Cuando la guerra empiece (22 page)

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Authors: John Marsden

Tags: #Aventuras

BOOK: Cuando la guerra empiece
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—Yo sé lo que dirían nuestros padres —dijo Fi—. Dirían que para ellos lo más importante es nuestra seguridad. No querrían que muriéramos para que ellos puedan vivir. En cierto modo, nosotros somos los que damos sentido a su vida. Pero no podemos dejarnos llevar por eso. Tenemos que hacer lo que nos parece correcto. Tenemos que encontrar un sentido a nuestra propia vida, y esta podría ser una de las formas de hacerlo. Yo apoyo a Corrie; aunque estoy muerta de miedo, lo haré, porque no puedo imaginarme el resto de mi vida si no lo hago.

—Estoy de acuerdo —dijo Robyn.

—Y yo no paro de rezar para recuperarme de la pierna y poder encontrar a mi familia —dijo Lee.

—Yo estoy con la mayoría —dijo Kevin.

Todos miramos a Homer.

—Nunca imaginé que tendría que hacer daño a otras personas para poder vivir mi propia vida —dijo—. Pero mi abuelo lo hizo, en la Guerra Civil Griega. Y si yo tengo que hacerlo, espero encontrar la fuerza necesaria, como hizo Ellie. Hagamos lo que hagamos, espero que no tengamos que hacer daño a nadie. Pero si así fuera… pues que sea.

—Te estás volviendo un blando —dijo Kevin.

Homer no le hizo caso y dijo con voz decidida:

—Estoy pensando en aquella frase que citó Corrie el otro día: «El tiempo dedicado a ser precavidos nunca es tiempo perdido» —dijo—. Lo más estúpido que podríamos hacer sería entrar arrasando como Rambo con nuestro fusil del calibre 22 en ristre. Fi tiene razón, nuestras familias no querrían que acabáramos fiambre en una mesa de autopsias. Si necesitamos unos días más, pues no pasa nada. La única razón para precipitarnos sería si nos enteráramos de que va a pasarles algo terrible. Aunque podría haberles pasado ya, y en ese caso no podríamos hacer nada.

»Se me ocurre que necesitamos un puesto de observación, un sitio oculto y seguro desde el que podamos vigilar el recinto ferial. Cuanto más sepamos, mejores decisiones tomaremos, y más eficaces seremos. A juzgar por lo que decía la radio, parece que no lo están teniendo tan fácil en todo el país, y todavía hay mucha resistencia. Deberíamos hablar con alguien que esté en el pueblo, como el señor Clement, e incluso aliarnos con el Ejército, o quien sea que esté luchando en los demás distritos. Deberíamos establecernos como un auténtico equipo de guerrilla, viviendo fuera de los núcleos de población y actuando de manera ágil, rápida y directa. Podríamos sobrevivir así durante meses, quizás años.

»Por ejemplo, puede que esto no os guste, si es así decidlo: suponed que enviamos a dos o tres personas a Wirrawee durante cuarenta y ocho horas. Su misión consistiría en conseguir información, solo eso. Si de verdad tienen cuidado, no deberían ser vistos. Tendrán que actuar exclusivamente de noche y asegurarse varias veces antes de dar cada paso. Los demás podemos quedarnos aquí para empezar a organizar las cosas más eficientemente. Este es el mejor campamento base que podríamos tener, pero tenemos que conseguir más provisiones y convertirlo en un centro de operaciones como Dios manda. Da miedo la velocidad a la que estamos consumiendo la comida. Deberíamos empezar a racionarla. Y también estaría bien establecer un par de escondites más por las montañas para dejar allí comida y cosas, en caso de que no podamos venir aquí por cualquier motivo. Como he dicho, tenemos que ser más ágiles.

»Y al tener que subsistir de lo que encontramos, tenemos que tomárnoslo muy en serio. Los que se queden aquí deberían buscar soluciones: localizar puntos en las montañas donde haya agua, ver si podemos cazar conejos o canguros, o incluso zarigüeyas. Mi familia y la de Ellie siempre han matado los animales que comían, por lo que nosotros podríamos encargarnos de la matanza.

—Lo mismo digo —dijo Kevin.

—Y yo puedo cocinar una zarigüeya agridulce —dijo Lee—. Y si me cogéis un gato salvaje puedo haceros unas empanadillas deliciosas.

Los demás emitieron un gruñido de asco. Lee se retrepó y me sonrió.

—Aquí podríamos tener animales —dijo Corrie—. Gallinas, y quizás unos cuantos corderos. Y cabras.

—Perfecto —dijo Homer—. Eso es el tipo de cosas que tenemos que buscar y en las que tenemos que pensar.

La mirada de Kevin se volvió melancólica al oír lo de las cabras. Yo sabía lo que estaba pensando. Desde niños habíamos aprendido a valorar a las ovejas, y lo primero que se nos enseñó fue a despreciar a las cabras: ovejas buenas, cabras malas. No significaba nada, lo daba la tierra. Pero teníamos que empezar a desaprender lo aprendido.

—Estás pensando a largo plazo —le dije a Homer.

—Sí —asintió él—. A muy largo plazo.

Estuvimos un par de horas hablando. La radio de Corrie se había muerto. Pero nos había sacado de nuestra conmoción, de nuestra tristeza. Para cuando acabamos, exhaustos, habíamos tomado unas cuantas decisiones. Dos parejas irían al pueblo a la mañana siguiente, Robyn y Chris, y Kevin y Corrie. Actuarían de manera independiente, pero manteniendo el contacto entre sí. Se quedarían allí toda la noche y la mayor parte de la noche siguiente, y regresarían al amanecer. Eso significaba que estarían fuera unas sesenta horas. Kevin y Corrie se centrarían en el recinto ferial. Robyn y Chris rondarían el pueblo buscando gente escondida, información útil e incluso material.

«Vamos a empezar a reclamar Wirrawee», había dicho Robyn. Acordamos un montón de detalles complejos, como cuál sería su base de operaciones —la casa de la profesora de música de Robyn—, dónde se irían dejando notas —debajo de la caseta del perro—, cuánto esperarían el miércoles de madrugada si la otra pareja no aparecía —nada—, y su excusa para proteger a los demás y al Infierno si los atrapaban —«Desde que comenzó la invasión nos ocultamos en el templo masónico y solo salíamos de noche»—. Pensamos que aquel sitio no implicaría a nadie más, que sería un sitio en el que las patrullas no habrían mirado. Robyn y Chris estuvieron de acuerdo en establecer un falso campamento allí, para dar credibilidad a la historia.

Los que nos quedáramos en el Infierno haríamos básicamente lo que Homer había sugerido: conseguir más provisiones, convertir el Infierno en un auténtico campamento base, organizar el racionamiento de la comida y fichar nuevos escondites.

Curiosamente, yo estaba eufórica de pensar en los dos días siguientes. En parte me asustaba volver al pueblo, por lo que me alegré de librarme. En parte también me alegré de que Kevin fuera a estar lejos unos cuantos días, porque me estaba poniendo de los nervios. Pero lo mejor de todo eran las interesantes combinaciones de personas que eran posibles entre los que íbamos a quedarnos. Por un lado estaban Homer y Lee, por los que yo tenía unos sentimientos fuertes y encontrados, y también estaba la evidente atracción que Homer sentía por Fi, y que complicaba aún más las cosas. Era un tipo de atracción que inhibía a Homer demasiado para hacer nada, pero se veía que se sentía más cómodo con ella ahora. Y luego estaba Fi, que de un tiempo a esta parte había perdido su sobriedad y se ponía nerviosa y tímida cuando estaba cerca de Homer, a pesar de que costaba creer que él le gustara. Por otra parte estaba Lee, que seguía mirándome con ojos de cordero, como si su pierna herida fuera el único impedimento para saltarme encima. A mí me asustaba un poco la profundidad de los sentimientos que reflejaban aquellos preciosos ojos.

Me sentía culpable de estar pensando en el amor cuando nuestro mundo estaba sumido en aquel caos, sobre todo cuando mis padres estaban pasándolo tan terriblemente mal. Era una vez más como estar en la rampa del matadero. Pero mi corazón estaba tomando sus propias decisiones y se negaba a ser controlado por mi conciencia. Y yo lo dejé libre, pensando en las fascinantes posibilidades que se me presentaban.

Capítulo 14

El lunes por la mañana, una oscura oleada de aviones nos sobrevoló durante una hora o más. Desgraciadamente, no eran de los nuestros. Nunca había visto tantos aviones. Eran grandes, como de transporte, y nadie parecía importunarlos, hasta que media hora más tarde seis cazas de nuestro Ejército pasaron silbando por la misma trayectoria. Nosotros les lanzamos un saludo optimista con la mano. Bien temprano, habíamos estado en mi casa y habíamos traído provisiones: más comida, herramientas, ropa, productos de aseo, ropa de cama y alguna que otra cosa que habíamos olvidado antes, como utensilios de barbacoa, algunas fiambreras, un reloj y, me da vergüenza decirlo, bolsas de agua caliente. Robyn nos había pedido una Biblia. Yo sabía que había alguna por casa, y al final la encontré, le quite el polvo y la puse con todo lo demás. Era un poco complicado, porque no podíamos llevarnos demasiadas cosas, para que las patrullas no se dieran cuenta de que había gente rondando por allí, así que fuimos a casa de los Gruber, que estaba a un kilómetro aproximadamente, y cogimos más comida. También cogí varias plántulas y semilleros del cobertizo del señor Gruber. Estaba empezando a pensar como Homer y a planificar a largo plazo. Lo último que habíamos conseguido eran seis gallinas —nuestras mejores ponedoras—, algunos perdigones, malla metálica y postes de alambrada. Al amanecer, volvimos charlando en el camión, con las gallinas murmurando con curiosidad en la parte de atrás. Yo dejé conducir a Homer, porque suponía que le vendría bien practicar. Para vacilarle a Fi, cerré los ojos, cogí la Biblia, la abrí por una página al azar, señalé un punto, abrí los ojos y dije:

—Con mi dedo mágico encontraré la frase que nos convenga en este momento. —La que salió fue esta—: «Los aborrezco por completo: los tengo por enemigos».

—Caray —dijo Fi—. Pensé que la Biblia estaba llena de amor y perdón y esas cosas.

Seguí leyendo: —«Líbrame, oh Jehová, del hombre malo; guárdame de hombres violentos, los cuales maquinan males en el corazón, cada día urden contiendas».

Los demás quedaron muy impresionados. Y yo también, pero no pensaba reconocerlo.

—¿Veis? Os lo dije. Mi dedo es mágico.

—Prueba otra vez —dijo Homer. Pero yo no iba a echar mi reputación por tierra tan fácilmente.

—No, ya han hablado las palabras de sabiduría —repuse—. Se acabó por hoy.

Fi agarro la Biblia e intentó hacer lo mismo. Al principio le salió una sección en blanco al final de un capitulo. La segunda vez, leyó:

—«Entonces el rey engrandeció a Sadrac, Mesac y Abednego en la provincia de Babilonia».

—Así no sirve —comenté—. Tienes que tener el dedo mágico.

—Quizás el trozo que tú has leído haga sentir mejor a Robyn respecto a lo de disparar a los soldados —me dijo Homer—. Hum… he marcado la página. Se lo enseñaré cuando vuelvan.

Nadie mencionó la posibilidad de que no volvieran. Así es como funciona la gente, supongo. Creen que si dicen algo malo pueden hacer que sucedan como por arte de magia. Yo no creo que las palabras tengan tanto poder.

Llegamos a la cima, escondimos el Land Rover y cogimos las gallinas y todo lo demás para llevarlo al Infierno. Tendríamos que esperar a que se oscureciera para coger las demás cosas. Era demasiado peligroso estar en la Costura del Sastre cuando amanecía, sobre todo con tantos aviones por allí. Y parecía que iba a ser un día muy caluroso. Incluso en el Infierno, donde solía hacer fresco, el aire se estaba volviendo insoportablemente caliente. Pero, para mi sorpresa, nos encontramos a Lee apoyado contra un árbol en el lado opuesto del claro al que lo habíamos dejado.

—¡Dichosos los ojos! —dije yo—. Has vuelto de entre los muertos.

—Sí, aunque debería haber elegido una mañana más fresca —contestó él, sonriendo—. Es que me he hartado de estar ahí sentado. He pensado que era el momento de hacer un poco de ejercicio, ahora que me he recuperado del viaje en camión.

Estaba sonriendo, orgulloso de sí mismo, aunque sudando. Yo enjuagué una toalla en el arroyo y le limpie la cara.

—¿Estás seguro de lo que estás haciendo? —le pregunté.

—Me pareció que estaría bien —contesto él, encogiéndose de hombros.

Recordé que muchas veces nuestros animales, cuando estaban enfermos o heridos, se metían en algún agujero —a los perros les gustaba especialmente meterse debajo del cobertizo de esquileo— y se quedaban allí días y días, hasta que bien se morían o bien salían frescos y como una rosa y moviendo la cola. Quizás a Lee le pasaba lo mismo. Había estado bastante callado desde que le dispararon, tumbado entre las rocas, pesando en silencio. Aunque todavía no podía decirse que estuviera moviendo la cola, su expresión había recuperado la energía.

—El día que puedas correr de un lado a otro del claro, mataremos una gallina y nos la comeremos para cenar —le dije.

—Robyn puede quitarme los puntos cuando vuelvan de Wirrawee —dijo él—. Ya llevan bastante tiempo allí.

Lo acompañe hasta el arroyo, a un sitio sombreado para que pudiéramos sentarnos sobre una explanada húmeda de roca, que seguramente sería el lugar más fresco del Infierno en un día como aquel.

—Ellie —me dijo. Se aclaró la garganta, nervioso—. Hay una cosa que llevo tiempo queriendo preguntarte. Aquel día en tu casa, en el pajar, cuando te acercaste a donde estaba yo tumbado y te tumbaste a mi lado.

—Vale, vale —le interrumpí—. Ya me acuerdo de lo que pasó.

—Pensé que a lo mejor se te había olvidado.

—¿Acaso crees que hago esas cosas tan a menudo que luego no me acuerdo? Porque no es precisamente algo que haga todos los días.

—Es que desde entonces no me has mirado. Y apenas has hablado conmigo.

—Durante algunos días he estado ocupada en otras cosas. No paraba de dormir y dormir.

—Sí, pero ¿desde entonces?

—Desde entonces… —suspiré—. Desde entonces he estado confundida. No sé qué pensar.

—¿Y crees que algún día sabrás qué pensar?

—Si pudiera contestarte a eso, probablemente lo sabría todo.

—¿He hecho algo que te haya molestado?

—No, no eres tú, soy yo. La mitad del tiempo no sé lo que hago, y a veces hago cosas que no quiero hacer. ¿Sabes a lo que me refiero? —pregunté con la esperanza de que me entendiera, aunque ni yo misma estaba segura.

—¿Estás diciendo que para ti no significó nada?

—No lo sé. En aquel momento sí significó algo, pero no sé si significa lo que parece que tú quieres que signifique. Lo mejor es que pensemos que me porté como un zorrón y lo dejemos así.

Él parecía dolido, y yo me arrepentí de haber dicho aquello. Ni siquiera lo pensaba de verdad.

—Es un poco complicado, estando aquí sentados —dijo él—. Si lo que quieres es librarte de mí, tendrás que ser tú la que te marches.

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