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Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (14 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
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XXII

Di a la sabiduría: “Tú eres mi hermana” y llama a la inteligencia tu pariente. Para que te preserven de la mujer ajena, de la extraña de lúbricas palabras… No dejes ir tu corazón por sus caminos, no yerres por sus sendas
, por más que, conociendo como conozco a los hombres, Mario, estoy segurísima de que me la has pegado más de una vez y de dos, me juego la cabeza. No hay más que ver cómo se presentó Encarna ayer, menuda escenita, yo no sabía ni dónde meterme, que Valen decía, “si parece ella la viuda, mujer”, y es cierto, chico, que me puso en ridículo, ¡qué alaridos! Es como lo de Madrid, que el caso es meterse donde nadie la llama, como yo digo, porque ¿puedes decirme qué tecla tocaba ella en la votación? Y, luego, a celebrarlo, hala, jarana, y tú que una cerveza y unas gambas en el Fuima, y que nada más, ya, ni que una se chupase el dedo. A medida que pasan los años, Mario, fíjate, más me convenzo, de que el hombre no es un animal monógamo, de que la monogamia para vosotros una antigualla. Nos veis tan pánfilas que abusáis de nuestra sumisión, os echan las bendiciones y a descansar, un seguro de fidelidad, claro que eso para vosotros no rige, la ley del embudo, os largáis de parranda cuando os apetece y aquí paz y después, gloria. Y no es que yo vaya a decir que tú hayas sido un don Juan, cariño, ni muchísimo menos, pero tampoco pondría una mano en el fuego, la verdad, que por mucho que digas que fuiste al matrimonio tan virgen como yo, ésa no me la trago, fíjate, que boba sería y una tiene ya muchas conchas, a ver, por fuerza. “No me lo agradezcas, fue ante todo por timidez”, me río yo, ¡qué timidez ni qué ocho cuartos!, pues buenos sois los hombres, en la primera ocasión, zas, si te he visto, no me acuerdo, la mujer y los hijos, un cero a la izquierda. Eso si no sois vosotros los que buscáis la ocasión, que bueno está Madrid, hijo, una vergüenza, que a partir de las ocho hay más fulanas por las calles que personas decentes, que ha sido un error, ya ves tú, cerrar las casas, que yo, todo lo contrarío, las hubiera pintado de colores bien chillones para que nadie se llamase a engaño, y a las pelanduscas las hubiese encerrado allí, pero a cal y canto, ¿eh?, que no pudieran ver ni la luz del sol, que no merecen otra cosa, por mucho que tú vengas con que nadie lo es por gusto, que los hombres puestos a disculpar resultáis imposibles. Ya ves tu caso, y en mejor plan no me pude poner, “cuéntame tus aventurillas de soltero; te perdono de antemano”, pero ya, ya, y te doy mi palabra, Mario, de que yo estaba dispuesta a tragarme el cáliz hasta las heces, te lo juro, y una vez que acabaras, darte un beso, como una absolución, ¿comprendes?, y decirte, “lo pasado, pasado”. Pero tú erre que erre, con la de siempre, que eres más terco que una mula manchega, hijo, y con mayúscula, por si acaso, como en tus libros, que no viene a cuento poner mayúsculas, vosotros que presumís de saber, cuando no son nombres propios ni hay punto ni nada, que eso lo sabe un tonto. “ERA TAN VIRGEN COMO TU; PERO NO ME LO AGRADEZCAS, FUE ANTE TODO POR TIMIDEZ”. ¿Qué te parece? Me da rabia, Mario, pero una rabia espantosa, que seas tan desconfiado, porque si me dices tu verdad, te hubiese perdonado igual, te lo juro, como me llamo Carmen, aunque me costase un calvario, fíjate. Y no quieras saber de casado, tus infidelidades de pensamiento, que es adulterio, lo mismo, a ver, acuérdate del veranito de la playa, que hay que ver lo que pasé, que ni amarrada me vuelves a llevar allí. Y si me da rabia no te pienses que es por mí, adoquín, que ya me conoces, y otros defectos tendré, pero celosa no soy, pero los niños, date cuenta los niños, qué baldón, que Mario y la misma Menchu ya entienden el beso, querido, que el tiempo pasa, que son dos personas mayores, Mario, aunque tú con tu bicicleta y tus tonterías, quieras agarrarte a la juventud como un desesperado. Es ley de vida, cariño, y contra eso no hay quien luche, que la pobre mamá, que en paz descanse, ya lo decía: “Todo tiene remedio menos la muerte”, date cuenta, que parecerá una vulgaridad pero anda que no tiene miga ni nada la frasecita esa. Muchas veces pienso, un poco a lo tonto, Mario, que si tú en lugar de ser hijo de tu madre, tan pagada de sus cosas, hubieras sido hijo de la mía, serías otra persona. Todo hubiera ido entonces mucho mejor, estoy segura, y no es que me queje, entiéndeme, que ya sé que es una tontería pensar estas cosas, porque si tú hubieras sido hijo de mamá, por lo menos seríamos medio hermanos, a ver, y no hubiéramos podido casarnos, que todo eso de las sangres iguales y el factor RH me aterra, fíjate, de siempre, no es que lo diga ahora, que con Álvaro no quieras saber lo que pasé, que ahora te lo puedo decir, pero con eso de que sangré antes, me imaginé que pudiera ser algo raro, que las sangres no congeniaran o así, y casi me vuelvo histérica, que ofrecí no tomar helados en un mes, hazte cuenta, con lo que a mí me pirran los helados. Claro que tú ni enterarte y, luego, de cualquier nadería, un mundo, ya ves, con el mismo Alvarito, que si era muy raro que quisiera irse solo al campo a hacer una hoguera, o que llamase sotas a los soldados, y que si al médico, y que si patatín y que si patatán, ¡cosas de chicos, Mario!, que a Álvaro lo que le ocurre es que tiene vocación de boyescut, o como se diga eso, que te pones a ver, y malo, lo que se dice malo, no ha estado en su vida, el sarampión y para de contar, y para eso bien benigno, que acuérdate que dudábamos. Más me preocupan a mí otras cosas, Mario, problemas de fondo y no esas pamplinas, mira Borja, ayer, que no es que lo dijera por decir, que le salió del alma, “yo quiero que se muera papá todos los días para no ir colegio”, ¿qué te parece? Le di una zurra de muerte bueno, tú lo viste, y son seis añitos, ya lo sé, pero yo a los seis años, me acuerdo como si fuera hoy, sentía veneración por papá, auténtica veneración, que me dicen que le ha pasado algo y me muero, fíjate. Es como el luto del otro zángano, que no, que eso son convencionalismos estúpidos, ya ves tú, “convencionalismos”, no podía buscar otra palabra más enrevesada, que ese chico va a ser como tú, Mario, de enredador, tu vivo retrato, que me preocupa seriamente, ya ves el domingo, ni pedirme la propina, que a su edad no se lo consiento, que, le guste o no le guste, debe empezar a alternar y dejar un poco los libros que se le van a volver los sesos agua, que yo no sé para qué necesitáis tanto librote si no son más que almacenes de polvo como yo digo. Eso sí, para libros siempre había dinero, en cambio un Seiscientos, ya ves que cosa más tonta, un lujo; tú con tu cátedra, tus papeles y tus amigotes tenías bastante, y los demás que se las apañen. Ya ves lo de Aran, y mira que llevo tiempo detrás de ti, hijo, una vida, bueno, pues ya crecerá, que son tres años, pues claro que son tres años, borrico, pero a los tres años hay niñas altas y niñas bajas, y Aran es una niña bajita, y si no hubiera precedentes, vaya, pero mira tu hermana, Mario, que dejando aparte lo insustancial, Charo, físicamente no vale un perro chico, es como un botijito, no me digas, que ni sabe por dónde la da el aire, ya lo estás viendo, primero que Esclava, ocho meses y fuera, y la ves ahora y a disgusto en todas partes, que no en balde sois hermanos, cariño, dos culillos de mal asiento, inadaptados o eso, que por algo están ahora tan de moda. Pero ya te anticipo que yo no quiero que mi hija sea así y, llores o rías, pienso llevarla a Luis, que la mire a fondo y la recete unos choques de vitaminas, que la hagan crecer y espabilar. En lo que esté en mi mano, no me pienso dormir, cariño, déjate de que estrangulo su personalidad, ahí tienes al otro, charlando con el portero a todas horas, ya ves qué personalidad, que si la personalidad consiste en negarse a llevar luto por un padre, mejor que no la tengan. Después de todo, mis ideas no son tan malas y o poco valgo o mis ideas han de ser las de mis hijos, querido, y si Mario quiere pensar por su cuenta y razón, que lo gane y se vaya a pensar donde una patrona, que mientras viva bajo mi techo, los que de mí dependan han de pensar como yo mande. Bueno está lo bueno, o se es o no se es, que diría la pobre mamá, porque tú me dirás qué provecho puede sacar mi hijo de dar palique al señor Abundio, en la garita además, para mayor inri, que es verte a ti, Mario, que es tu vivo retrato, hijo, acuérdate del viejo chocho de Bertrán, cada vez que venía con la paga, tú venga de darle carrete, que si ganaba mucho o ganaba poco, tú dirás, con un bedel, que de unas cosas pasabais a otras, que se lo oí, no te creas que no, bien claro lo dijo que si todavía estaba útil, sobre todo cambiando de jaca, imagínate esa momia, sordo además, que vosotros por presumir de hombres cualquier cosa. Estoy cansada de decírtelo, Mario, que a esta gente le das confianzas y no sabe hasta dónde puede llegar, que das la mano y se toman el pie, que te estuvo bien empleado, aunque te fastidiara, porque si te sonaste mal y tú le tratas de igual a igual, está en su perfectísimo derecho de decirte, “que se ha dejado un forraje”, lógico, que yo me reía para mis adentros, pero pensaba: “le está bien empleado por tonto, le está bien empleado. A ver si así escarmienta”, y tú ni sabías dónde limpiarte y él, “más arriba, más abajo, ahí”, y tú “gracias, Bertrán”, pero con una cara que bendito sea Dios. Eso sí, las cosas como son, ayer muy afectado, se presentó de los primeros y derecho al comedor, a ver qué te crees, que le dejé un ratito, pero ya le dije, “Bertrán, pase a la cocina si no le importa, aquí no podemos ni rebullirnos”, faltaría más, ¿de cuándo acá va a estar un bedel entre los catedráticos? Y no te digo al entierro, que eso obligado, pero subir a la casa no le corresponde, que luego dio la nota con la sordera, que el pobre Antonio, acabó voceando, y el otro, “no sé qué dice”, un espectáculo, como te lo digo, y don Nicolás riéndose, ya ves tú, no encontraría momento más oportuno, que no le eché escaleras abajo de verdadero milagro, que inteligente será, yo no lo niego, pero el don de la oportunidad no le tiene, acuérdate con lo de la condecoración, ya ves qué pito tocaría él, “no lo haga, conozco a Mario y es capaz de tirarla al estanque”, a él qué le iba ni qué le venía, que tú para qué querías más, “quieren hacer de mí una tumba coronada por una Gran Cruz”, que ni por las buenas ni por las malas se puede contigo, hijo, qué carácter. Y lo cierto es que si no te dicen “basta”, a saber, que estabas ya como un caballo desbocado, qué articulitos, que a ti se te calienta la boca y ni sabes lo que dices ni adónde vas, como lo de prohibírtelos por teléfono, a ver cómo querías que te lo dijeran, lo más rápido, lógico, y tú “por escrito, por escrito”, ¿es que hay que hacer una instancia para dirigirse a ti? Siempre en vilo contigo, querido, como si fueras un niño pequeño, recuerda lo del tren, con el Moyano ese tenía que ser, que lo mejor que podía hacer es afeitarse esas barbas, que qué sé yo lo que parece, y todavía tú que el régimen severo de que hablaba era el de su estómago, ya, ya, a mí me la vais a dar, que os pudisteis buscar un lío de los gordos, que el tipo aquel era de influencia, ya ves, con un historial político que para mí lo quisiera, Mario, que hizo muy requetebién en avisar a la policía, nunca se sabe, todo por iros de la lengua, y yo sin pegar ojo en toda la noche, qué remedio, sobre todo después de oír a Antonio, que yo, imagina, telefonazos a todo el mundo, y él insistía, “no estoy muy seguro, pero creo que veinticuatro horas en la Prevención son ya antecedentes penales”, menuda, como para tomarlo a broma, una friolera, ¡pobres hijos míos!, que tú el caso es hablar cuando no debes que luego, en las fiestas, si no te tomas dos copas, un ciprés, ¡madre, qué caras! ¿Por qué te callabas, di? Claro que a la fuerza ahorcan, porque, bien mirado, si no sabes cantar, contar chistes picantes, tocar la guitarra o bailar lo moderno, un estorbo, a ver. Pero no sería porque no te lo advirtiese, Mario, desde que nos casamos, no digas que no, que yo misma reconozco que me puse hasta pesada, “aprende una gracia de salón; sin una gracia de salón eres hombre perdido”, pero tú, como de costumbre, como quien oye llover, que no conozco mujer, fíjate, que haya influido menos en su marido que yo, palabra, y eso es falta de cariño, cariño, por muchas vueltas que lo des. Me ponías mala, ¿eh?, en un rincón, aburrido, liando un cigarro de esos que apestan, me consumía, te lo juro, que no sé qué prefiero, porque tú no tienes más que extremos, o como un muerto o a lo loco, mira la otra noche en casa de Valen, y me lo olí, ¿eh?, palabra de honor que me lo olí, en cuanto vi a Solórzano y a Higinio, nada más entrar, y dale con los corchos del champán contra las farolas, que Valen la gozaría y todo lo que quieras porque es una chica muy abierta, que es un encanto, Valen, pero yo, llegó un momento, te lo prometo, que no sabía dónde mirar, que decirte abochornada es poco.

XXIII

Porque escudo es la ciencia y escudo es la riqueza, pero excede la sabiduría, que da la vida al que la tiene
, aunque reconoce, Mario, que si en vez de emplear tanto tiempo en esos librotes absurdos, te hubieras dedicado a algo más provechoso, un Banco por ejemplo, cualquier cosa, otro gallo nos cantara. Porque se dice pronto, hijo mío, las horas muertas que te has pasado en este despacho, dale que te pego, es que ni a hacer pis, y total, ¿para qué? Muy sencillo, para hacernos ver que los paletos viven sin ascensor, que hay que hacer a los locos un Manicomio nuevo, que todos los hombres deben partir de cero, que tú sabrás lo que quieres decir con eso, y que hay que cortar de arriba y añadir de abajo. Bueno, ya está, ¿y para eso tantos años como yo digo? Se necesita ser tonto de capirote, hijo mío, no me digas, que una cosa que llevo muy a mal es que me vieses a mí reventada, todo el día de coronilla, y tú sentándote en tu despacho, o charlando y fumando con tus amigos, que hay que ver qué humaredas, Santo Dios, que, en cuanto os ibais, dos horas ventilando. Te digo que cuando caíste malo, los nervios o lo que fuera, descansé, alabado sea Dios, cada uno a su casa y todos tranquilos, ¡qué a gusto me quedé! Y otro tanto con las comidas, cariño, que ni agradecido ni pagado, porque ¿me puedes decir, zascandil, de qué me servía contigo pasarme toda la santa mañana en la cocina? Para ti el caso es engullir, como los pavos, que nunca miraste lo que comías, calamidad, que no sé si por gula o qué, pero bien poco te lucía, la verdad, que yo recuerdo en la playa, el espíritu de la golosina, hijo, y luego tan blanco y con las gafas, dabas grima, de avergonzar a cualquiera, que yo, fuera de broma, prohibiría a los intelectuales arrimarse al mar, ¡qué cosa más antiestética! Porque con una vez que me hubieras dicho, “qué rico está”, bastaba, buena soy yo, con cualquier cosa, a ver, pero no, lo único si había un pelo o una mosca, ya ves tú qué barbaridad, la apartas y se terminó, pues, no señor, un drama, que la boba soy yo en tomarme tantas molestias, que la misma Encarna que es debilidad por ti, ya la oíste, “a Mario tanto le da un cocido como un pato a la naranja”, que es verdad, que con tu manera de ser desanimas a cualquiera, qué aburrimiento, hijo. Dichosos libros, que te tenían sorbido el seso, que no pensabas en otra cosa, ¡madre, qué obsesión!, que estabas comiendo o en una reunión y con la cabeza en otro sitio, y en la calle, ni saludar, que hay que ver la fama de antipático que tienes en todas partes, que nadie te puede ver ni en pintura, no es que yo lo diga. Y luego los títulos de los libros, ¡Jesús, María, que desazón! para después salirte por peteneras, que “El Castillo de Arena” o una pamplina así, que no sé si será bonito o feo, pero no pega ni con cola, cariño, que te pones a ver y en el libro no hay castillos por ninguna parte, así es muy fácil, el caso es que pegue el título con lo que va dentro, mira tú qué risa, lo otro lo sabe hacer cualquiera. Y vengan mayúsculas: “AUNQUE DIFÍCIL, AUN ES POSIBLE AMAR EN EL SIGLO XX”, mira quién fue a hablar, consejos vendo, tres años aguardando y, al cabo, “buenas noches, hasta mañana”, y todavía el otro que delicadezas, menos guasitas, un desprecio, eso es lo que es, un desprecio como una casa, que una mujer, y sé muy bien lo que me digo, soporta mil veces mejor un atropello que una humillación así, que eso es lo último, Mario. Y yo sí que estaba un poco asustada, lo reconozco, por qué voy a decir lo contrario, que sabía que tenía que pasar algo, Transi y todas lo decían, pero cualquier cosa menos eso. ¡Delicadezas!. Me río yo, un egoistón, eso es lo que tú eres, y dale con que los hombres no se aman, que las máquinas les secan el corazón, será la bicicleta, zascandil, ya ves tú los tipos esos, en la isla o donde sea, que una no sabe ni dónde están, que ésa es otra, que parece que no saben hablar de otra cosa, pues sí que se iban a divertir, qué pesados, yo me tronchaba con Valen, “todos, absolutamente todos los personajes de Mario son unos revientafiestas”, que Esther para qué te voy a contar, por las nubes, como una furia, “son símbolos”, sabrá ella lo que son símbolos, date cuenta, pero con un aplomo, hijo, que no admite vuelta de hoja. Amar en el siglo XX, mira quién fue a hablar, un hombre que la noche de bodas, media vuelta y hasta mañana, que hasta se te debía caer la cara de vergüenza, vamos, un feo así, y luego que te subían las aguas, que todo era frivolidad y violencia, no lo dirás por ti, dichosos nervios, que los hombres con tal de parecer importantes ya no sabéis qué inventar. ¡Anda, pregúntale a Galli Constantino si sabía amar en el siglo XX! Y antes de lo que debiera, que a los hombres no hay quién os entienda, unos por mucho y otros por poco, que a saber Julia en Madrid, sabe Dios, sola, siete años, figúrate, con estudiantes americanos en casa, no iba a vivir del aire, pero que es un peligro, francamente, porque lo que Valen dice, que una vez que se le coge el gustillo, natural, entre hombre y mujer hay un instinto y lo que hay que hacer es evitar la ocasión. Bueno, pues tú, dale, que no se ama, que estamos perdiendo el hábito de amar, que la cogiste modorra como yo digo, y luego, para desengrasar, el articulito aquel de la revista americana, “Ausencia de sentimientos en la literatura moderna”, cien dólares, Mario, que se dice pronto, seis mil pesetillas, pero una y no más, Santo Tomás, a ver, menuda oportunidad, un filón, pero ¿quién se iba a tragar un rollo así? Y, además, lo que yo digo, hijo, si la literatura moderna no tiene sentimientos, no te espantes las pulgas, que literatura moderna es lo que hacéis vosotros, y en tu mano está, pónselos, ya ves qué gracia, y si la novela debe ser reflejo de la vida, como tú dices, ahí tienes a Maximino Conde, un sentimiento bien fuerte, tú dirás, con la hijastra, si eso no es de la vida, pues tú ni caso, pero que ni escucharme, ¿eh?, que menuda carrera me di. Os quejáis de vicio, Mario, reconócelo, como no sea que llames sentimientos a lo de los guardias con los presos, o a comprar
Carlitos
a todos los vagos de Madrid, o a compadecerse de los locos, que, entonces, me callo, pero eso es tomar el rábano por las hojas, monigote, que amor, amor, lo que se dice amor es lo que hay entre hombre y mujer, no le des más vueltas, que esto es así desde que el mundo es mundo. Lo que te ocurre a ti, haragán, es que respiras por la herida, que eres un rencoroso, que, a la chita callando, eres de los que las guardas, que todavía no has olvidado lo del guardia, que ahí está el busilis, y eso de que te pegase no me lo creo, ni aunque me lo jures en cruz, fíjate, que no soy yo sola, ya ves Ramón Filgueira lo que te dijo, lógico, y además en esos sitios y a la hora que era no se van a andar con miramientos, que aviados estarían en el Cuartelillo y en la Comisaría si fuesen a guardar consideraciones con cada granuja que se presenta. Y tú que “a callar; ya llegará la hora de hablar”, pensabas, pero ni en el Cuartelillo ni en la Prevención te dejaron, natural, ellos son la ley y tú chitón, en esos momentos un delincuente, aunque te escueza, ni más ni menos, que yo me acuerdo que lo de la bici en el parque desde que era niña, no se podía, que no es que se lo inventaran ellos para fastidiarte. A ti te dio rabia caerte de la bicicleta, ¡a que sí!, que, yo Comisario, hubiera hecho lo propio, “no hay contradenuncia mientras un médico no certifique”, que a cualquier otro le hubiera bastado, pero tú no, duro, a la Casa de Socorro, ¡hala!, a molestar a las cuatro de la madrugada, que tampoco son horas, y que digas que te tropezaste con un tipo a medida, que el medicucho aquel fue el que te metió en cantares que si “hematoma producido por los nudillos de una mano”, que también hace falta cuajo, vamos, que lo que Filgueira decía, “el propio pedal”, a saber, eso no puede averiguarse, pero tú, venga, la contradenuncia, abuso de autoridad, una monomanía, “aquí está el certificado”, que si tú vas derecho a Filgueira y le dices, “pues lleva usted razón, Filgueira, me he obcecado”, mejor nos hubiera ido, a poco, y ni él ni Josechu Prados, ni Oyarzun, ni nadie nos hubiera negado el piso, que también tú eres como Dios te ha hecho, reuniendo todos los requisitos además, que era cosa decidida. Y sobre todo lo que Filgueira decía, “yo tengo que creer a mis guardias, un guardia a esas horas es como el Ministro de la Gobernación”, naturalmente, Mario, cariño, en esas circunstancias la máxima autoridad, que tú me dirás sin ellos, el caos. Pero aun dando por supuesto que te pegase y que fuesen ciertos esos cuentos chinos de la pistola, tú debiste callar, Mario, que si un guardia en un arrebato te da un mojicón no creas que lo hace por divertirse, qué va, sino por tu bien, lo mismo que hacemos con los niños. Hay una cosa evidente, Mario, que nos guste o no tenemos que aceptar, y es que un país es como una familia, lo mismito, quitas la autoridad y ¡catapum!, la catástrofe. Nunca daré bastantes gracias a Dios de que a tu pariente Luisito Bolado se le ocurriera llamarte para que retiraras la denuncia, que hay que ver cómo se portó, que otro falla contra ti y tan tranquilo, menudo favor, que tú, en lugar de agradecérselo, venga con que si una confabulación, que no verías palabra más fácil, y que todos contra ti, la copla de siempre, que no ves más que enemigos por todas partes, fantasmas, hijo, que el que algo teme, algo debe, como decía la pobre mamá. ¡Qué testarudez! Como un niño chico, Mario, que en el fondo eso es lo que tú eres, menos el médico, todos de acuerdo, la ley del silencio, y de nada valía intentar convencerte, que tú te haces una idea y no hay quién te apee del burro, hale, caiga quien caiga. Y después de todo, estas cosas te ocurren por ser un adán, porque si tú vienes vestido como Dios manda, con los pantalones planchados y los zapatos limpios, y dejas la bicicleta en casita que es donde debe estar, ¿tú crees que hay un guardia que te ponga la mano encima? Que no, Mario, que no son manías mías, que cada cual debe vestir según su clase, y un señor es siempre un señor, y es otro respeto y otra consideración, no lo des más vueltas, y es natural además, pero si vas por la calle de cualquier manera, con las solapas subidas y una boina en la cabeza, ¿quieres decirme en qué te diferencias de un peón y con mayor razón si es de noche? Y no voy a decir que te estuviera bien empleado porque eso no, que lo mismo podías haberte caído yendo arreglado, pero es que si un guardia o media docena de guardias te ven con tu sombrero, con una ropa decente, bien presentado, ni se les ocurre, fíjate, ni te dan el alto, estoy segurísima, que a la legua verían que eras una persona influyente y un hombre de bien. Pero con esas trazas que vas, que ni aposta, Mario, ¿qué de particular tiene que te tomen por un don nadie e inclusive que te den un sopapo? No, Mario, eso es algo que no te podré perdonar por mil años que viva, un desaseo así, que haces gala, y luego fumando ese tabaco que ya no se ve por el mundo, que apesta, hijo, porque en el supuesto de que te den el alto, si tú hueles a tabaco rubio, que te parecerá una bobada, ¿te crees tú que el guardia no te pide disculpas? “Perdone, le he tomado por lo que no es”, seguro, si es de cajón, que el hábito no hará al monje pero impone, vaya que sí, estoy cansada de verlo, si inclusive entre la buena sociedad, tonto del higo, que tú vas con un traje de Cutuli y eres alguien, y la mejor gente, “¿quién es ésa?”, a ver, se interesa, “esa chica no es de aquí”, y si te bajas de un Mercedes, más todavía, que estaremos hechos del mismo barro, yo no lo discuto, pero al fin y al cabo humanos somos.

BOOK: Cinco horas con Mario
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