Chamán (33 page)

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Authors: Noah Gordon

BOOK: Chamán
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—¿Trasladaron esta silla en el carro?

—Si. Para que el obispo tenga un sitio decente donde sentarse cuando venga a visitarnos —explicó, con expresión seria.

Dijo que los hombres habían llegado durante el cántico nocturno.

Todas estaban concentradas en el culto, y no oyeron los ruidos ni el chisporroteo, pero enseguida percibieron el olor del humo.

—Tengo entendido que fueron unos indios.

—El tipo de indios que asistió a esa tertulia de Boston —especificó en tono seco.

—¿Está segura?

Ella sonrió sin dar muestras de humor.

—Eran blancos borrachos, blancos borrachos que vomitaban porquerías.

—Aquí hay una sede del Partido Americano.

Ella asintió.

—Los Ignorantes. Hace diez años yo me encontraba en la comunidad franciscana de Filadelfia, recién llegada de mi Wurttemberg natal. Los Ignorantes me ofrecieron una semana de disturbios en los que fueron atacadas dos iglesias, doce católicos fueron muertos a golpes y montones de casas de católicos fueron incendiadas. Me llevó algún tiempo darme cuenta de que no es lo único que hay en Norteamérica.

Rob asintió. Notó que habían adaptado una de las dos habitaciones de la casa de August Lund, convirtiéndola en un dormitorio espartano. En un principio, la habitación había sido el granero de Lund.

Ahora, en un rincón, se veían amontonados algunos jergones. Además del escritorio, la silla de la madre superiora y del obispo, los únicos muebles eran una larga y elegante mesa de refectorio y bancos de madera nueva. Rob elogió el trabajo de ebanistería.

—¿los hizo su sacerdote?

Ella sonrió y se puso de pie.

—El padre Russell es nuestro capellán. La hermana Mary Peter Celestine es nuestro carpintero. ¿le gustaría ver nuestra capilla?

La siguió a la habitación en la que los Lund habían comido, dormido y hecho el amor, la misma en la que había muerto Greta Lund. La habían pintado a la cal. Contra una de las paredes había un altar de madera, y frente a éste un reclinatorio. Delante del crucifijo del altar se veía un enorme tabernáculo con un cirio flanqueado por velas más pequeñas. Había cuatro estatuas de yeso que parecían separadas según el sexo. Rob reconoció a la Virgen a la derecha. La madre superiora le dijo que junto a la Virgen María estaba santa Clara, que había fundado su orden religiosa, y en el otro lado del altar se encontraban san Fran cisco y san José.

—Me han dicho que piensan abrir una escuela.

—Le han informado mal.

Rob sonrió.

—Y que intentan atraer a los niños al papismo.

—Bueno, en eso no está tan equivocado —repuso ella con seriedad—.

Siempre tenemos la esperanza de salvar un alma gracias a Cristo, ya sea niño, hombre o mujer. Siempre procuramos ganar amigos y convertir al catolicismo a personas de la comunidad. Pero la nuestra es una orden de enfermeras.

—¡Una orden de enfermeras! ¿Y dónde atenderán a los enfermos?

¿Construirán aquí un hospital?

—Oh—dijo ella en tono pesaroso—. No hay dinero. La Santa Madre Iglesia ha comprado esta propiedad y nos ha enviado a nosotras. Ahora debemos abrirnos camino solas. Pero estamos seguras de que Dios proveerá.

Rob J. no estaba tan seguro.

—¿Puedo llamar a sus enfermeras si los enfermos las necesitan?

—¿Para que vayan a sus casas? No, eso sería imposible—repuso en tono severo.

Rob se sentía incómodo en la capilla y empezó a salir.

—Creo que usted no es católico, doctor Cole.

El sacudió la cabeza. De pronto se le ocurrió una idea.

—Si es necesario ayudar a los sauk, ¿declararía usted que los hombres que incendiaron su granero eran blancos?

—Por supuesto —afirmó la madre superiora con frialdad—. Es la pura verdad, ¿no?

Rob se dio cuenta de que las novicias debían de sentirse aterroriza das por ella.

—Gracias. —Rob vaciló, incapaz de inclinarse ante esta arrogante mujer y llamarla Su Reverencia—. ¿Cuál es su nombre, madre?

—Soy la madre Miriam Ferocia.

En sus tiempos de estudiante Rob había sido todo un latinista, se había esforzado en traducir a Cicerón, había seguido los pasos de César en las Galias, y había aprendido lo suficiente para saber que el nombre significaba Maria la Valerosa. Pero a partir de aquel día, cada vez que pensaba en esta mujer se refería a ella —sólo mentalmente como la Feroz Miriam.

Hizo el largo viaje a Rock Island para ver a Stephen Hume y se sintió inmediatamente recompensado porque el miembro del Congreso tenía buenas noticias. Daniel P. Allan presidiría el juicio. Debido a la falta de pruebas, el juez Allan no veía ningún inconveniente en poner a Viene Cantando en libertad bajo fianza.

—De todos modos, como se trata de un delito de sangre, no podía fijar la fianza en menos de doscientos dólares. Para encontrar un fiador tendrá que ir a Rockford o a Springfield.

—Yo mismo pondré el dinero. Viene Cantando no va a irse de mi casa—le comunicó Rob J.

—Fantástico. El joven Kurland ha aceptado representarlo. Dadas las circunstancias, será mejor que usted no se acerque a la cárcel. El abogado Kurland se reunirá con usted dentro de dos horas en su banco.

¿Es el que hay en Holden’s Crossing?

—si.

—Extienda una letra bancaria a nombre del Distrito de Rock Island, fírmela y entréguesela a Kurland. El se ocupará de todo lo de más.—Hume sonrió—. El caso se verá dentro de algunas semanas. Entre Dan Allan y John Kurland se ocuparán de ver si Nick intenta sacar provecho de todo esto, y en ese caso hacerlo quedar como un estúpido.

Le dio la enhorabuena con un fuerte apretón de manos.

Rob J. regresó a casa y enganchó el carro, porque consideraba que Luna tenia que ocupar un lugar importante en el comité de recepción. Ella se sentó erguida en el carro, vestida con la ropa de todos los días y una a cofia que había pertenecido a Makwa. Permanecía muy callada, más que de costumbre. Rob J. se dio cuenta de que estaba muy nerviosa. Ató el caballo delante del banco y ella esperó en el carro mientraS él se ocupaba de conseguir la letra bancaria y entregársela a John Kurland, un joven serio que cuando él le presentó a Luna saludó con cortesía pero sin cordialidad.

Cuando se marchó el abogado, Rob J. volvió a sentarse en el carro, junto a Luna. Dejó al caballo enganchado donde estaba y se quedaron sentados bajo el sol ardiente, mirando la puerta de la oficina de Mort London. El calor era abrasador para septiembre.

Esperaron sentados durante un rato excesivamente largo. Luego Luna le tocó el brazo a Rob, porque la puerta se abrió y apareció Viene Cantando, que se inclinó para poder salir. Detrás de él salió Kurland.

Vieron a Luna y a Rob J. enseguida y echaron a andar en dirección a ellos. Viene Cantando reaccionó instintivamente al verse libre y no pudo evitar el echar a correr, o algo instintivo le hizo querer huir de allí, pero sólo había dado un par de zancadas cuando algo estalló desde arriba y a la derecha, y desde un segundo tejado, al otro lado de la calle, se produjeron otras dos detonaciones.

Pyawanegawa, el cazador, el jefe, el héroe de la pelota—y—palo, tendría que haber caído con aire majestuoso, como un árbol gigante, pero lo hizo tan torpemente como cualquier otro hombre, con la cara contra el suelo.

Rob J. bajó del carro y corrió hacia él enseguida, pero Luna fue incapaz de moverse. Cuando Rob llegó junto a Viene Cantando y lo hizo girar, vio lo que Luna ya sabía. Una de las balas lo había alcanzado exactamente en la nuca. Las otras dos habían dejado heridas en el pecho a una distancia de un par de centímetros, y lo más probable era que ambas hubieran ocasionado la muerte al llegar al corazón.

Kurland llegó junto a ellos y permaneció de pie, horrorizado. Pasó otro minuto hasta que London y Holden salieron de la oficina del sheriff. Mort escuchó la explicación que Kurland le dio sobre lo ocurrido y empezó a dar órdenes a gritos, haciendo registrar los tejados de un lado de la calle y luego los del otro. Nadie pareció muy sorprendido al descubrir que los tejados estaban desiertos.

Rob J. se había quedado arrodillado junto a Viene Cantando, pero ahora se puso de pie y se enfrentó a Nick. Holden estaba pálido pero relajado, preparado para cualquier cosa. De forma incongruente, Rob quedó impresionado una vez más por la belleza del hombre.

Notó que llevaba un arma en pistolera y se dio cuenta de que lo que le dijera a Nick podía ponerlo en peligro, que debía elegir las palabras con sumo cuidado, aunque era necesario que las pronunciara.

—No quiero tener nada que ver contigo nunca más. Nunca más en la vida —le espetó.

Viene Cantando fue trasladado al cobertizo de la granja, y Rob J. lo dejó allí con su familia. Al anochecer salió para llevar a Luna y a sus hijos a la casa y darles de comer, y descubrió que habían desaparecido, lo mismo que el cuerpo de Viene Cantando. A última hora del atardecer, Jay Geiger encontró el carro y el caballo de los Cole atados a un poste delante de su granero, y los llevó a la granja de Rob. Dijo que Pequeño Cuerno y Perro de Piedra se habían marchado de su granja. Luna y sus hijos no regresaron. Esa noche Rob J. no pudo dormir pensando en que Viene Cantando probablemente estaría en una tumba sin identificar, en algún lugar del bosque, junto al río. En la tierra de otros, que alguna vez había pertenecido a los sauk.

Rob J. no se enteró de la noticia hasta el día siguiente a medía mañana, cuando Jay volvió a pasar por su casa y le contó que el enorme granero de Nick Holden había sido destruido por las llamas durante la noche.

—No cabe duda de que esta vez fueron los sauk. Han escapado todos.

Nick pasó la mayor parte de la noche procurando que las llamas no se acercaran a su casa, y aseguró que llamaría a la milicia y al ejército de Estados Unidos. Ya ha salido a perseguirlos con casi cuarenta hombres, los más lastimosos luchadores que cualquiera pueda imaginar: Mort London, el doctor Beckermann, Julian Howard, Fritz Graham, la mayoría clientes habituales del bar de Nelson, la mitad de los borrachos de esta zona, todos ellos convencidos de que van a perseguir a Halcón Negro. Tendrán suerte si logran no dispararse entre ellos.

Esa tarde Rob J. cabalgó hasta el campamento sauk. Por el estado del lugar se dio cuenta de que se habían marchado para siempre. Las pieles de búfalo habían sido retiradas de la entrada de los hedonoso—tes, abiertos como bocas desdentadas. El suelo estaba lleno de desperdicios. Rob recogió una lata y el borde mellado de la tapa le indicó que había sido abierta con un cuchillo o una bayoneta. La etiqueta indicaba que había contenido melocotón de Georgia. Nunca había podido conseguir que los sauk dieran valor alguno a las letrinas cavadas en el suelo, y ahora el ligero olor de excrementos humanos que el viento arrastraba desde las afueras del campamento le impidió ponerse sentimental por su partida, y fue la clave final de que algo valioso había desaparecido del lugar y no sería devuelto por los hechizos ni por la política.

Nick Holden y sus hombres persiguieron a los sauk durante cuatro días.

Nunca estuvieron cerca de ellos. Los indios no se alejaron de los bosques que se extendían junto al Mississippi, dirigiéndose siempre hacia el norte. No eran tan hábiles en las zonas inexploradas como muchos miembros del Pueblo que ya habían muerto, pero incluso los más torpes eran mejores en el bosque que los blancos, y daban rodeos dejando pistas falsas que los blancos seguían obedientemente.

Los hombres de Nick continuaron la persecución hasta que se internaron en Wisconsin. Habría sido mejor que regresaran con algún trofeo, algunas cabelleras y orejas, pero se convencieron mutuamente de que habían logrado una gran victoria. Hicieron un alto en Prairie du Chien y bebieron cantidades ingentes de whisky, y Fritzie Graham se enzarzó en una trifulca con un soldado de caballería y acabó entre rejas, pero Nick lo sacó de allí convenciendo al sheriff de que había que tener un poco de cortesía profesional con un ayudante de la justicia que se encontraba de visita. Al regreso salieron a recibirlos treinta y ocho discípulos que difundieron el evangelio de que Nick había salvado al Estado de la amenaza de los pieles rojas, y que además era un tipo fantástico.

El otoño de aquel año fue benigno, mejor que el verano, porque todos los insectos fueron eliminados por las heladas prematuras. Fue una estación dorada, con las hojas de los árboles que crecían junto al río coloreadas por las noches frías, pero los días eran templados y agradables.

En octubre, la iglesia hizo subir al púlpito al reverendo Joseph Hills Perkins. Este había solicitado una rectoría, además de un salario, de modo que una vez recogida la cosecha se construyó una pequeña casa de troncos, y el pastor se mudó con su esposa, Elizabeth. No tenían hijos. Sarah estuvo ocupada, pues era miembro del comité de recepción.

Rob J. encontró azucenas junto al río y las plantó al pie de la tumba de Makwa. No era costumbre de los sauk marcar las tumbas con piedras, pero le pidió a Alden que cepillaran una tabla de acacia, que no se pudriría. No parecía adecuado recordarla con palabras inglesas, así que le pidió a Alden que tallara en la madera los símbolos rúnicos que Makwa había llevado en el cuerpo, para indicar que ese lugar era de ella. Mantuvo una conversación inútil con Mort London en un intento por lograr que el sheriff investigara la muerte de ella y la de Viene Cantando, pero London le dijo que se alegraba de que el asesino de la indía hubiera muerto a tiros, probablemente por otros indios.

En noviembre, en todo el territorio de Estados Unidos, los ciudadanos varones de más de veintiún años acudieron a las urnas. A lo largo y ancho del país, los trabajadores reaccionaron contra la competencia que los inmigrantes representaban en el aspecto laboral. Rhode Island, Connecticut New Hampshire, Massachusetts y Kentucky eligieron gobernadores pertenecientes a las filas de los Ignorantes. En ocho Esta dos resultaron elegidas las candidaturas de los Ignorantes. En Wisconsin, los Ignorantes ayudaron a elegir abogados republicanos que procedieron a abolir las agencias estatales de inmigración. Los Ignorantes ganaron en Texas, Tennessee, California y Maryland, y queda ron en buena situación en la mayoría de los Estados del Sur.

En Illinois obtuvieron la mayoría de los votos de Chicago y de la zona sur del Estado. En el distrito de Rock Island, el miembro del Congreso de Estados Unidos, Stephen Hume, perdió su escaño por ciento ochenta y tres votos ante Nicholas Holden, el exterminador de indios, que casi inmediatamente después de las elecciones se marchó para representar a su distrito en Washington, D.C.

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