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Authors: Irvine Welsh

Tags: #Humor

Col recalentada (6 page)

BOOK: Col recalentada
4Mb size Format: txt, pdf, ePub
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«Toy Story 2…»,
empieza uno de los críos, el tal Philip; ése es un cabrito oportunista. Ha salido a la madre.

Hay peña que tiene tan poca idea que tienes que explicárselo todo, coño. «No, porque los putos vídeos están para eso», les digo a todos. «Para verlos cuando te da la gana. La peli de Bond no la puedes ver cuando te dé la gana. O la ves o no la ves, y en navidades hay que ver una peli de Bond. ¿Tú qué dices, Joe?», le pregunto a mi hermano.

«A mí me es igual», dice Joe.

Sandra le echa una mirada, luego me echa una a mí y luego otra a Kate. Como si lo viera: la arpía esta va a decir algo, porque se ha puesto toda enfurruñada y engreída. «Vaya, otra vez tenemos que ver lo que le apetece a Frank, por lo que veo. Cojonudo», suelta ella, sarcástica.

«Tú no empieces, coño», suelta Joe, señalándola con el dedo.

«Yo no digo más que lo que dice tu madre, que los críos…»

Joe la corta en seco: «He dicho que no empieces.» Baja la voz. «No pienso repetirlo.»

Ella se queda sentada en el sofá, de mal café, pero sin mirar a nadie y sin decir nada.

Joe me mira a mí mientras sacude la cabeza.

Ya era hora de que le parara los pies.

Mi madre mira a Greg y a Elspeth. Llevan un rato sentados en un rincón, cuchicheando, riéndose y pasando de todo el mundo. Se supone que son unas putas navidades en familia. Para eso que se hubieran quedado en la calle, coño.

«¿Y a vosotros qué os apetece ver?», les pregunta mi madre.

Se miran el uno al otro como si les diera igual y entonces el baboso este, el maricón de Greg, va y dice: «Pues yo estoy con Frank. Creo que sería divertido ver una película de Bond.» Y el capullo pone voz de pijo: «Ah, señor Bond, le estaba esperando…» Mi madre se ríe y veo aparecer en la comisura de los labios de Joe una sonrisita.

Por supuesto, ahora los críos también se ríen. De pronto, ahora que al puto gilipollas del Greg este le mola, a todo dios le parece una idea de puta madre ver la película de Bond.

Pues a mí ya me ha jodido la película.

Estos dos cabrones, Greg y Elspeth: de todas formas se pasan toda la película cuchicheándose el uno al otro. Tanto alboroto y el cabrón ni siquiera estaba viendo la peli, ¿me entiendes? Cuando termina, los dos se levantan y se ponen delante de la tele. Estuve a punto de decirles que se sentaran de una puta vez, porque quería cambiar de canal y ver los putos dibujos animados de
The Snowman,
por los críos, ¿sabes? Y ellos bloqueando la señal del mando a distancia.

«Tenemos una cosita que anunciaros», suelta el capullo este de Greg; Elspeth se arrima más a él y se cogen de las manos. Mi madre está toda emocionada, como si estuviera esperando a que cantaran el último número de su tarjeta en el bingo. El capullo de Greg se aclara la voz y dice: «Sé que cuesta decir estas cosas, pero, en fin, ayer le pregunté a Elspeth si me haría el gran honor de ser mi esposa, y estoy encantado de decir que me dio el sí.»

Mi vieja se levanta, loca de alegría y abriendo los brazos como el capullo de Al Jolson cuando está a punto de empezar a cantar. Pero lo que hace es echarse a llorar y decir qué bonito, que si su niñita y si no me lo puedo creer y toda esa mierda. Cuánto alboroto por nada, joder. Es como si algún capullo le hubiera echado un éxtasis en el jerez. Al Greg este le veo perfectamente capaz. El tipo tiene pinta de taimado, ¿sabes cómo te digo? Sandra y Kate están emocionadísimas y la peque de Joe les pregunta si puede ser una de las damas de honor y ellos le dicen que claro que sí y toda esa mierda. Yo no daba crédito ¡Casarse! ¡Nuestra Elspeth y este puto maricón trajeado!

Tiene la cabeza en las nubes. Pero es que Elspeth es así, siempre se ha creído mejor que los demás. Salió mimada a tope por ser la más pequeña y por ser la única niña, ahí está el problema. Nunca lo tuvo crudo, como Joe y como yo. Se cree que puede hacer lo que le venga en gana. Alguien tendría que decírselo: así no funcionan las cosas, no en el mundo real.

Así que ahí estoy yo sentao con la cabeza como un bombo, y todo el mundo venga a chillar cuando ella saca un anillo y se lo pone en el dedo para lucirlo.

«Es precioso», dice mi madre.

«Muy bonito», le dice la Sandra. «¿Te lo pidió de rodillas? Seguro que sí», suelta, mirando a Greg y luego mirando a mi hermano como si no fuera nadie.

De todos modos, joder con Elspeth. No sé a qué juega. Me acuerdo del último tío con el que salió. Era un buen tipo. Keith, se llamaba. Tenía un cochazo además, y un piso que no estaba mal. Pero lo entalegaron, sólo por trapichear con un poco de perica. Una pasada que te cagas, porque en los tiempos que corren casi todo dios lo hace. En realidad no se puede clasificar la farlopa como una droga, por lo menos yo no la veo así. A ver si me explico: no es el rollo de los putos arrabaleros matándose con el jaco. Es un complemento de diseño para la puta edad moderna. Ése es el problema de este puto país; hay demasiada peña viviendo en la Edad Media que no quiere adaptarse a los tiempos que corren.

El capullo de Greg desaparece un ratito y vuelve con una botella enorme de champán y unas copas. Por la forma en que Sandra la mira, pensarías que es un vibrador enorme y que se lo va a meter en el chocho. Así que el puto niño bonito saca el corcho, que sale disparado al otro lado de la habitación y le da al techo. Me acerco a ver si ha dejado marca en la pintura, porque como sea así, ese cabrón ya puede ir aflojando para que a mi madre le vuelvan a pintar el puto techo. Suerte ha tenido de que no. Sirve el champán. Joe le acepta la copa, pero yo la rechazo levantando la mano.

«No me gusta la bozofia esa», le digo.

«Prefieres seguir con la cerveza, ¿no?», me suelta.

«Venga, hijo, es una ocasión especial, es el compromiso de tu hermana», me suelta mi madre.

«Me da igual, las burbujas esas no me gustan, se me suben por la nariz y me joden», le digo mientras miro al maricón de Greg, con su puta raya a un lado, el traje y la camisa de cuello redondo sin corbata. Me dan ganas de decirle que el que me estaba jodiendo era él, pero me callo, por aquello de las navidades y tal.

No es que sea asunto mío, pero tendré que enterarme de qué palo va este cabrón. Este mamón me da una mala espina del carajo. Parece la clase de cabrón que no tiene demasiado claro a qué carta quedarse, no sé si me explico. Seguro que es uno de esos putos bujarrones que se follan a los maricones jovencitos de Calton Hill. Sigue en el puto armario y utiliza a nuestra Elspeth como fachada.

Como el cabrón este le contagie el sida, lo mato, joder.

Entonces la puta bocazas de Sandra levanta la copa para brindar: «¡Por Elspeth y Greg!»

«Por Elspeth y Greg», dice todo dios.

Yo no digo nada, pero no le quito los ojos de encima a ese cabrón. Exacto, amigo: te tengo calado a tope. Todos los demás están haciendo grandes aspavientos y hasta Joe le estrecha la mano. Yo no pienso estrecharle la mano a nadie, eso está claro, coño.

«Bueno, será mejor que sirva la cena», dice la vieja. «Ha sido la Navidad más feliz que he pasado en años. Ay, si tu padre estuviera aquí…», le dice a Elspeth, entusiasmada.

Si nuestro padre estuviera aquí habría hecho lo que hacía siempre, joder: beber hasta dejarnos sin blanca y ponerse en evidencia, coño.

El capullo de Greg pone una mano encima de la muñeca de mi madre y con la otra rodea la cintura de Elspeth. «Val, anoche se lo dije yo a Elspeth: si hay algo que lamento, es no haber llegado a conocer a John.»

¿Qué hace este capullo hablando de mi puto viejo? ¡Pero si no lo conocía, joder! El puto cabrón se cree que puede entrar y arramblar con todo sólo porque pilló a Elspeth en un momento chungo. Sólo porque estaba despechada, por así decir, por lo del encierro del pobre Keith. He visto en acción otras veces a cabrones babosos como el Greg este. Siempre ojo avizor para ver si hay alguna chavala de la que aprovecharse.

Pues no. Ella está cometiendo un gran error y alguien tiene que decírselo.

Así que estamos sentados a la mesa y la vieja ha montado la cosa de manera que yo estoy al lado del puto pederasta baboso con la raya a un lado. Ahora me alegro de que June se llevara a los críos a casa de la puta de su madre.

«Oye, colega, ¿y tú a qué te dedicas?», le pregunta Joe a Greg.

Elspeth interrumpe antes de que pueda hablar. «Greg trabaja para el ayuntamiento.»

«Pues podrías decirles algo de la contribución urbana; porque vamos todos ahogados del carajo», le suelto. Mi madre, Joe y Sandra asienten con la cabeza de inmediato, completamente de acuerdo conmigo. Ahí sí que le he pillado. Tal y como yo lo veo, el ayuntamiento no es más que tirar el puto dinero. Podrían chapar el puto garito mañana y nadie notaría la puta diferencia.

Elspeth se pone superestirada. «Ése no es el departamento de Greg. Él está en urbanismo. Es jefe de sección», dice ella, toda creída.

¿Ah, conque ahora estamos en urbanismo, eh? Ya. Ya sé yo lo que está planeando este puto cabrón: hacerse un puto hueco. Pues en esta casa no será.

Está ahí sentado, bebiendo vino y papeándose la cena como si hubiera nacido en una puta familia de aristócratas. El capullo lameculos va y dice: «La verdad es que no tengo palabras, Val. Está todo delicioso. Un festín.»

Yo estoy sentado a su lado, furioso, y me trago un bocado de papeo. Algo, un huesecillo o algo, se me atasca en la garganta. Bebo un trago de vino.

«Quisiera proponer un pequeño brindis», suelta el capullo de Greg mientras levanta la copa. «Por la familia.»

Intento expulsarlo, pero está completamente atascado. No consigo respirar, tengo las putas fosas bloqueadas por la farlopa de anoche…, tengo las sienes completamente llenas de mierda…

Hostia puta.

«El tío Frank no se encuentra bien», dice el peque.

«¿Francis, hijo, estás bien? ¿Se te ha atragantado algo?», suelta mi madre. «Se está poniendo colorao…»

Les hago un gesto con la mano para que se aparten y me levanto. La arpía imbécil de Sandra intenta darme un poco de pan. «Trágatelo…, trágatelo…», me suelta…, pero aun así me estoy ahogando, joder, y ella tratando de matarme…

La aparto sin dejar de jadear y asfixiarme; la cabeza me da vueltas y veo las caras de espanto alrededor de la mesa. Toso, y entonces me sube el vómito, pero como se me atasca en la puta garganta me vuelve a bajar todo, abrasándome y metiéndoseme en los putos pulmones…

JODER

ME AHOGO, JODER…

Me agarro a la mesa y le doy golpes antes de agarrarme la garganta…

AY, COÑO…

Noto un golpe en la espalda; y luego otro, y siento cómo algo se suelta y sale todo, el puto bloqueo ha desaparecido y por fin puedo respirar…

Aire, joder…, puedo respirar…

«¿Estás bien, Franco?», pregunta Joe.

Le digo que sí con la cabeza.

«Bien hecho, Greg, has salvao la papeleta», le dice.

«Desde luego», apostilla la Sandra.

Estoy recobrando el fuelle mientras intento comprender qué ha pasado. Me vuelvo hacia Greg. «Alguien me pegó en la espalda. ¿Fuiste tú?»

«Sí, debiste tragarte el hueso de la suerte», me suelta.

Le doy al capullo un cabezazo y se va patrás sujetándose la cara. Las mujeres y los críos chillan y Joe se acerca y me coge del brazo: «¿Pero qué cojones haces, Franco? ¡El chaval te ha ayudao! ¡Te ha salvao la puta vida!»

Anda y que le den por culo a todo; le aparto la mano: «¡Me ha sacudido en la espalda en casa de mi madre! ¡A mí no me toca nadie! ¡En casa de mi madre y en el día de Navidad! ¡Lo lleva claro, joder!»

Mi madre se pone a gritar y a decirme que soy un animal y Elspeth está que se sube por las paredes. «Ya está, hemos acabao para siempre», me suelta mientras me mira sacudiendo la cabeza. «Nosotros nos vamos», le dice a mi madre.

«Ay, por favor, no lo hagas, cielo, ¡hoy no!», le suplica mi madre.

«Lo siento, mamá, nos vamos.» Me señala y dice: «Él lo ha estropeado todo. Ahora estará contento. Muy bien. Os dejaremos para que lo disfrutéis. Felices navidades de mierda.»

El capullo de Greg levanta la cabeza, con una servilleta tapándole la nariz, intentando cortar la hemorragia. Pero aun así le ha caído un poco en la camisa. «No pasa nada, no pasa nada», se ríe, tratando de calmarlos a todos. «¡No ha sido nada! Frank se ha llevado un susto tremendo, estaba en shock, no sabía lo que hacía…, no importa, estoy perfectamente…, no es tan malo como parece…»

Me acuerdo de que pensé: ahora mismo te hago algo peor, so cabrón. Me siento; sigo intentando recuperar el fuelle. Discuten todos sin parar. Elspeth ha empezado a llorar y él se pone a tranquilizarla.

«No pasa nada, no lo ha hecho aposta, cariño. Quedémonos un rato. Por Val», suelta él.

«¡Tú no le conoces! Siempre tiene que estropearlo todo», suelta ella entre sollozos. Es todo una gran excusa para que ella se ponga en plan llorona y mimada. Lo de siempre.

Joe y Sandra se dedican a tranquilizar a mi madre y a los críos. Está lloriqueando y soltando la mierda de siempre sobre en qué se equivocó y todo eso. El que se equivocó fui yo, coño, por venir aquí el día de Navidad.

Así que me pongo unas cuantas coles más en el plato y me lleno la copa. Me entran ganas de decirles: si vais a comeros la puta cena de Navidad, sentaos de una puta vez y coméosla. Si no, iros a tomar por culo y dejadme terminar la mía en paz.

Vale, a lo mejor tendría que haberme controlado más y haberle cogido de la pechera fuera en vez de liarla de esa manera en casa de mi madre. Pero es que el cabrón se estaba pasando de listo. Pero un huevo. Vale, quería ayudarme, pero me sacudió un hostión en la espalda. No hacía ninguna falta. Y en definitiva supongo que todo se queda en que hay peña con la que no hay manera de congeniar. Tú lo intentas, coño, pero en el fondo sabes que no os vais a entender nunca. Y punto.

Hacer las paces

En la parada del bus, un nota barrigudo y de culo sudoroso hecho a base de curry y cerveza se pellizca subrepticiamente la punta de la polla a través de sus pantalones de chándal de diseño como reacción ante la presencia de varios niños que merodean por los alrededores de las puertas del colegio, junto al quiosco de prensa.

El tío apesta a sudor rancio y la cara le cuelga fláccida y plomiza, como si fuera un pollo hervido al que a continuación fueran a deshuesar. La noche de ayer fue larga y bebió mucho. El tipo está más salido que una cabra alpina. Está claro que le hace falta una visita a las gogós. Así que se dirige al Triángulo de las Bermudas de Tollcross, donde será un piojo más de los que se cuelan en el bar en pos del gran felpudo negro. En la puerta del primer pub al que se acerca, se fija con satisfacción en la señal de la pizarra: TANYA, 2.00.

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