Read Cómo mejorar su autoestima Online
Authors: Nathaniel Branden
Implicación:
Nací con un buen cerebro, a expensas de todos los que no lo tienen. Además, si todos ejercitan siempre la inteligencia potencial con que han nacido, yo no merezco reconocimiento alguno por lo que he hecho con la que me fue dada.
Traducción más probable:
Tengo miedo de la animosidad de los que desprecian la inteligencia.
"Me siento culpable por el éxito que he logrado en mi vida, cuando hay tanta gente que fracasa."
Implicación:
No sólo no merezco ningún reconocimiento moral por mis logros, sino que éstos representan una injusticia para con todos aquellos que, por una u otra razón, no consiguieron lo mismo. Además, estoy en deuda moral con todos los que han logrado menos en su vida que yo en la mía.
Traducción más probable:
Si no doy ninguna muestra de sentirme orgulloso por lo que he logrado, si oculto mis sentimientos de orgullo no sólo ante los demás sino ante mí mismo, entonces quizá la gente me perdone y me aprecie.
"Me siento culpable de ser humano; nací en pecado."
Implicación:
Es significativo hablar de culpa en un contexto en el que no existe la inocencia. Además, debo aceptar un concepto que violenta la razón y la moral porque las autoridades así lo proclaman.
Traducción más probable:
Esas autoridades poseen el monopolio de la moralidad y de los juicios morales; ¿quién soy yo para oponer mi juicio al de ellos?
Hay dos temas que parecen presentes siempre que estamos a la defensiva o sentimos cierta "culpa" con respecto a las facetas positivas: el miedo a la responsabilidad voluntariamente asumida y el miedo al aislamiento o la soledad. Desde luego ambos están relacionados. Pero es lamentable que las personas estén dispuestas a
someterse
a otras para ser
aceptadas
por ellas.
El deseo de pertenecer a una comunidad no es, por supuesto, irrazonable, pero intentar adquirirlo a expensas de la autoestima es meramente producir un nuevo tipo de soledad: la soledad para con nosotros mismos. Esta es una de las fuentes más comunes del sufrimiento humano.
Si se siente usted afectado por este tema, si reconoce en él cualquier parte de usted mismo, considere lo siguiente: si tuviera un hijo al que amara, y ese hijo fuera hermoso o sano o fuerte o inteligente o creativo o al crecer alcanzara el éxito,
¿querría usted que su hijo se sintiera culpable por ello?
¿Querría que su hijo se sintiera culpable de estar
vivo?
Planteo este tema porque, en mi experiencia, muchas personas que se sienten confundidas al pensar en sí mismas ven la luz al Instante cuando proyectan su propia psicología en un hijo imaginario.
Tal vez deba destacar que reconocer los mejores aspectos de nosotros mismos y complacernos en ellos no significa ser arrogantes, jactanciosos o presumidos; en absoluto. Pero tampoco debemos mentir (a nosotros mismos o a los demás) sobre quién y qué somos. No debemos disculparnos para evitar o amortiguar la envidia. Una autoestima saludable prohíbe esa clase de capitulaciones.
Vemos, pues, que para contemplar tanto nuestras virtudes como nuestros defectos, se requiere mucho coraje y también honestidad.
A continuación, le ofrecemos algunos principios de oraciones que le ayudarán a explorar este tema:
Si me cuesta aceptar cualquiera de mis virtudes, podría deberse a...
Cuando me siento a la defensiva con respecto a mis aspectos positivos...
Lo que me asusta en cuanto a admitir mi orgullo por mí mismo o mis, logros es...
Cuando me encuentro con la envidia o los celos ajenos...
Si escondo lo que soy por miedo a la envidia o los celos...
Si debiera considerarme un pecador sólo porque existo...
Si me piden que me disculpe por mi apariencia física, inteligencia, posesiones o logros
(aplique los finales de la oración solamente al ítem más pertinente para usted)...
Si estuviera dispuesto a admitir las cosas de las que me siento orgulloso...
Si hace este ejercicio en un cuaderno, y escribe alrededor de media docena de finales para cada principio, aventuraré la hipótesis de que no necesitará más explicaciones por mi parte sobre las ventajas de aceptar sus virtudes con honestidad, en términos de la autoestima (así como de la felicidad en general). Las recompensas emocionales serán obvias e Inmediatas.
¿Correrá usted el riesgo de apartar de sí a cualquier persona de baja autoestima que envidie su éxito o su felicidad? Es casi inevitable. ¿Significa esto que deberá usted reexaminar algunas de sus relaciones? Quizás. Pero a medida que aprenda a aceptar sus puntos fuertes, conseguirá una nueva y mejor clase de relaciones. Es un hecho cotidiano que, como psicoterapeuta, he presenciado muchas veces. Y en algunos casos salvará una relación actual, instando a otra persona a Igualar su coraje y elevarse a su nivel de honestidad y autenticidad. Como me dijo cierta vez un marido: "Mi esposa y yo nos pusimos de acuerdo en dejar de jugar a ser humildes. ¡Qué alivio!".
La lucha por la autoconfianza y el autorrespeto vale lo que nos exige.
Hay algo más, relacionado con este tema, que debemos mencionar.
Nuestro sentido del sí-mismo no se forma en un momento. Tiene una historia. Se desarrolla con el tiempo. Si nuestra meta es evaluar de manera apropiada nuestra conducta y a nosotros mismos para despejar el camino hacia una autoestima más elevada, a menudo será preciso que penetremos en el pasado (en el sí-mismo que fuimos en una época más temprana de nuestra historia personal) para volver a conectarnos con nuestro sí-mismo niño o adolescente, aceptarlo y "perdonarlo".
Este es el tema que trataremos ahora.
"De niña, quería desesperadamente que mi madre me amara", recuerda una odontóloga de treinta y siete años. "Me moría porque simplemente me tocara o me demostrara alguna clase de afecto. Al reflexionar sobre mi pasado me impresiona lo necesitada que estaba. Supongo que ésa es la razón por la que no suelo mirar hacia atrás. No me gusta saber eso sobre mí misma, por lo menos tal como yo era entonces. ¿Esa chica era realmente yo? Me niego a creerlo. Me gusta pensar que esa muchacha murió hace mucho tiempo y que ahora soy otra persona."
Cuando su marido la dejó, quejándose de que ella parecía incapaz de dar o recibir amor, se sintió hundida y perpleja; afirmó no comprender lo que él quiso decir.
"No me gusta recordarme de niño (repite un programador de ordenadores de cuarenta y seis años). Vivía siempre aterrado. Mi padre volvía a casa borracho y golpeaba a todo el que se le pusiera delante. Mamá nunca nos protegía. Yo me escondía; buscaba lugares para esconderme; la mitad del tiempo estaba demasiado asustado, ni siquiera me atrevía a hablar. Era una situación deprimente; aquel niño era deprimente. No me siento en absoluto relacionado con él."
Sus hijos no entienden por qué su padre parece incapaz de jugar con ellos. Sólo saben que, emocionalmente, papá rara vez parece estar allí... como si no tuvieran padre.
"Mi madre era muy sarcástica —dice una enfermera de treinta y un años. Tenía una lengua viperina. Cuando yo era chica, no sabía cómo acostumbrarme a eso. Lloraba mucho. Siento escalofríos cuando pienso en mí misma a los tres, cuatro o cinco años."
Pero muchos de sus pacientes se han quejado de sus modos bruscos y sus ocasionales observaciones mordaces. Sabe que en general no cae bien, pero tiende a engañarse en cuanto al porqué.
"Cuando yo tenía doce años (manifiesta un abogado de cincuenta y uno) en nuestra calle había un chulo que me aterraba. Me pegó varias veces y, después, con sólo mirarlo quedaba yo reducido a la nada. No me gusta recordarlo. No me gusta hablar de ello. En realidad, no me gusta admitir que era un chico asustado. ¿Por qué no podía afrontar la situación de otra manera? Mejor que me olvide de ese pequeño bastardo lo antes posible."
Aunque es brillante en su trabajo, pocos de sus clientes simpatizan con este hombre. Lo consideran insensible y cruel. "Es un chulo", ha observado más de uno.
Existen muchas razones que hacen que la gente sienta que no pueden perdonar al niño que fueron una vez. Como los pacientes mencionados, niegan y rechazan a ese niño. Traducidas a palabras, sus actitudes equivalen a lo siguiente: no puedo perdonarme haberle tenido tanto miedo a mi madre; haber anhelado tanto la aprobación de mi padre; haberme sentido tan poco querido; haber tenido tanta necesidad de atención y afecto; haberme sentido tan confundido por las cosas; haber excitado sexualmente, de algún modo, a mi madre; haber hecho algo, aunque no tengo idea de qué, para que mi padre abusara sexualmente de mí; haber sido tan torpe en las clases de gimnasia; haberme sentido intimidado por mi profesor; haber sufrido tanto; no haber sido popular en la escuela; haber sido tímido y apocado; no haber sido más duro; haber temido desobedecer a mis padres; haber hecho cualquier cosa para gustar; haber ansiado que me trataran con amabilidad; haber sido malhumorado y hostil; haber tenido celos de mi hermano menor; haber pensado que todo el mundo sabia más que yo; no haber sabido qué hacer cuando me ridiculizaban; no haberme enfrentado a la gente; que mis ropas fueran siempre las más pobres y andrajosas de entre todos mis compañeros de escuela.
En realidad, el niño que fuimos una vez puede ser recordado como una fuente de dolor, rabia, miedo, embarazo o humillación, o ser reprimido, rechazado, repudiado y olvidado.
Rechazarnos
a ese niño tal como, quizás,
lo hicieron otros,
y nuestra crueldad para con ese niño puede proseguir diaria e indefinidamente a través de toda nuestra vida, en el teatro de nuestra propia psique, donde el niño continúa existiendo como una subpersonalidad, un sí-mismo niño.
Podemos, como adultos, encontrar múltiples pruebas del rechazo de los demás en nuestras relaciones actuales, sin darnos cuenta de que las raíces de nuestra experiencia de rechazo son más internas que externas. Toda nuestra vida puede consistir en una serie de actos de incesante autorrechazo, mientras seguimos quejándonos de que son los otros los que no nos quieren.
Cuando aprendemos a perdonar al niño que hemos sido, por algo que él o ella no sabía o no podía hacer, o no era capaz de afrontar, o sentía o no sentía; cuando comprendemos y aceptamos que ese niño luchaba por sobrevivir de la mejor manera posible, entonces el sí-mismo adulto ya no sostiene una relación de rivalidad con el si-mismo niño. Una parte no está en guerra con la otra. Nuestras respuestas adultas son más adecuadas.
En el capítulo 2 introduje el concepto de un sí-mismo niño: la representación del niño que fuimos una vez, la constelación de actitudes, sentimientos, valores y perspectivas que tuvimos hace mucho tiempo, y que gozan de inmortalidad psicológica como componente de nuestro sí-mismo total. Es un sub—sí-mismo, una subpersonalidad, un estado mental que puede ser más o menos dominante en un momento dado, y en virtud del cual obramos a veces, casi exclusivamente, sin darnos cuenta de que lo hacemos.
Podemos (de forma implícita) relacionarnos con nuestro sí-mismo niño de manera consciente o inconsciente, con benevolencia o con hostilidad, con compasión o con severidad. Como espero que aclaren los ejercicios que figuran en este capítulo, cuando uno se relaciona consciente y positivamente con el sí-mismo niño, éste puede ser asimilado e integrado en el sí-mismo total. Cuando la relación es inconsciente o negativa, se abandona al sí-mismo niño en una especie de alienado olvido. En este último caso, cuando se deja inconsciente al sí-mismo niño, o se lo rechaza y repudia, nos fragmentamos; no nos sentimos completos; en alguna medida nos sentimos enajenados de nosotros mismos; y la autoestima queda perjudicada.
Cuando no se lo reconoce ni se lo comprende, o se lo rechaza y abandona, el sí-mismo niño puede convertirse en una "perturbación" que obstruye tanto nuestra evolución como el goce de la existencia. La expresión externa de este fenómeno es que a veces mostraremos una conducta infantil nociva, o caeremos en modelos de dependencia inapropiados, o nos volveremos narcisistas, o experimentaremos el mundo como si éste perteneciera a "los mayores".
Por el contrario, si es reconocido, aceptado, admitido y por lo tanto integrado, el si-mismo niño puede ser una magnífica fuente de enriquecimiento de nuestra vida, con su potencial de espontaneidad, capacidad lúdica e imaginación.
Antes de intimar con su sí-mismo niño e integrarlo, para que conviva en armoniosa relación con el resto de usted, debe tomar contacto con esa entidad que vive en su mundo interior. Como medio de presentar a mis pacientes o alumnos a sus sí-mismos niños, a veces les pido que se dejen llevar por una fantasía, que se imaginen caminando por una carretera rural hasta que, a lo lejos, vean a un niño sentado junto a un árbol y, al acercarse, comprueben que ese niño es el sí-mismo que ellos fueron una vez. Luego les pido que se sienten junto al árbol y entablen un diálogo con el niño. Los animo a que hablen en voz alta, para profundizar la realidad de la experiencia. ¿Qué quieren y necesitan decirse el uno al otro? No es infrecuente que broten las lágrimas; a veces se manifiesta alegría. Pero casi siempre se dan cuenta de que de alguna manera el niño aún existe dentro de la psique (como un estado mental) y aporta su contribución a la vida del adulto. De este descubrimiento emerge un sí-mismo más rico, más pleno. A menudo advierten con tristeza que habían pensado, equivocadamente, que necesitaban deshacerse de ese niño para poder crecer.
Cuando trabajo con un paciente con el objetivo de integrar a su sí-mismo niño, con frecuencia sugiero este sencillo ejercicio que usted podrá realizar con facilidad. (Si tiene un amigo que pueda leerle las instrucciones que siguen, tanto mejor; también puede grabarlas usted mismo en una casete y luego escucharlas; o simplemente leerlas hasta asimilarlas, antes de llevarlas a la práctica.)
Durante unos minutos contemple fotografías de usted mismo cuando era niño (suponiendo que las tenga; si no, continúe sin ellas). Después cierre los ojos y aspire varias veces, profunda y relajadamente. Penetre en su interior y hágase estas preguntas: ¿Cómo era tener cinco años? ¿Cómo imagina que experimentaba usted su cuerpo entonces?.. ¿Cómo era sentirse triste?.. ¿Cómo era sentirse excitado?.. ¿Cómo era vivir en su casa?.. ¿Cómo se sentaba? Siéntese como usted
imagina
que se sienta un niño de cinco años. Preste atención a lo que percibe. Conserve la experiencia un rato en su mente.