Read Cómo no escribir una novela Online
Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman
Tags: #Ensayo, Humor
Es muy satisfactorio cuando la trama y el tema van de la mano para acabar provocando una revelación; cuando los esfuerzos del protagonista aportan un cambio valioso en la perspectiva de las cosas tanto para nosotros como para el personaje. No obstante, cuando los símbolos que provocan esa revelación están colocados de forma demasiado burda en la peripecia del protagonista para que se caiga del caballo y acabe viendo la luz, el lector no sólo no queda satisfecho sino contrariado.
Los símbolos y la acción no deben ir cada uno por su lado, uno a continuación del otro, marcando una doble acción en la que cada personaje y cada acción desfilan por la historia de forma rígida e independiente. Sobre todo, esos símbolos no deben ser obvios. Aunque una novela no puede existir sin trama ni personajes, tu novela puede funcionar perfectamente si tu lector no percibe de entrada ni uno sólo de los símbolos que esconde.
Perdone a mi amigo, yo no soy así
Cuando el autor disimula
—Colega, esa chati, la pelirroja con ese increíble culazo como unos melones talla XL encima de su cuerpecito de periquita, está buscando cacho, colega, ya te digo.
Bob le lanzó una mirada incitante.
—Humm —le dije, tratando de parecer interesado.
Poco podía saber que esas palabras tan ofensivamente machistas me molestaban sobremanera.
—Y sí, me la voy a llevar a su casa y le romperé la blusa para empezar, pero ella estará como loca y ni se coscará. Y le comeré las dos peras a bocaos, tío, seguro que son carne de primera, nada de silicona, ¿lo pillas, tron? Joder, me la va a poner más dura y larga que la Gran Muralla china.
Suspiré y con cierta renuencia le di un sorbo a mi cerveza. En aquel local de tan mal gusto por todas partes se veían chicas luciendo orgullosas sus enormes pechos bamboleantes cubiertos por finísimos
bodys
. Sus minifaldas apenas cubrían sus voluptuosos traseros, que ellas meneaban provocativamente. Como Bob, ellas aún vivían en un mundo donde las mujeres sólo tenían su cuerpo para ofrecer, donde no se las apreciaba ni por sus mentes ni por sus cualidades humanas. Suspiré cuando una chica me sonrió con ojos de borracha y se inclinó hacia mí para lucir su exuberante escote, que ofrecía un banquete de buenas carnes a quien quisiera tomarlas. Poco podía imaginar que lo que me interesaba de ella era su mente.
A veces un autor se debate entre el deseo de tratar ciertas historias y una conciencia culpable de que los demás no lo aprobarán. En un intento de evitar las críticas, va pidiendo excusas a medida que relata esas escenas, señalando que esa sesión de teatro alternativo, esa visita al club de
striptease
, o esos baratos criados para todo del Tercer Mundo le desagradan terriblemente, pero terriblemente, y que él los desaprueba tanto como el que más. Incluso más todavía. Mientras, el autor continúa regodeándose en esas escenas, relatando lo que cualquiera verá de inmediato que es el mundo de sus fantasías. El resultado a menudo recuerda a una película de los años sesenta sobre los peligros de la prostitución.
Es mejor aceptar que no vas a engañar a nadie. Si te sientes irremediablemente atraído por la explotación sexual, es mucho mejor que abordes ese sórdido material abiertamente que emplear tu historia para entablar una guerra entre tu ello y tu superego.
No se vayan, volvemos después de la publicidad
Cuando el autor reproduce textos de otros
Jared salió de casa de sus padres y se metió en el coche con Shannon.
—¿Qué pasa, colega? —preguntó ella.
Él sacudió la cabeza para alejar la frustración.
—Ya sabes, mis padres. Son tan así… no sé, tan así…
Y entonces por la radio empezó a sonar la canción perfecta, la canción que lo expresaba todo a la perfección:
—Oye, sube el volumen, ¿vale?
Y los dos se fundieron con el tiempo mientras oían la canción:
Con su disfraces de mentiras
No saben que vemos la cosa muy clarita.
No saben que les vemos la hipocresía
De su engolada y vacía progresía.
Nos han robado el alma
Nos han robado la infancia y la juventud.
Sí, nos han robado el mundo
Con su egoísmo inmundo.
Cuando la canción languidecía con sus acordes finales Shannon suspiró y dijo:
—Era perfecta para ahora, tío, para nosotros dos. Es como si lo hubieran sabido.
—Sí, era justo eso —dijo Jared—. Han dicho todo lo que hay que decir sobre mis padres, sobre esta sociedad muerta y todo este rollo. Ha sido igual que cuando fuimos a ver a ese tío que era consejero sentimental, total.
—Sí… qué canción…
Machaca a los tigres de papel
.
En ocasiones al ver que la elocuencia no le alcanza para la tarea que tiene por delante, el autor se retira graciosamente y deja que su personaje reproduzca un poema, un fragmento de Paulo Coelho o una cita de un discurso de Martin Luther King para transmitir su mensaje. Pero el lector no ha comprado tu libro para saber qué tiene que decir Bruce Springsteen sobre la vida. El lector espera que seas tú el que tenga algo que decir sobre la vida, porque para eso pagamos a los escritores.
En ciertos casos las citas pueden ir muy bien. Suelen funcionar en tramas sobre poesía, música, etc., y donde haya una compenetración entre ellas y las vidas de los personajes. Las citas también pueden funcionar cuando no afirman directamente el mensaje pero lo amplifican o comentan de una forma indirecta, de manera que el lector no tenga la sensación de que está asistiendo a un sermón sobre el tema del libro. Pero cuando una cita nos pone delante de las narices el mensaje sin más, da la impresión de que el escritor quiera tomarse un rato libre y busque a un autor suplente para que le cubra la ausencia.
El sermón de sobremesa
Cuando el autor remacha el clavo
—No, tú no lo entiendes, Del Pueblo —dijo Roger Destroyer apuntando el cañón de su pistola sobre la frente sudorosa del rey de la droga—. No se trata de lo que la droga le hace a la gente. Se trata de lo que el dinero hace con la gente. El dinero puede ser lo mismo que una droga. Tú harías cualquier cosa por dinero, de la misma manera que un adicto haría cualquier cosa por su cocaína. Cuando el dinero pasa a ser más importante que la familia, un trabajo realmente útil y los compromisos con la sociedad, hemos perdido el norte. Por eso tus relaciones con las mujeres —por más bonitas que sean— finalmente te acaban pareciendo vacías e insatisfactorias.
—Me parece notar cierta envidia en tu voz, pendejo —dijo Mariano del Pueblo con sorna.
—¡Ja! —rió Roger—. Cuando uno lo sacrifica todo al dinero, pierde su capacidad para valorar tales cosas. Tú crees que yo envidio tu dinero, pero realmente a la única persona que envidio es a esa humilde señorita que tú desprecias y maltratas. A pesar de que la vida le ha dado muy malas cartas, ella ha mantenido su dignidad y su capacidad para amar. Ella es la rica, no tú. Es la capacidad de amar lo que nos hace los auténticos reyes del cártel de la Humanidad.
Como todo hijo de vecino cada personaje tiene su filosofía de vida. En ocasiones el protagonista y el autor comparten la misma filosofía de vida, y el protagonista la expresa por los dos. Empleado con moderación es un buen recurso: puede hacerle sentir al lector que no sólo está en juego la felicidad de los personajes, sino los valores eternos. También puede hacerle creer que ese personaje es un auténtico compañero, que compartirá sus ideas sobre la vida durante las horas que pasen juntos. Pero el lector también puede tener la sensación de que están dándole la tabarra con un manual de autoayuda.
Otro factor que hay que tener en cuenta es que las reglas para introducir ideas a través de las frases directas de los personajes son más exigentes que para plasmar esas ideas a través de las acciones de los personajes. Las ideas expresadas directamente deben ser originales, inteligentes o realmente geniales. Puede ser acertado que la trama sea una demostración de la idea de que «el amor puede con todo», los lectores siempre leerán con agrado un libro tras otro sobre ese tema, pero los lectores leerán esos libros por las historias que cuentan. Haz que un personaje suelte un discurso explicando que el amor puede con todo y al lector empezara a nublársele la vista. Todos queremos ver cómo triunfa el amor, pero ni siquiera el más simplón de nosotros quiere que le suelten una larga explicación sobre la increíble fuerza del amor.
El film educativo
Cuando el autor hace trucos con cartas marcadas
Lluvia entró en el Starbucks de mala gana. Había estado en la zona baja del río lavando ardillas, víctimas del último vertido de petróleo de Exxon, y debido a la crisis empresarial que azotaba aquella pequeña población de servicios, no había otro sitio donde pudiera lavarse las manos. La puerta del aseo estaba cerrada y fue al mostrador a pedir la llave. Los tres camareros estaban juntos, mirándola entre risitas.
—¿Me podría dar la llave de los lavabos? —preguntó ella con su voz más dulce—. Tengo que lavarme las manos.
—¿De verdad? —dijo una chica, su venenoso aliento a tabaco golpeó a Lluvia—. No sabía que los hippies se lavaran.
Los otros cacarearon y chocaron las manos. Uno de ellos metió de una patada la llave bajo el enorme expositor frigorífico, que parecía mirar a Lluvia con malevolencia mientras exhibía su surtido de azúcares refinados y productos lácteos, una clara amenaza de obesidad para millones de niños.
De vuelta a la calle, las manos quemándole con las oleosas toxinas del complejo industrial-militar, Lluvia se montó otra vez en su bicicleta, cuyo armazón ella misma había hecho con mimbres, e inició el largo camino de vuelta a casa. Durante todo el camino los hostiles automovilistas la insultaban desde sus ventanillas e incluso intentaban hacerla caer.
—¡Tú, chica, párate!
Lluvia vio a un poli muy gordo y cabreado haciéndole señas para que se detuviera.
—¿No sabes que es ilegal conducir así, guarrilla? —le dijo y escupió sobre una de las ruedas de la bicicleta.
—¿Conducir cómo, agente? —preguntó Lluvia.
—Venga, no te hagas la tonta —dijo él y empezó a escribir en su cuaderno de multas.
Mientras ella estuvo allí, a punto de llorar por el dolor que le producía el veneno que le cubría las manos, hombres vestidos con trajes pasaban a su lado comiéndosela con los ojos y asintiendo aprobadoramente a aquel policía fascista.