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Authors: John Marsden

Tags: #Aventuras

Cuando la guerra empiece (19 page)

BOOK: Cuando la guerra empiece
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Habíamos tenido suerte, porque cuando alguien dispara a un blanco en movimiento en la oscuridad, la balanza suele inclinarse a favor del blanco. Aprendí esa lección yendo de caza. A veces, disparaba a una liebre o a un conejo que los perros iban persiguiendo. En realidad, solo conseguía malgastar munición y poner la vida de los perros en peligro, aunque era divertido. Solo acerté una vez, y fue de chiripa. Tenía que reconocer que esos tipos lo estaban haciendo muy bien. No debíamos subestimarlos. Puede que algunos no hubiesen recibido el adiestramiento adecuado, como había mencionado el señor Clement, pero, aun así, nos habían hecho pasar un muy mal rato.

El BMW parecía surcar el aire. Íbamos por un camino de tierra, pero más recto y liso que la mayoría.

—Bonito coche —dije a Homer, lanzándole una mirada por el espejo retrovisor.

Él me respondió con una sonrisa maliciosa.

—Ya puestos, elegí uno bueno.

—¿De quién es?

—Ni idea. Estaba en una de esas mansiones construidas junto al campo de golf.

Robyn, que se sentaba a mi lado, se volvió hacia la parte trasera del coche.

—¿Estás bien, Lee?

Hubo un momento de silencio que rompió la débil voz de Lee. Tuve la sensación de no haberla oído desde hacía años.

—Mejor de lo que estaba en ese condenado camión.

Estallamos en sonoras carcajadas, liberando la tensión acumulada.

Robyn me miró, me quitó el casco y empezó a inspeccionar mi frente conforme yo conducía.

—No —dije—. Me distraes.

—Pero tienes sangre por toda la cara, hasta en los hombros.

—No creo que sea grave. —Era cierto; no sentía nada—. Un trocito de cristal clavado, seguramente. Las heridas en la cabeza suelen sangrar bastante.

Estábamos acercándonos a Meldon Marsh Road. Aminoré la marcha, apagué las luces y me incliné hacia delante para concentrarme. Conducir de noche sin luces es muy difícil y peligroso, pero supuse que habíamos perdido el factor sorpresa del que disfrutábamos con el camión. Esa gente debía de llevar radios encima. En adelante, no nos quedaba otra que apostar por el sigilo.

Ir directamente a mi casa nos habría llevado unos cuarenta o cincuenta minutos. Nos quedaban un par de horas de oscuridad, y cuando tramamos aquel plan, en casa de Robyn, acordamos dejar ese margen para aprovecharlo. Teníamos que decidir cuál era el mal menor: ir directos a casa, y en ese caso los soldados no tardarían en dar con nosotros; o deambular por la carretera y exponernos al riesgo de cruzarnos con patrullas enemigas. Podríamos habernos escondido en algún lugar y no dirigirnos hacia mi casa hasta la noche siguiente, pero supusimos que conforme pasaran los días, el control que aquella gente tendría sobre el distrito sería mayor. Y después del duro golpe que acabábamos de asestarles; cabía la posibilidad de que acudieran con refuerzos a la noche siguiente.

Además, todos nos moríamos por reencontrarnos con Fi, Corrie y Kevin, y regresar a nuestro santuario, al Infierno. No podíamos soportar la idea de pasar otro día más lejos de allí. Queríamos llegar lo antes posible. En aquel momento, tuvimos que recurrir a todo nuestro autocontrol para no tomar la ruta más corta.

Mientras aguardaba en Three Pigs Lane nuestra llegada, aparcado en la sombra, Homer había tenido tiempo de esbozar un itinerario. De modo que, siguiendo las marcas que había trazado en el mapa, comenzó a dar instrucciones.

—Por aquí pasaremos por casa de Chris Lang —dijo mientras yo conducía tan aprisa como me atrevía por Meldon Marsh Road—. Una vez allí, cambiaremos de coche. Si las llaves no están puestas, sé dónde encontrarlas.

—¿Por qué cambiar de coche? —preguntó Lee con tono cansado desde la parte trasera. Seguramente temía otro doloroso traslado.

—El plan es subir en coche al Infierno en un todoterreno y escondernos allí durante una temporada —le explicó Homer—. En casa de Ellie encontraremos el Land Rover cargado y listo para partir. Eso significa que tendremos que dejar atrás cualquier coche que hayamos utilizado para llegar hasta allí. Imaginaos, si una patrulla llega un día o dos después a casa de Ellie y encuentra el BMV acribillado que han estado buscando por todo el distrito… Bueno, puede que tomen represalias contra los padres de Ellie.

Nadie dijo una palabra hasta que Lee intervino.

—Los padres de Chris tienen un Mercedes.

—Sí, también se me ha pasado por la cabeza —admitió Homer—. Y están en el extranjero, así que probablemente el Mercedes esté en el garaje, no en el recinto ferial. Y no creo que Chris se haya sacado el carné de conducir todavía. Que vayamos a librar una guerra no significa que no podamos hacerlo con estilo. La siguiente a la izquierda, Ellie.

Llegamos a casa de Chris al cabo de diez minutos. Fuimos directamente al garaje y a los cobertizos, que quedaban a unos cien metros más allá. Empezábamos a notar el cansancio. No se trataba solo de agotamiento físico sino también emocional, dada la intensidad de las últimas horas. Salimos del coche con los músculos entumecidos. Los otros fueron a buscar el Mercedes mientras yo me quedaba en la parte trasera del BMV hablando con Lee. Me impactó ver lo pálido que estaba; su pelo era más oscuro y sus ojos más grandes que nunca. Olía incluso peor que nosotros, y una mancha oscura había aparecido en su vendaje.

—Estás sangrando —dije.

—Un poco. Puede que se hayan soltado un par de puntos.

—Tienes una pinta horrible.

—Y huelo fatal. No te recomiendo quedarte tirada durante veinticuatro horas sin parar de sudar. —Enmudeció durante un momento. Entonces, algo cohibido, añadió—: Escúchame, Ellie; gracias por sacarme de ahí. Cada minuto de esas veinticuatro horas no dejé de oír las pisadas de los soldados, creyendo que venían por mí.

—Siento el brutal paseo que te he dado en el camión.

—Aún no me lo creo —sonrió él—. Cuando pisaste a fondo los frenos, ya hacia el final, salí disparado. No sé cómo, pero di una especie de voltereta y volví a aterrizar en la pala. Creo que fue entonces cuando se me soltaron los puntos.

—Vaya, lo siento. Teníamos que deshacernos del coche que venía detrás. —Me enjugué la cara—. Dios, no puedo creer todo lo ocurrido.

—Un par de balas impactaron contra la pala. No la atravesaron, ¡pero hicieron un ruido! Pensé que estaba muerto. Pero no creo que supieran que estaba ahí dentro. Si no, habrían vaciado sus cargadores contra la pala.

Homer salió del garaje al volante de un enorme Mercedes de color verde oliva. Lee se echó a reír¡.

—Homer no cambiará nunca.

—Pues sí que ha cambiado.

—¿Tú crees? Me gustaría ver ese cambio. Es un chaval muy inteligente. Escucha, Ellie, tenemos un problema. Si dejamos el BMV aquí, y una patrulla lo encuentra, acabarán relacionándonos con la familia de Chris. Puede que quemen la casa, o incluso que la paguen con él, si es que lo tienen como prisionero.

—Tienes razón.

Me volví hacia los otros, que estaban apeándose del Mercedes. Les comuniqué lo que Lee acababa de decir. Homer escuchó, asintió y señaló la presa.

—¿Podemos hacer eso? —pregunté—. Es un bonito BMV, flamante si no fuera por un par de balazos.

Parecía que sí, que podíamos. Desplacé el coche hasta arriba, lo puse en punto muerto, salí y le di un buen empujón. Era un coche ligero y se movió con facilidad. Se deslizó cuesta abajo, trazando una línea casi perfecta hasta el agua. Flotó a lo largo de unos cuantos metros y, poco a poco, empezó a hundirse. Entonces, dejó de flotar, se volcó hacia un lado y se fue sumergiendo. Desapareció entre un repentino gorgoteo y un montón de burbujas. Robyn, Homer y yo soltamos un discreto grito de alegría.

Y fue ese pequeño sonido lo que sacó a Chris de su escondite.

Tenía una pinta extraña; iba en pijama. Se quedó inmóvil, frotándose los ojos y sin apartar la vista de nosotros. Es probable que a él también le resultara extraño el panorama: una pandilla de espantapájaros que le devolvían atónitos la mirada. Había emergido de la antigua pocilga, que ya no era más que una hilera de viejos cobertizos tan abandonados y decrépitos que resultaba un escondite perfecto.

El tiempo se nos echaba encima. Tuvimos que tomar alguna que otra decisión expeditiva. A Chris no le llevó mucho tiempo decantarse por venir con nosotros. Durante una semana, no había tenido contacto con nadie. Se había limitado a observar, primero desde un árbol y después desde la pocilga, un vaivén de patrullas que se acercaban a la propiedad de sus padres. Un primer grupo se llevó todas las joyas y el dinero en efectivo; Chris había enterrado algunos objetos de valor después de eso. Había pasado el resto de la semana escondido y solo salía para controlar el ganado o para coger algunas cosas de casa.

Su historia, contada desde la parte trasera de su Mercedes mientras viajábamos por carreteras secundarias, nos hizo darnos cuenta de la suerte que habíamos tenido al no toparnos con ninguna patrulla. Su propiedad quedaba más cerca del pueblo que las nuestras, también era mucho más grande y llamativa, de modo que recibía visitas diarias de los soldados.

—Se los ve nerviosos —comentó—. No se hacen los héroes. Siempre van en grupo. Durante los primeros días, estaban muy inseguros, aunque ahora han ganado en confianza.

—¿Cómo empezó todo? —pregunté—. Quiero decir, ¿cuándo te diste cuenta de que algo raro estaba pasando?

Chris era de un temperamento bastante reservado, pero había pasado tanto tiempo solo que se convirtió en el alma de la fiesta.

—Bueno, ocurrió al día siguiente después de que mis padres se marcharan de viaje. ¿Os acordáis? Por esa misma razón no pude ir de excursión con vosotros. Murray, nuestro jornalero, iba con su familia a la feria y se ofreció a llevarme, pero yo pasaba de ir. Dudaba que me divirtiese sin vosotros, chicos. Y de todos modos, no me va mucho ese rollo.

Chris era un chico de constitución delgada con una mirada intensa y un montón de tics, como el de toser en mitad de cada frase. Ni el Día de la Conmemoración ni las competiciones de tala de árboles eran lo suyo. Le iban más los Grateful Dead, el Bosco y la informática. También era conocido por escribir poesía y consumir más sustancias ilegales de las que se pueden encontrar en cualquier laboratorio de policía. Su lema era: «Si se puede cultivar, fúmatelo». El noventa por ciento del instituto pensaba que era un tipo raro, el otro diez por ciento que era una leyenda. Pero, por unanimidad, lo consideraban un genio.

—En fin, el caso es que Murray no regresó aquella noche, pero yo no me di cuenta, porque su casa queda algo alejada de la nuestra. En realidad, no hubo nada que llamara mi atención. Los aviones de guerra desfilaban a toda velocidad, pero supuse que era por el Día de la Conmemoración. Entonces, alrededor de las nueve, se fue la corriente. Sucede tan a menudo que no me extraño, solo esperé a que regresase. Pero una hora más tarde seguía sin haber luz, así que pensé que era mejor llamar y comprobar qué estaba pasando. Fue entonces cuando me di cuenta de que no había línea, lo que sí me extrañó. Puede ocurrir que se corte una cosa u otra, pero jamás las dos a la vez. Total, que fui a casa de Murray pero no había nadie. Supuse que debían de haber salido a tomar algo, y regresé a mi casa. Me acosté, no sin antes encender una vela, como podréis imaginar —dijo, haciendo ademán de dar una calada—. Cuando me desperté por la mañana, vi que la cosa seguía igual. Pensé que debía de ocurrir algo grave, así que fui a casa de Murray pero seguía sin haber nadie. Salí a la carretera y me encaminé hacia casa de los Ramsay, nuestros vecinos, pero cuando llegué estaba vacía, por lo que seguí caminando. Tampoco encontré nadie en casa de los Arthur. Me di cuenta de que no había tráfico. A ver si soy la única persona que queda en el planeta, me dije. Al doblar una esquina, encontré un coche destrozado con tres cadáveres dentro. Se había estrellado contra un árbol, pero no era la causa de las muertes: estaban acribillados a balazos. Ya imaginaréis que me rayé y eché a correr hacia el pueblo. En la siguiente esquina, me topé con otra tragedia: habían volado la casa del tío Al. Ya no quedaba más que una pila de escombros humeantes. Vi que un par de vehículos se aproximaban, y en lugar de ponerme en medio de la carretera y darles el alto, cosa que habría hecho de haberlos visto un poco antes, me escondí y observé. Eran camiones militares llenos de soldados, y no eran de los nuestros. De ahí que pensé: o me he fumado algo demasiado fuerte, o las cosas han cambiado mucho en Wirrawee. Desde entonces no me han dejado de pasar cosas raras, como despertar en mitad de la noche y encontrar un BMW flotando en la presa, sin ir más lejos.

Chris nos mantuvo entretenidos durante al menos media hora entre que terminaba su relato y nosotros le contábamos el nuestro. Lo más importante de todo es que nos mantuvo despiertos. Bueno, en realidad Homer y Robyn se habían quedado profundamente dormidos mucho antes de que llegásemos a mi casa. Chris, Lee y yo éramos los únicos que seguíamos despiertos. No sé cómo lo llevaron los demás, pero a mí me costó horrores mantener los ojos abiertos. Recurrí a cosas como empaparme los párpados con saliva, que puede parecer una guarrada, pero algo ayuda. Me vi embargada por una gran sensación de alivio cuando vi los primeros y tenues rayos de la mañana despuntando desde el este y reflejándose en el tejado de hierro galvanizado de mi casa. Solo entonces me di cuenta de que había estado conduciendo el coche más elegante que podría llegar a tener. Y no había reparado en ello ni una sola vez. Eso sí que fue una oportunidad echada a perder. Estaba bastante mosqueada conmigo misma.

Capítulo 12

Mientras estuvimos fuera, había venido poca gente. Habían venido a saquear, y, como en casa de Chris, se llevaron joyas y algunas cosas más: mi reloj, algunos marcos de plata, mi navaja suiza. No hicieron demasiado destrozo. Aunque me dio mucha rabia, estaba demasiado cansada para sentirla en todo su impacto. Corrie, Kevin y Fi también habían estado allí. Todas las cosas de la lista estaban borradas, y habían dejado un mensaje en la pizarra de la nevera: «Hemos ido a donde van los malos. ¡Nos vemos allí!». Yo me reí, y luego lo froté hasta que se borró del todo. Ya estaba empezando a preocuparme en serio por nuestra seguridad.

Homer y Robyn le habían quitado el vendaje a Lee y estaban examinando su herida, Robyn con su recién descubierta fascinación por la sangre. Yo me asomé por encima de su hombro. Nunca antes había visto una herida de bala en una persona. Aun así, no tenía tan mala pinta. El señor Clement había hecho un buen trabajo para ser un dentista. Solo había unos cuantos puntos, pero la piel de alrededor estaba toda amoratada, con un montón de colores interesantes, azules, negros y violáceos. Un poco de sangre fresca se había filtrado desde el fondo de la hilera de puntos, sin duda era la sangre que yo había visto en la venda.

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