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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #Aventuras, Intriga

Contrato con Dios (32 page)

BOOK: Contrato con Dios
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Durante un segundo, por el cerebro de Kyra pasó la imagen de una tumba fresca, abierta.

Después el suelo se inclinó. Kyra perdió el equilibrio, y los dos arqueólogos trastabillaron y se fueron al suelo, dejando caer el módulo junto a la cabeza de Kyra. La joven gritó, pero no fue un grito de terror absoluto. Fue un grito de sorpresa y miedo.

El suelo se agitó una vez más. Ezra y Levine desaparecieron de los lados de Kyra como dos niños en un tobogán. Puede que ellos chillaran, pero ella no lo oyó, como tampoco oyó los grandes cuajarones de tierra que se desprendían de las paredes con un ruido sordo, ni sintió la piedra afilada que cayó del techo y dejó su sien ensangrentada. No escuchó el metal arrugado en el que se convirtió la excavadora al chocar contra las rocas diez metros más abajo.

Kyra no prestó atención a nada de esto, porque los cinco sentidos de su cuerpo estaban concentrados en la punta de sus dedos. Más concretamente en los once centímetros de cable con los que se aferraba al módulo de la cinta transportadora, caído casi paralelo al borde.

Pataleó con las piernas, intentando buscar un asidero, pero fue inútil. Sus brazos estaban al borde del precipicio, y la tierra iba desgajándose poco a poco bajo su peso. Bajo el sudor de sus manos, los once centímetros de cable se convirtieron en nueve, y Kyra ya no pudo aferrarse a aquel desesperado asidero con todos los dedos.

Otro resbalón, otro tirón de la fuerza de gravedad y sólo quedaron seis centímetros.

En uno de esos extraños caprichos de la mente humana, Kyra se maldijo por haber tenido a Durwin y Levine esperando un momento más de lo necesario. Si hubiesen dejado el módulo perpendicular al túnel, el cable no habría quedado aprisionado debajo de los rodillos de acero.

Después el cable desapareció y Kyra se hundió en el vacío negro.

L
A
EXCAVACIÓN

Desierto de Al Mudawwara, Jordania

Martes, 18 de julio de 2006. 14.07

—Han muerto varios.

—¿Quiénes?

—Larsen, Durwin, Levine y Frick.

—Y una mierda. Levine no. Lo han sacado con vida.

—La doctora está ahí arriba.

—¿Estás seguro?

—Os lo digo yo, joder.

—¿Qué ha pasado? ¿Ha sido otra bomba?

—Ha sido un derrumbe. Nada misterioso.

—Un sabotaje, te lo juro, un sabotaje.

Un círculo de rostros angustiados y voces ansiosas se reunió junto a la plataforma. Hubo un murmullo contenido cuando Pappas asomó por la entrada del túnel, seguido por el profesor Forrester. Los seguían los hermanos Gottlieb, que por su pericia con el rapel habían sido designados por Dekker para rescatar a los posibles supervivientes.

Sobre una camilla sostenida entre los gemelos alemanes viajaba cubierto por una manta el primero de los cadáveres.

—Es Durwin. Conozco sus botas.

El profesor se acercó al resto del grupo.

—Ha habido un derrumbamiento, debido a una cavidad natural con la que no contábamos. Las prisas con las que realizamos el túnel no nos permitieron… —se interrumpió, incapaz de continuar.

Eso es lo más cerca que estará jamás de admitir un error, supongo,
pensó Andrea, de pie en medio del grupo. Llevaba la cámara en la mano, dispuesta a tomar unas fotografías, pero al enterarse de lo que había ocurrido colocó de nuevo la tapa en el objetivo y se la colgó a la espalda.

Los gemelos dejaron el cadáver con cuidado en el suelo, retiraron la camilla de debajo y volvieron a subir.

Una hora más tarde, los cadáveres de los tres arqueólogos y el operador de la excavadora yacían ordenadamente en el suelo al borde de la plataforma. El último, el de Levine, había tardado en salir del túnel veinte minutos más que los otros. Era el único que había sobrevivido a la caída, aunque Doc no pudo hacer nada por él.

—Estaba destrozado por dentro —le susurró a Andrea, colocándose a su lado. Tenía los brazos y la cara cubiertos de tierra, y había bajado la rampa de acero muy despacio, casi con miedo de caer ella misma—. Hubiera preferido que…

—No digas más —dijo Andrea, apretándole la mano furtivamente. La soltó para cubrirse la cabeza con su gorra, igual que el resto del personal. Los únicos que no siguieron aquella costumbre judía fueron los soldados, tal vez por desconocimiento.

El silencio era absoluto, subrayado por un cálido soplo de brisa que jugueteaba en lo alto de los riscos. De repente se vio alterado por el sonido creciente de una voz humana que no parecía en exceso contenta. Andrea giró la cabeza y no pudo creer lo que veían sus ojos.

La voz pertenecía a Russell. Venía caminando un paso detrás de Raymond Kayn, y apenas treinta metros les separaban de la plataforma.

El multimillonario andaba, encogido, con los hombros caídos y los brazos cruzados. Su asistente lo seguía con cara de pocos amigos, y sólo se calló cuando comprendió que los demás podían escucharle. Era evidente que lo ponía tremendamente nervioso ver allí a Kayn, fuera de la tienda.

Poco a poco todos los rostros de la expedición se volvieron hacia las dos figuras que se acercaban. Además de Andrea y Dekker, de los presentes únicamente Forrester había visto en persona a Raymond Kayn. Y ello sólo una vez, durante una tensa y maratoniana reunión en la Kayn Tower, en la que el arqueólogo había aceptado sin pensarlo dos veces las extrañas peticiones de su nuevo mecenas. Claro que el premio se le antojaba enorme.

Los costes también. Estaban en el suelo con una manta encima en aquel momento, de hecho.

Kayn se detuvo a cuatro metros de ellos, una figura temblorosa, vacilante, descalza, con la cabeza cubierta por una
kipá
[22]
tan blanca como el resto de sus ropas. Al aire libre su delgadez y su corta estatura le conferían un aspecto aún más frágil, y sin embargo Andrea tuvo que resistir el impulso de arrodillarse. Percibió como la gente a su alrededor cambiaba de actitud como afectados por un invisible campo magnético. Brian Hanley, que estaba a menos de medio metro de ella, comenzó a cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro. David Pappas inclinó ligeramente la cabeza, e incluso a Fowler le brillaban los ojos. El sacerdote estaba a un lado del grupo, ligeramente apartado.

—Queridos amigos, no he tenido oportunidad de presentarme. Me llamo Raymond Kayn —dijo el viejo, y su voz clara desmintió la fragilidad de su aspecto.

Varios de los presentes asintieron, pero el viejo no pareció apreciarlo, y continuó hablando.

—Lamento que nos encontremos por primera vez en tan terribles circunstancias y quiero pedirles que nos reunamos todos en oración —bajó los ojos, inclinó la frente, y recitó—.
El maley rachamim shochen bam'romim hamtzey menuchah nechonah al kanfey haschechinah bema'alot kedoshim ute'horim kezohar harakia me'irim umazhirim lenishmat?
[23]
Amén.

Todos repitieron amén.

Andrea, extrañamente, se sintió mucho mejor a pesar de que ni comprendía lo que había escuchado ni ésa era la fe en la que se había criado. Hubo unos instantes de silencio solitario y vacío que la voz de la doctora Harel quebró en mil pedazos.

—¿Volveremos ahora a casa, señor? —dijo, adelantando los brazos, en gesto de muda súplica.

—Ahora cumpliremos con la
halaká
[24]
, y enterraremos a nuestros hermanos —dijo Kayn, y su voz sonó razonable y equilibrada en contraste con el agotado carraspeo de Doc—. Después descansaremos unas horas y seguiremos con el trabajo. No permitamos que el sacrificio de estos héroes sea en vano.

Dicho esto, Kayn se dio la vuelta y regresó a su tienda, seguido por Russell.

Andrea miró atónita a su alrededor, y sólo vio caras de aceptación.

—No puedo creer que estén comprando esta mierda —le susurró a Harel—. Ni siquiera se ha acercado a nosotros. Se ha quedado allí, a varios metros, como si tuviésemos la peste o fuésemos a hacerle algo.

—No era de nosotros de quien tenía miedo.

—¿De qué demonios hablas?

Doc no contestó. A Andrea no se le escapó la dirección de su mirada, ni el gesto de entendimiento que cambió con Fowler. El sacerdote, pálido, asintió.

¿Y si no era de nosotros, de quién, entonces?

A
RCHIVO
RECUPERADO
DE
LA
CUENTA
DE
CORREO

DE
K
HAROUF
W
AADI
,
USADO
COMO
BUZÓN
DE
INTERCAMBIO

POR
LOS
TERRORISTAS
DE
LA
CÉLULA
SIRIA

Hermanos, el momento escogido ha llegado. Huqan ha pedido que os preparéis para mañana. El equipo necesario os lo facilitará una fuente local. Vuestro viaje debe llevaros desde Siria hasta Ammán por carretera, allí Ahmed os dará más detalles. K.

******

Salaam Aleikum. Sólo quería recordaros antes de salir unas palabras de Al Tibrizi que a mí me han servido de inspiración, espero que os reconforten antes de empezar la misión. W.

«El mensajero de Dios dijo: un mártir tiene seis privilegios ante Dios. Se le perdonan sus pecados al derramar la primera gota de su sangre; se le muestra un sitio en el paraíso, es redimido de los tormentos del sepulcro; se le ofrece seguridad ante el temor del infierno y se coloca sobre su cabeza una corona de gloria, uno de cuyos rubíes vale más que el mundo y todo lo que en él existe; se casará con setenta y dos huríes de ojos negros; y se le aceptará su intercesión por setenta de sus parientes.»

******

Gracias, W. Hoy mi mujer me ha bendecido y me ha despedido con una sonrisa en los labios. Me ha dicho: «Desde el día en que te conocí supe que estabas hecho para el martirio. Hoy es el día más feliz de mi vida». Bendigo a Alá por haberme concedido alguien como ella. D.

*****

Enhorabuena, D. O.

*****

¿No os llena el alma de ilusión? Ojalá pudiéramos compartirlo con alguien, gritarlo a los cuatro vientos. D.

*****

A mí también me gustaría compartirlo, pero no siento tu euforia. Me encuentro extrañamente en paz. Éste es mi último mensaje, ya que parto en unas horas con mis dos hermanos hacia la cita de Ammán. W.

*****

Comparto la paz de W. La euforia es comprensible pero peligrosa. A nivel moral, porque es hija del orgullo. A nivel táctico, porque puede hacerte cometer errores. Debes clarificar tus pensamientos, D. Cuando te halles en el desierto tendrás que esperar muchas horas a pleno sol la señal de Huqan. La euforia podría convertirse rápidamente en desesperación. Tienes que buscar aquellos argumentos que te llenen de paz. O.

*****

¿Qué me recomiendas? D.

*****

Piensa en los mártires que nos han precedido. Nuestra lucha, la lucha de la umma, está compuesta de pequeños pasos. Los hermanos que machacaron a los infieles de Madrid dieron un pequeño paso. Los hermanos que volaron las torres dieron diez. Nuestra misión significa un millar de pasos. Supondrá arrodillar a los invasores para siempre. ¿Te das cuenta? Tu vida, tu carne, cumplen así una finalidad a la que no puede aspirar ningún hermano. Imagina un anciano rey que ha llevado una vida virtuosa, multiplicado su semilla en un enorme harén, derrotado a sus enemigos, expandido su reino en el nombre de Dios. Mira a su alrededor con la satisfacción del deber cumplido, y así debes sentirte tú. Refúgiate en ese pensamiento y transmíteselo a los guerreros que llevarás contigo a Jordania. P.

*****

He meditado largas horas en lo que me has dicho, O, y te doy las gracias. Mi ánimo es distinto, mi disposición más cercana a Dios. Sólo me duele que éste sea el último de nuestros mensajes, y que aunque triunfemos nuestro siguiente contacto será en otra vida. He aprendido mucho de ti y he hecho aprender a los demás. Hasta siempre, hermano. Salaam Aleikum.

L
A
EXCAVACIÓN

Desierto de Al Mudawwara, Jordania

Miércoles, 19 de julio de 2006. 11.34

Colgando del techo a ocho metros del suelo en el mismo lugar que el día anterior se había venido abajo acabando con la vida de cuatro personas, Andrea no podía evitar sentirse más viva de lo que se había sentido en toda su vida. No podía negar que la presencia de la muerte excitaba sus sentidos y de alguna manera estaba obligándola a despertarse de un sueño en el que le parecía llevar una década sumergida.

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