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Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (9 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
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XII

Es un orgulloso que nada sabe, que desvaría en disputas y vanidades, de donde nacen envidias, contiendas, blasfemias, suspicacias, porfías de hombres de inteligencia corrompida y privados de la verdad, que tienen la piedad por materia de lucro
, y a mí no me la dais, Mario, a vosotros lo que os fastidia de Higinio Oyarzun es el Dos Caballos, hablemos francamente, y que a los quince años de estar aquí, haya entrado en sociedad, cosa que ni tú ni los de tu camarilla habéis conseguido, ni conseguiréis, por la sencilla razón de que sois unos hurones, para qué vamos a engañarnos, que ni tenéis trato ni sabéis poneros derecha la corbata. Sí, ya lo sé, vas a decirme que no interesa, lo de la zorra, no están maduras, la de siempre, mira que eres, pero con Valen la otra noche, tú dirás, como un enano, ¡cómo lo pasaste!, y no olvides que los Rojo son de la mejor gente de aquí, para que te hagas una idea, lo que sucede es que como él es catedrático del Instituto, tienen que hacer a los dos paños, a ver. Pero si Vicente no fuera catedrático, ya te lo digo desde aquí, ¡de qué pisábamos nosotros su casa!, por mucho que a Valen la vistan los escritores y así, que lo que hace ella es reírse de vosotros, como lo estás oyendo, que Valen, aunque no lo parezca, es tremenda, se ríe hasta de su sombra, no te hagas ilusiones. Y qué cena nos dio, de sueño, que sobró de todo, hasta langosta y caviar, y cómo estaba la langosta, Mario, y qué bien servido todo, ni las bodas de Canaán, como yo digo, que si tú no te propasas, una de las noches más felices de mi vida, fíjate, menuda cena, que como ella te dice “veniros a tomar una copa el sábado”, le quita importancia, te piensas que va a ser otra cosa. Pero tú estuviste en un tris de armarla, querido, mira que eres, y te advierto que lo presentí, que no te lo creerás, te lo juro, nada más llegar, en cuanto entramos y vi a Solórzano y a Higinio, pensé, como te lo digo: “Mario se apoquina en un rincón o da el espectáculo”, si te conoceré, en cuanto eché la vista encima a Oyarzun, que no sé de dónde esa manía, que a mí me parece un muchacho correcto, y no es hablar a lo bobo, que ya me viste, y un rato bien agradable que pasé con él, que no es que vaya a decir que tenga una gran facha, porque no, porque no la tiene, no es un Adonis si es lo que quieres saber, pero dentro de lo menudito, con ese olor a tabaco de pipa y esas corbatas que son la preciosidad, acaba por hacerse atractivo, mira lo que son las cosas. Higinio es uno de esos hombres que te dan el pego, porque de entrada no resulta, de acuerdo, pero a medida que le tratas te vas dando cuenta de que tiene algo, que me preguntas y ni idea, que empiezo por decirte que no sé si es que viste bien o que sabe llevar la ropa, que son dos cosas muy distintas, aunque esto para ti sea chino. Pero para que vayas aprendiendo, cariño, y no lo digo con segundas, hay gentes que cuando se visten para una fiesta parecen endomingadas, dan un poco de grima, así como si se hubieran quitado la pana para ir de boda, ya me comprendes, y otras que no, que es el caso de Higinio, una soltura, una gracia especial, que este muchacho, con todo lo menudo que es, le pones un chaqué y como el pez en el agua, me juego la cabeza. Se le ve a la legua que es hombre de sociedad, nada de advenedizo, y al que te diga que es un chismoso, ni hablar, todo lo contrario, para todo el mundo tiene una palabra amable, mira que motivos le sobran para estar engreído, pues como si nada, tan sencillo, date cuenta a mí, de vernos por la calle y adiós y adiós, pues, en seguida, con tus libros, que qué preparabas y que si saldría algo nuevo este año, realmente interesado. Y no digas, que tú con él, mejor es no hablar, con que si es un correveidile y un confidente, que tú dirás, cualquier otro, después de las campañas de “El Correo” y de lo de Fito Solórzano, ignorarte era poco, pues él, no, como te lo digo, como si fueras el mejor escritor de España, que yo no digo que escribas mal, entiéndeme, lo único los argumentos, pues él todo elogios, lo único que a veces se te iba un poco la mano, ya ves tú, un poco, un buenazo, eso es lo que es, que a otra cosa no, pero a ojo clínico pocas me ganan. Y lo mismo con lo de papá, no te creas, con lo de la corbata, “puede quitársela mañana, niña; España es, de hecho, una Monarquía”, que yo en la luna, oye, te lo confieso, pero a él no le pareció raro, “es cosa hecha; esto está hecho desde el año catapún, pero las señoras jóvenes, entonces, no habíais nacido”, una galantería, figúrate, que yo, los aparente o no, ya tengo mis añitos, por más que Paco el otro día, que estaba igual que cuando paseábamos por la Acera, qué más quisiera. Porque no sé si te he dicho que Paco me ha llevado dos veces en su coche, Mario, con siete días de diferencia, a la misma hora y en la misma parada del autobús, que también es casualidad. Pasé mi bochorno, no te creas, que menuda cola y yo que me veo venir un Tiburón rojo y, ¡plaf!, frenazo, pero como en las películas, “¿vas al centro?”, que yo violenta, si es Paco, imagina, un siglo sin verle, y Crescente fisgando todo el tiempo desde el motocarro y yo acomplejada, lógico, “pues, sí”, a ver qué iba a decirle, que ni me dio tiempo de pensarlo, abrió la portezuela y me colé. ¡Qué cambiazo el de Paco, querido, es que por mucho que te diga no te lo puedes imaginar! Otro hombre, eso, lo que se dice otro hombre. Los ojos sigue teniéndolos ideales para mi gusto, más bonitos, si cabe, de un azul verdoso, entre de gato y de agua de piscina, y, con los años, no sé cómo explicarte, ha cogido aplomo, que yo recuerdo de chico, un chisgarabís, y ahora representa, parece alguien, y habla correctamente, que antes era una juerga. Pues ahí le tienes, con su Tiburón, apaleando millones, que yo no sé bien dónde me dijo que trabajaba, desde luego tiene algo que ver con lo del Polo, no me hagas mucho caso, aunque buen ojo abrí cuando habló de las casas. A Higinio, en cambio, no me atreví a decirle una palabra, que fui boba, yo misma lo comprendo, que al fin y al cabo él era del Patronato, pero, fíjate, con el tiempo que ha pasado, que entonces, lo reconozco, me llevé un berrinche espantoso, pero no le iba a ir ahora con el cuento, estaba fuera de lugar me parece a mí y, además, iban cargados de razón, que algún día te convencerás, calamidad, de que en esta vida cuentan más los amigos que los títulos. Pero si tú vas y te plantas haciéndoles cara, criticándoles a todas horas, no queriendo ser concejal, negándote a firmar sus actas, ¿es que te van a dar una casa, encima? Estarían locos, Mario, desengáñate, y soy la primera en reconocer que tú no tienes la culpa, que si a ese don Nicolás que Dios confunda le hubiesen dado su merecido a su hora, otro gallo nos cantara, porque el don Nicolás y el Aróstegui y el Moyano, que más adelantaría rapándose esas barbas asquerosas, como yo digo, y toda la camarilla, el P. Fando incluido, que antes yo me pensé que era de otra pasta, te han hecho mucho daño, la verdad. Que ya me conozco la teoría de don Nicolás, “en el mundo actual, un escritor o es crítico o no es nada”, palabras y nada más que palabras, que el caso es embaucar a la gente joven, carne de cañón ni más ni menos, que yo no sé a santo de qué andan ahora los chicos tan alborotados. No le trago, fíjate, al don Nicolás ese de mis pecados, que será todo lo inteligente que tú quieras pero a mala persona no le gana nadie y además se le ve venir, que ésa es otra. Quitas a su pandilla y no sé de una sola persona de la que hable bien, ¡madre, qué lengua!, mira que los versos que le sacó al pobre Canido. Claro que Canido era lo de menos, que a mí no me la da, y además, no me avergüenzo de decirlo, a mí me gustan horrores las poesías de Canido, digáis lo que digáis, que será todo lo anticuado que quieras pero pegan divinamente y se entienden de maravilla, no es como las de ahora, que hay que ver los poetas también, hijo, en clave, no los resisto, y él corriendo por ahí que “ni los versos de Canido son versos sino versículos, ni los textos de Solórzano son textos sino testículos”, que Moyano, bien que se lo oí, que “Fito era de los de a puro huevo”, ya ves tú, ¡qué educado!, que ni él sabe lo que quiere decir con eso. Y yo no voy a salir ahora con que Solórzano hable bien, que sería una bobada, pero tampoco mal, habla corriente, eso de ni llamar la atención por una cosa ni por la otra y, en definitiva, si a él le apetecía editar sus discursos en la Casa de la Cultura, si tenía ese capricho, pues bueno, otros tienen otros, no hace mal a nadie me parece a mí, si costeaba la edición, el pie de imprenta era lo de menos, que hay que ver cómo os pusisteis, ni que os quisiera fusilar, que no sólo le decís que no y que antes dar cerrojazo a las ediciones, que tampoco era para tanto, sino que, encima, andáis corriendo por ahí que con un discurso era suficiente, que en los otros bastaba sustituir “abrevadero”, por “teléfono” o por “fuente” o por “cementerio”, que no he visto peor intención en mi vida, como lo oyes. Aunque digáis misa, eso son ganas de molestar, cariño, que os pasáis de rosca, todo el día de Dios pinchando e incordiando, y luego, a ver, nadie os puede ver ni en pintura, lógico, ya ves la gente que vino ayer por casa, fuera de media docena de personas que merezcan la pena, mozalbetes y desarrapados, que así nos crece el pelo. Si te digo mi verdad, no me explico cómo todavía no te han metido en cintura, créeme, porque después de lo de José María tú debías haber andado con más ojo, cuando más a la vista de los antecedentes de tu padre, de los de a mí no me metan en líos, pero rojo también, no sé si de Lerroux o de Alcalá Zamora, pero desde luego rojo, que menudo nido tu casita, hijo, ni buscada con candil. Menos mal que estaba lo de Elviro en Madrid y la guerra, que, mal o bien, al fin y al cabo la hiciste, eso es cierto, pero lo de José María era gordísimo, no me digas, un hombre significado, como para poner a toda la familia en cuarentena, fíjate, que me hacía reír tu padre, qué pesado, con que si fue él quien no le dejó ir a la oficina, que eso era lo de menos, date cuenta, que cuando se proclamó la República salió con la bandera y estuvo en el mitin de Azaña en la Plaza de Toros, que hay testigos, que no es una invención. Tú te cubres con Elviro, Mario, pero eso no basta, que será un caído y todo lo que quieras, pero también está lo del otro, que yo no sé cómo te atreves a hablar de tolerancia y comprensión y que si no podemos estar toda la eternidad como Caín y Abel, que eso a ellos, a José María y a los de su cuerda, caínes, más que caínes, que te pones en ridículo cada vez que dices en público que tus dos hermanos pensaban lo mismo, habráse visto, que José María aquí se pasaba y Elviro, allí, no llegaba, siempre con tus crucigramas, calamidad, que la pones a una la cabeza loca, en vez de hablar claro. Lo mismo que con los héroes de los dos lados, o que sin un acto de expiación colectivo sería muy difícil arrancar, o que si muchachos con los ojos limpios que querían una España distinta, unos y otros, pero que la política y el dinero lo echaron todo a perder. Cómo vas a comparar, ¿estás tonto?, pero si ni a misa iban, hijo de mi alma, que la has cogido modorra con el dinero, que el dinero lo tienes o no lo tienes pero no puede pensar, ni que fuera una persona, que vosotros con tal de hacer una frase sois capaces de vender el alma al diablo. Es como lo de José María, cuando sale Charo con que dijo antes de matarle que no era la primera vez que un justo moría por los demás, ganas de hablar, que a saber qué dijo José María si es que dijo algo, que estaría muerto de miedo y rezando el Señormíojesucristo, como todos en ese trance, natural. La gente de la cáscara amarga, por la cuenta que le tiene, es muy aficionada a sacar frases y a pulirlas como a los dorados, que hay quien se alimenta de frases como yo digo, qué aburrimiento. Hay que ver la guerra que te dan a ti las palabras, cariño, que lo que dice Valen, a fuerza de darlas vueltas en la cabeza ya no sabes dónde pones los pies, que luego queréis arreglar el mundo y no sabéis de la misa, la media, que éste es el chiste, y os creéis que lo sabéis todo. Escucha, Mario, aquí, para inter nos, cada vez que Borja se dormía arrullado por la 5ª sinfonía y tú decías, “éste es el intelectual de la familia”, yo perdía la cabeza, te lo confieso, porque por nada del mundo quisiera tener un hijo intelectual, una desgracia así, antes que Dios se lo lleve, fíjate. Convéncete de una vez, Mario, los intelectuales con sus ideas estrambóticas, son los que lo enredan todo, que están todos medio chiflados, porque creen que saben pero lo único que saben es incordiar, lo único, fíjate bien, y sacar a los pobres de sus casillas que el que no acaba de rojo, acaba de protestante o algo peor. Daría media vida por meterte esto en la cabeza, querido, que ya no sé en qué tono decírtelo, que hay personas que me paran en plena calle, y no es una ni dos, siempre lo mismo, que si te has hecho rojo, imagina qué situación, con qué cara voy a contestarlos, que, luego, cada vez que te veía comulgar, me entraba un escalofrío por la espalda que no quieras saber, porque por mucho que en mi fuero interno pretenda disculparte, hay cosas que no pueden conciliarse, cariño, por ejemplo, Dios y “El Correo”, pero así, sin contemplaciones, que es algo que sale de ojo. El Señor no gusta de las medias tintas, cariño, y Él me perdone pero yo creo que ese Juan XXIII, que gloria haya, ha metido a la Iglesia en un callejón sin salida, que no es que diga que fuese malo, Dios me libre, pero para mí que lo de Papa, le venía un poco grande, o, a lo mejor, le pilló demasiado viejo, que todo puede suceder. Yo no soy una mojigata ni una intransigente, Mario, ya me conoces, pero este buen señor ha hecho y ha dicho cosas que asustan a cualquiera, no me digas, porque si a estas alturas, también va a resultar que los protestantes son buenos, acabaremos por no saber dónde tenemos la mano derecha.

XIII

Don de Yavé son los hijos: es merced suya el fruto del vientre. Lo que las saetas en la mano del guerrero, eso son los hijos de la flor de los años. ¡Bienaventurados los que de ellos tienen llena su aljaba!
¡Qué bonito! Pero luego la que andaba todo el día de Dios como un zarandillo era yo. No es por nada, Mario, pero algún día te darás cuenta de lo poco que me has ayudado en la educación de los niños, que Antonio, que es un gran pedagogo, lo dice, ya ves, que cuando el padre se inhibe, los hijos lo notan, qué cosa, que pueden ser como cojos pero por dentro, ¿comprendes?, tarados o eso. Claro en este punto, no es ninguna novedad, los malos ratos para la madre; que los hombres sois todos unos egoístas, ya se sabe, que ni cortados por el mismo patrón, pero si hay uno que se lleve la palma a este respecto, ése eres tú, Mario, cariño y perdona mi franqueza. ¡Hay que ver!, se te metió entre ceja y ceja que las niñas estudiaran y ahí las tienes, contra viento y marea, la pobre Menchu, y no te hagas el tonto que sabes de sobra que las niñas que estudian, a la larga, unos marimachos. En cambio, con los niños, muy bonito, otra medida, mira tú que bien, y si no quieren estudiar que trabajen con las manos. Pero ¿es que estás en tus cabales, Mario? ¿Te imaginas a un Sotillo en mono? Que me aspen si te entiendo, hijo, pero la verdad es que tienes unos gustos que merecen palos, que la vocación es muy respetable, de acuerdo, pero hay vocaciones para pobres y vocaciones para gente bien, cada uno en su clase, creo yo, que a este paso, a la vuelta de un par de años, el mundo al revés, los pobres de ingenieros y la gente pudiente arreglando los plomos de la luz, fíjate qué gracia. Pero para las niñas no hay vocación que valga, la ley del embudo, como yo digo, eso no rige, y si tienen vocación de madres, lo más noble que puede haber, que se aguanten y al Instituto, por la sencilla razón de que las niñas no pueden ser ignorantes, qué menos que el bachiller, que me herías en lo más vivo, Mario, por si te interesa saberlo, que yo no soy bachiller y a ti te consta, pero el caso era quitarme la autoridad delante de mis hijos, que ésa es una cosa que no podré perdonarte, cariño, por mil años que viva, porque si hay algo aborrecible en este mundo es eso, echar a los hijos contra la madre, tarea de diablos, así como suena, y eso es lo que has estado haciendo tú día tras día y año tras año, con una constancia digna de mejor causa. Y, luego, en vez de apoyarme cuando les decía que se limpiaran los zapatos al entrar en casa y que aprendieran a manejar los cubiertos de pescado, me salías por peteneras de que lo que debían hacer era leer y que Alvarito era muy raro y que marcharse solo al campo a prender una hoguera era un desvarío y otro desvarío su obsesión con la muerte y con las estrellas, tonterías, que lo que le pasa a Álvaro es que tiene vocación de boyescut, o como se diga eso, que yo de idiomas, ni pun, ya lo sabes, pero ¿a qué ton al médico? Álvaro es un chico corriente, Mario, cualquiera que te oiga, y te pones a ver y más me preocupan a mí otras cosas, mira Borja, vaya salida, ¿sabes lo que me dijo ayer y le salió del alma, que no es que sea broma? Pues va y me dice, pero con todas las de la ley, ¿eh?, “yo quiero que se muera papá todos los días para no ir al colegio”, ¿qué te parece?, le pegué una paliza de muerte, créeme, que son seis añitos, ya lo comprendo, pero yo a esa edad sentía veneración por papá, ya ves tú, que me dicen que le ha pasado algo y me muero, que lo primero, en cuanto aprendí a leer, era buscar su firma en el ABC, pero todos los días, ¿eh?, como costumbre, que cada vez que la encontraba, de ciento en viento, natural, mamá, “papá es un gran escritor, nena”, que yo, para qué quería más, toda orgullosa, pero un orgullo sano, nada de pecaminoso, no te pienses lo que no es, y llegar al colegio y plantárselo a mis amigas era todo uno, que ellas rabiaban porque sus padres no escribían en los periódicos y yo, figúrate, feliz. Respeto y admiración por los padres es lo primero que hay que inculcar en los hijos, Mario, y esto no se consigue sino con autoridad, que siendo blando con ellos te crees que les haces un favor, y a la larga, todo lo contrario, ahí tienes el caso de Borja, con eso de que no se arrancaba y se ponía tieso al llorar, que ya se destiesará, que se te caía la baba con él, cuanta pamplina, que a la misma Doro la chocó, ya ves, “su papá es ciego por ese chico”, nada más entrar, que con los hijos no se pueden hacer diferencias, todos iguales, ya me ves a mí, ni uno ni otro, ¡sólo faltaría!, que lo de Aran es distinto, no crece esa cría, ya sé que es la chiquitina, pero está muy baja para la edad que tiene, Mario, que sale a la tía Charo, y me horroriza, te lo digo como lo siento, que tu hermana es como un botijito, de atractivos, nada, que como buena, un pan bendito, eso ya lo sé, pero si una muchacha desangelada no es buena, ¿quieres decirme qué le queda? “Las santas feas no tienen ningún mérito y, por tanto, no son tales santas”, solía decir mamá con mucha gracia, y es cierto, Mario, tú dirás, que a mamá a ingeniosa no la ganaba nadie, yo recuerdo de chica, las visitas con la boca abierta, siempre ella la voz cantante, que a mí me recuerda a Valen, que se tiran un aire, fíjate, aunque mamá, si quieres, un poco más llenita, que eran otros tiempos. Se me saltan las lágrimas sólo de pensar lo mal que lo pasó con lo de Julia, que si hay alguien a quien no le pegara una cosa así, era a mamá, te lo digo en serio, tan recta, tan ponderada, tuvo que sufrir horrores, ¡con decirte que no volvió a probar los dulces! No es porque yo lo diga, pero señoras

señoras como mamá van quedando cada día menos, que ya comprendo que antes el servicio era más fácil, dónde va a parar, con veinte duros, y peco de larga, estabas arreglada, pero con todo, que esa es otra conquista de “El Correo” de la que os sentiréis orgullosos, dichoso “Correo” que no sabe más que calentar la cabeza de los pobres y ya estás viendo los resultados, mil quinientas pesetas una criada, que yo no sé dónde vamos a llegar, Mario, que estas mujeronas están destrozando la vida de familia, que ya no las hay y las que quedan, ¡válgame Dios!, tú dirás en qué se diferencian ,de las señoritas, los bares, los pantalones y si van al cine, a butaca, hijo, como señoras, que a veces me da por pensar que éstas son las señales del fin del mundo y me dan escalofríos, te lo prometo, que todo está ahora patas arriba, Mario, y a las señoras nos toca arrimar el hombro que es el no parar. Y tú, todavía, que me quejo; demasiado poco, zascandil, que no os dais cuenta, que los hombres me hacéis gracia, “hay que simplificar” y agarráis un día la escoba o sacáis de paseo a los niños y os creéis que habéis hecho algo, unos héroes, ya ves, que yo recuerdo tú, cuando la depresión o eso, cuando lo del expediente y lo de Solórzano, aquellos líos, venga de llorar, a cada paso, pero por nada, y qué hipo, madre, “¿te duele algo? ¿Tienes fiebre?”, preocupada, a ver, que tú “sólo siento asco y miedo”, que también es salida, “y ¿de qué tienes miedo, cariño?”, “no lo sé, eso es lo malo”, ¿qué te parece?, en cambio yo me quejaba de vicio, mis ascos no contaban, unos egoístas, que eso es lo que sois los hombres, y encima el Moyano dándote alas, que si te metías la chaqueta del pijama por el pantalón, una patochada, tú me dirás, y tú que sí, y él a reír, y que neurótico entonces. Para mí que lo que buscabas era que yo no te armara una polca por lo del expediente, que el caso era darte importancia, que ya llovía sobre mojado, hijo, que cuando te metiste con la Inquisición ya te llamaron al orden y el propio Antonio en su despacho te dijo cuatro verdades, porque lo que no se puede, Mario, es querer enmendar la plana al Todopoderoso, que tú si no estás despellejando a alguien o a algo parece como que no estuvieras a gusto, qué manía la tuya, que me sacas de quicio. ¿Es que también era mala la Inquisición, botarate? Con la mano en el corazón, ¿es que crees que una poquita de Inquisición no nos vendría al pelo en las presentes circunstancias? Desengáñate de una vez, Mario, el mundo necesita autoridad y mano dura, que algunos hombres os creéis que sólo por eso, sólo por el mero hecho de ser hombres, ya se terminó la disciplina de la escuela y estáis pero que muy equivocados, es preciso callar y obedecer, siempre, toda la vida, a ojos cerrados, que buena perra habéis cogido ahora con el diálogo, ¡Virgen santa!, que no habláis de otra cosa, parece que no hubiera problema más apremiante en el mundo, con que si antes no podías preguntar y ahora preguntas pero no te responden, que para el caso es lo mismo, que el diálogo se va a paseo. Como el otro, el bebé ese del Aróstegui, que mejor andaría jugando con el aro, como yo digo, que libertad de expresión, ¿puede saberse para qué la quiere? ¿Quieres decirme qué pasaría si a todos nos dejaran chillar y cada cual chillara lo que le viniera en gana? Que no, Mario, que pedís imposibles, un gallinero, eso, una casa de locos, que por muchas vueltas que le des, la Inquisición era bien buena porque nos obligaba a todos a pensar en bueno, o sea en cristiano, ya lo ves en España, todos católicos y católicos a machamartillo, que hay que ver qué devoción, no como esos extranjerotes que ni se arrodillan para comulgar ni nada, que yo sacerdote, y no hablo por hablar, pediría al gobierno que los expulsase de España, date cuenta, que no vienen aquí más que a enseñar las pantorras y a escandalizar. Todo esto de las playas y el turismo, por mucho que tú digas, está organizado por la Masonería y el Comunismo, Mario, para debilitar nuestras reservas morales y, ¡zas!, deshacernos de un zarpazo y tú, metiéndote con la Inquisición y todas las cosas buenas, que me haces gracia, que con esas historias de que los métodos de la Inquisición no eran cristianos, les estás haciendo el caldo gordo, y no digo por mala fe, que no llego a tanto, pero sí por simpleza, Mario, que es muy discutible eso de que matar a un hombre por no querer traicionar su conciencia no es cristiano, porque, en resumidas cuentas, ¿puedes decirme si cogeríamos un solo grano de trigo si previamente no eliminásemos la cizaña? Anda, contesta, que es muy fácil hablar, querido, pero vamos a lo práctico, que a la cizaña, convéncete, hay que cortarla de raíz, hasta el exterminio, pues aviados estaríamos si no. Amor, amor, dale con el amor, qué sabrá de amor un hombre que la noche de bodas se da media vuelta y si te he visto no me acuerdo, que una humillación así no la olvidaré por mil años que viva, cariño, y perdona mi franqueza, que ahora lo que vais a pretender es que por amor a la cizaña dejemos perder el trigo, cuando lo que hay que amar es al trigo, botarate, y por amor a él arrancar la cizaña y quemarla luego, aunque nos duela. Una poquita de Inquisición nos está haciendo buena falta, créeme, yo lo pienso muchísimas veces, que si la bomba atómica esa la perfeccionasen de tal modo que pudiera distinguir, que ya sé que es una bobada, pero bueno, y matase sólo a los que no tienen principios, el mundo quedaría como una balsa de aceite, ni más ni menos, ni menos ni más. Pero ya sé que por un oído te entra y por otro te sale, figúrate si te conoceré, si nunca me has hecho caso, Mario, cariño, jamás de los jamases, ni siquiera cuando te advertía que eran días malos, tú a lo tuyo, “no mezclemos las matemáticas en esto”, “no seamos mezquinos con Dios”, dale, claro que yo como un palo, a ver qué esperabas, encima, y que digas que Dios nos ha tenido de su mano, que no soy de tener muchos hijos, por lo que sea, que si yo soy una de esas artesanas conejas que los echan a pares, para qué te voy a contar. Siempre fuiste muy tuyo, calamidad, tú y sólo tú, ya lo ves, ni a Antonio le hiciste caso cuando te llamó al orden, que no es decir que hay esta razón o la otra, nada, cabezonadas, que el expediente te lo ganaste a pulso, hijo, y si no te dejaron en la calle fue por verdadero milagro, que aún me duelen las rodillas de rezar, no creas que es mentira, que se me deformaron y todo. Y no me vengas con que Antonio, que Antonio, lo mires por donde lo mires, no podía hacer otra cosa, Mario, que él, mal que te pese, te había llamado al orden anteriormente, no lo negarás, y si un alumno fue a quejarse, cosa que aquí, para inter nos, no me choca nada, a él no le quedaba otro remedio que dar cuenta a Madrid. En sustancia, lo que te he dicho mil veces, que vosotros os creéis que esto es un circo donde cada cual puede hacer lo que le dé la gana y estáis muy equivocados, aquí igual que en casa, la misma cosa, con la salvedad de que en lugar de los padres es la autoridad, pero siempre debe haber uno que diga esto se hace y esto no se hace y ahora todo el mundo a callar y a obedecer, únicamente así pueden marchar las cosas. Ya le oyes a papá, cuando la República un guirigay, no había quien se entendiese, que ¿por qué?, hijo mío no seas cerril, pues porque no había autoridad, que para que te hagas una idea, es lo mismo que si un día les decimos a Mario, Menchu, Álvaro, Borja y Aran, hala, comer lo que queráis, chillar a vuestro antojo, acostaros a la hora que os dé la gana, sois los amos de la casa, mandáis lo mismo que papá y mamá, ¿imaginas el desbarajuste? Si es de sentido común, Mario, no hacen falta unas luces especiales para comprenderlo, ya ves Higinio Oyarzun el otro día, “para que un país marche, disciplina cuartelera”, que ya sé que Oyarzun no es santo de tu devoción, pero el mismo Antonio, tanto que dices, que tú te piensas que él disfrutó, ni hablar, pasó unos días malísimos, me consta, por Valen, si lo quieres saber, si hasta vino a verme, “me duele más que hacérmelo a mí mismo, Carmen”, me decía, dime si no es de agradecer una cosa así, que, por otra parte, te pones a ver, y más razón que un santo que lo que dijiste no era para menos, al demonio se le ocurre, que si no es un sacrilegio poco le faltará, ya ves tú, que se os calienta la boca y ya no sabéis lo que decís. Y todavía da gracias a Vicente, que a Valen la dices que ruede por nosotros y rueda, ya la conoces, que si te ponen otro instructor o como se diga, vas arreglado, pero Valen es un encanto, ¡yo la quiero…! Y que es una mujer que está en todo, no me digas, hasta de álgebra entiende, que no la va, fíjate, eso sí, una vez por semana a Madrid a que la limpien el cutis, que así tiene ella el cutis que tiene, ¡una maravilla!, yo la quiero horrores, dices tú, ¡claro que se la nota!, nadie sabe la porquería que puede almacenar el cutis hasta que no se limpia una vez, ¡de no creerlo!

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