Cuentos completos (384 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Era difícil decir qué perspectiva consideraba más desagradable Dinsmore. Es completamente justo decir que detestaba a Muller.

Dinsmore se sentó en una esquina del sofá, que era viejo, resbaladizo y frío. Los dos confortables sillones de brazos estaban ocupados por los demás. Dinsmore sonrió.

Sonreía frecuentemente, aunque su rostro nunca parecía ni amistoso ni complacido como resultado de ello. Pese a que no había nada en su sonrisa que no fuera la normal curvatura de las comisuras de la boca, invariablemente ofrecía un efecto de frialdad a aquellos a quienes iba dirigido el gesto. Su redondo rostro, su escaso pero cuidadosamente peinado pelo, sus gruesos labios, todo aquello hubiera debido aportar jovialidad a su sonrisa…, pero no lo hacía.

Adams se agitó en lo que pareció ser un momentáneo espasmo de irritación que cruzó su largo rostro típico de Nueva Inglaterra. Muller, con su pelo casi negro y sus ojos de un incongruente color azul, pareció impasible.

—Caballeros, sé que soy un intruso aquí —dijo Dinsmore—. Pero no tengo otra elección. La junta directiva me ha pedido que estuviera presente. Puede que a ustedes les parezca quizá una acción cruel. Estoy seguro que usted, Muller, está esperando en cualquier momento una comunicación de la junta en la que diga que ha sido nombrado presidente. Parecería apropiado también que el renombrado profesor Adams, su mentor y superior, lo supiera. ¿Pero por qué, Muller, deberían reservar un similar privilegio para mí, su humilde y persistente rival?

»De hecho, sospecho que su primera acción como presidente, Muller, sería informarme que desde todos los puntos de vista sería mejor que empezara a buscarme alguna posición en cualquier otro sitio, puesto que mi contrato no iba a ser renovado pasado este año académico. Sería conveniente decírmelo en seguida a fin que yo pudiera empezar a moverme de inmediato. Quizá no fuera muy considerado hacerlo, pero sí muy eficiente.

»Parecen trastornados, ustedes dos. Quizá yo sea injusto. Tal vez mi inmediata dimisión no esté en sus mentes; quizá estén dispuestos a esperar hasta mañana. Pero tal vez sean los miembros de la junta los que quieran ser más rápidos que nadie y pretendan decírmelo ellos mismos. No importa. De cualquier modo, parece que ustedes están dentro y yo estoy fuera. Y quizá eso parezca justo. La respetada cabeza de un gran departamento acercándose al atardecer de su carrera, así como su brillante protegido, cuyo dominio de los conceptos y gran maestría en las matemáticas no tiene paralelo, están preparados para recibir los laureles; mientras que yo, sin respeto ni honor…

»Puesto que así están las cosas, será amable por su parte que me dejen hablar sin interrumpirme. Tengo la sensación que el mensaje que aguardamos puede no llegar en los próximos minutos, quizá ni siquiera en la próxima hora. Un presentimiento. Los propios miembros de la junta puede que no sean adversos a crear un poco de suspenso. Este es su momento brillante, su fugaz instante de gloria. Y puesto que hay que pasar mientras tanto el tiempo, estoy dispuesto a seguir hablando.

»A algunas personas, antes de la ejecución, se les concede una última comida, a algunas un último cigarrillo; yo, unas últimas palabras. No necesitan escucharlas, supongo, ni siquiera aparentar que están interesados por ellas.

»… Gracias. Acepto su mirada de resignación, profesor Adams, como una aceptación. También acepto del mismo modo la ligera sonrisa, digamos que despectiva, del profesor Muller.

»No van a reprocharme, estoy seguro, el desear que la situación fuera distinta. ¿En qué sentido? Una buena pregunta. No deseo cambiar ni mi carácter ni mi personalidad. Puede que no sean demasiado satisfactorios, pero son míos. Como tampoco cambiaría la eficiencia política de Adams o la brillantez de Muller, porque, ¿qué hubiera traído consigo ese cambio, excepto que ellos dejaran de ser Adams y Muller? Desearía que ellos siguieran siendo ellos y, sin embargo…, que los resultados fueran distintos. Si uno pudiera ir hacia atrás en el tiempo, ¿qué pequeño cambio hubiera podido producir un amplio y deseable cambio ahora?

»Eso es lo que se necesitaría. ¡El viaje por el tiempo!

»Ah, qué chirriante reacción la suya, Muller. Era el claro inicio de una risotada. ¡El viaje por el tiempo! ¡Ridículo! ¡Imposible!

»No sólo imposible en el sentido que la técnica actual no está preparada para dicha finalidad, sino en el sentido más amplio que jamás estará preparada. El viaje por el tiempo, en el sentido de ir hacia atrás para cambiar la realidad, es no sólo imposible tecnológicamente hoy por hoy, sino que también es teóricamente imposible.

»Es extraño que usted siga pensando eso, Muller, puesto que sus teorías, cuyo análisis lleva a las cuatro fuerzas, incluida la gravitación, mensurablemente cerca de su inclusión bajo el paraguas de un solo conjunto de relaciones, hacen que el viaje a través del tiempo ya no sea teóricamente imposible.

»No, no se levante para protestar. Quédese sentado, Muller, y relájese. Para usted es imposible, estoy seguro. Para la mayoría de la gente también. Quizá para casi todo el mundo. Pero puede que haya excepciones, y resulta que yo soy una de ellas. ¿Por qué yo? ¿Quién sabe? No pretendo ser más brillante que cualquiera de ustedes dos, pero, ¿qué tiene que ver con esto?

»Déjenme ponerles una analogía. Consideren… Hace decenas de miles de años los seres humanos, poco a poco, ya fuera por su comportamiento masivo o gracias a unos pocos individuos brillantes, aprendieron a comunicarse. Fue inventada el habla, y se dedicaron delicadas modulaciones de sonido a representar significados abstractos.

»Durante miles de años, cualquier ser humano normal ha sido capaz de comunicarse, pero, ¿cuántos han sido capaces de contar una historia superlativamente bien? Shakespeare, Tolstoi, Dickens, Hugo…, un puñado, comparados con todos los seres humanos que han vivido, que han sido capaces de utilizar esos sonidos modulados para despertar las emociones humanas y alcanzar la sublimidad. Y sin embargo, han utilizado los mismos sonidos que usamos todos los demás.

»Estoy dispuesto a admitir que el C. I. de Muller, por ejemplo, es superior al de Shakespeare o Tolstoi. El conocimiento que posee Muller del idioma debe ser tan bueno como el de cualquier escritor vivo; su comprensión del significado de las cosas es tan grande como el de ellos. Y sin embargo, Muller es incapaz de situar varias palabras juntas y conseguir el efecto que consiguió Shakespeare. Ni el propio Muller es capaz de negar esto ni por un momento, estoy seguro. ¿A qué se debe, entonces, que Shakespeare y Tolstoi pudieran hacer lo que ni Muller ni Adams ni yo mismo somos capaces? ¿Qué sabiduría poseían que nosotros no podemos alcanzar? Ustedes no lo saben, y yo tampoco. Lo que es peor, ellos tampoco lo sabían. Shakespeare no hubiera podido enseñarles de ninguna de las maneras, ni a ustedes ni a nadie, cómo escribir tal como él lo hacía. Porque él no sabía como lo hacía…, simplemente lo hacía.

»Ahora tomemos en consideración la conciencia del tiempo. Por todo lo que podemos suponer, tan sólo los seres humanos, de todas las formas de vida, pueden captar el significado del tiempo. Todas las demás especies viven únicamente en el presente; puede que tengan vagos recuerdos; puede que posean imprecisas y limitadas premeditaciones…, pero seguramente tan sólo los seres humanos comprenden por completo el pasado, presente y futuro, y pueden especular acerca de su significado e importancia, pueden preguntarse sobre el fluir del tiempo, o cómo nos arrastra consigo, y cómo puede ser alterado ese fluir.

»¿Cuándo ocurre esto? ¿Cómo se llegó a ello? ¿Quién fue el primer ser humano, u homínido que de pronto captó la forma en que el río del tiempo lo arrastraba del impreciso pasado al impreciso futuro, y se preguntó si podía ser contenido o desviado?

»El fluir no es invariable. El tiempo corre a veces muy rápidamente para nosotros; las horas se desvanecen en lo que parecen minutos…, mientras que en otras ocasiones se arrastran desmedidamente. En los estados de sueño, en los trances, en las experiencias con drogas, el tiempo altera sus propiedades.

»Parece que quiere hacer usted algún comentario, Adams. No se moleste. Va a decir usted que esas alteraciones son puramente psicológicas. Lo sé, pero, ¿acaso existe algo más aparte de lo psicológico?

»¿Es físico el tiempo? Y si lo es, ¿qué es el tiempo físico? Seguramente es cualquier cosa que elijamos que sea. Nosotros diseñamos los instrumentos. Nosotros interpretamos las medidas. Nosotros creamos las teorías y luego las interpretamos. Y de un absoluto, hemos convertido el tiempo y lo hemos hecho la criatura de la velocidad de la luz, y hemos decidido que la simultaneidad es indefinible.

»Por su teoría, Muller, sabemos que el tiempo es enteramente subjetivo. En teoría, alguien comprendiendo la naturaleza del fluir del tiempo puede, si se le proporciona el talento suficiente, moverse independientemente con o contra su fluir; o permanecer inmóvil en él. Esto es análogo a la forma en que alguien, si se le proporcionan los símbolos de comunicación, puede escribir
El Rey Lear
si dispone del talento suficiente. Si dispone del talento suficiente.

»¿Y si yo dispusiera de ese talento suficiente? ¿Y si yo pudiera ser el Shakespeare del fluir del tiempo? Vamos, divirtámonos un poco. En cualquier momento llegará el mensaje de la junta directiva, y tendré que callarme. Hasta entonces, sin embargo, puedo permitirme seguir con mi charla. Sirve como distracción. Miren, dudo que se hayan dado cuenta que ya han pasado quince minutos desde que he empezado a hablar.

»Piensen, entonces… Si yo pudiera hacer uso de la teoría de Muller y descubrir dentro de mí mismo la sorprendente habilidad de tomar ventaja de ella, del mismo modo que Homero lo hizo con las palabras, ¿qué haría con mi don? Podría retroceder en el tiempo, quizá, como un espectro, observando desde el exterior todo el esquema del tiempo y los acontecimientos, a fin de alcanzarlos en un lugar y momento determinados y efectuar un cambio.

»Oh, sí, estaría fuera de la corriente del tiempo mientras viajaba. Su teoría, Muller, propiamente interpretada, no insiste en que, al moverse hacia atrás en el tiempo, o hacia adelante, uno deba hacerlo a través de la densidad del flujo, tropezando con los acontecimientos y golpeándolos a su paso. Lo cual, por supuesto, sería teóricamente imposible. Permanecer fuera corresponde al área de las posibilidades; y entrar y salir a voluntad corresponde al área del talento personal.

»Supongamos, entonces, que yo conseguí eso; que retrocedí por fuera del tiempo, me introduje de nuevo en él, e hice un cambio. Ese único cambio dio nacimiento a otros…, los cuales a su vez dieron nacimiento a otros… El tiempo iniciaría un nuevo sendero que cobraría vida por sí mismo, curvándose y espumando hasta que, en muy poco tiempo…

»No, esa expresión es inadecuada. “El tiempo, en muy poco tiempo…” Es como si estuviéramos imaginando alguna referencia abstracta y absoluta parecida al tiempo contra el cual puede ser medido nuestro tiempo; como si nuestro propio entorno de tiempo estuviera fluyendo contra otro entorno más profundo. Confieso que es algo que está más allá de mí, pero intenten comprenderlo.

»Cualquier cambio en los acontecimientos del tiempo, tras un… cierto lapso…, alteraría todo hasta hacerlo irreconocible.

»Pero yo no deseaba eso. Ya se lo dije al principio, no quiero dejar de ser yo. Incluso aunque en mi lugar pudiera crear a alguien que fuera más inteligente, más sensible, que tuviera más éxito, seguiría sin ser yo.

»Tampoco deseo que cambie usted, Muller, o usted, Adams. También dije eso ya. No deseo triunfar sobre un Muller que sea menos ingenioso y espectacularmente brillante, o sobre un Adams que sea menos político y hábil en montarse una imponente estructura de respeto. Deseo triunfar sobre ustedes tal como son, y no sobre unos seres más débiles.

»Bien, sí, es el triunfo lo que deseo.

»… Oh, vamos. Se agitan ustedes como si hubiera dicho algo indigno. ¿Una sensación de triunfo es algo tan extraño para ustedes? ¿Están tan muertos a la humanidad que no buscan el honor, la victoria, la fama, las recompensas? ¿Tengo que suponer que el respetado profesor Adams no desea poseer su larga lista de publicaciones, su venerable hilera de títulos honoríficos, sus numerosas medallas y placas, su puesto como cabeza de uno de los más prestigiosos departamentos de física del mundo?

»¿Y estaría usted satisfecho de tener todo eso, Adams, si nadie llegara a saberlo nunca; si su existencia fuera borrada de todos los registros y libros de historia; si tuviera que convertirse en un secreto entre usted y el Altísimo? Una pregunta estúpida. Por supuesto, no voy a pedir una respuesta, cuando todos nosotros sabemos cuál va a ser.

»Y no necesito enumerar las mismas argumentaciones con respecto al potencial Premio Nobel de Muller y lo que parece como una segura presidencia universitaria…, y de esta universidad.

»¿Qué es lo que ustedes dos desean de todo esto, considerando que desean no sólo las cosas en sí sino también el conocimiento público de su propiedad de tales cosas? ¡Seguro que desean ustedes el triunfo! Desean el triunfo sobre sus competidores como una cosa abstracta, el triunfo sobre sus semejantes. Desean ustedes hacer algo que otros no pueden hacer, y conseguir que esos otros sepan que ustedes han hecho algo que ellos no pueden hacer, de modo que cuando les miren lo hagan con una ineludible conciencia de ese hecho y con una envidia y reforzada admiración.

»¿Debo ser yo más noble que ustedes? ¿Por qué? Déjenme tener el privilegio de desear lo que ustedes desean, de anhelar el triunfo que han anhelado ustedes. ¿Por qué no debería yo desear el respeto, el gran premio, la alta posición que les aguarda a ustedes dos? ¿Y hacer todo eso en su lugar? ¿Arrancárselo en el momento en que van a alcanzarlo? Le hago menos ascos que ustedes a la gloria.

»Ah, pero ustedes se la merecen, y yo no. Ese es precisamente el asunto. ¿Qué ocurriría si yo arreglara el flujo y el contenido del tiempo de modo que yo la mereciera y ustedes no?

»¡Imagínenlo! Yo seguiría siendo yo; ustedes dos seguirían siendo ustedes dos. No serían menos valiosos, y yo no sería más valioso, puesto que esa es la condición que yo mismo me habría establecido, que ninguno de nosotros cambiara, y sin embargo yo la merecería y ustedes no. En otras palabras, deseo ganarles tal como son ustedes ahora, y no como sustitutos inferiores.

»En un cierto sentido, eso es un tributo hacia ustedes, ¿no? Veo por su expresión que piensan que sí lo es. Los imagino a ambos sintiendo una especie de despectivo orgullo. Después de todo, es algo convertirse en el estándar por el cual se mide la victoria. Disfrutan ustedes oyendo recitar los méritos que poseen y que yo anhelo…, especialmente sabiendo que ese anhelo va a quedar insatisfecho.

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