—¿Estarías más a gusto si Christian nos dejara un rato a solas?
Clavo los ojos en Christian, que me devuelve una mirada expectante.
—Sí —susurro.
Christian tuerce el gesto y abre la boca, pero vuelve a cerrarla enseguida y se pone de pie con un rápido y ágil movimiento.
—Estaré en la sala de espera —dice, y su boca dibuja una mueca de contrariedad.
Oh, no.
—Gracias, Christian —dice el doctor Flynn, impasible.
Christian me dedica una mirada escrutadora, y luego sale con paso enérgico de la habitación… aunque sin dar un portazo. Uf. Me relajo al instante.
—¿Te intimida?
—Sí. Pero no tanto como antes.
Me siento desleal, pero es la verdad.
—Eso no me sorprende, Ana. ¿En qué puedo ayudarte?
Bajo la mirada hacia mis manos enlazadas. ¿Qué puedo preguntar?
—Doctor Flynn, esta es mi primera relación con un hombre, y Christian es… bueno, es Christian. Durante la última semana han pasado muchas cosas, y no he tenido oportunidad de analizarlas.
—¿Qué necesitas analizar?
Levanto la vista hacia él. Me está mirando con la cabeza ladeada y, creo, semblante compasivo.
—Bueno… Christian me dice que le parece bien renunciar a… eh…
Balbuceo y me callo. Es mucho más difícil hablar de esto de lo que pensaba.
El doctor Flynn suspira.
—Ana, en el breve tiempo que hace que le conoces, has hecho más progresos que yo en los dos años que le he tenido como paciente. Has causado un profundo efecto en él. Eso tienes que verlo.
—Él también ha causado un profundo efecto en mí. Es solo que no sé si seré bastante para él. Para satisfacer sus necesidades —susurro.
—¿Es eso lo que necesitas de mí? ¿Que te tranquilice?
Asiento.
—Christian necesita un cambio —dice sencillamente—. Se ha visto en una situación en la que sus métodos para afrontarla ya no le sirven. Es algo muy simple: tú le has obligado a enfrentarse a algunos de sus demonios, y a recapacitar.
Le miro fijamente. Eso cuadra bastante con lo que Christian me ha contado.
—Sí, sus demonios —murmuro.
—No profundizaremos en ellos… son cosa del pasado. Christian ya sabe cuáles son sus demonios, como yo… y estoy seguro de que ahora tú también. Me preocupa mucho más el futuro, y conducir a Christian al lugar donde quiere estar.
Frunzo el ceño y él levanta una ceja.
—El término técnico es SFBT… lo siento. —Sonríe—. Son las siglas en inglés de «terapia breve centrada en soluciones». Está básicamente orientada a alcanzar un objetivo. Nos concentramos en la meta a la que quiere llegar Christian y en cómo conducirle hasta allí. Es un enfoque dialéctico. No tiene sentido culpabilizarse por el pasado: eso ya lo han analizado todos los médicos, psicólogos y psiquiatras que han visitado a Christian. Sabemos por qué es como es, pero lo importante es el futuro. A qué aspira Christian, adónde quiere llegar. Hizo falta que le abandonaras para que él aceptara seriamente este tipo de terapia. Es consciente de que su objetivo es una relación amorosa contigo. Es así de simple, y ahora trabajaremos sobre eso. Hay obstáculos, naturalmente: su hafefobia, por ejemplo.
¿Su qué? Le miro boquiabierta.
—Perdona. Me refiero a su miedo a que le toquen —dice el doctor Flynn, y mueve la cabeza como regañándose a sí mismo—. Del que estoy convencido de que eres consciente.
Me ruborizo y asiento. ¡Ah, eso!
—Sufre un aborrecimiento mórbido hacia sí mismo. Estoy seguro de que esto no te sorprende. Y, por supuesto, está la… parasomnia… esto… perdona, dicho llanamente, los terrores nocturnos.
Parpadeo e intento absorber todas esas complejas palabras. Todo eso ya lo sé, pero el doctor Flynn no ha mencionado mi preocupación principal.
—Pero es un sádico. Seguro que, como tal, tiene necesidades que yo no puedo satisfacer.
El doctor Flynn alza la vista al cielo con gesto exasperado y aprieta los labios.
—Eso ya no se considera un término psiquiátrico. No sé cuántas veces se lo he repetido a Christian. Ni siquiera se considera una parafilia desde los años noventa.
El doctor Flynn ha conseguido que vuelva a perderme. Le miro y parpadeo. Él reacciona con una sonrisa amable.
—Esa es mi cruz —afirma meneando la cabeza—. Simplemente Christian piensa lo peor en cualquier situación. Forma parte de ese aborrecimiento que siente por sí mismo. Por supuesto que existe el sadismo sexual, pero no es una enfermedad: es una opción vital. Y si se practica de forma segura, dentro de una relación sana y consentida entre adultos, no hay problema. Por lo que yo sé, todas las relaciones BDSM que ha mantenido Christian han sido así. Tú eres la primera amante que no lo ha consentido, de manera que está dispuesto a no hacerlo.
¡Amante!
—Pero seguramente no resulte tan sencillo.
—¿Por qué no?
El doctor Flynn se encoge de hombros con expresión afable.
—Bien… las razones por las que lo hace.
—Esa es la cuestión, Ana. En términos de la terapia breve centrada en soluciones, es así de simple. Christian quiere estar contigo. Para eso, tiene que renunciar a los aspectos más extremos de ese tipo de relación. Al fin y al cabo, lo que tú pides es razonable… ¿verdad?
Me sonrojo. Sí, es razonable, ¿verdad?
—Eso pienso yo. Pero me preocupa lo que piense él.
—Christian lo ha admitido y ha actuado en consecuencia. Él no está loco. —El doctor Flynn suspira—. En resumen, no es un sádico, Ana. Es un joven brillante, airado y asustado, a quien al nacer le tocó una espantosa mano de cartas en la vida. Todos podemos golpearnos el pecho de indignación ante esa injusticia, y analizar hasta la extenuación el quién, el cómo y el porqué de todo ello; o Christian puede avanzar y decidir cómo quiere vivir de ahora en adelante. Había descubierto algo que le funcionó durante unos años, más o menos, pero desde que te conoció, ya no le funciona. Y en consecuencia, ha cambiado su modus operandi. Tú y yo tenemos que respetar su elección y apoyarle.
Le miro confusa.
—¿Y esa es mi garantía de tranquilidad?
—La mejor posible, Ana. En esta vida no hay garantías. —Sonríe—. Y esta es mi opinión profesional.
Le devuelvo una débil sonrisa. Bromas de médicos… vaya.
—Pero él se considera una especie de alcohólico en rehabilitación.
—Christian siempre pensará lo peor de sí mismo. Como he dicho, eso forma parte del aborrecimiento que siente por sí mismo. Es su carácter, pase lo que pase. Naturalmente, hacer ese cambio en su vida le preocupa. Se expone potencialmente a todo un universo de sufrimiento emocional, del cual, por cierto, tuvo un anticipo cuando tú le dejaste. Es lógico que se muestre aprensivo. —Hace una pausa—. No voy a insistir más en la importancia de tu papel en esta conversión de Damasco… en su camino hacia Damasco. Pero la tiene, y mucha. Christian no estaría en este punto si no te hubiera conocido. Personalmente yo no creo que la del alcohólico sea una buena analogía, pero si por ahora le sirve, pienso que deberíamos concederle el beneficio de la duda.
Concederle a Christian el beneficio de la duda. Frunzo el ceño ante la idea.
—Emocionalmente, Christian es un adolescente, Ana. Pasó totalmente de largo por esa fase de su vida. Ha canalizado todas sus energías en triunfar en el mundo de los negocios, y ha superado todas las expectativas. Ahora tiene que poner al día su universo emocional.
—¿Y yo cómo puedo ayudarle?
El doctor Flynn se echa a reír.
—Limítate a seguir haciendo lo que estás haciendo. —Me sonríe—. Christian está perdidamente enamorado. Es fantástico verle así.
Me ruborizo, y la diosa que llevo dentro se abraza entusiasmada, pero hay algo que me sigue preocupando.
—¿Puedo preguntarle una cosa más?
—Por supuesto.
Suspiro profundamente.
—Una parte de mí piensa que, si Christian no estuviera tan destrozado, no me querría… a mí.
El doctor Flynn arquea las cejas, sorprendido.
—Esa es una valoración muy negativa de ti misma, Ana. Y, francamente, dice más sobre ti que sobre Christian. No llega al nivel de su odio hacia sí mismo, pero me sorprende.
—Bueno, mírele a él… y luego míreme a mí.
El doctor Flynn tuerce el gesto.
—Lo he hecho. He visto a un hombre joven y atractivo, y a una mujer joven y atractiva. ¿Por qué no te consideras atractiva, Ana?
Oh, no… no quiero que esto se centre ahora mí. Me miro los dedos. En ese momento llaman con energía a la puerta y me sobresalto. Christian vuelve a entrar en la sala, mirándonos fijamente a ambos. Yo me ruborizo y vuelvo la vista hacia Flynn, que sonríe afablemente a Christian.
—Bienvenido de nuevo, Christian —dice.
—Creo que ya ha pasado la hora, John.
—Ya casi estamos, Christian. Pasa.
Christian se sienta, a mi lado esta vez, y apoya la mano sobre mi rodilla posesivamente. Un gesto que no le pasa desapercibido al doctor Flynn.
—¿Quieres preguntar algo más, Ana? —inquiere el doctor con preocupación evidente.
Maldita sea… no debería haberle planteado eso. Niego con la cabeza.
—¿Christian?
—Hoy no, John.
Flynn asiente.
—Puede que sea beneficioso para los dos que volváis. Estoy seguro de que Ana tendrá más preguntas.
Christian hace a regañadientes un gesto de conformidad.
Me ruborizo. Oh, no… quiere profundizar. Christian me da una palmadita en la mano y me mira atentamente.
—¿De acuerdo? —pregunta en voz baja.
Yo le sonrío y asiento. Sí, vamos a concederle el beneficio de la duda, por gentileza del buen doctor inglés.
Christian me aprieta la mano y se vuelve hacia Flynn.
—¿Cómo está? —pregunta en un susurro.
¿Se refiere… a mí?
—Saldrá de esta —contesta este tranquilizadoramente.
—Bien. Mantenme informado de su evolución.
—Lo haré.
Oh, Dios. Están hablando de Leila.
—¿No deberíamos salir a celebrar tu ascenso? —me pregunta Christian en un tono inequívoco.
Asiento tímidamente y se pone de pie.
Nos despedimos apresuradamente del doctor Flynn, y Christian me hace salir con un apremio inusitado.
* * *
Una vez en la calle, se vuelve hacia mí y me mira.
—¿Qué tal ha ido?
Su voz tiene un matiz de ansiedad.
—Ha ido bien.
Me mira con suspicacia. Yo ladeo la cabeza.
—Señor Grey, por favor, no me mire de esa manera. Por órdenes del doctor, voy a concederte el beneficio de la duda.
—¿Qué quiere decir eso?
—Ya lo verás.
Tuerce el gesto y entorna los ojos.
—Sube al coche —ordena, y abre la puerta del pasajero del Saab.
Oh… cambio de rumbo. Mi BlackBerry empieza a vibrar. La saco de mi bolso.
¡Oh, no, José!
—¡Hola!
—Ana, hola…
Observo a Cincuenta, que me mira con recelo. «José», articulo en silencio. Me observa impasible, pero se le endurece la expresión. ¿Cree que no me doy cuenta? Devuelvo mi atención a José.
—Perdona que no te haya llamado. ¿Es por lo de mañana? —le pregunto a José, pero con los ojos puestos en Christian.
—Sí, oye: he hablado con un tipo que había en casa de Grey, así que ya sé dónde tengo que entregar las fotos. Iré allí entre las cinco y las seis… después de eso, estoy libre.
Ah.
—Bueno, de hecho ahora estoy instalada en casa de Christian, y él dice que si quieres puedes dormir allí.
Christian aprieta los labios, que se convierten en una fina y dura línea. Mmm… menudo anfitrión está hecho.
José se queda callado un momento para digerir la noticia. Yo siento cierta vergüenza. Ni siquiera he tenido la oportunidad de hablar con él sobre Christian.
—Vale —dice finalmente—. Esto de Grey… ¿va en serio?
Le doy la espalda al coche y camino hasta el otro lado de la acera.
—Sí.
—¿Cómo de serio?
Pongo los ojos en blanco y me quedo callada. ¿Por qué Christian tiene que estar escuchando?
—Serio.
—¿Está contigo ahora? ¿Por eso hablas con monosílabos?
—Sí.
—Vale. Entonces, ¿tienes permiso para salir mañana?
—Claro.
Eso espero, y automáticamente cruzo los dedos.
—Bueno, ¿dónde quedamos?
—Puedes venir a buscarme al trabajo —sugiero.
—Vale.
—Te mando un mensaje con la dirección.
—¿A qué hora?
—¿A las seis?
—Muy bien. Quedamos así. Tengo ganas de verte, Ana. Te echo de menos.
Sonrío.
—Estupendo. Nos vemos.
Cuelgo el teléfono y me doy la vuelta.
Christian está apoyado en el coche, mirándome con una expresión inescrutable.
—¿Cómo está tu amigo? —pregunta con frialdad.
—Está bien. Me recogerá en el trabajo y supongo que iremos a tomar algo. ¿Te apetecería venir con nosotros?
Christian vacila. Sus ojos grises permanecen fríos.
—¿No crees que intentará algo?
—¡No! —exclamo en tono exasperado… pero me abstengo de poner los ojos en blanco.
—De acuerdo. —Christian levanta las manos en señal de rendición—. Sal con tu amigo, y ya te veré a última hora de la tarde.
Yo me esperaba una discusión, y su rápido consentimiento me coge a contrapié.
—¿Ves como puedo ser razonable? —dice sonriendo.
Yo tuerzo el gesto. Eso ya lo veremos.
—¿Puedo conducir?
Christian parpadea, sorprendido por mi petición.
—Preferiría que no.
—¿Por qué, si se puede saber?
—Porque no me gusta que me lleven.
—Esta mañana no te importó, y tampoco parece que te moleste mucho que Taylor te lleve.
—Es evidente que confío en la forma de conducir de Taylor.
—¿Y en la mía no? —Pongo las manos en las caderas—. Francamente… tu obsesión por el control no tiene límites. Yo conduzco desde los quince años.
Él responde encogiéndose de hombros, como si eso no tuviera la menor importancia. ¡Oh… es tan exasperante! ¿Beneficio de la duda? Al carajo.
—¿Es este mi coche? —pregunto.
Él me mira con el ceño fruncido.
—Claro que es tu coche.
—Pues dame las llaves, por favor. Lo he conducido dos veces, y únicamente para ir y volver del trabajo. Solo lo estás disfrutando tú.
Estoy a punto de hacer un puchero. Christian tuerce la boca para disimular una sonrisa.