―¡Silencio! ―rugió Midian y todas las voces se acallaron. Miré alrededor lo que pude y vi a Amonis derramando agua sobre su mano derecha, asistido por otro inquisidor. Fuera lo que fuese lo que había sucedido, también lo había quemado a él. Mi espalda se contorsionaba de dolor.
―¿Qué ha pasado? ―exigió saber el exarca, dirigiendo al mago una mirada venenosa―. Ha usado la magia del Fuego... ¿no es cierto?
El mago casi languideció, luego se acomodó la túnica y afirmó:
―Su santidad, es una hereje. Carece de magia del Fuego.
―No niegues lo que acabo de ver ―bramó Midian―. Habías dicho que era imposible. Acaba de cometer la herejía más terrible que podamos concebir, una tan vil que ni siquiera se considera posible. ¡Dime cómo lo hizo!
―Su santidad, yo... no lo sé ―admitió el mago, sonando por primera vez derrotado―. Tú mismo lo has dicho, es imposible.
―Pero lo ha logrado. ¿Qué significa eso?
―Significa ―señaló Ninurtas― que puede quebrantar prácticamente todas las normas que conocemos. Que es la heresiarca más peligrosa que hayamos visto.
―Pero ¿quién más lo sabe? ―preguntó el mago―. ¿Qué sucedería si hubiese convencido a otros con su herejía?
Avanzó hacia uno de los inquisidores, que a su vez fue hasta el lugar donde Ravenna seguía arrodillada con los brazos juntos y la espada del sacrus en la garganta.
―¿Cuántas personas te han visto hacer esto? ―preguntó.
―Unas cinco mil ―contestó ella, con una extraña expresión, mezcla de desafío y resignación.
El inquisidor miró a Midian y volvió a interrogarla:
―¿Cómo, cuándo?
―En Ilthys ―informó ella―. Hace una semana. En la plaza principal, después de que la ciudad fue sometida a la prohibición.
―Tiene que estar mintiendo ―insistió el mago, pero Midian lo acalló con la mirada. Un conmovido Sarhaddon nos clavaba los ojos, incrédulo.
―Si al menos tuviésemos todavía a los tehamanos ―comentó uno de los inquisidores―. Ellos la habrían hecho confesar más rápidamente, lo hubiesen hecho por nosotros.
―Pero no es así ―afirmó Midian―. Averigüémoslo empleando los métodos tradicionales.
El inquisidor me miró y luego bajó la mirada a los pesos.
―No podemos agregar más ―objetó―. Se ahogará.
Midian se encogió de hombros y fui presa del pánico. Deseaba seguir vivo sin importar lo terrible que fuese la tortura. Quizá incluso hubiese alguna esperanza de alcanzar nuestro objetivo original.
―Matarlo sería poco inteligente ―señaló Sarhaddon, pronunciando sus primeras palabras desde el momento en que el látigo había ardido en llamas en el aire, aniquilando doscientos años de teología cuidadosamente edificada―. Ravenna lo ama y ése es el único poder que tenemos sobre ella.
―Intentad algo distinto ―ordenó Midian―. Bajadlo del potro y torturad en su lugar a la otra mujer.
―¿Qué ganaréis con eso? ―protestó Ravenna. Un delgado hilo de sangre le corría por la garganta después de que el sacrus apretó un poco más la espada―. No cambiaríais las cosas.
―¿Realmente puedes usar el Fuego? ―preguntó Sarhaddon―. No utilizaste la magia hasta cine Amonis intentó usar el látigo de éter. ¿Por que no antes?
El mago miró a Sarhaddon.
―No puedo ayudar. Nuestros magos mentales y los de Tehama rodean esta sala y eso tendría que haberle impedido hacer nada ―dijo
―¿Y qué sucedería si sólo pudiese romper los límites cuando estuviese desesperada? ―aventuró Sarhaddon, concluyendo en unos pocos segundos algo que a nosotros nos había llevado horas comprender y que el resto del mundo aún parecía ignorar―. íbamos a utilizar el látigo porque ya se lo habían aplicado a ella, y fue sólo cuando se percató de que Cathan sufriría los mismos dolores cuando su magia fue liberada. Estoy en lo cierto; puedo verlo en su expresión.
Por Thetis, era como si fuésemos transparentes para él. ¿No podíamos hacer nada?
―Dejadlo en paz y os diré lo que sucedió ―propuso Ravenna―. No vale la pena intentar engañaros.
El exarca hizo una pausa. Sin duda prefería mantener cierto control sobre el proceso del interrogatorio, pero un instante después accedió.
―Aflojadle los pesos si corre el riesgo de ahogarse, pero no antes ―ordenó―. Ahora, Ravenna, cuéntanos.
Ella asintió y el sacrus separó un poco la espada de su cuello mientras Ravenna narraba titubeante lo que había sucedido en Ilthys (o al menos lo que ella deseaba revelar). Mi visión comenzó otra vez a nublarse y empecé a sufrir jaquecas, aunque no entendía por qué. Ya había perdido toda sensibilidad en las manos.
―¿Y cuántas personas en Ilthys llegaron a la misma conclusión que tú? ―preguntó el inquisidor.
―No lo sé ―afirmó ella, pero una ligera vacilación la delató.
―Lo sabes ―insistió él―. Su santidad, necesita ser alentada a confesar.
―Todos los supervivientes del
Cruzada ―
murmuró ella―. Ahora están en esta ciudad. Pero habrá otros, y antes de marcharme les pedí a los habitantes de Ilthys que difundieran la noticia.
Un pálido exarca bajó la mirada hacia nosotros, despojado de su soberbia. Sarhaddon estaba de pie a su lado, inmóvil, con expresión inescrutable.
―Deberíamos matarlos ―sostuvo Amonis.
―No nos serviría de nada ―objetó Midian, tembloroso.
―Debe hacerse, su santidad ―insistió Amonis―. Antes de que lo difundan.
―Ya lo han hecho.
―No perdemos nada con matarlos ―prosiguió Amonis, más persistente que nunca―. Deberíamos hacerlo ahora, sin testigos, antes de que los delegados o cualquiera de los sirvientes del templo se enteren de la traición. De ese modo protegeremos de su maldad al menos a algunos inocentes.
―¿Nunca lo comprenderás? ―irrumpió Ninurtas―. Ya no importa que sea una herejía, no se trata ya de protegernos, torturar y quemar. ¿Puedes imaginar qué hará el mundo cuando todo esto quede al descubierto? ¿Qué hará el consejo?
―Podemos destruir al consejo ―aseguró Midian―. Esta noche, como lo hemos planeado. Eso al menos nos quitará de encima una preocupación.
―El consejo ya no representa para nosotros ninguna amenaza ―sostuvo tajantemente Sarhaddon―. Sólo
ellos
pueden serlo.
Nos señaló a Ravenna y a mí, y luego a Palatina, que temblaba, indefensa, allí donde la habían atado los inquisidores.
―Sólo el consejo tiene magos ―advirtió Midian―. Si sus magos aprendiesen a utilizar el Fuego del mismo modo que ella...
El exarca se cubrió el rostro con la mano un momento. Apenas podía creer lo que había sucedido: el contraste entre el Midian todopoderoso y aquél que había ahora más o menos a nuestra altura en el parapeto. Y todo había transcurrido sin utilizar armas, flotas ni nada más... era irreal.
No tuve tiempo de pensarlo. Cada inspiración volvía a costarme más y más, y era consciente de que pronto alcanzaría el punto de asfixia. Cada parte de mi cuerpo parecía partirse de dolor, y mantener los ojos abiertos me costaba casi tanto esfuerzo como respirar. ¡Que alguien me sacase de allí, por el amor de Thetis! No me importaba qué me hicieran después con tal de que fuese diferente.
―Si sólo son los dos magos que conocemos, deberíamos destruir la ciudad, matarlos a todos ―afirmó Midian.
Ninurtas negó con la cabeza.
―Todos los habitantes de Ilthys fueron testigos, y tarde o temprano alguien nos delatará.
―Entonces tenemos que dirigirnos a Ilthys y eliminarlos también a ellos ―insistió Midian―. Quizá todavía podamos evitar que se extienda el mal y en caso contrario... servirá para dar un claro mensaje al resto del mundo. Con la flota thetiana bajo nuestro control, no importará que haya unos pocos lunáticos pregonando esta herejía.
―Eso hemos dicho del consejo durante los últimos doscientos años ―señaló Ninurtas, avanzando un paso para colocarse junto al exarca―. Todo lo que se necesita es una persona carismática que se ponga al frente de la causa, alguien que se proclame profeta y le cuente al mundo lo sucedido en Ilthys, alegando que fue un mensaje del dios en el que crea.
―Entonces lo mataremos a él y a quien sea que lo siga ―recalcó Midian de pie, aunque su confianza empezaba a menguar―. ¡Nosotros, los siervos de Ranthas no seremos derribados por las mentiras de cualquier falso profeta! Eso
no puede suceder.
Más allá de lo que hayamos presenciado hoy o de lo sucedido en Ilthys, no es más que una mentira. Hemos visto el trabajo de Ranthas a lo largo de nuestras vidas, Temazzar nos ha revelado su verdad y aun así ¿estamos dispuestos a creer los trucos de esta joven? ¿Por qué nos hemos trastornado durante estos últimos minutos? Sabemos de lo que son capaces esos tehamanos y no estamos seguros de que no hayan estado jugando con nuestras mentes, manipulándonos para que creamos a esta... criatura y sus amigos herejes. ¿Permitiremos que desafíen la verdad que Ranthas estableció para nosotros? ¿Somos acaso tan cobardes para rendirnos ante esto?
―Su santidad... ―empezó Ninurtas, pero el exarca lo interrumpió con un furioso gesto.
―¡Hoy ya nos han engañado bastante! No existe discusión posible si no hay problema ―afirmó y bajó la mirada hacia Ravenna―. Has condenado a muerte a los ciudadanos de Tandaris y de Ilthys. No toleraré la herejía. Ni la herejía del consejo ni la tuya, ni los intentos de tu olvidado pueblo por volver a intervenir en el destino del mundo.
Cuando el exarca se calló, su expresión era tan severa como siempre. Por fin comprendí lo que había ocurrido, la conclusión a la que había llegado Midian, y aquella parte de mi mente que todavía seguía activa se maravilló de que fuese lo bastante inteligente como para deducirlo.
―No dudo que tu gente estará celebrando su éxito al dejarte dentro del templo, pero arruinaré sus festejos antes de que todos mueran junto al resto de la ciudad. Ahora sabemos que existen y pronto el mundo lo sabrá también. Es hora de que el mundo se libre por fin de vosotros tres, y a cualquiera que eso le moleste le convendrá marcharse bien lejos.
Miró entonces a los sacri y les ordenó:
―Matadlos a los tres, pero sin derramar sangre. No queremos contaminar el templo.
Sentí un espasmo de horror y miré con incredulidad al sacrus que inmovilizaba a Ravenna, que bajó su espada y se acercó a uno de los inquisidores. Éste se quitó el cinturón y se lo tendió al guerrero sagrado.
Se añadieron más pesos a mis pies y carraspeé en busca de aire mientras el sacrus colocaba la soga al cuello de Ravenna, ignorando sus débiles protestas y ajustándola cada vez más. Hila intentó aflojar la cuerda con las manos, pero ésta ya se estaba clavando en su piel y le impedía respirar.
―Su santidad, espera un momento ―oí decir a Sarhaddon, y el exarca ladró una orden. El sacrus se detuvo y pasó la mano a través del improvisado garrote para ajustado mejor mientras Ravenna luchaba en vano por librarse de su control. Sentí un ligero alivio de la presión cuando su compañero volvió a ponerme en posición vertical, aunque sin duda el respiro no duraría más que un momento.
―¿Qué pasa ahora? ―protestó Midian.
―Quizá destruir cada rastro del asunto no sea la mejor estrategia. Hemos supuesto que todo esto es una ilusión provocada por los tehamanos, un engaño dirigido a sembrar la confrontación entre nosotros. Pero ¿qué sucedería si fuese la voz de Ranthas hablándonos sin intermediarios, mostrándonos el camino a seguir para desacreditar para siempre la herejía?
―¿Qué propones entonces? ―preguntó Midian―. Dilo de prisa.
―Lo que ellos han querido hacernos creer ―señaló con cuidado Sarhaddon― es que, ya que pueden emplear el Fuego mientras que nuestra fe niega esa posibilidad, todos los dioses son falsos. Pero ésa es sólo una interpretación posible. Podemos emplearla para demostrarle al mundo que la magia de los Elementos, los dioses de los Elementos, pueden ser reducidos a la calidad de deformaciones del Fuego.
―Ese es un punto de vista peligrosamente cercano a la herejía ―opinó Amonis, pero Sarhaddon lo ignoró.
―Es una cuestión de fe, su santidad ―continuó Sarhaddon, e incluso en mi terrible estado comprendí que cambiaba con sutileza su línea de ataque―, Ranthas puede manifestarse muy bien en receptáculos corruptos, como magos herejes cautivos, que podemos emplear a favor de nuestros propios intereses. Ha estado utilizando esos receptáculos malditos para revelarnos una de sus verdades: que su Fuego vive en todas las cosas, que es la única materia que conforma al hombre y que su negativa a aceptarlo origina la magia de los Elementos. Es decir, que toda la magia es Fuego, pero algunos de los que la utilizan han descarriado su camino.
Seguir el razonamiento mientras luchaba por respirar era toda una hazaña, pero noté por su expresión que algunos daban muestras de comprender sus palabras mientras miraban a Sarhaddon desde la galería. Incluyendo a Ravenna, quizá la única persona en la sala que podía asimilarlas realmente.
―Pensadlo ―continuó el venático―. En lugar de matar a cada uno de los magos de los Elementos, deberíamos capturar a los más dóciles y purificarlos, convertirlos en nuestros propios vehículos de la magia. Estos dos y su compañera serían, por supuesto, los más notables, pero habría otros. Ya no necesitamos tan sólo hablar, intentar convencer a la gente mediante las palabras, sino demostrarle a Aquasilva que la magia de los Elementos no es otra cosa que una perversión. Esta noche aplastaremos al consejo y en los meses venideros propagaremos esta nueva verdad de Ranthas. Midian, ésta es una oportunidad para dejar claro que tu exarcado no consiste sólo en la destrucción del consejo, sino que podrá demostrarle a todo el mundo, desde el primado hasta el más simple de los campesinos, que los herejes están
equivocados.
Los herejes restantes serán reclutados a nuestro servicio y asegurarán la extinción de su fe de una vez por todas. No necesitaremos gastar enormes sumas de dinero en ejércitos y flotas, sólo seleccionar a los prisioneros que puedan servirnos y convertirlos a la gloria de Ranthas.
Levanté la mirada hacia Midian. La cabeza aún me daba vueltas por el esfuerzo de mantenerme despierto. Sarhaddon había expuesto su tesis tan claramente como era posible, pero todavía quedaba por ver cuánto había entendido el exarca.
Si Midian pudiese contener su ira apenas un momento...
―Todo eso suena como una receta para el desastre, Sarhaddon. Quizá sea un buen plan, pero estos tres herejes seguirían en libertad.
―No estarían libres ―repuso Sarhaddon―. Los tendríamos bajo control. Ya os lo explicaré luego con más detalle, cuando haya tiempo.