Read Cinco horas con Mario Online

Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (6 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
9.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads
VI

En esto hemos conocido la caridad, en que Él dio su vida por nosotros y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos. El que tuviera bienes de este mundo y viendo a su hermano pasar necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios?… Si alguno dijere: “Amo a Dios” pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano a quien ve, no ama a Dios a quien no ve
, que es precisamente lo que siempre he sostenido, cariño, que tus ideas sobre la caridad son como para recogerlas en un libro, y no te enfades, que todavía me acuerdo de tu conferencia, ¡vaya un trago!, hijo mío, que te pones a mirar, y no hay quién te entienda, que te metías conmigo cada vez que iba a los suburbios a repartir naranjas y chocolate como si a los críos de los suburbios les sobrasen, válgame Dios, y no digamos la tarde que se me ocurrió ir con Valen al Ropero. ¿Puede saberse qué es lo que te pasa? Siempre hubo pobres y ricos, Mario, y obligación de los que, a Dios gracias, tenemos suficiente, es socorrer a los que no lo tienen, pero tú en seguida a enmendar la plana, que encuentras defectos hasta en el Evangelio, hijo, que a saber si tus teorías son tuyas o del Perret ese de mis pecados, o de don Nicolás, o de cualquiera otro de la cuadrilla que son todos a cual más retorcido, no me vengas ahora. “Aceptar eso es aceptar que la distribución de la riqueza es justa”, habráse visto, que cada vez me dabas un mitin, cariño, con que si la caridad solamente debe llenar las grietas de la justicia pero no los abismos de la injusticia, que lo que decía Armando, “buena frase para un diputado comunista”, a ver, que a los pobres les estáis revolviendo de más y el día que os hagan caso y todos estudien y sean ingenieros de caminos, tú dirás dónde ejercitamos la caridad, querido, que ésa es otra, y sin caridad, ¡adiós el evangelio!, ¿no lo comprendes?, todo se vendrá abajo, es de sentido común. Quien más, quien menos, estáis todos envenenados, como yo digo, que me dan escalofríos cada vez que pienso que te has ido sin reconciliarte, y no porque piense que tú seas malo, que no, pero eres crédulo, eso, crédulo y un poco bobo, Mario, por qué no decirlo, porque, en cambio, lo que hace Cáritas te parecía muy bien, que no lo entiendo, la verdad, porque si algo ha hecho Cáritas en este sentido es impedirnos el trato directo con el pobre y suprimir la oración antes del óbolo, o sea, malmeter a los verdaderamente pobres, para que lo entiendas, y, por si fuera poco, restar oraciones, que yo recuerdo antaño, con mamá, deshechos, ¡Dios mío, qué espectáculos tan hermosos!, rezaban con toda devoción y besaban la mano que los socorría. ¡Vete ahora a intentarlo, anda, según están! ¿Y sabes quién ha tenido tanta culpa como vosotros? ¡Cáritas, para que te enteres!, que tira las cosas a voleo, sin mirar antes quién lo merece, que lo mismo te ponen la mano los vagos que los protestantes, lo mismo, un desbarajuste, que eso es lo que no puede ser, estoy cansada de decirlo. Y así les luce, que nunca he visto a los pobres más maleados y no quiero pensar en el día que dé la vuelta la tortilla, cuatro tiros de agradecimiento, eso, mal por bien, que por mí puedes seguir con tus mítines, hijo, ya verás el pelo que echas, que si Cáritas es necesaria mientras no se modifiquen las estructuras, que a saber qué queréis decir, todo el día de Dios a vueltas con las estructuras y ni vosotros mismos sabéis con qué se come eso. Y mientras, don Nicolás, frotándose las manos, que es lo que más rabia me da, que le estáis haciendo el juego sin daros cuenta. Otras cosas sabrás, no lo discuto, pero tú de caridad, cero, Mario, convéncete, es lo mismo que cuando te pasabas las tardes con los presos, escuchando sus historias, tú dirás qué provecho podías sacar de esa gentuza, que si la sociedad les hace el vacío por algo será, eso por descontado. Lo que pasa es que ahora todo el mundo quiere empezar la casa por el tejado, todos de Capitán General, como yo digo, pero Mario, si no hay sorches, ¿quieres decirme para qué necesitamos los capitanes generales? Y no me vengas con que hablando y escuchando se puede hacer caridad y que la caridad no consiste en dar sino en darse, que tú por una frase eres capaz de vender tu alma al diablo, como yo digo, dichosa petulancia, como eso de poner en los libros frases con bastardilla o con mayúsculas sin ser nombres propios ni nada, que no tiene sentido por más que Armando diga que siempre hace bien, que él lo dice por guasa, por chufla, a ver, que siempre está de broma, ya le conoces. Es lo mismo que lo del lechazo de Hernando de Miguel, cosa más natural, una atención, a ver, si el chico no estaba preparado, y encima se viene desde Trascastro con él a cuestas, y tú le recibes a voces, que tampoco son maneras, me parece a mí, para terminar tirándole el lechazo por el hueco de la escalera, que le diste en mitad de la espalda, para haberlo matado, que era un animal de cuatro kilos lo menos, una pena. ¿A qué ton esas salidas, Mario, cariño? La caridad empieza por uno mismo, y los niños, tú lo sabes, no andan sobrados de carne, que con tanto subir los salarios hay que ver el precio que tiene, que cuando escribís no os dais cuenta de lo que hacéis, cabeza dura, mira Armando en la fábrica, las bases, y lo que él dice, “yo no voy a ser más papista que el Papa”, bueno, pues cuatro kilos por el hueco de la escalera, porque sí, a ver qué daño hacíamos a nadie cogiendo ese lechazo. Es como lo de las botellas y las tartas, que si la gente quiere tener detalles ¡deja a la gente!, no hagas caso de la pánfila de Esther, que con eso de que lee libros se cree alguien, vaya un oráculo que te has echado, hijo, “los hombres como Mario son hoy la conciencia del mundo”, me río yo, que me gustaría a mí que hubiera visto a la conciencia del mundo hecha un lío con que si no aceptar el lechazo era ofender al prójimo y, aceptarlo, admitir la corrupción, que, a decir verdad, yo no sé para qué pensáis tanto si las cosas son tan sencillas, y si pensabas así y los niños necesitaban vitaminas, ¿a qué le tiraste el lechazo a Hernando de Miguel si puede saberse? Luego, cuando te vino eso, la distonía o la depresión o como se llame, llorabas por cualquier pamplina, acuérdate, hijo, ¡vaya sesiones!, y que si la angustia te venía de no saber cuál es el camino, ni con qué haces daño o dejas de hacerlo, cuando hasta el niño más niño sabe que un golpe en las costillas con un lechazo de cuatro kilos puede ser mortal, que le pudiste matar, Mario, desengáñate, y que me envidiabas a mí y a todos los que como yo estábamos seguros de todo y sabemos a dónde vamos, que si eso fuese cierto, bendito sea Dios, ¿por qué no has seguido mi ejemplo y has dejado en paz a don Nicolás y a toda su corte de charlatanes? Pero qué va, en el fondo esa humildad es orgullo, Mario, y vengan píldoras, píldoras para la soberbia, como yo las llamo, que, en definitiva no son más que drogas, que te quitan inclusive las voluntades. Y Luis me oyó, pues no me iba a oír, que los médicos se creen que pueden jugar a capricho con los enfermos y, por primera providencia, lo de la depresión lo dijo con retintín, que fue cuando yo salté, qué otra cosa iba a hacer, “Mario no tiene motivos para estar deprimido; come bien y me ocupo de él más de lo que puedo”, se lo solté, claro que se lo solté, como le solté lo de las píldoras, que me despaché a mi gusto, Mario, y no me pesa, te lo juro. Pero, las cosas como son, cuando estuviste así, créeme, es cuando la casa anduvo mejor, que tú no te metías en nada, y ya se sabe que los hombres, en estos asuntos, estorbáis más que otra cosa. Lo único, las llantinas, me desgarrabas el corazón, ¿eh?, llorabas como si te mataran, madre, ¡qué hipo!, imponías, Mario, y como no habías llorado nunca, ni cuando murieron tus padres ni nada, que luego eso salió, a ver, pues yo me asusté, la verdad, y se lo dije a Luis, y Luis me dio la razón, Mario, para que lo sepas, que “exceso de control emotivo e insatisfacción”, que me acuerdo como si fuera hoy que yo le dije, “¿qué?”, y él, muy amable, me lo explicó, que es apasionante eso de la psiquiatría, fíjate, por más que a mí nadie me saque de la cabeza que cuando os ponéis así, sin fiebre y sin doleros nada, eso son mimos y tonterías. A ver si no, Mario, que tú siempre has sido como un niño chico, aunque luego estudiaras tanto y escribieras esas cosas que, no sé, a lo mejor estarían bien, no lo discuto, pero desde luego eran una tabarra, francamente, a ver por qué te voy a engañar y decirte una cosa que no siento. De ordinario, las personas que piensan mucho, Mario, son infantiles, ¿no te has fijado?, ya ves don Lucas Sarmiento, gustos sencillos y unas teorías absurdas sobre la vida, como filosóficas o qué sé yo. Y eso te ocurría a ti, cariño, y le ocurrirá a Mario si Dios no lo remedia, que ese chico con tanto librote y esa seriedad que se gasta no puede ir a buena parte. Yo ya se lo advierto, pero como tú no me apoyas, “déjale, tiene que formarse”, lo mismo que si hablase con las paredes, ni enterarse, ya ves la otra tarde sin ir más lejos, le pongo un batido a Álvaro, con huevo y todo y va el otro, alarga la mano y se lo bebe, pero sin dejar de mirar al libro, que me puso de mal humor, la verdad, que la vida está por las nubes y Mario ya está suficientemente alimentado, anda que por gusto todos tomaríamos batidos a cualquier hora, imagina. Pero Álvaro es otra cosa, entiéndeme, no es que yo diga que por irse a los montes a prender hogueras haya que sobrealimentarle, pero está tan flaco, no tiene más que la piel y los huesos, Mario, que me preocupa ese chico, la verdad, que le viene cualquier cosa, le coge sin defensas y sanseacabó. Mamá decía, “más vale prevenir que curar”, ¿te das cuenta Mario? Y no es que yo tenga predilección por Alvarito, que sois muy maliciosos, me cae en gracia, pero nada más, a lo mejor por el nombre, vete a saber, ¿recuerdas que ya de novios te decía “me encantará tener un hijo para llamarle Álvaro”? Ha sido una manía de siempre, yo creo que desde que nací, fíjate, que es un nombre Álvaro que me chifla, que no es decir que Mario me disguste, al contrario, me parece un nombre muy masculino y así, pero lo otro es debilidad, yo misma lo comprendo. Me río sólo de pensar lo que hubiera sido esta casa si te dejo a ti elegir los nombres, no quieras saber, un Salustiano, un Eufemiano y una Gabina, cualquier cosa, con tus aficiones proletarias no quieras saber, como lo de poner a los chicos los nombres de la familia, habráse visto costumbre menos civilizada. ¿Quieres decirme qué hubiese hecho yo en casa con un Elviro y un José María, cosa más vulgar, por mucho que les hubieran matado? Pasé por Mario y Menchu, que, al fin y al cabo, eran los nuestros, pero ¿a qué más? Habiendo nombres tan bonitos como Álvaro, Borja o Aránzazu, lo otro no tiene sentido, reconócelo, lo que pasa es que vivís en la Edad Media, hijo, y perdona mi franqueza, mira la gente bien, y es natural, Mario, cariño, que un nombre imprime carácter, que es para toda la vida, que se dice pronto. Mira, ahí tienes una cosa de la que deberían ocuparse en el Concilio, que todos serán nombres de santos, no digo que no, pero en vez de salir a gresca diaria y con esas colaciones de que los judíos y los protestantes son buenos, que sólo nos faltaba eso, pues revisar el santoral, pero a fondo, sin contemplaciones, este nombre vale y éste no vale, que la gente sepa a qué atenerse en este punto. Bien mirado, todo está ahora patas arriba, Mario, que a este paso cualquier día nos salen con que los malos somos nosotros, visto lo visto, cualquier cosa… Y así nos crece el pelo, que te pones a ver y hasta los negros de África quieren ya darnos lecciones cuando no son más que caníbales, por más que tú vengas con que no les enseñamos otra cosa, que mira papá qué bien enfocó el problema por la tele la otra noche, había que oír a Valen. Una cosa, Mario, aquí, para inter nos, que no me he atrevido a decirte antes, escucha; yo no daré un paso por informarme si es cierto lo que dice Higinio Oyarzun de que te reunías los jueves con un grupo de protestantes para rezar juntos, pero si sin ir a buscarlo alguien me lo demostrase, aun sintiéndolo mucho, hazte a la idea de que no nos hemos conocido, de que nuestros hijos no volverán a oírme una palabra de ti, antes prefiero, fíjate bien, que piensen que son hijos naturales, que con gusto tragaré ese cáliz, que decirles que su padre era un renegado. Sí, Mario, sí, estoy llorando, pero bueno está lo bueno, que yo paso por todo, ya lo sabes, que a comprensiva y a generosa pocas me ganarán, pero antes la muerte, fíjate bien, la muerte, que rozarme con un judío o un protestante. Pero ¿es que vamos a olvidarnos, cariño, de que los judíos crucificaron a Nuestro Señor? ¿Adónde vamos a parar por este camino, si me lo puedes decir? Y, por favor, no me vengas con historias de que a Cristo le crucificamos todos, todos los días, cuentos chinos, que si Cristo levantara la cabeza, ten por seguro de que no vendría a rezar con los protestantes, ni a decir que los pobres vayan a la Universidad, ni a comprar
Carlitos
a todos los vagos de Madrid, ni a ceder la vez en las tiendas, ni, eso fijo, a tirar lechazos a Hernando de Miguel por el hueco de la escalera. Tenéis un concepto muy pobre de Cristo, a lo que veo, querido. Yo no soy blanda, Mario, ni mucho menos, y si Cristo volviera, ten el convencimiento de que yo sacaría la cara por él aunque el mundo entero se me pusiese enfrente, no haría la de San Pedro, eso ya te lo aseguro, que, aunque mujer, no soy blanda, mira cuando acabó la guerra, el año del hambre, no creas que me eché atrás, que va, por los pueblos más cochambrosos en el coche del tío Eduardo, con gasógeno y todo, a ver, buscando de comer para mis padres. Yo doy el pego, Mario, te lo he dicho muchas veces, pero tengo más fibra de la que aparento.

VII

Han sido echados al fuego y devorados por las llamas los zapatos jactanciosos del guerrero y el manto manchado de sangre. Porque nos ha nacido un hijo que tiene sobre su hombro la soberanía y que se llamará Príncipe de la Paz
y, no sé si diré una barbaridad, porque con vosotros, hijos, nunca se sabe, pero yo lo pasé divinamente en la guerra, por qué voy a decir otra cosa, con las manifestaciones y los chicos y todo manga por hombro, ni me daban miedo las sirenas ni nada, que otras, no veas, como locas en los refugios en cuanto empezaban a sonar, que yo la gozaba. Recuerdo que mamá nos hacía ponernos medias y peinarnos a Julia y a mí para bajar al sótano de doña Casilda, imagina, que a veces nos cogían los bombazos y las ametralladoras en plena escalera y era una risa, los tropezones. Luego, en el refugio, era divertidísimo, figúrate lo que es todos los vecinos reunidos, que había una tal Espe, la del sotabanco, viuda de un ferroviario, que era una rojaza de espanto, con decirte que los primeros días la pelaron al cero, que todo se la volvía decir “esto es el fin” y se santiguaba, date cuenta, pero con los ojos en blanco, que recuerdo que papá la decía con mucha sorna: “¿De qué se asusta, Esperanza? Son los suyos que la traen recuerdos”. Tendrías que haberla visto, Mario, ¡qué juerga!, con un pañolón negro horrible por la cabeza, retorciéndose de miedo, “¡ay, calle usted, por Dios, don Ramón, es una cosa horrible esta guerra!”, que papá, con segundas, lógico, “mucho se acuerda usted de Dios esta temporada, Esperanza”, figúrate, en tiempos normales ni a misa, que va, socialista, pero de las más significadas, que papá, con lo que es, venga a hablarle de las guerras defensivas, todo un tratado, que la pobre Espe, al final, “ay, don Ramón, si usted que tiene tantos conocimientos lo dice, será así”. Y a todo esto, los niños de Teresita Abril, que entonces eran unos mocosos y hoy, figúrate, unos hombrones, todos casados, ¡cómo pasa el tiempo!, Miguel, el más chico, siete hijos, que hay que ver, parece mentira, entonces, tú los verías, armando un barullo infernal entre las botellas y los envases, que el bueno de Timoteo Setién, el marido de doña Casilda, todo se le volvía ir y venir, con el delantalón gris y las manos en la cabeza, “cuidado, mucho cuidado, hay materias inflamables aquí”, y ¡qué va!, para que parasen quietos, ya te puedes figurar, jabón, chocolate, castañas pilongas y para de contar. Pero el bueno de Timoteo era de los del puño en rostro, madre mía qué hombre tan tacaño, que recuerdo que cada vez que mamá pagaba la cuenta, que era un renglón, y Julia y yo éramos aún niñas, doña Casilda nos daba un caramelo a escondidas, “guárdalo, que no lo vea él”, verdadero terror, que a mí no hay cosa que más me repela que un hombre roñoso, me espantan, te lo prometo, que cuando Transi me dijo lo de tu padre, lo de prestamista y así, me eché a temblar, Mario, como te lo digo. Y, después, la verdad sea dicha, apenas se le notaba, no sé si por lo de Elviro y José María, pero de dinero, nada, sólo aquello de que él tuvo la culpa, que fue él quien no le dejó ir a la oficina, que era una locura salir a la calle aquel día, obsesionado, una tontería, ya ves, que tu hermano estaba fichado desde mucho antes, Mario, reconócelo. Oyarzun, que está enterado de todo, yo no sé de dónde saca el tiempo, me ha dicho que lo de la oficina era lo de menos, que había testigos que vieron a José María en el mitin de Azaña en la Plaza de Toros y en abril del 31 dar vivas a la República, agitando la bandera tricolor como un loco, Mario, que eso es todavía peor. Las cosas de la vida, como yo digo, que en casa el 14 de abril, como un funeral, que a papá sólo le faltó llorar y todavía no estoy muy segura de que no lo hiciera, todo el día de acá para allá, de la butaca al despacho, del despacho a la butaca, como alelado. El pobre papá se echó diez años encima ese día, que para él, el rey era el no va más, más que cualquiera de nosotros, fíjate, más que toda la familia junta, que es veneración lo de papá por la monarquía, un culto. Y en cuanto se confirmó lo de la República, se levantó, muy pálido, muy solemne, no sé cómo explicarte, se fue al cuarto de baño y volvió con una corbata negra: “No me quitaré esta corbata mientras el rey no vuelva a Madrid”, dijo, que todas calladas como si se hubiera muerto alguien. Luego tú, qué gracia, te creías, que lo de la corbata era por mamá que en paz descanse, que va, Mario, por el rey, que a mí me emocionan los hombres fieles a una idea limpia, porque la Monarquía es bonita, Mario, por más que digas, que no es que yo sea tan apasionada como papá, pero date cuenta, un rey en un palacio y una reina guapa y unos príncipes rubios y las carrozas, y la etiqueta y el protocolo y todo eso. Tú decías que monarquía y república, por sí mismas, no significaban gran cosa, que lo importante es lo que hubiera debajo, que a saber qué quieres decir, pero lo que desde luego te anticipo, es que no se pueden comparar. Una Monarquía es otra cosa, la República, qué sé yo, es como más ordinaria, no lo niegues, que yo recuerdo cuando se implantó, desarrapados y borrachos por todas partes, un asquito, hijo, que yo cada día comprendo más a papá, te lo aseguro, Mario, su ceguera por el rey. Lo que me parece absurdo es que regañara con el tío Eduardo, tan monárquico también, pero bueno, regañar como dos furias, no te creas, que una vez le dio una lipotimia a papá y todo y tuvimos que llamar al médico a toda prisa, que cuando volvió en sí, a voces, “¡por supuesto si viene el rey de Eduardo no me quitaré la corbata!”, que no son modales me parece a mí, ya ves tú, dos reyes, como si también los reyes pudieran ser mellizos o trillizos, que no me lo explico. Y la otra tarde, Higinio Oyarzun, en la fiesta de Valentina, me descubrió un mundo, te lo aseguro, que no había acabado de contárselo y ya estaba con que papá podía quitarse la corbata negra puesto que España era de hecho una Monarquía, fíjate qué cosa tan rara y yo en la luna, palabra, que con tanto chico, ni tiempo de leer el periódico, tú lo sabes, y es lo que le dije, que pensé poner cuatro letras a papá, pero no, papá dijo bien claro que cuando esté el rey en Madrid, que es otra cosa. ¡Me encantaría ver a papá, fíjate, de repente, con corbata de color! No se parecerá, seguro, son tantos años. Eso es fidelidad a una idea, no me digas, y lo demás son bobadas, mira tú, con tu padre, ¿recuerdas?, buena prisa para quitarte el luto, es que te faltó tiempo, ¿eh?, y siquiera con tu padre, un amago, que con tu madre ni eso, que me avergüenza pensar que yo, que al fin y al cabo no era nada de ellos, año y medio y tú ni mención. Eres un caso, que contigo una no sabe si reír o llorar, al principio todo muy bien, pero en cuanto montaste una pierna sobre otra y te viste los calcetines y los zapatos, ¡válgame Dios!, “me entristece ver negras mis pantorrillas y ya tengo bastante tristeza dentro”. Y dicho y hecho, se acabó el luto. Los hombres sois unos casos, Mario, pues no te va a apenar ver negra tu pantorrilla, natural, pues para eso es el luto, adoquín, para recordarte que tienes que estar triste y si vas a cantar, callarte, y si vas a aplaudir, quedarte quieto y aguantarte las ganas. Para eso y para que te vean los demás, a ver qué te has creído, que los demás sepan que te ha caído una desgracia muy grande en la familia, ¿comprendes?, que yo, ahora, inclusive gasa, cariño, faltaría más, que no es que me favorezca, entiéndelo, que negro sobre negro va fatal, pero hay que guardar las apariencias y, después de todo, mi marido eres, ¿no? Pues naturalmente, que sí, por más que tu hijo tampoco parezca comprenderlo, que ahora te toca recoger lo que sembraste, buena agarrada tuvimos, que me saca de quicio ese chico con sus intemperancias, ya ves, su padre de cuerpo presente y él con su suéter de mezclilla, como si nada. Y cuando le dije lo de la corbata negra hay que ver cómo se puso, “eso son convencionalismos, mamá; conmigo no cuentes”, así como suena, pero de malos modos, ¿eh?, que no lo querrás creer en Mario, hazte idea, esa mosquita muerta, que me pasé un cuarto de hora en el baño con un sofocón que no puedes hacerte idea. ¡Ten hijos para esto! Pues ya lo oyes, que le deje tranquilo, como lo del funeral de primera, ¡qué menos por un padre!, “vanidades”, ¿qué te parece? Tranquilo, date cuenta, qué más quisiéramos todos que estar tranquilos, ¡qué disgusto, Dios mío!, que ese chico es tu vivo retrato, desde pequeñín, desde que le “llevabas en la sillita en la bici, Mario, que hasta emplea palabras raras, “convencionalismos”, date cuenta, para desconcertarme. No quiero entristecerme más de lo que estoy, Mario, cariño, pero la juventud está perdida, unos por el twist y otros por los libros, ninguno tiene arreglo, que yo recuerdo antes, ¿cómo vas a comparar?, hoy no les hables a estos chicos de la guerra, te llamarían loco, y sí, la guerra será todo lo horrible que tú quieras, pero, al fin y al cabo, es oficio de valientes, después de todo no es para tanto, que yo, por mucho que digáis, lo pasé bien bien en la guerra, de acuerdo, a lo mejor por insensatez, pero no me digas, si aquello era como una fiesta sin fin, cada día algo distinto, que si los legionarios, que si los italianos, que si se tomaba esto o aquello, y todo el mundo, hasta los viejos, cantando “Los Voluntarios”, que tiene una letra bien bonita, o “El novio de la muerte”, que ésta sí que es el no va más. Y entonces ni me importaban los bombardeos, ni el Día del Plato Único, que mamá, con ese arte especial que tenía, juntaba todo en un plato y ni pasábamos hambre, te lo juro, como el Día sin Postre, que Transi y yo comprábamos caramelos y ni notarlo. Los que sí eran un poco así, como frescos, ahora me doy cuenta, eran los de los pueblos, a ver, gente sin trato, que yo recuerdo que cuando les clavábamos el Detente, pero en la carne, ¿eh?, todo el tiempo tocándonos y “dadnos suerte”, que Transi y yo sin rechistar, a ver, eran tan valientes. ¿Sabías que yo, aunque ya era novia tuya, fui madrina de uno? Pablo, Pablo Haza creo que se llamaba, me escribía unas cartas tronchantes, llenas de faltas de ortografía, un patán de la cabeza a los pies, pero no te den celos, porque algo había que hacer por esa pobre gente y yo le contestaba, que una vez se presentó con permiso y empeñado en salir conmigo, figúrate, ya le dije que de eso ni hablar y, entonces, que al cine, y yo que no, menos, imagínate, con toda la gente, y él empezó a dramatizar que lo mismo le mataban al día siguiente y yo que qué le iba a hacer, que lo sentiría en el alma y él, entonces, se metió un dedo con toda la uña negra en la boca y me puso en la mano una muela de oro, que yo horrorizada, “¿para qué hace usted eso?”, porque eso sí Mario, muy de usted, no te vayas a creer, buena era mamá: “Está bien ayudarles, pero guardando las distancias; los soldados son gente baja”, y él que los moros cascaban las cabezas de los muertos, figúrate qué espanto, para quitarles los dientes de oro y que se lo guardara hasta el final de la guerra, que debió ser un presentimiento, porque del bueno de Pablo Haza nunca más se supo, que tuvimos que ir mamá y yo un día a entregar la muela al Tesoro. De esto hubo mucho en la guerra, desgraciadamente, mira Juan Ignacio Cuevas sin ir más lejos, me parece que ya te lo conté, el hermano de Transi, que era así como retrasado, medio anormal, pero le movilizaron y le llevaron a un cuartel, para servicios auxiliares y así, pero lo que pasa en las guerras, debió hacer falta gente o qué sé yo, el caso es que una mañana, los padres de Transi se encontraron un papelito todo lleno de faltas por debajo de la puerta: “Me yeban, figúrate con i griega, a la gerra, sin ú. Tengo muchísimo miedo, a Dios, separado, Juanito”. Bueno, pues ésta es la hora, y ya ha llovido, que revolvieron Roma con Santiago, no te vayas a creer, buenos son, pues lo que se dice ni rastro. Claro que, lo que yo digo, conforme estaba, preferible que Dios se lo llevase, una carga, imagina qué porvenir, de peón de albañil o algo parecido, mejor muerto, pero a Transi, hijo, le dio sentimental, “ay, no, guapina, un hermano es un hermano”, que eso según desde donde lo mires, pero si piensa así, es absurdo que pusiera cara a Evaristo, un emboscado, que hasta se dejó pintar desnuda por él o a saber cómo, que en otra cosa, no, Mario, cariño, pero en este punto bien tranquilo puedes estar, que yo de eso, ni hablar, ya lo sabes, y no por falta de ocasiones, Mario, que los hombres, por si no estás enterado, todavía me miran por la calle y hay miradas y miradas que Eliseo San Juan, cada vez que me echa la vista encima, hay que oírle, un torbellino, que no se para en barras, “qué buena estás, que buena estás; cada día estás más buena”, que si le diera pie no sé lo que sería, que ni le miro, sigo y como si nada, hasta que se cansa, te lo prometo, como si no fuera conmigo, anda que si le diera pie…

BOOK: Cinco horas con Mario
9.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Killer First Date by Alyxandra Harvey
That Magic Mischief by Susan Conley
Craig Bellamy - GoodFella by Craig Bellamy
A Play of Shadow by Julie E. Czerneda
Rucker Park Setup by Paul Volponi
Deep Focus by McCarthy, Erin