Cómo mejorar su autoestima (7 page)

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Authors: Nathaniel Branden

BOOK: Cómo mejorar su autoestima
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Al considerar la psicología de estas dos personas, ¿puede encontrar aspectos de usted mismo? Si es así, ¿cuáles son las consecuencias para su autoestima?

Ahora examinemos esta cuestión: supongamos que nuestra reacción negativa ante alguna experiencia sea tan abrumadora que sintamos que
no podemos
practicar la autoaceptación. El sentimiento, pensamiento o recuerdo es tan angustioso y perturbador que la aceptación queda descartada. No nos sentimos capaces de desbloqueamos y relajarnos. La solución es intentar no resistirnos a nuestra resistencia. SI no podemos aceptar un sentimiento (o un pensamiento, o un recuerdo), debemos
aceptar nuestra resistencia
En otras palabras, empezar por aceptar dónde nos hallamos. Si conservamos la resistencia en un nivel consciente,
comenzará a desaparecer.

Si podemos aceptar el hecho de que, ahora, en este momento,
nos negamos
a aceptar que sentimos envidia o Ira, o dolor o añoranza, por ejemplo —o que
nos negamos
a aceptar que alguna vez hicimos o creímos tal o cual cosa—, si reconocemos, experimentamos y aceptamos nuestra resistencia, descubriremos una paradoja muy importante:

La resistencia empieza a desplomarse. Cuando luchamos contra un bloqueo, éste se hace más fuerte: cuando lo reconocemos y aceptamos, comienza a desaparecer,
porque su existencia continua requiere oposición.

A veces, durante la terapia, cuando una persona tiene dificultad en aceptar algún sentimiento, yo le pregunto si está dispuesta a aceptar el hecho de que
se niega
a aceptar ese sentimiento. Una vez se lo pedí a un paciente, Víctor, un pastor que tenía gran dificultad en reconocer su ira, pero que era un hombre muy airado. Mi pregunta lo desorientó. "¿Si acepto que no acepto mi ira?", me preguntó. Yo sonreí y le dije: "Exacto." El hombre vociferó: "¡Me
niego
a aceptar mi ira y me
niego
a aceptar mi negación!". Yo me reí y le pregunté: "¿Aceptaría su negación a aceptar su negación? Tenemos que empezar por alguna parte. Empecemos por ahí."

Le pedí que mirara al grupo y dijera: "No estoy enfadado", y lo repitiera varias veces. Al poco rato ya lo decía realmente enfadado.

Luego le pedí que dijera: "Me
niego
a aceptar mi ira", lo cual gritó cada vez con más fuerza.

Después le hice decir: "Me
niego
a aceptar mi negación de aceptar mi ira", y lo repitió con ferocidad.

A continuación le pedí que repitiera: "Pero estoy dispuesto a aceptar mi negación de aceptar mi negación", y se puso a repetirlo hasta que, al fin, se cansó y se echó a reír junto con el resto del grupo.

—Ya entiendo —sonrió. Si uno no puede aceptar la experiencia, acepta la resistencia.

—Exacto. Y si no puede aceptar la resistencia, acepta la resistencia a aceptar la resistencia. Se trata de llegar, al final, a un punto que pueda aceptar. Entonces, a partir de ahí, puede continuar.

Víctor se animó.

—Cuando uno experimenta la resistencia o la negación con plena conciencia, Y la abraza, por decirlo así, genera una especie de corto circuito. Se abre una puerta... y uno vuelve a conectar con su experiencia.

—Correcto. Bueno..., ¿está enfadado?

—Estoy lleno de ira.

—¿Puede aceptar ese hecho?

—No me gusta.

—Eso ya lo sabemos todos. ¿Pero puede aceptarlo?

—Si, puedo aceptarlo.

—Por favor, míreme y diga: "Nathaniel, estoy realmente muy enfadado".

—Nathaniel, estoy realmente muy enfadado.

—Otra vez, por favor.

—Nathaniel, estoy realmente muy enfadado.

—Bien. Ahora podemos empezar a averiguar por qué está tan enfadado.

Una poderosa herramienta para cultivar el autoconocimiento, la autoaceptación y el desarrollo personal es la técnica de completar oraciones, sobre la que he hablado en dos libros anteriores,
If You Could Hear What I Cannot Say (
Si pudieras oír lo que no puedo decir) y
To See What I see
and
Know What I Know (
Ver lo que veo y saber lo que sé). Aquí puede servirnos una versión de esa técnica. Sólo se necesitan un cuaderno y un bolígrafo.

Al comienzo de una hoja en blanco escriba una de las oraciones Incompletas, o principios de oraciones, que proporciono más adelante. Escríbalas por su orden. Después de haber reproducido una de ellas al comienzo de la página, escriba de seis a diez finales lo más rápido que pueda. No se preocupe porque las terminaciones sean literalmente ciertas, o si una se opone a otra. Ninguna de ellas quedará escrita en piedra: son sólo un ejercicio, un experimento.

Quizás pretenda autoconvencerse de que no puede hacerlo. Yo le aseguro que sí puede. He enseñado esta técnica a miles de personas y algunas siempre empiezan diciendo: "No puedo"... y luego se ponen a hacerlo.

Al comienzo de la primera página, escriba:
A veces, al pensar en mi vida, apenas puedo creer que en una época yo...
Ahora escriba de seis a diez finales para esta oración. ¡Adelante!.

Luego, en la página siguiente, escriba:
Para mí no es fácil admitir que...,
y agregue sus finales.

Después, en la otra página, escriba:
No me resulta fácil aceptarme cuando yo...,
y complételo.

A continuación:

Una de mis emociones que me cuesta aceptar es...

Una de mis acciones que me cuesta aceptar es...

Uno de los pensamientos que tiendo a alejar de mi mente es...

Una de las cosas de mi cuerpo que me cuesta aceptar es...

Si yo aceptara más mi cuerpo...

Si aceptara más las cosas que he hecho... Si aceptara más mis sentimientos...

Si fuera más honesto acerca de mis deseos y necesidades...

Lo que me asusta de aceptarme a mí mismo es...

Si otras personas vieran que me acepto más...

Lo bueno de no aceptarme podría ser...

Comienzo a darme cuenta de que...

Comienzo a sentir...

A medida que aprendo a dejar de negar lo que experimento...

A medida que respiro profundamente y me permito experimentar la autoaceptación...

Advertencia: si usted se limita a leer estas palabras y no realiza efectivamente el ejercicio tal y como se lo he descrito, se perderá ciertos descubrimientos que yo no podré proporcionarle.

Confío en que a estas alturas ya este claro por qué la autoaceptación es esencial para lograr cambios positivos. Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo inconscientemente, ¿cómo aprenderé a vivir más conscientemente? Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo irresponsablemente, ¿cómo aprenderé a vivir más responsablemente? Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo pasivamente, ¿cómo aprenderé a vivir más activamente?

No puedo superar un miedo cuya realidad niego. No puedo corregir un problema sexual cuya existencia no admito. No puedo curar un dolor que rehúso reconocer como propio. No puedo cambiar rasgos de mi carácter que insisto en que no poseo. No puedo perdonarme por una acción que no reconozco haber realizado.

Aceptarnos a nosotros mismos es aceptar el hecho de que lo que pensamos, sentimos y hacemos son expresiones del si-mismo
en el momento en que ocurren.
Pero esto no significa que esas expresiones sean las definitivas sobre quiénes somos, a menos que las cubramos con cemento por medio de nuestras negaciones y desestimaciones.

Permítanme compartir otro ejemplo personal para iluminar un poco más este tema:

Hace algunos años, mi esposa Patricia, a quien yo amaba mucho, murió. Durante largo tiempo mi mente revisó sin cesar los diferentes aspectos de nuestra relación. Recordaba incidentes en los que yo había sido desconsiderado o grosero, y a veces rehuía esos recuerdos porque eran insoportablemente dolorosos. No los negaba de una manera directa, pero tampoco los aceptaba plenamente ni permitía que ellos y sus implicaciones fueran asimilados e integrados. Una parte de mí mismo quedó fragmentada, alienada del resto.

Más tarde volví a casarme, y aunque soy feliz y estoy profundamente enamorado de mi actual esposa, Devers, vi que ciertos modelos de negligencia y falta de consideración se repetían. Comencé a pensar en algo que yo les enseñaba a otros: que si una persona no acepta plenamente una parte de su conducta pasada, es casi inevitable que la repita de una forma u otra. De modo que empecé a dedicar más tiempo a la tarea de convertir en reales para mí mismo ciertas acciones que había realizado en mi matrimonio anterior, como por ejemplo no responder en alguna ocasión en que Patricia necesitaba mi comprensión o mi ayuda, o ser sumamente impaciente, o dejarme absorber en exceso por mi trabajo es decir, el tipo de desconsideraciones más comunes que el amor no nos impide automáticamente cometer. Revivir esos ejemplos específicos, revisándolos detalle por detalle, fue doloroso. Obligarme a mirar detenidamente mis acciones me resultaba a veces más perturbador que lo que pueda expresarse en palabras, pues Patricia ya no estaba y no había manera de hacerme perdonar esas actitudes. Pero yo sabía que si insistía (y por supuesto, si alcanzaba la misma claridad sobre mi conducta en mi matrimonio con Devers) sucederían dos cosas: me sentiría más integrado, y sería menos probable que repitiera las acciones que entonces lamentaba.

Le invito a considerar alguna acción suya que lamente. Trate de dejar de lado la culpa, pero conservando la experiencia de usted mismo como autor de la acción. Descubra cómo es aceptar que en algún momento de su vida decidió ejecutar esa acción. ¿Cómo se siente esta forma de honestidad? ¿Qué enseña sobre la autoestima?

Después de aceptar el hecho de que nuestras acciones son
nuestras
acciones, aun queda el tema de la
evaluación;
en el próximo capítulo hablaremos con más profundidad sobre el proceso de evaluar esa conducta de la que nos arrepentimos (pensando en ella e interpretando su significado) de manera que alimente y no mine la autoestima. Pero por ahora diré esto: los errores con los que estamos dispuestos a enfrentarnos se convierten en los peldaños de una escalera que conduce a una autoestima más elevada.

Cualquier cosa que podamos experimentar, podremos también desestimarla, ya sea inmediatamente o después, en la memoria. Cualquier cosa que no se adapte al concepto oficial que tenemos de nosotros mismos, o a nuestro sistema oficial de creencias, o que nos despierte angustia por cualquier razón, podemos rechazarla.

Puedo negarme a aceptar mi sensualidad; puedo negarme a aceptar mi espiritualidad. Puedo rechazar mi pena; puedo rechazar mi alegría. Puedo reprimir el recuerdo de acciones de las que me avergüenzo; puedo reprimir el recuerdo de acciones de las que me enorgullezco. Puedo negar mi ignorancia; puedo negar mi inteligencia. Puedo negarme a aceptar mis limitaciones; puedo rehusarme a aceptar mis potencialidades. Puedo ocultar mi flaqueza; puedo ocultar mi fortaleza. Puedo negar mis sentimientos de odio hacia mí mismo; puedo negar mis sentimientos de amor por mí mismo. Puedo fingir que soy más de lo que soy; puedo fingir que soy menos de lo que soy. Puedo menospreciar mi cuerpo; puedo menospreciar mi mente.

El problema de la falta de autoaceptación no está de ningún modo limitado a las "negaciones". Pueden asustarnos tanto nuestras virtudes como nuestros defectos; puede asustarnos tanto nuestro genio, pujanza, emoción o belleza como nuestra vacuidad, pasividad, depresión o falta de atractivo. Nuestras desventajas plantean el problema de la Ineptitud; nuestras ventajas, el desafío de la responsabilidad.

Nuestros puntos fuertes o virtudes pueden hacernos sentir solos, alienados, marginados del grupo, blanco de la envidia o la hostilidad, y nuestro deseo de
pertenencia
puede superar cualquier deseo de realizar nuestro potencial más elevado. Es bien conocido, por ejemplo, el caso de muchas mujeres que asocian un alto nivel de inteligencia o de realización con la pérdida de la feminidad. Puede ser necesario un gran coraje para estar dispuesto a admitir, aun en la intimidad de nuestra mente: "Yo puedo hacer cosas que otros no parecen capaces de hacer." O: "Soy más inteligente que el resto de mi familia." O: "Soy sumamente atractiva." O: "Exijo de la vida más que los que me rodean." O: "Yo veo más profundamente y con más claridad".

Recuerdo a una joven que vino a pedirme tratamiento hace mucho tiempo. Florencia, de veinticuatro años, tenía el rostro de un ángel y hablaba con el vocabulario de un estibador. Había probado todas las drogas que yo conocía y algunas de las que nunca había oído hablar. A los dieciocho años dormía en el sótano de un club estudiantil, donde le daban comida y techo a cambio de sus servicios sexuales. En ese momento se ganaba la vida trabajando como camarera. El azar hizo que cayera en sus manos mi libro
The Psychology of Self Esteem;
se sintió interesada y me llamó al consultorio para concertar una cita.

Hizo todo lo que pudo para no gustarme, pero me gustó. Yo estaba convencido de que, bajo una capa de corrupción, ella escondía a una persona extraordinaria. Recuerdo cuando, mediante la hipnosis, la hice retroceder hasta cierto día de su pasado, en la escuela secundaria. Comenzó a sollozar. El profesor hacía preguntas al azar a diversos alumnos. La oí susurrar: "Por favor, Dios mío, haz que si me pregunta a mí, yo no sepa la respuesta". Le pregunté:

"¿Por qué?" Y respondió: "Porque te odian. Si sabes mucho te odian. Te odian si eres demasiado Inteligente".

Pero ella no sólo tenía una inteligencia fuera de lo común. De chica era muy alta para su edad, físicamente fuerte, e inusualmente bien proporcionada. Practicaba casi cualquier deporte mejor que la mayoría de los muchachos, con gran enfado y humillación por parte de sus hermanos mayores, que le pegaban, la ridiculizaban y la atormentaban. Sin mirar los libros, obtenía muy buenas calificaciones. En el pueblo donde vivía no había nadie como ella, nadie con quien pudiera hablar. Se sentía odiada por su familia, y
odiada por sus virtudes,
no por sus defectos.

Al llegar a la adolescencia empezó una autodestrucción sistemática, como venganza contra su familia y, al mismo tiempo, como grito de socorro.

Un día, durante la terapia, después de seis meses de trabajo, se enfadó muchísimo conmigo. Como no podía explicar sus motivos, la invité a practicar la técnica de completar oraciones:

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