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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

Danza de dragones (100 page)

BOOK: Danza de dragones
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Lady Dustin lo dejó allí solo.

El trofeo del Rey

El ejército del rey partió de Bosquespeso con la primera luz de un dorado amanecer, como una larga serpiente de acero que se desenroscara y saliera de su nido, tras las empalizadas de troncos.

Los caballeros sureños cabalgaban con toda su armadura, mellada y abollada tras muchas batallas, pero todavía suficientemente brillante para reflejar la luz del sol naciente. Sus estandartes y jubones, aunque sucios, descoloridos, rotos y remendados, seguían siendo un torbellino de colores enmedio del bosque invernal: el azur, el naranja, el rojo, el verde, el morado, el azul y el oro centelleaban entre los troncos pardos, los pinos y centinelas verdegrises, y los ventisqueros de nieve sucia.

Cada caballero contaba con escuderos, criados y soldados; tras ellos viajaban armeros, cocineros y mozos de cuadras, hileras de lanceros y hombres armados con hachas, veteranos curtidos en cien batallas y novatos que iban a enfrentarse a la primera batalla de su vida. Por delante marchaban los clanes de las colinas: jefes y campeones a lomos de rocines greñudos, con sus hirsutos luchadores que trotaban en pos de ellos envueltos en pieles, cuero endurecido y cotas de malla viejas. Los había que se habían pintado la cara de marrón y verde y se habían atado ramas de arbustos al cuerpo para ocultarse mejor en la espesura.

Tras la columna principal marchaba la caravana de equipaje: caballos, mulas, bueyes y una hilera interminable de carros y carromatos cargados de comida, forraje, carpas y otras provisiones. Por último, en retaguardia, más caballeros con armadura y unos cuantos jinetes dispersos se aseguraban de que ningún enemigo pudiera caer sobre ellos por sorpresa.

Asha Greyjoy viajaba en la caravana de equipaje, en un carromato cubierto que se movía sobre dos ruedas de hierro, encadenada de pies y manos y vigilada día y noche por la Osa, que roncaba más que un hombre. Su alteza el rey Stannis no quería correr el riesgo de que se le escapara: tenía intención de llevarla a Invernalia y exhibirla con sus cadenas para que los señores del norte vieran a la hija del kraken derrotada y humillada, una prueba de su poder.

La columna avanzó rodeada por el sonido de las trompetas. La punta de las lanzas brillaban a la luz del amanecer, y en los márgenes del camino, la hierba brillaba cubierta de escarcha matinal. Cien leguas de espesura separaban Bosquespeso de Invernalia; algo menos a vuelo de cuervo.

—Quince jornadas —comentaban los caballeros.

—Robert lo habría hecho en diez —oyó Asha alardear a lord Fell—. Robert había matado al abuelo de lord Fell en Refugio Estival y, por algún motivo inescrutable, eso había dotado al asesino de una fuerza ultraterrena a ojos del nieto—. Robert llevaría quince días en Invernalia y estaría burlándose de Bolton desde las almenas.

—Más vale que no se lo digas a Stannis, o nos hará marchar también de noche —recomendó Justin Massey.

«Este rey vive a la sombra de su hermano», pensó Asha.

El tobillo le seguía asestando puñaladas de dolor cada vez que cargaba el peso sobre él. No le cabía duda de que tenía algo roto: la hinchazón había desaparecido en Bosquespeso, pero seguía doliéndole. A aquellas alturas, una simple torcedura ya estaría curada. Las cadenas tintineaban cada vez que se movía, y los grilletes le laceraban las muñecas y el orgullo, pero ese era el precio de la rendición.

—Nadie se ha muerto por hincar la rodilla —le había dicho su padre en cierta ocasión—. El que se arrodilla puede volver a levantarse con una espada en la mano. El que no se arrodilla se queda muerto, eso sí, con las piernas bien derechas.

Balon Greyjoy lo había demostrado en persona cuando fracasó su primera rebelión: el kraken hincó la rodilla ante el venado y el huargo, pero solo para levantarse de nuevo tras la muerte de Robert Baratheon y Eddard Stark.

De manera que eso hizo la hija del kraken en Bosquespeso cuando la arrojaron delante del rey, atada y con el tobillo destrozado, pero sin que nadie la violara.

—Me rindo, alteza. Haced conmigo lo que queráis, yo solo os pido piedad para mis hombres.

Solo la preocupaban Qarl, Tris y el resto de los supervivientes del bosque de los Lobos. En total eran nueve. «Los nueve desharrapados», como los había llamado Cromm, que era quien tenía las heridas más graves.

Stannis les había perdonado la vida, pero Asha no lo consideraba misericordioso. Aquel hombre era decidido, sin duda, y tampoco carecía de valor. Sus hombres decían que era justo, y si su justicia era dura, implacable, la vida en las Islas del Hierro ya había acostumbrado a aquello a Asha Greyjoy. Pero no le gustaba aquel rey. Sus ojos azules siempre parecían desconfiados, y por debajo de la piel bullía constantemente una cólera fría. Para él, la vida de su prisionera no significaba nada. No era más que una rehén, un trofeo para demostrar al norte que había expulsado a los hijos del hierro.

«Pues le va a salir al revés.» Si conocía algo a los norteños, derrotando a una mujer no iba a impresionarlos precisamente, y como rehén valía menos que nada. Su tío Ojo de Cuervo era quien gobernaba las Islas del Hierro, y le daba igual que estuviera viva o muerta. Tal vez incomodara a Erik Ironmaker, el despojo humano que le había colgado Euron como marido, pero no tenía riquezas suficientes para pagar un rescate por ella.

Y no había manera de explicárselo a Stannis Baratheon. El mero hecho de que fuera una mujer parecía ofenderlo. A los hombres de las tierras verdes les gustaban las mujeres suaves, dulces y envueltas en sedas, no embutidas en cuero y cota de malla, con un hacha arrojadiza en cada mano. Sin embargo, por lo poco que había podido ver del rey en Bosquespeso, le quedaba muy claro que no la habría valorado más si hubiera llevado un vestido. Se había mostrado correcto y cortés con la esposa de Galbart Glover, la piadosa lady Sybelle, pero hasta ella lo incomodaba. Por lo visto, el rey sureño era de esos hombres para los que las mujeres pertenecían a otra especie tan extraña e incomprensible como los gigantes, los endriagos o los hijos del bosque. La Osa también le hacía rechinar los dientes.

Stannis solo prestaba atención a una mujer y la había dejado atrás, en el Muro.

—Aunque yo preferiría que estuviera aquí, con nosotros —confesó ser Justin Massey, el caballero rubio que iba al mando de la caravana de equipaje—. La última vez que entramos en combate sin lady Melisandre fue en el Aguasnegras, cuando la sombra de lord Renly cayó sobre nosotros y arrastró a la mitad de nuestra flota a la bahía.

—¿La última vez? —preguntó Asha—. ¿Esa hechicera estaba en Bosquespeso? Porque yo no la vi.

—Eso no fue una batalla digna de tal nombre. —Ser Justin sonrió—. Vuestros hijos del hierro lucharon con valor, mi señora, pero os superábamos con mucho en número y os cogimos por sorpresa. Invernalia sabrá que nos acercamos, y Roose Bolton cuenta con tantos hombres como nosotros.

«O más», pensó Asha. Hasta los prisioneros tienen oídos, y había escuchado las conversaciones en Bosquespeso, cuando el rey Stannis y sus capitanes debatían sobre aquella marcha. Ser Justin se había opuesto desde el principio, así como muchos de los caballeros y señores que habían llegado del sur con Stannis. Pero los lobos se habían empecinado; era intolerable que Roose Bolton controlara Invernalia y había que rescatar a la hijita de Ned de las garras de su bastardo. Eso decían Morgan Liddle, Brandon Norrey, Wull Cubo Grande, los Flint y hasta la Osa.

—Hay cien leguas de Bosquespeso a Invernalia —dijo Artos Flint la noche en que la discusión fue más encendida, en los salones de Galbart Glover—. Algo menos a vuelo de cuervo.

—Una marcha larga —apuntó un caballero llamado Corliss Penny.

—No tanto, no tanto —insistió ser Godry, el corpulento caballero al que llamaban Masacragigantes—. Ya hemos recorrido un largo camino. El Señor de Luz nos iluminará.

—¿Y qué hacemos cuando lleguemos a Invernalia? —inquirió Justin Massey—. Hay dos murallas separadas por un foso, y la interior tiene más de cincuenta varas de altura. Bolton no saldrá a enfrentársenos en terreno abierto, y no tenemos provisiones para un asedio.

—No olvidéis que se nos unirá Arnolf Karstark con todo su ejército —apuntó Harwood Fell—, y también Mors Umber. Contaremos con tantos norteños como lord Bolton. Además, hay bosques espesos al norte del castillo. Construiremos torres de asalto, arietes…

«Y moriréis como moscas», pensó Asha.

—Sería mejor que pasáramos aquí el invierno —sugirió lord Peasebury.

—¿Pasar aquí el invierno? —rugió Cubo Grande—. ¿Cuánta comida y forraje creéis que tiene Galbart Glover en sus almacenes?

Ser Richard Horpe, el caballero del rostro destrozado y las esfinges de calavera en el jubón, se volvió hacia Stannis.

—Alteza, vuestro hermano…

—Todos sabemos qué habría hecho mi hermano —interrumpió el rey—. Robert habría galopado él solo hasta las puertas de Invernalia, las habría derribado con su martillo y luego habría avanzado a caballo entre los cascotes para matar a Roose Bolton con la mano izquierda y a su bastardo con la derecha. —Stannis se puso en pie—. Yo no soy Robert, pero marcharemos y liberaremos Invernalia…, o moriremos en el intento.

Por muchas dudas que albergaran los señores, los soldados parecían tener fe en su rey. Stannis había derrotado a los salvajes de Mance Rayder en el Muro y había desterrado de Bosquespeso a Asha y los hijos del hierro. Era hermano de Robert, el vencedor de la famosa batalla marítima de Isla Bella, el hombre que había defendido Bastión de Tormentas durante toda la Rebelión de Robert. Y esgrimía un arma de héroe, la espada encantada
Dueña de Luz,
cuyo brillo iluminaba la noche.

—Nuestros enemigos no son tan poderosos como parecen —le aseguró ser Justin a Asha el primer día de marcha—. A lord Bolton lo temen, pero no lo aprecian. Y en cuanto a sus amigos los Frey… El norte no ha olvidado la Boda Roja, y no hay en Invernalia un solo señor que no perdiera a algún pariente allí. Stannis solo tiene que asestar un golpe a Bolton, y los norteños lo abandonarán.

«Eso es lo que queréis creer —pensó Asha—, pero el rey aún no ha asestado ese golpe, y habría que ser idiota para abandonar el bando ganador.»

Ser Justin fue a verla a su carromato media docena de veces aquel primer día para llevarle comida, agua y noticias. Era hombre de sonrisa fácil, con una broma siempre a punto, corpulento, con mejillas sonrosadas, ojos azules y una mata enmarañada de pelo rubio claro como el lino. Como carcelero era considerado, siempre solícito para con su prisionera.

—Te desea —le comentó la Osa tras la tercera visita.

Su verdadero nombre era Alysane de la casa Mormont, pero llevaba el apodo con tanta naturalidad como la armadura. La heredera de la isla del Oso era baja, robusta, musculosa, con grandes muslos, grandes pechos y grandes manos callosas. No se quitaba la cota de malla ni para dormir entre pieles; bajo ella vestía cuero endurecido, y por debajo, ropa de piel de oveja con el pelo hacia dentro para que le diera calor. Con tantas capas de ropa parecía casi tan ancha como alta.

«Y fiera.» A veces, a Asha Greyjoy le costaba recordar que la Osa y ella eran más o menos de la misma edad.

—Desea mis tierras —replicó—. Quiere las Islas del Hierro. —Reconocía los indicios porque ya los había observado en otros pretendientes. Massey no tenía acceso a las tierras y propiedades de su familia, en el sur, así que estaba obligado a buscarse un buen matrimonio o resignarse a ser un caballero más en la corte. Stannis había frustrado los planes de ser Justin de casarse con la princesa salvaje de la que tanto había oído hablar Asha, de modo que había puesto los ojos en ella. Sin duda soñaba con sentarla en el Trono de Piedramar, en Pyke, y gobernar por medio de ella como su amo y señor. Para eso tendría que deshacerse de su actual amo y señor, claro, por no mencionar a su tío, que la había casado con él.

«Ni en sueños —calculó Asha—. Ojo de Cuervo se comerá a ser Justin para desayunar, y ni siquiera tendrá que eructar luego.»

Pero eso carecía de importancia. Las tierras de su padre no serían jamás para ella, se casara con quien se casara. Los hijos del hierro no eran un pueblo propenso a perdonar, y Asha había sufrido dos derrotas: una en la asamblea de sucesión, a manos de su tío Euron, y otra en Bosquespeso, a manos de Stannis. Más que suficiente para que la considerasen incapaz de gobernar. Su matrimonio con Justin Massey, o con cualquier vasallo de Stannis Baratheon, haría más mal que bien.

«Al final ha resultado que la hija del kraken era una simple mujer —dirían los capitanes y reyes—. Mira cómo se abre de piernas para su suave señor de las tierras verdes.»

De todos modos, si ser Justin quería cortejarla con comida, vino y palabras, no sería ella quien se lo impidiera. Le hacía más compañía que la taciturna Osa, y aparte de él no tenía más que enemigos, cinco mil enemigos, a su alrededor. Tris Botley, Qarl la Doncella, Cromm, Roggon y el resto de su ensangrentado grupo se habían quedado en Bosquespeso, en las mazmorras de Galbart Glover.

El ejército avanzó nueve leguas el primer día, o eso les aseguraron los guías que les había proporcionado lady Sybelle, rastreadores y cazadores leales a Bosquespeso con nombres de clan como Arbolar, Bosques, Rama o Mata. El segundo día recorrieron seis, y la vanguardia salió de las tierras de los Glover para adentrarse en la espesura del bosque de los Lobos.

—R’hllor, envíanos tu luz para que nos guíe a través de estas sombras —rezaban los fieles todas las noches cuando se reunían en torno a una hoguera, junto al pabellón del rey, caballeros sureños y soldados por igual. Asha habría dicho que eran hombres del rey, pero los demás hombres de las tierras de la tormenta y las tierras de la corona decían que ellos eran hombres de la reina…, aunque la reina a la que seguían era la que aguardaba en el Castillo Negro, no la esposa que había dejado Stannis Baratheon en Guardiaoriente del Mar—. Oh, Señor de Luz, te suplicamos que nos mires con tus ojos de fuego y nos des calor y seguridad —rogaron a las llamas—, porque la noche es oscura y alberga horrores.

Un caballero corpulento, de nombre ser Godry Farring, encabezaba la marcha.

«Godry Masacragigantes. Mucho nombre para tan poco hombre.» Farring tenía el pecho amplio y músculos marcados bajo la armadura, y también era, en opinión de Asha, arrogante y vanidoso; hambriento de gloria y sordo a las advertencias, ansiaba alabanzas y era despectivo con los campesinos, los lobos y las mujeres. En eso último se parecía a su rey.

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