—¿Sus padres? —dijo Henk Hermann.
—Exacto. Paula escribió un cuento como tarea para mí. Era, bueno, casi un cuento de hadas. Ella bailaba con nuestro idioma. Allí, en ese pequeño ejemplo de escritura con una letra infantil, vi a alguien que me hizo sentir corno un peatón. Llevé ese trabajo cuando entrevisté a sus padres e hice que lo leyeran. Nada. No significaba nada para ellos. Su padre me preguntó de qué servían los cuentos a la hora de conseguir empleo. —De pronto pareció que toda la energía que había animado brevemente a Fendrich hubiera desaparecido—. Pero ahora Paula está muerta. Como usted dice, ustedes lo saben, yo lo sé.
—¿Por qué lo sabe? ¿Qué lo hace estar tan seguro de que, si ella estaba tan asfixiada intelectualmente como usted dice, no se escapara de su casa? —preguntó Hermann.
—Porque no me escribió. Ni a mí ni a nadie. Si hubiera huido de su casa, estoy absolutamente seguro de que habría dejado una carta, una nota… algo escrito. Como ya he dicho, era como si la palabra escrita hubiese sido creada para Paula. Ella no habría dado un paso tan importante sin volcarlo al papel, para marcarlo. Me habría escrito.
Los tres salieron del café simultáneamente. Tanto Hermann como Anna estrecharon la mano de Fendrich y empezaron a caminar en dirección de la Parkplatz. Fendrich había regresado hacia el café y la escuela estaba en la dirección opuesta, pero pareció vacilar en el umbral. Anna y Hermann habían hecho tan sólo unos metros cuando que Fendrich gritaba:
—¡Kriminalkommissarin Wolff!
Había algo en el lenguaje corporal de Fendrich, que estaba allí, de pie, en el umbral, no de la cafetería, sino de otro sitio más oscuro, que le indicó a Anna que debía manejar sola ese asunto. Le dio las llaves del coche a Hermann.
—¿Te molesta?
Hermann se encogió de hombros y se dirigió hacia el coche. Fendrich se encontró con Anna a mitad de camino.
—Kommissarin Wolff. ¿Puedo decirle algo? ¿Algo confidencial?
—Lo siento. No sé si puedo prometerle…
Fendrich la interrumpió, como si no quisiera una excusa para no confiarle lo que fuera que tenía que confiarle.
—Había algo. Supongo que en su momento no se lo conté a la policía porque… bueno, supongo que habría quedado mal.
Anna trató de ocultar la impaciencia de su rostro, pero no lo consiguió.
—No había nada en mi relación con Paula que fuera inapropiado, se lo juro. Pero poco antes de que desapareciera le hice un regalo. Un libro. No dije nada en su momento porque sabía que ese detective, Klatt, tergiversaría su significado.
—¿Qué era? —preguntó Anna—. ¿Qué libro le regaló a Paula?
—Quería que entendiera los cimientos de la tradición literaria alemana. Le di un ejemplar de
Cuentos para la infancia y el hogar
. De los hermanos Grimm.
Miércoles, 14 de abril. 15:30 h
WINTERHUDE, HAMBURGO
El cielo ya estaba más azul y Hamburgo parecía bañada en un resplandor menos estéril, aunque unas franjas dispersas de nubes lechosas cubrían el sol a intervalos.
En una ciudad mediática como Hamburgo, Fabel siempre tenía que tomar precauciones para discutir los casos en público, pero había dos lugares que le gustaba utilizar para las reuniones extraoficiales de su equipo. Uno era el puesto de bocadillos Schnell-Imbiss, en el Hafen, que estaba a cargo de un ex policía que era amigo suyo y también frisón. Otro era el café que estaba enfrente de la Winterhuder Färhaus. Escondido detrás del puente, el café tenía una terraza con mesas y sillas que se extendía a lo largo de la orilla del canal Alsterstreek y que tenía una buena vista del capitel de St. Johannis. Al otro lado de la barandilla de hierro pintada de blanco, dos cisnes metían el pico en el agua con actitud desinteresada, allá donde un cliente del café que acababa de levantarse había arrojado pedacitos de pan. La decoración exterior constaba de mesas blancas de polipropileno y sillas cubiertas por parasoles que anunciaban cigarrillos, pero el café estaba a una distancia conveniente del Präsidium y al mismo tiempo lo bastante lejos como para representar un cambio de escenario.
Había seis personas en total, y Fabel cogió dos sillas de una mesa libre para que todos pudieran sentarse juntos. Anna y Maria estaban acostumbradas a las reuniones al aire libre de Fabel, mientras que los dos miembros del SoKo, el departamento de delitos sexuales, Petra Maas y Hans Rodger, parecían desconcertados por el escenario. Pero la expresión de Henlc Hermann daba a entender que él sentía que acababa de ser admitido a un club muy exclusivo y bastante secreto.
El camarero se acercó a tomar nota del pedido. Saludó a Fabel por su nombre y ambos charlaron amigablemente sobre el clima. El, desde luego, no tenía la menor idea de que aquel grupo estaba formado por miembros de la Mordkommission, y probablemente suponía que los detectives del escuadrón de homicidios eran en realidad un grupo de ejecutivos durante el descanso de un seminario. Fabel esperó a que el camarero se retirara antes de dirigirse al equipo.
—No estamos haciendo las cosas bien. Sé que todos vosotros estáis poniendo toda vuestra energía en esta investigación, pero me parece que generamos más calor que luz. Tenemos tres sospechosos posibles: Fendrich, el profesor; el autor, Weiss, que sería una probabilidad muy remota; y luego nuestro sospechoso principal, Olsen. Pero si los analizamos individualmente, ninguno parece encajar del todo.
Fabel hizo una pausa cuando el camarero trajo los cafés a la mesa.
—Lo que tal vez estemos pasando por alto —continuó— es que podemos estar enfrentándonos a dos asesinos que trabajan a dúo. Eso explicaría la teoría de Henk sobre el segundo grupo de huellas en el escenario del crimen del Naturpark. Tal vez nos equivocamos cuando descartamos su relación con el caso.
—O podría ser que tengamos a un asesino principal y un copión —sugirió Hermann tentativamente.
Fabel negó con la cabeza.
—Además de que la «temática» de los homicidios es completamente coherente, tenemos una conexión forense directa entre todos los asesinatos. Los pedacitos de papel amarillo encontrados en cada escenario no sólo son idénticos, sino que parecen haber sido cortados de la misma hoja. Y la caligrafía también coincide. La idea de dos asesinos trabajando a dúo tal vez explicaría que Olsen fuera el homicida del Naturpark y que algún otro se encargara de los otros dos, pero con la misma mano escribiendo todas las notas.
—¿Pero…? —dijo Maria con una pequeña sonrisa de complicidad.
—Pero… no consigo creer en que esto fue obra de un equipo. Ya hemos pasado por algo así en un caso anterior y la sensación que tengo con éste es distinta. Esto es obra de una sola mano. De modo que analicemos a Olsen en primer lugar. ¿Qué sabemos de él?
—Parece muy relacionado con los asesinatos del Naturpark —dijo Maria—. Tiene un motivo para haber matado a Grünn y a Schiller: celos sexuales. Pero, como dices, ¿cómo se conecta esto con los otros asesinatos, aparentemente azarosos?
Fabel bebió un sorbo de su
espresso
.
—Sencillamente no encaja con la imagen que hemos construido de Olsen. El es pura furia. Nuestro hombre ve poesía en la violencia. Olsen sigue estando al principio de nuestra lista, pero para saber más tendremos que atraparlo. Mientras tanto, ¿qué me dices de Fendrich, Anna?
—Él no es nuestro hombre. Estoy segura. Si tuviera algún motivo sexual, lo que niega, no creo que hiciera nada al respecto. He verificado su historial una y otra vez. No tiene antecedentes penales de ninguna clase. Ninguna sospecha previa o preocupaciones por su desempeño como profesor. Al parecer no ha tenido ninguna clase de relación estable desde hace tres años, cuando se separó de su novia de mucho tiempo, Roña Dorff. Hablé con Roña. Es profesora de música en otra escuela. Según ella su relación era muy tibia en el mejor de los casos y se separaron después de que Paula desapareciese.
—¿Hay alguna conexión? —preguntó Fabel.
—Bueno, sí, la hay. Pero tendería a exculpar a Fendrich, más que incriminarlo. Roña dijo que Fendrich se obsesionó con ayudar a los Ehlers a encontrar a Paula. Luego, cuando Klatt, de la policía de Norderstedt, se le echó encima, Fendrich se enfureció y se deprimió.
—¿Se puso violento?
—No. Distante. Según las palabras de Rona, su relación se fue desvaneciendo, más que romperse.
—Podría ser que el comportamiento de Fendrich después de la desaparición de Paula fuera una tapadera —dijo Henk Hermann. Había entusiasmo en su voz—. Muchos asesinos disimulan los sentimientos de culpa y temor que surgen después de cometer el homicidio disfrazándolos de pena o preocupación.
El mismo Fabel lo había visto muchas veces. Y en más de una ocasión las lágrimas de cocodrilo de un asesino a sangre fría habían conseguido engañarlo.
—Y luego está la analogía con los «Grimm» que está usando el asesino. —Hermann parecía alentado por el hecho de que su nuevo jefe había apreciado su teoría anterior—. Sabemos que la chica parecida a Paula que hemos encontrado en la playa, Martha Schmidt, era de una clase social a la que se considera marginada, y el asesino exageró esa situación para que se acercara a su analogía de la «gente subterránea». Podría ser que Fendrich creyera que Paula estaba atrapada en los asfixiantes confines generados por las bajas expectativas de los padres sobre ella. ¿Podría haber sentido que, al matarla, estaba «liberándola»?
Fabel miró a Hermann y sonrió.
—Tú también has estado leyendo el libro de Weiss, ¿no?
El rostro de Hermann se ruborizó ligeramente bajo las pecas, como si lo hubieran atrapado copiándose en un examen.
—Sí, Herr Erster Kriminalhauptkommissar. Pensé que me sería de ayuda.
—Lo es. Y llámame
chef
. Ahorra tiempo. ¿Tú que crees, Anna?
—Podría ser, supongo. Aunque él ha acompañado mucho a la familia Ehlers, no pudo disimular el desprecio que sentía por sus escasas expectativas y aspiraciones. Pero Fendrich sólo está relacionado con la desaparición de Paula Ehlers, lo que, técnicamente, aún no forma parte de esta investigación de homicidio. Él no tiene una coartada para los otros casos, pero, como ya he explicado, vive solo en aquella gran casa que antes compartía con su madre. Si tuviera coartadas para los otros casos, entonces yo sospecharía. De todas maneras, mi instinto me dice que él no es nuestro hombre. Aunque la cuestión de que le regalara un libro de cuentos de hadas de los hermanos Grimm me molesta. Incluso aunque él nos haya suministrado voluntariamente esa información.
—De acuerdo, pero mantengamos a Fendrich en la lista de sospechosos. Eso nos deja con Weiss, el autor…
—Bueno,
chef
—dijo Maria—. El, en gran medida, es tu bebé. ¿Por qué lo incluirías como sospechoso?
—Bueno, en primer lugar, hay inquietantes paralelismos entre estos asesinatos y la novela de Weiss,
Die Märchenstrasse
. Ambos tienen una temática «Grimm», y ambos están relacionados con un asesino en serie que recrea los cuentos de hadas en la vida real. Weiss está cosechando la atención de los medios y las ventas de su libro han aumentado precisamente por esta conexión.
Anna lanzó una risita.
—No puedes estar sugiriendo que estos asesinatos son una especie de retorcida campaña de lanzamiento de este libro.
—No específicamente. Pero tal vez Weiss sea capaz de encarnar sus propias teorías. No cabe duda de que es un capullo arrogante y engreído. Pero, más que eso, es una persona inquietante. Y corpulento. Verdaderamente grande y poderoso. Y la autopsia de Laura von Klostertadt indicaba que una mano enorme la retuvo debajo del agua.
—También podría ser Olsen —dijo Anna—. O, para el caso, Fendrich.
Fabel se volvió hacia Maria.
—¿Qué has averiguado sobre Weiss, Maria?
—Ninguna condena penal. Cuarenta y siete años, casado dos veces, divorciado dos veces, sin hijos. Nació en Kiel, Schleswig-Holstein. Su madre era extranjera. Italiana, de ascendencia aristocrática, y su padre poseía una compañía naviera en Kiel. Se educó en una Internat privada y cara aquí en Hamburgo, así como en Inglaterra e Italia. Universidad de Hamburgo… Primera novela publicada poco después de su graduación, sin mucho éxito… Su primera novela de la serie
«Wahlwelten
» salió en 1981 y fue un éxito enorme. Eso es prácticamente todo. Oh, había un hermano. Un hermano menor. Pero murió hace unos diez años.
Fabel tenía el aspecto de alguien que hubiera recibido un golpe.
—¿Un hermano? ¿Muerto? ¿Cómo murió?
—Al parecer se suicidó. Tenía alguna clase de enfermedad mental.
—Dime, Maria, ¿no sería escultor, por casualidad?
Maria parecía sorprendida.
—En realidad sí. ¿Cómo lo sabes?
—Creo que tal vez haya visto una obra suya —dijo Fabel, y el rostro feroz de un lobo, tallado en ébano, le cruzó la mente. Contempló el agua al lado del grupo. Los cisnes estaban dándole la espalda al pan empapado y avanzaban lentamente hacia el puente. Se volvió hacia su equipo—. El Kommissar Hermann tiene razón. Creo que todos deberíamos considerar
Die Märchenstrasse
, el libro de Weiss, como lectura obligatoria. Me encargaré de que recibáis una copia cada uno de vosotros antes de que termine el día. Y quiero estar seguro de que lo leeréis.
Fabel le había pedido a Anna que se quedara, diciéndole que él la llevaría de regreso al Präsidium. Henk Hermann había revoloteado, indeciso, hasta que Fabel le indicó que regresara con Maria. Se sentaron solos a la mesa. Fabel pidió otro café y enarcó una ceja en gesto de interrogación. Anna negó con la cabeza.
—Escucha, Anna —dijo Fabel, después de que el camarero se marchara—. Eres una agente de policía excepcional. En mi opinión, muy valiosa para el equipo. Pero hay algunas cuestiones sobre las que tenemos que hablar.
—¿Cómo cuáles?
Él volvió la cara hacia ella.
—Como tu agresividad. Y tu necesidad de trabajar más como miembro de un equipo, no como un individuo.
La expresión de Anna se endureció.
—Creía que ésa era la razón por la que nos reclutaste a cada uno de nosotros; por nuestra individualidad. Porque éramos diferentes.
—Es cierto, Anna. Pero tus talentos individuales sólo me sirven en combinación con los de los otros miembros del equipo.
—Creo que sé adonde quieres ir a parar con esto… ¿Henk Hermann?
—Es brillante, Anna. Y entusiasta. Es un buen policía y creo que vosotros dos trabajaréis bien juntos. Pero sólo si lo dejas entrar y le das la oportunidad.