Cuentos completos (164 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—Es posible, Alfred, es posible. La suficiente como para que planteemos el asunto en la reunión de directores y veamos qué opinan. A fin de cuentas, la cosa ya no tiene remedio. Un robot ha dañado a un ser humano y es de público conocimiento. Como dice Susan, podríamos tratar de volcar el asunto a nuestro favor. Pero desconfío de los motivos de ella.

—¿En qué sentido?

—Aunque haya dicho la verdad, en su caso es una mera racionalización. Su motivación es su deseo de no abandonar a ese robot. Si insistiéramos, pretextaría que desea continuar aprendiendo técnicas para enseñar a los robots; pero creo que ha hallado otra utilidad para Lenny, una utilidad tan singular que no congeniaría con otra mujer que no fuera ella.

—No te entiendo.

—¿No oíste cómo la llamó el robot?

—Pues no… —murmuró Lanning, y entonces la puerta se abrió de golpe y ambos se callaron.

Susan Calvin entró y miró a su alrededor con incertidumbre.

—¿Habéis visto…? Estoy segura de que estaba por aquí… Oh, ahí está.

Corrió hacia el extremo de un anaquel y cogió un objeto hueco y de malla metálica, con forma de pesa de gimnasia. La malla metálica contenía piezas de metal de diversas formas.

Las piezas de metal se entrechocaron con un grato campanilleo. Lanning pensó que el objeto parecía una versión robótica de un sonajero para bebés.

Cuando Susan Calvin abrió la puerta para salir, Lenny la llamó de nuevo. Esa vez, Lanning oyó claramente las palabras que Susan Calvin le había enseñado. Con melodiosa voz de celesta, repetía:

—Mami, te quiero. Mami, te quiero.

Y se oyeron los pasos de Susan Calvin apresurándose por el laboratorio para ir a atender a la única clase de niño que ella podía tener y amar.

Veredicto (1957)

“A Loint of Paw”

Era indudable que Montie Stein, con fraudulenta astucia, había robado más de cien mil dólares. También era indudable que lo habían detenido un día después de expirar la ley de prescripción.

Pero el meollo del trascendental caso del Estado de Nueva York contra Montgomery Harlow Stein, con todas sus consecuencias, fue el modo en que Stein burló el arresto durante ese periodo, ya que introdujo en la cuarta dimensión la jurisprudencia.

Lo que hizo Stein, después de cometer el desfalco y embolsarse los cien mil, fue meterse en una máquina del tiempo, de la cual estaba en posesión ilícita, y programar los controles para siete años y un día en el futuro.

El abogado de Stein lo expresó con sencillez. Ocultarse en el tiempo no era diferente de ocultarse en el espacio. Si las fuerzas de la ley no descubrían a Stein en ese periodo de siete años, peor para ellas.

El fiscal señaló que la ley de prescripción no tenía la finalidad de ser un juego entre la justicia y el delincuente; era una medida misericordiosa, destinada a proteger al infractor de un temor indefinidamente prolongado al arresto. Para ciertos delitos se consideraba que un periodo limitado de aprensión por la aprehensión —por decirlo asíera ya un castigo suficiente. Pero Stein, insistió el fiscal, no había pasado por dicho periodo en ningún caso.

El abogado de Stein no se inmutó. La ley no decía nada acerca de medir el temor y la angustia del culpable. Simplemente, fijaba un límite de tiempo.

El fiscal afirmó que Stein no había superado ese límite.

El defensor alegó que Stein tenía ya siete años más que en el momento del delito y, por lo tanto, había superado el límite.

El fiscal cuestionó esa afirmación y la defensa presentó el certificado de nacimiento de Stein. Había nacido en el año 2973. En el año del delito, el 3004, tenía treinta y un años. En ese momento, trasladado al 3011, tenía treinta y ocho.

El fiscal gritó que fisiológicamente Stein no tenía treinta y ocho años, sino treinta y uno.

La defensa señaló que el derecho —una vez que se admitía que el individuo era dueño de sus facultades— sólo reconocía la edad cronológica, la cual se obtenía restando sencillamente la fecha de nacimiento de la fecha actual.

El fiscal, perdiendo los estribos, juró que si Stein quedaba en libertad la mitad de las leyes escritas serían inútiles.

Pues cambiemos las leyes, replicó la defensa, para que se tenga en cuenta el viaje por el tiempo. Pero añadió que mientras las leyes no se hubiesen modificado había que aplicarlas tal como estaban escritas.

El juez Neville Preston se tomó una semana para reflexionar y, luego, presentó su sentencia. Fue un momento crucial en la historia del derecho. Es una lástima, pues, que algunas personas sospechen que el juez Preston estuvo influenciado en su criterio por el irresistible impulso de expresar la sentencia del modo en que lo hizo.

Pues el texto completo de la sentencia fue:

«Un nicho en el tiempo salva a Stein.»
[4]

Una estatua para papá (1959)

“A Statue for Father”

¿La primera vez? ¿De veras? Pero por supuesto que ha oído usted hablar de ello. Sí, estoy seguro.

Si le interesa el descubrimiento, créame que será para mí un placer contárselo. Es una historia que siempre me ha gustado narrar, pero pocas personas me brindan la oportunidad de hacerlo. Incluso me han aconsejado que la mantuviera en secreto, porque atenta contra las leyendas que proliferan en torno a mi padre.

Pero yo creo que la verdad es valiosa. Tiene su moraleja. Un hombre se pasa la vida consagrando sus energías a satisfacer su curiosidad y de pronto, por accidente, sin habérselo propuesto, termina por ser un benefactor de la humanidad.

Papá era sólo un físico teórico que se dedicaba a investigar el viaje por el tiempo. Creo que nunca pensó en lo que el viaje por el tiempo podría significar para el Homo sapiens. Sentía curiosidad únicamente por las relaciones matemáticas que regían el universo.

¿Tiene hambre? Mejor así. Supongo que tardará cerca de media hora. Lo prepararán adecuadamente para un dignatorio como usted. Es una cuestión de orgullo.

Ante todo, papá era pobre como sólo puede serlo un profesor universitario. Pero con el tiempo se fue haciendo rico. En sus últimos años era fabulosamente rico, y en cuanto a mí, mis hijos y mis nietos…, bueno, ya lo ve con sus propios ojos.

También le han dedicado estatuas. La más antigua está en la ladera donde se realizó el descubrimiento. Puede verla por la ventana. Sí. ¿No distingue la inscripción? Claro, el ángulo es desfavorable. No importa.

Cuando papá se puso a investigar el viaje por el tiempo, la mayoría de los físicos estaban desilusionados, a pesar del entusiasmo que provocaron inicialmente los cronoembudos.

La verdad es que no hay mucho que ver. Los cronoembudos son totalmente irracionales e incontrolables. Sólo presentan una distorsión ondulante, de algo más de medio metro de anchura como máximo, y que desaparece rápidamente. Tratar de enfocar el pasado es como tratar de enfocar una pluma en medio de un turbulento huracán.

Intentaron sujetar el pasado con garfios, pero eso resultó igual de imprevisible. A veces funcionaba unos segundos, con un hombre aferrado con fuerza al garfio, aunque lo habitual era que el martinete no resistiera. No se obtuvo nada del pasado hasta que… Bien, ya llegaré a eso.

A1 cabo de cincuenta años de no progresar en absoluto, los científicos perdieron todo interés. La técnica operativa parecía un callejón sin salida. A1 recordar la situación, no puedo echarles la culpa. Algunos incluso intentaron demostrar que los embudos no revelaban el pasado; pero se divisaron muchos animales vivos a través de los embudos, y se trataba de animales ya extinguidos en la actualidad.

De cualquier modo, cuando los viajes por el tiempo estaban casi olvidados ya, apareció papá. Convenció al Gobierno de que le suministrara fondos para instalar un cronoembudo propio, y abordó el asunto desde otro ángulo.

Yo lo ayudaba en aquella época. Acababa de salir de la universidad y era doctor en Física.

Sin embargo, nuestros intentos tropezaron con problemas al cabo de un año. Papá tuvo dificultades para lograr que le renovaran la subvención. Los industriales no estaban interesados, y la universidad pensaba que papá comprometía la reputación de la institución al empecinarse en investigar un campo muerto. El decano, que sólo comprendía el aspecto financiero de las investigaciones, empezó insinuándole que se pasara a áreas más lucrativas y terminó por expulsarlo.

Ese decano —que todavía vivía y seguía contando los dólares de las subvenciones cuando papá falleció— se sentiría de lo más ridículo cuando papá legó a la universidad un millón de dólares en su testamento, con un codicilo que cancelaba la herencia con el argumento de que el decano carecía de perspectiva de futuro. Pero eso fue tan sólo una venganza póstuma. Pues años antes…

No deseo entrometerme, pero le aconsejo que no coma más panecillos. Bastará con que tome la sopa despacio, para evitar un apetito demasiado voraz.

De cualquier modo, nos las apañamos. Papá conservó el equipo que había comprado con el dinero de la subvención, lo sacó de la universidad y lo instaló aquí.

Esos primeros años sin recursos fueron agobiantes, y yo insistía en que abandonara. Él no cejaba. Era tozudo y siempre se las ingeniaba para encontrar mil dólares cuando los necesitaba.

La vida continuaba, pero él no permitía que nada obstruyera su investigación. Mamá falleció; papá guardó luto y volvió a su tarea. Yo me casé, tuve un hijo y luego una hija. No siempre podía acompañarlo, pero él continuaba sin mí. Se rompió una pierna y siguió trabajando con la escayola puesta durante meses.

Así que le atribuyo todo el mérito. Yo ayudaba, por supuesto. Hacía funciones de asesoría y me encargaba de negociar con Washington. Pero él era el alma del proyecto.

A pesar de eso, no llegábamos a ninguna parte. Hubiera dado lo mismo tirar por uno de esos cronoembudos todo el dinero que lográbamos juntar, lo cual no quiere decir que hubiese podido atravesarlo.

A fin de cuentas, nunca conseguimos meter un garfio en un embudo. Sólo nos acercamos en una ocasión. El garfio había entrado unos cinco centímetros cuando el foco se alteró. Lo arrancó limpiamente y, en alguna parte del Mesozoico, hay ahora una varilla de acero, construida por el hombre, oxidándose en la orilla de un río.

Hasta que un día, el día crucial, el foco se mantuvo durante diez largos minutos; algo para lo cual había menos de una probabilidad entre un billón. ¡Cielos, con qué frenesí instalamos las cámaras! Veíamos criaturas que se desplazaban ágilmente al otro lado del embudo.

Luego, para colmo de bienes, el cronoembudo se volvió permeable, y hubiéramos jurado que sólo el aire se interponía entre el pasado y nosotros. La baja permeabilidad debía de estar relacionada con la duracíón del foco, pero nunca pudimos demostrar que así fuera.

Por supuesto, no teníamos ningún garfio a mano. Pero la baja permeabilidad permitió que algo se desplazara del «entonces» al «ahora». Obnubilado, actuando por mero instinto, extendí el brazo y agarré aquello.

En ese momento perdimos el foco, pero ya no sentíamos amargura ni desesperación. Ambos observábamos sorprendidos lo que yo tenía en la mano Era un puñado de barro duro y seco, completamente liso por donde había tocado los bordes del cronoembudo, y entre el barro había catorce huevos del tamaño de huevos de pato.

—¿Huevos de dinosaurio? —pregunté—. ¿Crees que es eso?

—Quizá. No podemos saberlo con certeza.

—¡A menos que los incubemos! —exclamé de pronto, con un entusiasmo incontenible. Los dejé en el suelo como si fueran de platino. Estaban calientes, con el calor del sol primitivo—. Papá, si los incubamos tendremos criaturas que llevan extinguidas más de cien millones de años. Será la primera vez que alguien trae algo del pasado. Si lo hacemos público…

Yo pensaba en las subvenciones, en la publicidad, en todo lo que aquello significaría para papá. Ya veía el rostro consternado del decano.

Pero papá veía el asunto de otra manera.

—Ni una palabra, hijo. Si esto se difunde, tendremos veinte equipos de investigación estudiando los cronoembudos, con lo que me impedirán progresar. No, una vez que haya resuelto el problema de los embudos, podrás hacer público todo lo que quieras. Hasta entonces, guardaremos silencio. Hijo, no pongas esa cara. Tendré la respuesta dentro de un año, estoy seguro.

Yo no estaba tan seguro, pero tenía la convicción de que esos huevos nos brindarían todas las pruebas que necesitábamos. Puse un gran horno a la temperatura de la sangre e hice circular aire y humedad. Conecté una alarma para que sonara en cuanto hubiese movimientto dentro de los huevos.

Se abrieron a las tres de la madrugada diecinueve días después, y allí estaban: catorce diminutos canguros con escamas verdosas, patas traseras con zarpas, muslos rechonchos y colas delgadas como látigos.

Al principio pensé que se trataba de tiranosaurios, pero eran demasiado pequeños. Pasaron meses, y comprendí que no alcanzarían mayor tamaño que el de un perro mediano.

Papá parecía defraudado, pero yo perseveré, con la esperanza de que me permitiera utilizarlos con fines publicitarios. Uno murió antes de la madurez y otro pereció en una riña. Pero los otros doce sobrevivieron, cinco machos y siete hembras. Los alimentaba con zanahorias picadas, huevos hervidos y leche, y les tomé bastante afecto. Eran tontorrones, pero tiernos; y realmente hermosos. Sus escamas…

Bueno, es una bobada describirlos. Las fotos publicitarias han circulado más que suficiente. Aunque, pensándolo bien, no sé si en Marte… Ah, también allí. Pues me alegro.

Pero pasó mucho tiempo antes de que esas fotos pudieran impresionar al público, por no mencionar la visión directa de aquellas criaturas. Papá se mantuvo intransigente. Pasaron tres años. No tuvimos suerte con los cronoembudos. Nuestro único hallazgo no se repitió, pero papá no se daba por vencido.

Cinco hembras pusieron huevos, y pronto tuve más de cincuenta criaturas en mis manos.

—¿Qué hacemos con ellas? —pregunté.

—Matarlas —contestó papá.

Yo no podía hacer tal cosa, por supuesto.

Henri, ¿está todo a punto? De acuerdo.

Cuando sucedió, ya habíamos agotado nuestros recursos. Estábamos sin blanca. Yo lo había intentado por todas partes sin conseguir nada más que rechazos. Casi me alegraba, porque pensaba que así papá tendría que ceder. Pero él, firme ante la adversidad, preparó fríamente otro experimento

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