el pelo más largo. No creo que lo lleve recogido en una cola, como aquí, pero tiene definitivamente la misma altura de hombros.

Oí papeles revolviéndose.

—Ya lo tengo. —Más papeles revolviéndose, y luego un suave silbido—. Roy Van Anders. Es un hombre muy malo, Blake.

—¿Cuán malo?

—Extrañamente, tenemos archivos sólo de hoy sobre el Sr. Van Anders. Fotos de escenas del crimen.

—¿Un montón de sangre, y nada del cuerpo? —pregunté.

Podía sentir a Zerbrowski a mi lado.

—Sí, ¿cómo lo sabes?

—Creo que estoy en una escena del crimen en este momento que es obra de Van Anders.

—Estás en los asesinatos del licántropo, ¿verdad?

—Sí.

—No hay nada en su registro que dice que es algo no humano. Solo es un hijo de perra enfermo, al que le gusta la violación y matar a mujeres.

—¿Nadie puso en duda cómo fueron desmembrados los cuerpos?

—No lo he leído todo todavía, pero no. La mayoría de sus crímenes fueron en países donde no tenemos la suerte de haber conseguido alguna imagen en absoluto. Tecnología muy baja, muy poco dinero para hacer trabajo de delincuencia organizada.

—¿Cuán sofisticados tienen que ser para saber la diferencia entre las herramientas y los dientes?

—Muchos de los asesinos en serie usan los dientes, Blake. —Se escuchaba como si ella sintiera que tenía que defender el honor de algunos policías.

—Lo sé, O'Brien, pero, oh, diablos, no importa. Lo que importa es que está aquí en nuestra ciudad, ahora mismo, y no tenemos baja tecnología, y tenemos por lo menos un poco de dinero para localizar a los chicos malos.

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