Cuando la memoria olvida (51 page)

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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
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Y luego estaba Iris. La pequeña no dejaba de preguntarle si había escalado ya algún castillo... No podían jugar con sus sentimientos, ni darla falsas esperanzas. Ni hablar.

O todo o nada. O se unían para siempre, o solo eran amigos. Nada de amante a tiempo parcial. Se negaba en rotundo.

Hablaría con ella y lo dejaría todo bien clarito. Le mostraría todo lo que podía ofrecerle, y después... ella decidiría y él aceptaría su decisión.

CAPÍTULO 48

Si es bueno vivir

todavía es mejor soñar

y lo mejor de todo, despertar

ANTONIO MACHADO

Iris y Luisa hacía rato que estaban dormidas. Ruth miró en el despertador los números digitales de tono verdoso que no cesaban de parpadear. Las tres de la mañana y despierta. ¡Señor! Esto no podía continuar así. Aún quedaba una semana para su regreso, necesitaba apaciguarse. Se levantó de la cama y fue al cuarto de baño. Quizá una ducha bien caliente le templaría los nervios permitiéndola dormir... aunque sólo fueran unas horas. Cerró la mampara de la ducha y abrió el grifo del agua caliente.

Marcos insertó la llave en la cerradura y la giró despacio para no hacer ruido, En el momento en que sus botas pisaron el vestíbulo, el silencio de la noche se rompió con el ruido que hacía el calentador de gas al encenderse. Frunció el ceño ¿Cuál de sus mujeres estaba despierta a estas horas? Entró sigiloso observando las habitaciones. La de Ruth estaba vacía. En el pasillo comprobó que la luz escapaba por debajo de la puerta del baño. Sonrió. Al parecer no era el único incapaz de dormir por las noches. Retrocedió hasta el comedor y cogió un par de almohadones. Luego fue al cuarto de Ruth, encendió la lámpara de la mesilla, dejó los cojines y su mochila en el suelo, y sacó tres cosas de ella. Una la colocó, bajo la almohada, en el lado en que pensaba acostarse él, las otras las dejó sobre la mesilla. Salió del cuarto y atravesó el pasillo silenciosamente cerrando a su paso las puertas de los cuartos de su madre y su hija. Aislándolas. Sumiéndola en el silencio.

Entró en el baño; Ruth seguía duchándose sin percatarse de su presencia. Se desnudó, abrió la mampara y entró. Ruth se giró sobresaltada.

—Has vuelto.

—¿Lo dudabas?

—No.

—Bien.

Marcos se acercó dominante, posó las manos sobre sus mejillas y la besó. Ella entreabrió los labios ante su empuje, ambas lenguas se entrelazaron, se acariciaron, se degustaron. Con la respiración agitada Marcos se separó de ella y la hizo girar hasta que quedó de cara a la pared de la ducha.

—¿Qué haces?

—Shh.

Marcos cogió el gel de baño y lo derramó sobre sus manos, para a continuación usarlas como esponjas sobre el cuerpo de Ruth. Recorrió sus hombros, su espalda, su abdomen, dejando un rastro de espuma y fuego por cada lugar por el que pasaba. Recorrió el interior de los muslos, las pantorrillas, los tobillos, mientras el agua no cesaba de caer sobre ellos creando una nube de vapor a su alrededor. Asió uno de los tobillos y lo levantó, guiando el pie hasta el borde de la bañera donde lo depositó. Ruth se echó hacia atrás, apoyando la espalda sobre el poderoso y cálido pecho de su amigo, su amante. Marcos no lo permitió, la obligó a apoyar los codos contra la pared, inclinándola hacia delante con la espalda arqueada y el trasero respingón, accesible. Deslizó los dedos por interior de los muslos hasta la vulva mientras la abrazaba por el abdomen, inmovilizándola. Tentó la entrada a la vagina, acarició los sensibles labios que la ocultaban, los abrió delicadamente con los dedos anular e índice, deslizando el del corazón en su interior, a la vez que frotaba con el pulgar el resbaladizo clítoris. Estaba hinchado, suave, tan suave que era como acariciar satén, duro e inflamado, despuntando desde el capuchón que lo cubría.

Ruth posó la frente sobre los fríos azulejos de la pared, intentando refrescarse, calmar el calor que recorría su cuerpo de arriba abajo y se concentraba en el interior de su útero.

La mano que la sostenía por el abdomen se deslizó lentamente hacia su espalda, creando espasmos con su roce, resbalando sobre sus nalgas, deteniéndose para acariciarlas y apretarlas, introduciendo los dedos húmedos y resbaladizos entre las esferas gemelas, allí donde él sabía que ella se derretía por sentir sus caricias. Con el pulgar trazaba círculos sobre el clítoris inflamado, a la vez que un dedo empujaba contra el orificio oscuro y prohibido.

Ruth alzó la cabeza cuando lo sintió entrar en ella, impaciente y excitada notó la primera falange del dedo en su ano, introduciéndose poco a poco, abriendo estirando los músculos contraídos de su recto mientras su vagina estallaba en llamas al sentirse invadida por otro dedo más. El pulgar no paraba de moverse sobre el clítoris, de mandar mensajes eróticos a todo su cuerpo, haciéndola temblar de anticipación. Sintió cómo un segundo dedo intentaba colarse entre sus nalgas, dentro de su ano, y se alejó temerosa y excitada, desconfiada y anhelante.

—Me estoy anticipando —jadeó Marcos para sí mismo, sin darse cuenta de que hablaba entre susurros.

—¿Qué pretendes...?

—Shhh. No digas nada.

Se retiró de su interior, los dedos abandonaron su vagina y su ano. Colocó la gruesa cabeza de su pene rígido y dilatado en la entrada a la vagina y la penetró.

Ruth apoyó su espalda en él, su cabeza sobre su la curva del irresistible cuello de su amigo y empujó hacia atrás con las manos apuntaladas en la pared, intentando introducirlo más, más fuerte, más duro, más rápido, más firme. Él la mordió en el hombro, succionó con los labios su exquisita clavícula, acarició con los dedos de una mano su sedoso y terso clítoris a la vez que pellizcaba con la otra sus pezones inhiestos y endurecidos. La oscilación de sus caderas inició un ritmo vertiginoso que los llevó a ambos al abismo. Apenas tuvo tiempo de retirarse de su interior, cuando notó los primeros estremecimientos del orgasmo, el calor que se formaba en sus testículos, alzándolos y rugiendo en ellos, proyectándose fulminante por su polla inflamada para acabar derramándose entre los muslos de su mujer mientras él continuaba amasándola el clítoris, imparable, aún después de haber sentido cómo apretaban su polla los espasmos del intenso clímax de su amiga, su amante... su esposa.

Ruth se dejó deslizar a lo largo del cuerpo de Marcos hasta acabar sentada sobre el plato de la ducha, agotada, aletargada. Marcos cerró el grifo del agua, salió de la ducha y cogió una enorme toalla. Envolvió con ella a su amiga, cogiéndola entre sus brazos. Atravesaron silenciosos el pasillo hasta la habitación. La depositó en horizontal sobre el lecho, liberándola de la toalla en que estaba envuelta. Luego se sentó en la cama con la espalda apoyada en el cabecero y colocó la cabeza de Ruth sobre su regazo.

—Aún no hemos acabado, ¿sabes? —comentó él acariciándola el pelo.

—¿No? —respondió Ruth adormecida. Tumbada, con la cabeza apoyada sobre sus muslos, estaba dispuesta a dormir las horas que no había dormido esas semanas.

—Shh. No digas nada. Solo escúchame —repitió—, no hemos terminado. Voy a mostrarte todo lo que tengo, todo lo que puedo ofrecerte. Voy a revelarte todas las razones que existen para que no puedas vivir sin mí. —Continuaba acariciándole el pelo con movimientos rítmicos, casi hipnóticos—. Soy un buen tipo, un buen padre, y seré un buen compañero para ti. Soy buen trabajador, tengo un buen trabajo, ambiciono mejorar y llegar tan alto como pueda. —Continuó exponiendo lo que él creía que eran sus virtudes, mostrándola, que en su futuro no le iba a faltar dinero para comer—. Sé lo que quiero, hasta dónde quiero llegar y tengo la fuerza y los principios morales para conseguirlo. Te quiero a ti. No creo en el juego sucio ni en las mentiras, no te engañaré ni te daré falsas esperanzas, lo que tengo es lo que soy. Soy tuyo.

—Yo... —"Te quiero a ti", iba a decir, pero él se lo impidió.

—Shhh. No digas nada. Solo escúchame —interrumpió poniendo un dedo sobre sus labios, impidiendo que alzara su cara para mirarle—. Soy un buen amante, sé lo que deseas, y te lo voy a proporcionar. Te voy a demostrar, sin dejar lugar a ninguna duda, que es lo que quieres porque, "Avestruz", si de algo estoy seguro en esta vida, es de que me quieres a mí. Desde el momento en que me viste por primera vez, desde que siendo niña me perseguías por el barrio y me espiabas con tus gemelos de opereta, desde ese preciso instante eres mía. Siempre has sido mía, y siempre lo serás. No te quepa ninguna duda.

—No creo que...

—No tienes que creer nada. Yo creeré por los dos. —Los dedos de Marcos detuvieron sus caricias para enredarse en los cortos mechones de cabello oscuro de Ruth—. Me encantaba tu pelo antes, tan largo y sedoso. Soñaba con él todas las noches. Nos imaginaba como estamos ahora: tú tendida en la cama, tu cabeza acunada sobre mis muslos, tu cabello derramándose sobre mí, excitante y cautivador. —Sujetó los mechones cariñosamente y tiró hacia arriba, alzándola la cabeza sobre su pene rígido y erguido, de la abertura del glande asomaba una solitaria lágrima de semen— Quiero mi sueño, Ruth. Lo quiero ahora —ordenó apretándola contra él.

Ruth abrió los labios, su lengua asomó entre ellos posándose sobre esa solitaria gota, tomándola y llevándola a su paladar para saborearla mientras con sus dedos le acariciaba el interior de los muslos, sintiendo en las yemas el fino vello, la piel flexible, los músculos contrayéndose a su paso.

—Es mejor ahora —susurró Marcos—. En el sueño tu melena no me dejaba ver, la retiraba y volvía a caer una y otra vez impidiéndome la visión que contemplo en este instante. Ver tu boca resbalando sobre mí a la vez que siento su calor rodeándome... es increíble, Ruth. Me estoy perdiendo dentro de ti —jadeó cuando lo introdujo entero—. Mueve los dedos "Avestruz", sigue subiendo y tócame. —Sujetando aún su cabello con una mano, bajó la otra hasta posarla sobre los dedos que se negaban a ir donde debían— Así avestruz, arriba, ahí. —La guió hasta el escroto—. Acaríciame ahí. Sí. Con cuidado, están llenos por ti. —Gimió cuando ella obedeció—. Listos para ti. Esperando vaciarse en tu boca. Sigue así "Avestruz", méteme dentro otra vez —ordenó cuando ella hizo subir su boca hasta la corona entumecida de su pene—, aprieta tu lengua contra mí. Sí. Ahí, justo ahí —jadeó con fuerza—, succiona fuerte Ruth, ahora, sí. No pares, no pares ahora. Basta, me estás matando. —Inhaló con fuerza tirándola del cabello—. Espera un segundo. ¡Dios! Ahora no, no hagas eso ahora. No puedo más... —siseó entre dientes sin apenas respirar, cuando ella mordisqueó cuidadosamente el prepucio para luego introducir la punta de su lengua en la abertura del glande—. Por favor Ruth, por favor, para... si continúas... —jadeó sin poder hablar cuando ella comenzó a deslizar la lengua por el tronco de la polla, deteniéndose para raspar ligeramente con los dientes cada vena hinchada y amoratada—. ¡Dios! Avestruz, sigue, no pares. No, no me hagas caso, detente, estoy a punto de... No quiero... No tan pronto... espera... ¡joder! sí "Avestruz", así, entiérralos en tu boca —ordenó cuando Ruth comenzó a lamer sus testículos— Muy bien preciosa, sigue así —aprobó cuando ella lo empezó a masturbar a la vez que le succionaba delicadamente la bolsa escrotal. Respiró de nuevo, aliviado al ver que todavía mantenía parte del control. Necesitaba recuperarse un poco o acabaría tan pronto como cuando era adolescente y se masturbaba pensando en ella—. ¡No! Espera un poco —jadeó desesperado. Los labios de Ruth subían lentamente por su polla, los dedos acogiendo los testículos, amasándolos—. Por favor... —suplicó cuando ella sepultó el glande entre sus labios, moviendo la lengua sobre la abertura, raspando con los dientes el frenillo—, por favor Ruth... No sabía si suplicaba para que continuara o para que parara, pero estaba suplicando y no podía detenerse. Verla así, desnuda en la cama, era mejor que el mejor de los sueños—. ¡Dios! No pares "Avestruz", no pares —jadeó olvidándolo todo cuando ella empezó a succionarle con fuerza mientras lo introducía poco a poco en la humedad de su boca—. Más... ¡Dios! Estoy tocando el cielo... no pares... Por favor no te pares ahora...

Todo el cuerpo de Marcos se tensó, vibró con sacudidas incontenibles mientras eyaculaba con fuerza, sus manos aferradas al cabello de su amiga, sus músculos temblando mientras ella bebía hasta la última gota de su semen.

Ruth sonrió lamiéndose los labios. Marcos la miraba jadeante, incrédulo.

—Me la has jugado Ruth. No pretendía perder el control, no así. Vas a tener que pagar, lo sabes.

—Lo estoy deseando —contestó revoltosa tumbándose boca arriba y acariciándose con un dedo el abdomen.

—No me provoques. —Él sonrió siguiendo con la vista los movimientos lánguidos de su dedo para luego ponerse serio de repente al observar en su pubis un... ¿dibujo?—. Mmm... ¿Te has hecho un tatuaje en el pubis?

—No.

—¿No? —Se tumbó de lado, apoyado sobre un codo y escrutó la silueta de su amiga. Ahí estaba. Justo en mitad del pubis, una intrincada enredadera de color negro—. Yo diría que sí —comentó a la ligera, acariciando el perfil del tatuaje.

—No es un tatuaje, es un diseño con Henna. Se irá en diez días más o menos. ¿A que es precioso? —preguntó acariciándolo con los dedos.

—Divino. —La miró fijamente—. ¿Quién te lo ha hecho? No. No respondan, —Sabía la respuesta a esa pregunta—. Da lo mismo.

—No ha pasado... —¿Estaba irritado por el dibujo? ¿Iba a tener que explicarle por enésima vez que Jorge no era su amante?

—Lo sé. —la interrumpió sonriendo—. Sólo te has hecho un dibujo, nada más. Él no te ha acariciado, no te ha besado, no te ha tenido. Lo sé. —Quería coger por el cuello al cabronazo que había hecho el jodido tatuaje y matarlo... Pero no iba a ser posible porque el susodicho le caía jodidamente bien.

Marcos se giró hasta acabar tendido de espaldas en la cama, su mano reposando todavía sobre el dibujo, los ojos cerrados, la respiración reposada.

—Marcos.

—Dime. —Seguía con los ojos cerrados.

—He estado pensando en...

—No quiero hablar de eso ahora.

—¿Por qué no quieres hablar de...?

—Porque no es el momento.

—¿No? ¿Y cuándo será el momento según tú? —preguntó irritada.

—Más tarde. Ahora tienes una deuda que pagar.

—¿Que yo tengo qué?

—Me gusta cuando te alteras —comentó girando hasta ponerse de lado, pegado a ella—. Eres tan serena, tan independiente —continuó a la vez que recorría su cuello con lentos lametones—. Lo tienes todo bajo control, hasta que... —Introdujo un pezón en su boca y lo saboreó brevemente—... de repente explotas. Y entonces eres otra persona, te desinhibes totalmente. Dejas de ser un mujer seria y racional —recorrió con los dedos el pubis hasta llegar al clítoris y comenzó a acariciarla—, y te conviertes en una mujer temeraria, dispuesta a darlo todo por conseguirlo todo. Adoro ver cómo te tras formas. —Sus labios resbalaron por su abdomen, recreándose en cada escalofrío—. No tienes miedo a nada, no te detienes ante nada. Y eso me postra de rodillas a tus pies. Y no estoy hablando de sexo. Hablo de ti. De todo lo que eres. —Se separó para coger algo de la mesilla y después dejarlo medio oculto entre las sabanas—. Te enfrentas a lo que sea por todo que consideras tuyo. Tu hija, tu padre, tu familia, tus amigos, tus ancianos. —La separó las piernas y se arrodilló entre ellas—. ¿Te enfrentarías a todo por mí? —Inclinó la cabeza y le mordió el interior de los muslos para a continuación lamer con suavidad la piel enrojecida—. ¿Me considerarás alguna vez tuyo? —Levantó la mirada y la posó en los ojos color miel de Ruth—. Daría mi vida porque así fuera.

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