Read Cinco horas con Mario Online

Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (12 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
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XVIII

Hijo de hombre, voy a quitarte de repente lo que hace tus delicias, pero no te lamentes ni llores, no derrames una lágrima. Suspira en silencio, sin llevar luto por el muerto; ponte el turbante en la cabeza y calza tus pies, no te cubras el rostro ni comas el pan del duelo
, y no es por dármelas de adivina, Mario, pero cuando murió tu madre y te vi tan campante, como si nada, me di cuenta del orgullo que te recome. Y la pánfila de Esther todavía, “tu marido tiene una gran dignidad en el dolor”, ya ves, puntos de vista, que me dan a elegir entre Esther y Encarna, Encarna y Esther y me quedo con la del medio, fíjate, que, cada una en su estilo, en su vida han hecho otra cosa que malmeterte. Dignidad en el dolor, ¿qué te parece? También son ganas de trabucarlo todo. Y cuando llorabas por leer el periódico ¿qué? Entonces estabas enfermo, qué bonito, que me apuesto lo que quieras a que si tú te pones a cantar el día que se murió tu madre a Esther la hubiera parecido muy bien, a escape hubiera encontrado una razón para justificarte, me apuesto lo que quieras. Es como Luis: “Exceso de control emotivo. Depresión nerviosa”, me río yo, que los médicos, cuando no saben qué decir, todo lo achacan a los nervios, que es muy cómodo eso. Es lo mismo que cuando te quitaste el luto a los dos días porque te entristecían tus pantorrillas, habráse visto, y, encima, Esther que te comprendía, que el luto es una rutina estúpida que hay que desterrar. Anda que estaría bueno que no te entristecieran tus pantorrillas, ¡pues para eso es el luto, zascandil!, ¿qué te habías creído? El luto es para recordarte que tienes que estar triste y si vas a cantar, callarte, y si vas a aplaudir, quedarte quieto y aguantarte las ganas, que yo recuerdo el tío Eduardo, cuando lo de mamá, en el fútbol, como una piedra, igual, ni en los goles, fíjate, que llamaba la atención, y si alguno le decía, “¿pero tú no aplaudes, Eduardo?”, él, enseñaba la corbata negra y sus amigos lo comprendían muy bien, ¿qué te crees?, “Eduardo no puede aplaudir porque está de luto”, decían, y todos conformes, a ver, para eso es el luto, botarate, para eso y para que lo vean los demás, que los demás sepan, con sólo mirarte, que has tenido una desgracia muy grande en la familia, ¿comprendes?, que yo ahora, inclusive gasa, que no es que me vaya, entiéndeme, que negro sobre negro cae fatal, pero hay que guardar las apariencias. Claro que estas leyes para ti no rigen, ni por supuesto para el zángano de tu hijo, que ahora te toca recoger lo que has sembrado, natural, los niños ya se sabe, lo que oyen en casa, a ver, menudo sofocón me hizo pasar ayer. Pero yo tengo la conciencia muy tranquila a este respecto, Mario, que cuando murió tu madre, me acuerdo como si fuera hoy, ni a sol ni a sombra, no te dejaba en paz, “llora, llora, que luego eso sale y es peor; anda, llora” y tú callado, como si no fuera contigo, hasta que saltaste, “¿por la costumbre?”, que tampoco son formas, me parece a mí, que me dejaste parada, la verdad, que yo iba con la mejor intención del mundo, te lo juro, y si te decía que llorases era por la misma razón que no dejo bañarse a los niños después de comer, que parece como que una fuese una estrambótica y una rara. Lo lógico, cuando a uno se le muere la madre es llorar, que ya me viste a mí, que no es hablar por hablar, no me consolaba con nada, ¡qué temporadita, cielo santo! y tú ni caso, palmaditas en la espalda, y besitos sin ton ni son, eso, lo menos comprometido, ni siquiera hacerme el amor, que dice Valen que en las desgracias eso consuela, que yo en la inopia, que a inocentona y a ingenua no me gana nadie, lo comprendo, que parezco tonta. Verdaderamente tú tienes el don de la inoportunidad, cariño, ya ves ahora, que me desnude, imagínate, a la vejez viruelas, con los músculos del vientre tronzados, la espalda llena de mollas y hecha una calamidad. Pues, no señor, no me da la realísima gana, si eso te gustaba habérmelo pedido a tiempo, que yo, aunque me esté mal el decirlo, tuve una gran figura, un poco de más de poitrine, quizá, que no es que ahora me queje, entiéndelo bien, que si me fío de Elíseo San Juan, una Venus, ya ves, pero una no tiene ya edad para exhibiciones y, sobre todo, no está de humor. Las cosas a su tiempo, Mario, y en vez de dar media vuelta y hasta mañana, que pasé una humillación que no te imaginas, habérmelo pedido entonces y todos contentos. Es como lo de los presos, que llevas el espíritu de la contradicción en la sangre, hijo mío, porque lo que yo digo, si quieres hacer algo por los demás, pobres hay montones y a Cáritas, con un poquito de habilidad, se la torea, como yo hago, porque Cáritas por mucho que tú la defiendas, lo que ha hecho es impedirnos el trato directo con el pobre y la oración antes del óbolo, que yo recuerdo con mamá, antiguamente, rezaban con toda devoción y besaban la mano que los socorría. ¡Buenos están los pobres ahora, anda, mírales, todos revueltos! Pero ¿quieres más? ¿No andabas ahora a vueltas con los locos del Manicomio, que lo que no se te ocurra a ti, hijo, no se le ocurre a nadie, con que si era una pena cómo vivían y un bochorno para la ciudad, que hasta vergüenza me daba coger “El Correo” los domingos? Pero ¿es que estás bien de la cabeza, Mario? No debería decírtelo, pero Josechu Prados, por si lo quieres saber, se tronchaba el otro día en el Círculo y decía que tú lo que querías era “hacerte la cama”, como diciendo que no estás en tus cabales, ¿te das cuenta? Pero Josechu anda despistado, que para vosotros el caso es pinchar, aunque sea en hueso, porque emplear un dineral en un manicomio nuevo es una sandez, Mario, convéncete, ¿es que no te das cuenta del derroche, de que es tirar el dinero? ¿qué saben esos desgraciados, borrico, si el edificio es nuevo o viejo, si hace frío o si hace calor? Si están en el Manicomio es porque están locos y si están locos es porque no se enteran de nada, ni sienten ni padecen, se creen que son Napoleón o el mismo Dios en persona y tan felices, a ver. Y aunque no te des a razones, es lo que yo digo, Mario, ¿para qué más? ¿para qué tirar el dinero en unos pobres diablos que ni te lo van a agradecer? Sí, ya sé que Esther estaba de tu parte y los de la tertulia esa de mis pecados, ídem de lienzo, y que nada más hermoso que dar a los que no piden, pero ¿para qué malgastar en unos seres que lo tienen todo?, porque si ellos se lo creen, Mario, es como si lo tuvieran, desengáñate, y si les pones una bañera nueva y una sala de juegos y un jardín, pues a lo mejor les haces polvo, vete a saber, porque con ellos no hay forma de entenderse… Y no te pienses que a mí no me apena su desgracia, pero, por fortuna, todavía tengo la cabeza en su sitio y estoy de acuerdo con Armando en que pretender cargar con todo el dolor del mundo no es más que un acto de vanidad. Que te pones a mirar, cariño, y la vanidad es lo que te ha echado a perder, que tú mismo reconocías bien de veces, que escribiendo esas cosas y comprando
Carlitos
y dejando que nos retrataran en la Gran Vía y ayudando a los presos, no aliviabas a los demás tanto como te aliviabas a ti, y entonces empezabas a darle vueltas a si lo tuyo, en el fondo, no sería más que egoísmo, que, en definitiva, es lo que siempre he sostenido. Porque si te agradaba complacer a los demás, ¿por qué no a Solórzano cuando te quiso nombrar Concejal? ¿Por qué, di? Después de tu choque con Josechu Prados, y de tus artículos en “El Correo”, que llevaban dinamita hijo, y del expediente, y de los antecedentes de tu padre y de tu hermano, que ésa es otra, la actitud de Fito Solórzano no podía ser más elegante, me parece a mí, era un cable que te echaba, “tenga, agárrese, borrón y cuenta nueva”. Y, por si fuera poco, ya oíste a Valentina, “entrar en el Ayuntamiento por el tercio cultural es hacerlo por la puerta grande”. Bueno, pues aunque así sea, borrico, tú, no señor, “el precio del silencio”, la copla de siempre. Porque aun admitiendo que Fito Solórzano no te invitara a sentarte, que lo dudo, o que se pusiera a fumar sin ofrecerte, ¿qué importancia tiene eso? Él venía dispuesto a hacer las paces, eso está claro, que no sé a cuento de qué te pusiste así al ver tu nombre en los pasquines, que a mí, ni me atrevía a decírtelo, me hizo hasta ilusión, lo reconozco, así, de sopetón, con letras tan grandonas. ¡Alabado sea Dios!, Mario, que el propio Vicente lo dijo, “en la vida he visto a Mario tan alterado, estaba como si le hubieran prendido un par de banderillas”, que no es para tanto, vamos, y duro “que contaran antes conmigo”, pero alma de Dios, ¿es que también va a haber que contar con la gente para hacerla un favor? Porque si fuera para pedirte, pase, pero, vamos, una cosa así, que lo mires por donde lo mires, es un honor, pues te faltó tiempo, ¿eh?, que a saber qué saldría por esa boca, menudas ínfulas llevabas, que no me choca que ni te mandara sentar ni te ofreciera un pitillo, bueno es, lo raro es que no te diera un puntapié, que méritos hiciste para ello, hijo, las cosas como son. Y todavía que estuviste firme pero correcto, a saber, que según saliste de casa lo dudo mucho, no te sulfures, y, después de todo, lo que él te dijo, que no tenía por qué contar con nadie y que si no podías desempeñar el cargo, tiempo habría una vez que salieses elegido, que antes no había por qué, que mayores miramientos no caben, me parece a mí. Y si a ti te parece correcto decirle lo que le dijiste, que a saber cómo se lo dirías, que no te gustaban los juegos donde no se podía ganar, yo, la verdad, no sé lo que es la corrección. Y tú que ni te tendió la mano, siquiera, pues ¡sólo faltaría! Yo en su pellejo, te meto en la cárcel sin más preámbulos, como lo oyes, hay que ver, un desacato semejante y, encima, en el antedespacho, te desahogaste a gusto, con el Delegado y Oyarzun, que tuvo que oírte, fíjate, que si tu nombre era para sonar, no para salir y sabe Dios qué disparates, que ni sé cómo ninguno de los dos te ha vuelto a mirar a la cara, que lo peor es que les vocearas que era del dominio público que el propio Oyarzun, Arronde, el boticario, y Agustín Vega, saldrían por unanimidad y que diera la casualidad de que acertases, que a mí lo que más me chocó, francamente, que me disgusté y todo, es que no tuvieras ningún voto, me extraña pero que muchísimo, fíjate, que el propio Filgueira, que era concejal entonces, me lo dijo la víspera, como lo estás oyendo, palabra, “mañana voto a su marido”, que luego no sé si se volvería atrás o qué, una cosa rara. Pero tú no tenías por qué molestarte por eso porque ni lo sabías, que buen cuidado tuve en callármelo, de forma que no venía a cuento que te pusieras como te pusiste, madre, que en un mes ni se te podía dirigir la palabra, ¡qué cosas!, que tú las gastas así, ya ves con Encarna. Si te repugna verla comer y ni la hablas casi ni nada, que no me extraña, porque tu cuñada activa será lo que quieras pero de conversación, cero, ¿a santo de qué la invitas a pasar temporadas? Porque hay que ver, tu cuñada será y sufrir habrá sufrido, no digo que no, pero en qué hora, hijo, que hemos tenido Encarna hasta en la sopa. Y que no vamos a decir que Encarna sea un huésped barato, Mario, que tu cuñada come por tres, no se sacia, que hay que verla cómo se pone de fruta, como un Pepe, hijo, al precio que está, y no digamos el pescado, que es la ruina, figúrate el besugo con la caída que tiene, y que luego ande con disimulos echando los huesos en los platos de los niños, es algo que no resisto, me saca de mis casillas, te lo prometo. Y luego, esas rarezas de encerrarse a leer en el baño y que si los niños la marean, y que se callen, pues los niños son niños, ya se sabe, y si no la gustan bien cerca tiene la puerta, que nadie la ha llamado, como yo digo. Y no es que yo tenga celos, Mario, ya me conoces y de sobra sabes que nunca me dio por ahí, pero aunque ahora esté más asentada, siempre es desagradable convivir con una mujerona que te ha querido birlar el marido, cariño, porque después de lo de Elviro, a mí no hay quien me saque de la cabeza que Encarna estaba por ti. Y cuando terminaste las oposiciones, la faltó tiempo, a la votación, ya ves qué sabrá ella de esas cosas, que la gusta meter la nariz en todo, y, después, a celebrarlo, que mejor es correr un tupido velo, que a saber qué haríais esa noche, y por mí, bien lo sabe Dios, poco importa, pero figúrate si los niños llegaran a saberlo, y por la memoria de Elviro, Mario, que al fin y al cabo, feo o guapo, tu hermano era. A poco que me hubieras estimado, Mario, nunca hubieras metido en casa a esa mujer, con esas despachaderas que se gasta, que no sé si será de buena familia o no, pero la traza es de verdulera, hijo, así como suena, un marimacho, había que verla con tu padre en brazos, de acá para allá, como un zarandillo, y aquel olor, que yo estaba de tres meses y lo recuerdo como una pesadilla. Y no te vayas a pensar que Encarna lo hiciera por caridad, sí, sí, por caridad, ¡para que la vieses, hijo!, ¡para deslumbrarte!, y, de paso, restregarme a mí por las narices que era una inútil. No, Mario, no, a tu cuñada la tengo aquí, y si lo hago es por lo que lo hago, que lo que es gustarme, ni un pelo, si es que lo quieres saber, y no me vengas con que la cocina porque eso bien poco significa, peor si me apuras, que hay que ver qué fregaderas me arma, a lo grande, y, luego, con esa cabeza que tiene, hay que estar siempre encima, que si la sal, que si el perejil, total que terminaba antes haciéndomelo sola. Eso por un lado, que si pones peseta a peseta, una detrás de otra, lo que Encarna representa, mañana un Seiscientos, Mario, ¡qué digo!, un Milquinientos y puede que me quede corta.

XIX

Lleno de angustia oraba con más instancia; y sudó como gruesas gotas de sangre que caían hasta la tierra
. “¡Dios mío, me siento solo; estoy como acosado!”, una obsesión, ¿eh?, ¡qué manía! Pero, ¿quién te acosa, hombre de Dios, que no son más que ganas de darte importancia? Si, precisamente, eras tú quien tenía a gala encararte con el mundo, decir a la gente que era mala, que Cristo no era como nos le querían hacer ver nuestros intereses. Estas tú bueno, cariño. ¿Es que crees que únicamente tú sabías cómo era Cristo? Eso es una vanidad diabólica, Mario, desengáñate, pues aviados estaríamos si Cristo iba a volver al mundo para comprar
Carlitos
y canutos de hacer pompas a todos los vagos de Madrid y dejarse retratar en la Gran Vía, para que coma el fotógrafo, qué ideas. ¿Es que tú te crees, Mario, pedazo de alcornoque, que si Cristo volviera a la Tierra se iba a preocupar de los locos, de si tienen frío o calor, cuando todo el mundo está harto de saber que los locos ya no pueden ser ni buenos ni malos? ¿Crees tú, por casualidad, que Cristo iba a tirarle un lechazo a Hernando de Miguel por el hueco de la escalera, o a preocuparse de si un guardia le pega un porrazo a un gamberro, o a insolentarse con un Gobernador, ya ves Poncio Pilatos, o a decirle a Josechu Prados que contase cuando se trataba de un fin bien bueno, que el mismo papá lo dice, que la Monarquía en este país la única garantía de orden? ¿Te imaginas a Cristo escribiendo los artículos que escribes sobre los paletos, una gente que no hace más que blasfemar, o atacando a la Inquisición o renegando del luto por los muertos? Pobre idea tienes tú de Nuestro Señor, cariño, “le hemos desfigurado; le hemos desfigurado”, y ¿no eres tú el primero? Por si te interesa saberlo, Mario, Cristo no hubiese tenido nunca un hermano rojo, ni un padre prestamista y, de tenerlos, ten la seguridad de que no se hubiera quedado tan fresco, ni hubiese alzado el gallo, ni, por descontado, hubiera hablado de la caridad como tú hablaste, que hay que ver la pobre Bene la ilusión que tenía, que se pasó semanas enteras rondándome, “Mario es el más indicado; si él quisiera”, que a mí me sorprendió, palabra, lo pronto que me dijiste que sí. Porque no hay derecho, Mario, abusar así de la confianza de las del Ropero, menudo sofocón, un feo semejante, porque si aceptas es para hablar de la caridad como Dios manda, que tenías un auditorio de lo más selecto, palabra, y te lo cargaste a las primeras de cambio, con lo de los festivales benéficos, que lo que Valen decía, “¿qué mal hacemos jugando bridge por los pobres?” Pues, ninguno, naturalmente, zascandil, que si jugando bridge remedias una necesidad, bendito sea el bridge. Pecar y así es lo que no se puede, pero juegos y fiestas, ¿por qué no? ¿Qué mal hay en ello? Y, luego, la bomba, que me dejaste sin sangre, que yo decía, “se arma, hoy se arma, ¿dónde va este hombre?”, y tú dale con que “hoy la caridad reside en secundar las demandas de justicia de los desheredados y que taparles la boca con una tableta de chocolate y una bufanda puede incluso ser un ardid”, que entonces empezó el rumor y yo pensaba, “le linchan, le linchan y con toda la razón”. La cogiste modorra, como yo digo, con que si la caridad sólo debe llegar donde no alcance la justicia, que la gente, y yo la primera, en el limbo, toda la conferencia sobre ascuas, hijo, que creí que me enfermaba del corazón, Dios mío, qué palpitaciones, y cuando empezaron a patear, deseé con toda mi alma que me tragase la tierra, como te lo digo, ni se te oía, y a la pobre Bene saltándosele las lágrimas, y tú accionando, todo sofocado, ¡qué horror!, que en medio del barullo la de Arronde, a voces, “a ver mañana qué dice la prensa, ¡qué vergüenza!”, y, a la salida, no quieras saber, de rojo para arriba, que yo, callada, como una muerta. Y no te digo nada, al día siguiente, en el Centro, con “El Correito” que Dios confunda, dándote alas, que muy valiente, que el lenguaje que hay que emplear en este siglo, que en la línea conciliar, que te advierto que quemaron más de una docena de ejemplares y dieron “mueras”, menos mal que Bene, que es medio santa, las aplacó, que buenas estaban. Y gracias a que “El Noticiero” se metía contigo, que demagógico y eso, que para mí fue la puntilla, Mario, te lo juro, que “El Noticiero” es de fiar, fíjate, un periódico católico a machamartillo, de derechas de toda la vida. Y luego que estás solo, botarate, pues, ¡no vas a estarlo!, la pobre Bene, con la ilusión que tenía, “Mario es un cielo, dale las gracias”, me decía todo el tiempo, menudo jarro de agua fría, que después tú mismo lo sentiste, no digas que no, como con lo del lechazo, que si hablar de caridad en ese lenguaje a personas que no entendían la caridad era faltar a la caridad, un galimatías, hijo, crucigramas, que tiras la piedra y luego te duele la descalabradura como yo digo, y que dudabas y la duda te hacía sufrir, y que si callas, la conciencia te reprocha, y si hablas, te reprocha también, ya ves qué problema, pues habla con educación, hijo, que con Bene lo que procedía era todo lo contrario de lo que hiciste, estimular a la gente a dar y a ir a las fiestas benéficas y, al final, hubiera sido un detalle simpático que subastases tu pitillera o algo así, un objeto personal. Pero cualquiera te aconseja, Mario, con los humos que te gastas, si yo ya no me atrevo ni a decirte que te cambies de traje para planchártelo, y, luego, que estás solo, pues no vas a estarlo, adoquín, no era eso lo que andabas buscando, di. ¿No te lo advertí ya cuando lo de la casa, que a este paso nadie nos va a poder ver ni en pintura, tanto criticar, tanto criticar, que parece como que le sacarais un gusto a revolcaros en el cieno? Es como lo de tus libros, cuando no eran de cosas raras que nadie entiende, eran de muertos de hambre o de paletos de esos que no saben ni la A. Y si los paletos no saben leer, Mario, y a la gente bien le traen sin cuidado los paletos, ¿puede saberse para quién escribías? Y no me salgas con que se pueden escribir cosas para nadie, porque eso no, Mario, que si las palabras no se las dices a alguien no son nada, ruidos o garabatos, vamos creo yo, no sé. Pero a ti no hay quien te apee de la burra, cariño, ni una sugerencia, hay que ver, con la carrera que me di para contarte lo de Maximino Conde y la hijastra, un argumento de película, fíjate, que toda la ciudad pendiente, total para nada, y sí que era un poco así, lo reconozco, tirando a verde, pero en la novela, al final, haciéndole reaccionar a él en decente, quedaba inclusive aleccionadora. Pues no señor, mejor los paletos y los muertos de hambre, ¡con tu pan te lo comas, querido!, pero luego no te quejes si estás solo, que quitas a Esther, Encarna y los de la tertulia y para de contar. Y si afinamos un poco ni los de la tertulia, fíjate, que había que oír al Moyano ese, el de las barbas, hace cosa de un mes, con el articulito aquel, “Los redentores”, o como se llamase, que yo no lo entendí del todo, te lo confieso, pero a fuerza de leerle creo que saqué el sentido, pero lo que sí te aseguro es que aquello de “que todos los redentores aman al prójimo, unos para redimirle de veras y otros para utilizarle de pedestal” cayó como una bomba, pero entre todo el mundo, ¿eh? Oyarzun creo que bramaba y el Moyano ese no digamos, hijo, que se le oía desde el portal, ¡Jesús, cómo se puso!, que luego tú, “dejadme; un hombre no puede abrir la boca sin ofender”, la frasecita de rigor, cómo no, literatura, zascandil, mírate en mi espejo, ¿ofendo yo?, dime, la verdad, ¿ofendo yo?, no, ¿verdad?, pues mira, bien de ello que hablo, que no paro, una tarabilla, tú me dirás, que a veces, si no tengo con quien, pues yo sola, fíjate qué risa, cualquiera que me viera, pero me importa un bledo. Tú, en cambio, ya se sabe, si abres la boca es para fastidiar, hoy, ayer y todos los días. Acuérdate del expediente, ¿qué podía hacer Antonio? Cumplir con su deber, ni más ni menos, y todavía da gracias que fue él, que no te dejaron en la calle de verdadero milagro, que aún me duelen las rodillas de rezar, que se me deformaron y todo. Y si un alumno va y se queja, Antonio, a ver, a Madrid, no tenía otra alternativa, pero sobre todo si tú no sueltas la lengua, no tenía por qué haber habido Antonio ni Antonia. Porque Antonio te aprecia, Mario, me consta, que hasta vino a verme, “me duele tanto como hacérmelo a mí mismo, Carmen, créeme”, ¿quieres más?, que yo, “no tienes por qué darme explicaciones, Antonio, sólo faltaría”, a ver, y ayer, ya le viste, de los primeros, y para hoy ha suspendido las clases y todo, que cómo se ha portado. Tú te lo guisas y tú te lo comes, Mario, no lo demos más vueltas, que al demonio se le ocurre decir una cosa así. ¿Tú crees que un cristiano puede decir a boca llena, en plena clase, que era una lástima que la Iglesia no apoyase la Revolución Francesa? ¿Te das cuenta de lo que dices? Y la pánfila de Esther que ciertamente fue una lástima, ¡Dios de los cielos!, ¿es que estás en tus cabales, Mario, una blasfemia así? ¿Pues no era la Revolución Francesa aquella de las tiorras desgreñadas que cortan la cabeza al rey y a las monjitas y a toda la gente buena, la de Pimpinela Escarlata o eso? Vamos, que se necesita cuajo para decir una cosa así, qué principios ni qué niño muerto. ¡Válgame Dios!, cómo van a ser cristianos unos principios que consisten en cortar la cabeza a la gente de bien y en cuanto al fin, ya lo estás viendo, que a sinvergonzonería y a descreimiento a Francia no le gana nadie, ya ves Valen, el verano pasado, y no es que sea una ñoña, escandalizadita volvió para que te enteres. Pero a ti que lo mismo te da, que tienes una conciencia como un saco, hijo, ¡qué tragaderas!, al domingo siguiente a comulgar, tan tranquilo, como si nada, que a Bene, que te vio, la faltó tiempo, “se habrá confesado, ¿verdad?” y yo, “me imagino”, tú dirás qué podía contestarla. Dios te habrá perdonado, Mario, que mala voluntad no tenías, eso creo, vamos, pero a veces me daba por pensar que hacías comuniones sacrílegas y tardaba un cuarto de hora en dormirme, te lo prometo, de la incomodidad, que eso es algo que me aterra. Y lo que más me duele es pensar que tú al principio no eras así, que han sido el don Nicolás ese y su cuadrilla los que te han llenado la cabeza de pájaros, y eso para verlo desde fuera, pase, pero que el hombre que piensa y hace esas cosas sea tu marido, es un martirio, te doy mi palabra de honor, que Valen se ríe, a ella la quisiera yo ver. Claro como Vicente es el hombre más equilibrado que existe, lo de los demás, por mucho que les quieras, que a mí Valen me lo ha demostrado, se ve como en el teatro. Ella me decía, Valen quiero decir, date cuenta, me decía: “A tu marido y esa gente les falta un tornillo, hija. Pero te confieso que a mí me divierten, me hace gracia verles empeñados en que el mundo ruede al revés. Son unos tipos, pero ándate con ojo, éstos son los que se suicidan o se mueren del corazón”. Así, Mario, como lo estás oyendo, te lo juro, como si lo hubiera presentido, y yo, la verdad, que se mueran del corazón los hombres de negocios, que de un telefonazo pueden ganar o perder millones, lo comprendo, pero que te mueras del corazón tú, un hombre que jamás se ha preocupado del dinero, que tiene una mujer que de dos saca cuatro, un hombre al que no le ha faltado nada, que no es que vayas a decir esto o lo otro, no hay derecho, la verdad, no hay derecho y no hay derecho. Ya te digo, me lo explico en los hombres importantes, pero que tú, Mario, un don nadie, para qué nos vamos a engañar, te vayas a morir porque los locos vivan en un manicomio feo, o porque te dé una torta un guardia, o porque Josechu no cuenta los votos, o porque Solórzano te quiere hacer concejal, o porque los paletos no gasten ascensor, es algo que no me cabe en la cabeza, las cosas como son. Claro que la tonta fui yo, que nadie tuvo la culpa, que tu misma madre ya me lo advirtió que eras un chico muy retraído y eso, y en cuanto llegabas del colegio, lo primero las alpargatas y al brasero, a leer. Ya ves qué plan para un niño, que luego saldrá Encarna con que si hago o dejo de hacer, que sabrá ella, que sí de niño hacías eso, de mayor ídem de lienzo, ya se sabe, genio y figura. “Estoy solo, Carmen”, me decías hace tres días, ¿te acuerdas?, aquí mismo, que yo como si no te oyera, que si hablo es para ponerlo peor, pero ¿qué querías, encima? ¿Que Solórzano o Josechu te vinieran a dar explicaciones? Mamá que en paz descanse, que no se la escapaba una, solía decir, “recogemos lo que sembramos”, ¿qué te parece?, que así, a primera vista, parecerá una bobada, pero el dicho tiene mucha miga, Mario, vaya si la tiene. Y no es que mamá hablara por hablar, que a sacrificada pocos la ganarían, ya ves, que con lo de Julia ofreció no probar los dulces, que la pirraban, si no venían mellizos, que tú dirás, otra tontuna, pero no es ninguna tontuna, Mario, que tiene su fundamento, que mamá, que en paz descanse, sabía dónde la apretaba el zapato, y a papá se lo dijo, que luego me enteré, y si viene uno solo, cabe el desliz, pero si vienen dos, eso demuestra que se hizo con ansia, date cuenta, que en las circunstancias de Julia hubiera sido imperdonable. Aunque, bien pensado, mi hermana en el pecado ha llevado la penitencia, que el pobre Constantino será todo lo infeliz que quieras, pero es un chico bien raro, que creo que hace yoga o eso y duerme con la cabeza en el suelo y, por las noches, pasea por toda la casa, que es noctámbulo o sonámbulo, o como se diga, imagínate qué espanto. Todo por un momento de placer, Mario, ni eso, que es nada, que yo, las más de las veces, ni me entero, te digo mi verdad. Es muy raro ese chico, Mario, que Julia quería encasquetármelo con Mario los veranos, que ni te lo dije, pero yo ni hablar, no estaba por la labor, que se las arregle ella, ella hizo el mal pues que busque el remedio. En general esos hijos de extranjeros suelen dar malos resultados, que Armando dice que son una incógnita y yo le doy la razón no sé si por la mezcla de sangre o qué, pero todos tiran un poquito al monte.

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