Theon estaba cansado, pero tenía suficiente apetito para comer un poco de potaje y beber cerveza. La estancia era ya un caos de voces. Dos exploradores de Roose Bolton habían vuelto al castillo por la puerta del Cazador para informar de que el avance de lord Stannis era cada vez más lento. Sus caballeros iban montados, y los grandes caballos de batalla se hundían en la nieve. Los rocines de los clanes de las colinas eran mucho mejores, según informaron los exploradores, pero sus jinetes no se atrevían a adelantarse demasiado para no dividir al ejército. Lord Ramsay ordenó a Abel que tocara un himno de marcha en honor de Stannis y su travesía de las nieves, de modo que el bardo tomó de nuevo el laúd y una de sus lavanderas cogió la espada de Alyn el Amargo para ilustrar los espadazos que lanzaba Stannis contra los copos de nieve.
Theon contemplaba los últimos posos de su tercera jarra cuando lady Barbrey Dustin entró en la estancia y envió a dos de sus espadas juramentadas a por él. Luego lo miró desde arriba, desde su asiento del estrado, y frunció la nariz.
—Llevas la misma ropa que en la boda.
—Sí, mi señora. Es la ropa que me dieron. —Esa era una de las lecciones que había aprendido en Fuerte Terror: tenía que aceptar lo que le daban y nunca, nunca, pedir más.
Lady Dustin iba de negro, como siempre, aunque las mangas de su túnica estaban rematadas en piel de ardilla. Llevaba un vestido de cuello alto rígido que le enmarcaba el rostro.
—Tú conoces bien este castillo.
—Lo conocía.
—Bajo nosotros se extienden las criptas donde aguardan los viejos reyes Stark en la oscuridad. Mis hombres no han encontrado la entrada. Han registrado todos los sótanos y bodegas, hasta las mazmorras, pero…
—A las criptas no se llega por las mazmorras, mi señora.
—¿Puedes mostrarme el camino?
—Ahí abajo no hay nada más que…
—¿Starks muertos? Sí. Y da la casualidad de que todos mis Starks favoritos están muertos. ¿Conoces el camino, o no?
—Sí. —No le gustaban las criptas, no le habían gustado nunca, pero las conocía.
—Pues muéstramelo. Sargento, coged un farol.
—Mi señora debería ponerse encima una capa abrigada —recomendó Theon—. Hay que salir al exterior.
La nieve caía más densa que nunca cuando salieron de la estancia, después de que llevaran a lady Dustin una capa de marta. Los guardias apostados en la puerta, protegidos con sus capuchas, casi no se distinguían de los muñecos de nieve, y solo las vaharadas de aire cálido que se les formaban delante de la boca revelaban que seguían con vida. Las hogueras ardían a lo largo de las almenas en un vano intento por detener el avance de la penumbra. El grupo tuvo que atravesar una explanada de nieve virgen que le llegaba por los tobillos, junto a las tiendas del patio, medio cubiertas y temblorosas bajo el peso del manto blanco.
La entrada de las criptas se encontraba en la parte más antigua del castillo, cerca de la base del Primer Torreón, que no se utilizaba desde hacía siglos. Ramsay lo había quemado durante el saqueo de Invernalia, y buena parte de lo que no ardió en su momento se había derrumbado después. Solo quedaba en pie el cascarón, con un lado completamente abierto a merced de los elementos, por donde iba entrando la nieve. Por todas partes había piedras, grandes cascotes de roca y argamasa, vigas quemadas y gárgolas rotas. La nieve lo había cubierto casi todo, pero parte de una gárgola sobresalía aún de un ventisquero, con el rostro grotesco gruñendo en silencio y ciego hacia el cielo.
«Aquí encontraron a Bran cuando se cayó.» Aquel día, Theon estaba fuera, de caza con lord Eddard y el rey Robert, sin siquiera imaginar las terribles noticias que los aguardaban en el castillo. Recordó el rostro de Robb cuando se lo dijeron. Todos creían que el niño herido iba a morir.
«Los dioses no pudieron matar a Bran, como tampoco pude yo.» Le resultaba extraño pensar aquello, y más extraño aún recordar que tal vez Bran siguiera con vida.
—Ahí. —Señaló un lugar donde la nieve se había acumulado contra la pared del torreón—. Ahí abajo. Cuidado con las piedras sueltas.
Los hombres de lady Dustin tardaron casi media hora en dejar la entrada al descubierto, porque tuvieron que quitar nieve y rocas a paletadas. Al final se encontraron con que el hielo había sellado la puerta, y el sargento tuvo que ir a por un hacha. El portón cedió con un chirrido de bisagras y dejó al descubierto los peldaños en espiral que descendían hacia la oscuridad.
—Hay que bajar mucho, mi señora —advirtió Theon.
—Beron, la luz. —Lady Dustin no se dejaba amilanar.
El pasadizo era estrecho y empinado, y siglos de pisadas habían desgastado los peldaños por el centro. Tuvieron que descender en fila: primero el sargento con el farol; luego, Theon y lady Dustin, y por último el otro soldado. Theon siempre había considerado las criptas un lugar frío, incluso en verano, pero en aquella incursión, el aire que lo recibió era cálido. Caliente no, claro, pero sí más cálido que en el exterior. Al parecer, allí, bajo tierra, el frío era constante, inmutable.
—La desposada llora mucho —comentó lady Dustin mientras bajaban con cautelosa lentitud—. Me refiero a la pequeña lady Arya.
«Cuidado, mucho cuidado.» Apoyó una mano en la pared. La luz cambiante de la antorcha hacía que los peldaños se movieran bajo sus pies.
—Como… como digáis, señora.
—Roose no está satisfecho. Díselo a tu bastardo.
«No es mi bastardo», habría querido replicar; pero una vocecita en su interior decía: «Sí que lo es, sí que lo es. Hediondo es de Ramsay y Ramsay es de Hediondo. No debes olvidar tu nombre».
—No se gana nada con vestir a la chica de gris y blanco si luego no hace más que llorar. Puede que a los Frey no les importe, pero a los norteños… Bueno, tienen miedo de Fuerte Terror, pero aprecian a los Stark.
—Vos no —dijo Theon.
—Yo no —confesó la señora de Fuerte Túmulo—, pero los demás, sí. El único motivo de que el viejo Mataputas esté aquí es que los Frey tienen prisionero al Gran Jon, y ¿crees que los hombres de Hornwood le han perdonado al Bastardo su último matrimonio, cuando dejó a su señora esposa morir de hambre tras comerse sus propios dedos? ¿Qué crees que piensan cuando oyen los sollozos de la nueva esposa, de la adorada hijita del valiente Ned?
«No, no es de la sangre de lord Eddard. Se llama Jeyne y solo es la hija del mayordomo.» No le cabía duda de que lady Dustin ya lo sospechaba, pero pese a todo…
—Los sollozos de lady Arya nos hacen más daño que todas las espadas y lanzas de lord Stannis. Si el Bastardo quiere seguir siendo señor de Invernalia, más le vale enseñar a reír a su esposa.
—Ya hemos llegado, mi señora —la interrumpió Theon.
—La escalera sigue hacia abajo —observó lady Dustin.
—Hay niveles inferiores, más antiguos. Tengo entendido que el más bajo de todos se derrumbó hace mucho. Yo nunca he estado allí.
Empujó la puerta y los guio por un largo túnel abovedado, con gigantescas parejas de columnas de granito que se perdían en la oscuridad. El sargento de lady Dustin alzó el farol, y las sombras se movieron y cambiaron.
«Una pequeña luz enmedio de una gran oscuridad.» Theon nunca se había sentido a gusto en las criptas; sentía como los reyes de piedra lo contemplaban desde lo alto con sus ojos de piedra, los dedos de piedra en torno al puño de oxidadas espadas largas. Ninguno era amigo de los hijos del hierro. Una vieja sensación de temor lo embargó.
—¡Cuántos son! —comentó lady Dustin—. ¿Sabes sus nombres?
—Los supe… hace tiempo. —Señaló con un dedo—. Los de este lado fueron reyes en el norte. Torrhen fue el último.
—El Rey que se Arrodilló.
—Exacto, mi señora. Después ya solo hubo señores.
—Hasta que llegó el Joven Lobo. ¿Dónde está la tumba de Ned Stark?
—Al final. Por aquí, mi señora.
Sus pisadas resonaron en las bóvedas cuando echaron a andar entre las hileras de columnas. Los ojos de piedra de los muertos parecían seguirlos, al igual que los ojos de sus huargos de piedra. Los rostros despertaron en él recuerdos lejanos y le devolvieron a la memoria nombres susurrados por la voz fantasmal del maestre Luwin. El rey Edrick Barbanieve, que gobernó el Norte durante cien años; Brandon el Armador, que se había aventurado navegando más allá del ocaso; Theon Stark, el Lobo Hambriento. «Mi tocayo.» Lord Beron Stark, que hizo causa común con Roca Casterly para luchar contra Dagon Greyjoy, señor de Pyke, en los tiempos en que el gobierno de los Siete Reinos estaba en manos del hechicero bastardo conocido como Cuervo de Sangre.
—A ese rey le falta la espada —observó lady Dustin.
Era cierto. Theon no recordaba de qué rey se trataba, pero la espada larga que debería haber tenido había desaparecido. Una marca de óxido anaranjado marcaba el lugar donde había estado. Aquello le causó una gran inquietud. Siempre había oído decir que el acero de la espada mantenía el espíritu del muerto encerrado en su tumba. Si faltaba una espada…
«En Invernalia hay fantasmas. Y yo soy uno de ellos.»
Siguieron caminando. El rostro de Barbrey Dustin parecía tensarse más y más con cada paso.
«Este lugar le gusta tan poco como a mí.»
—¿Por qué detestáis tanto a los Stark, mi señora? —se oyó preguntar.
—Por el mismo motivo por el que tú los adoras —respondió mirándolo fijamente.
—¿Que yo los adoro? —Theon se detuvo de golpe—. Jamás… Les arrebaté el castillo, mi señora. Maté… maté a Bran y a Rickon; clavé sus cabezas en estacas…
—Cabalgaste hacia el sur con Robb Stark; luchaste a su lado en el bosque Susurrante y en Aguasdulces; volviste a las Islas del Hierro como enviado suyo para sellar un tratado con tu padre. Fuerte Túmulo también aportó hombres para la guerra del Joven Lobo. Le di tan pocos como pude, pero algunos tenía que darle para no incurrir en la ira de Invernalia. Así que yo también tenía ojos en aquel ejército, y me mantuvieron informada. Sé quién eres. Sé qué eres. Ahora responde a mi pregunta: ¿Por qué adoras a los Stark?
—Porque… —Theon apoyó una mano enguantada en la columna más cercana—. Porque quería ser uno de ellos…
—Y nunca lo lograste. Tenemos en común más de lo que crees. Venga, vamos.
Un poco más allá, había tres tumbas juntas. Se detuvieron.
—Lord Rickard —observó lady Dustin tras examinar la figura central. La estatua se alzaba imponente sobre ellos, con el barbudo rostro alargado muy solemne. Los ojos eran de piedra, igual que los demás, pero los suyos parecían tristes—. También le falta la espada.
Era cierto.
—Alguien ha estado aquí abajo, robando espadas. También ha desaparecido la de Brandon.
—Qué poca gracia le habría hecho. —La mujer se quitó el guante y le tocó la rodilla, piel blanca contra piedra negra—. Brandon adoraba su espada; disfrutaba afilándola. «Quiero que tenga bastante filo para afeitar un coño», solía decir. ¡Y lo que le gustaba utilizarla! «No hay nada más bello que una espada ensangrentada», me comentó en cierta ocasión.
—Así que lo conocisteis.
La luz del farol iluminaba los ojos de la dama, que parecían echar llamas.
—Brandon se crió como pupilo en Fuerte Túmulo con el viejo lord Dustin, padre del que luego fue mi esposo, pero se pasaba la vida cabalgando por los Riachuelos. Le encantaba montar a caballo, y su hermana pequeña era igual que él, ¡menudo par de centauros! Mi señor padre siempre estaba encantado de recibir la visita del heredero de Invernalia. Tenía muchas ambiciones para la casa Ryswell; le habría servido mi virginidad en bandeja a cualquier Stark que pasara por allí, pero no hizo falta. A Brandon nunca le dio reparo coger lo que quería. Ahora soy una vieja reseca, viuda ya ni sé desde hace cuánto, pero todavía recuerdo el momento en que vi mi sangre de doncella en su polla la noche que me tomó. Creo que a Brandon Stark también le gustó verla. No hay nada más bello que una espada ensangrentada, sí. Dolió, pero fue un dolor dulce.
»Pero el día en que descubrí que Brandon iba a casarse con Catelyn Tully… Aquel dolor no tuvo nada de dulce. Te aseguro que no la quería. Me lo dijo la última noche que pasamos juntos, pero Rickard Stark también tenía grandes ambiciones. Ambiciones sureñas que no se harían realidad si dejaba que su heredero se casara con la hija de uno de sus vasallos. Más adelante, mi padre albergó la esperanza de casarme con Eddard, el hermano de Brandon, pero a él también se lo quedó Catelyn Tully. A mí me tocó el joven lord Dustin, hasta que Ned Stark me lo arrebató.
—La Rebelión de Robert.
—Lord Dustin y yo no llevábamos ni medio año casados cuando Robert se alzó en armas y Ned Stark convocó a sus vasallos. Le supliqué a mi esposo que no fuera; tenía parientes que podían haber ido en su lugar: un tío famoso por sus proezas con el hacha, un tío abuelo que había luchado en la guerra de los Reyes Nuevepeniques… Pero era orgulloso y no se conformaba con menos que encabezar las tropas de Fuerte Túmulo. El día en que se marchó le regalé un caballo, un alazán con crines como el fuego, el orgullo de las cuadras de mi padre. Mi señor me juró que volvería a lomos de aquel caballo en cuanto terminara la guerra.
»Ned Stark me llevó el caballo cuando volvió a Invernalia. Me dijo que mi señor había muerto con honor, y que estaba enterrado bajo las montañas rojas de Dorne. Los huesos de su hermana sí que los trajo al norte, y aquí reposan… Pero te juro que los de lord Eddard no descansarán jamás junto a los suyos. Se los echaré de comer a mis perros.
—¿Los huesos de lord Eddard? —Theon no entendía nada.
La mujer torció los labios en una sonrisa horrible que le recordó la de Ramsay.
—Catelyn Tully envió al norte los huesos de lord Eddard antes de la Boda Roja, pero tu tío tomó Foso Cailin y cerró el camino. Desde entonces he estado alerta. Si esos huesos emergen alguna vez de los pantanos, no pasarán de Fuerte Túmulo. —Lanzó una última mirada a la estatua de Eddard Stark—. Vámonos; aquí ya hemos terminado.
Cuando salieron de las criptas aún estaba nevando. Lady Dustin había guardado silencio todo el camino de vuelta, pero cuando estuvieron ante las ruinas del Primer Torreón se estremeció y se volvió hacia Theon.
—Más te vale no contarle a nadie lo que he dicho ahí abajo. ¿Lo has entendido?
La entendió perfectamente.
—O contengo la lengua, o la pierdo.
—Roose te ha entrenado bien.