El anciano caballero leyó detenidamente el pergamino.
—Si Robert hubiera tenido noticia de esto, habría aplastado Lanza del Sol, igual que hizo con Pyke, y se habría cobrado la cabeza del príncipe Doran y la de la Víbora Roja… y seguramente también la de esa princesa dorniense.
—Sin duda, por eso el príncipe Doran optó por mantener el pacto en secreto —observó Daenerys—. Si mi hermano Viserys hubiese sabido que tenía una princesa dorniense esperándolo, habría ido a Lanza del Sol en cuanto hubiese tenido edad para casarse.
—Y el martillo de Robert habría caído sobre él y sobre Dorne —dijo Rana—. Mi padre se conformó con esperar al día en que el príncipe Viserys consiguiese un ejército.
—¿Vuestro padre?
—El príncipe Doran —hincó una rodilla en el suelo—. Alteza, tengo el honor de presentarme como Quentyn Martell, príncipe de Dorne y vuestro súbdito más leal.
Dany se echó a reír. El príncipe dorniense enrojeció; sus consejeros y su corte la miraron perplejos.
—¿Esplendor? —intervino Skahaz el Cabeza Afeitada en ghiscario—. ¿De qué os reís?
—Lo llaman Rana —dijo ella—, y ya sabemos por qué. En los Siete Reinos se cuentan a los niños cuentos sobre ranas que se convierten en príncipes encantados cuando las besa su amor verdadero. —Sonrió y se dirigió a los caballeros dornienses en la lengua común—. Decidme, príncipe Quentyn, ¿estáis encantado?
—No, alteza.
—Me lo temía. —«Ni encantado ni encantador, por desgracia. Es una pena que el príncipe sea él y no el rubio de los hombros anchos»—. Pero habéis venido a por un beso. Queréis casaros conmigo, ¿no? El regalo que me traéis sois vos mismo. En vez de Viserys y vuestra hermana, somos vos y yo quienes hemos de sellar este pacto si quiero contar con Dorne.
—Mi padre confiaba en que me encontraseis aceptable.
Daario Naharis dejó escapar una risa burlona.
—Me parecéis un cachorro. La reina necesita un hombre a su lado, no un niño llorón. No sois esposo para una mujer como ella. Cuando os laméis los labios, ¿seguís notando el sabor de la leche de vuestra madre?
Ser Gerris Drinkwater frunció el ceño al oírlo.
—Cuida tu lengua, mercenario. Estás hablando con un príncipe de Dorne.
—Y con su niñera, por lo visto. —Daario pasó los pulgares por la empuñadura de sus espadas y sonrió con gesto amenazador. Skahaz frunció el ceño como solo él sabía.
—Tal vez este chico sirva para Dorne, pero Meereen necesita un rey de sangre ghiscaria.
—He oído hablar de Dorne —dijo Reznak mo Reznak—. No hay más que arena, escorpiones y montañas yermas que se cuecen al sol.
—Dorne son cincuenta mil lanzas y espadas comprometidas al servicio de nuestra reina —respondió el príncipe Quentyn.
—¿Cincuenta mil? —se burló Daario—. Yo cuento tres.
—Ya basta —ordenó Daenerys—. El príncipe Quentyn ha cruzado medio mundo para ofrecerme este regalo y no permitiré que se le falte al respeto. —Se volvió hacia los dornienses—. Ojalá hubieseis llegado hace un año. Estoy prometida en matrimonio con el noble Hizdahr zo Loraq.
—Aún no es demasiado tarde… —dijo ser Gerris.
—Eso me corresponde a mí juzgarlo —replicó Daenerys—. Reznak, ocúpate de que se asignen al príncipe y a sus acompañantes habitaciones dignas de su alta cuna, y de que se atiendan sus deseos.
—Como gustéis, esplendor.
—Entonces, hemos terminado por hoy.
La reina se levantó. Daario y ser Barristan la siguieron por las escaleras que conducían a sus aposentos.
—Esto lo cambia todo —dijo el anciano caballero.
—No cambia nada —dijo Dany mientras Irri le quitaba la corona—. ¿De qué me sirven tres hombres?
—Tres caballeros —dijo Selmy.
—Tres mentirosos —repuso sombríamente Daario—. Me engañaron.
—Y también te compraron, no me cabe duda.
Él no se molestó en negarlo. Dany desenrolló el pergamino y lo examinó otra vez.
«Braavos. Esto se firmó en Braavos, cuando vivíamos en la casa de la puerta roja. —¿Por qué se sentía tan extraña? Recordó su pesadilla—. A veces, los sueños encierran verdades.» ¿Significaba que Hizdahr zo Loraq trabajaba para los hechiceros? ¿Podía tratarse de un aviso? ¿Le estaban diciendo los dioses que se olvidase de Hizdahr para casarse con este príncipe dorniense? Algo le acudió a la memoria.
—Ser Barristan, ¿cómo es el blasón de la casa Martell?
—Un sol en su cénit, atravesado por una lanza.
«El hijo del sol. —Tuvo un escalofrío. “Sombras y susurros.” ¿Qué más había dicho Quaithe?—. La yegua clara y el hijo del sol. Había también un león y un dragón. ¿O el dragón soy yo? —“Guardaos del senescal perfumado”», de eso sí se acordaba.
—Sueños y profecías. ¿Por qué siempre tienen que ser adivinanzas? Detesto las adivinanzas. Marchaos. Mañana es el día de mi boda.
Esa noche Daario la tomó de todas las formas en que un hombre podía tomar a una mujer, y ella se le entregó de buen grado. La última vez, cuando ya salía el sol, usó la boca para endurecerlo de nuevo, como Doreah le había enseñado mucho tiempo atrás, y lo montó con tal fiereza que la herida del mercenario comenzó a sangrar de nuevo, y durante un dulce instante no supo si estaba dentro de ella o ella dentro de él.
Pero cuando el sol alumbró el día de su boda, Daario Naharis se levantó, se vistió y se abrochó el cinto de la espada con sus mujeres lascivas de oro brillante.
—¿Adónde vas? —le preguntó Dany—. Te prohíbo que salgas de incursión hoy.
—Mi reina es cruel —dijo su capitán—. Si no puedo matar a tus enemigos, ¿cómo voy a entretenerme mientras te casas?
—Cuando caiga la noche ya no tendré enemigos.
—Acaba de amanecer, dulce reina. El día es largo y hay tiempo de sobra para una última incursión. Te traeré la cabeza de Ben Plumm el Moreno como regalo de bodas.
—Nada de cabezas —insistió Dany—. Una vez me trajiste flores.
—Que te las traiga Hizdahr. No es de los que se agacharían a cortar un diente de león, claro, pero tiene siervos que lo harán por él encantados. ¿Tengo tu permiso para irme?
—No. —Quería que se quedase y la abrazara. «Algún día se irá y no volverá. Algún día, un arquero le atravesará el pecho de un flechazo, o lo atacarán diez hombres con lanzas, espadas y hachas para convertirse en héroes. —Cinco de ellos morirían, pero eso no la ayudaría a soportar la pena—. Un día lo perderé, como perdí a mi sol y estrellas. Pero por favor, dioses, que no sea hoy»—. Vuelve a la cama y bésame. —Nadie la había besado jamás como Daario Naharis—. Soy tu reina y te ordeno que me folles.
Lo había dicho en broma, pero los ojos de Daario se endurecieron al oír sus palabras.
—Follarse a la reina es tarea del rey. Tu noble Hizdahr podrá encargarse de eso, cuando estéis casados. Y si resulta que es demasiado noble para mancharse de sudor, tiene sirvientes que también estarán encantados de hacerlo por él. O tal vez puedas llamar al chico dorniense a tu cama, y a su amigo el guapo, ¿por qué no? —Salió de la habitación.
«Va a salir de incursión —comprendió Dany—, y si se cobra la cabeza de Ben Plumm, irrumpirá en el banquete de bodas y la arrojará a mis pies. Que los Siete me amparen. ¿Por qué no será de alta cuna?»
Cuando se hubo ido, Missandei llevó a la reina un almuerzo sencillo a base de queso de cabra y aceitunas, con unas cuantas pasas para dar un toque dulce.
—Vuestra alteza necesita algo más que vino para desayunar. Sois muy menuda, y hoy sin duda necesitaréis fuerzas.
Aquello hizo reír a Daenerys, dicho por una chica aún más menuda que ella. Confiaba tanto en la pequeña escriba que a menudo se olvidaba de que acababa de cumplir los once años. Compartieron la comida en la terraza. Mientras Dany masticaba una aceituna, la naathi la miró con ojos de oro fundido.
—No es tarde para anunciar que habéis decidido no casaros.
«Sí que lo es», pensó la reina con tristeza.
—La sangre de Hizdahr es antigua y noble. Nuestro enlace unirá a mis libertos con su pueblo. Cuando seamos uno solo, también lo será nuestra ciudad.
—Vuestra alteza no ama al noble Hizdahr. Una cree que preferiríais a otro por marido.
«Hoy no debo pensar en Daario.»
—La reina ama a quien debe, no a quien quiere. —Había perdido el apetito—. Llévate esta comida. Ya es hora de que me bañe.
Más tarde, mientras Jhiqui la secaba, Irri le llevó el
tokar.
Dany envidió los holgados pantalones de seda y los chalecos pintados de las criadas dothrakis. Estarían mucho más frescas que ella, con el
tokar
de pesados flecos de perlas.
—Ayudadme a envolverme en esto, por favor. No me las arreglo con tantas cuentas.
Era consciente de que debería estar más emocionada con el día de su boda y la noche que seguiría. Rememoró la noche de su primera boda, cuando Khal Drogo tomó su virginidad bajo unas estrellas extrañas. Recordó que estaba muy asustaba, y también excitada. ¿Sería lo mismo con Hizdahr?
«No. Ya no soy aquella niña, y él no es mi sol y estrellas.»
Missandei volvió a salir de la pirámide.
—Reznak y Skahaz solicitan el honor de escoltar a vuestra alteza al templo de las Gracias. Reznak ha ordenado que os preparen el palanquín.
Los meereenos rara vez montaban a caballo dentro de la ciudad; preferían que sus esclavos los llevaran en volandas sobre palanquines, literas y sillas de mano.
«Los caballos ensucian las calles —le había dicho un hombre—; los esclavos, no.» Dany había liberado a los esclavos, pero los palanquines, literas y sillas seguían atestando las calles, y ninguno flotaba en el aire por arte de magia.
—Hace demasiado calor para ir encerrada en un palanquín. Que ensillen a mi plata. No acudiré ante mi señor esposo a hombros de porteadores.
—Alteza —dijo Missandei—, una lo siente mucho, pero no podéis montar con el
tokar
puesto.
Como de costumbre, la pequeña escriba tenía razón. El
tokar
no era una prenda pensada para ir a caballo. Dany hizo un gesto de desagrado.
—De acuerdo, pero no iré en el palanquín; me ahogaría entre todas esas telas. Que preparen una silla de mano. —Si tenía que ponerse las orejas largas, que la viesen todos los conejos.
Cuando Dany hizo su aparición, Reznak y Skahaz cayeron de rodillas.
—Vuestra adoración brilla tanto que cegará a todos los hombres que se atrevan a mirar —dijo el senescal Reznak, que llevaba un
tokar
de brocado granate con flecos dorados—. Hizdahr zo Loraq es muy afortunado al teneros… y vos al tenerlo a él, si me permitís la osadía. Este enlace salvará nuestra ciudad, ya lo veréis.
—Rezamos por ello. Quiero plantar mis olivos y verlos dar fruto. —«¿Acaso importa que no me complazcan los besos de Hizdahr? La paz me complacerá. ¿Soy una reina o una simple mujer?»
—Hoy, las multitudes parecerán enjambres de moscas. —El Cabeza Afeitada vestía una falda negra plisada y una coraza musculada, y bajo el brazo llevaba un yelmo de cobre con forma de cabeza de serpiente.
—¿Debería tener miedo de las moscas? Tus bestias de bronce me mantendrán a salvo de cualquier daño.
La base de la Gran Pirámide siempre se encontraba en penumbra. Las paredes de treinta pies de grosor ahogaban el tumulto de las calles y mantenían fuera el calor, de forma que el interior era fresco y oscuro. Su escolta estaba dentro, ya formada ante las puertas. Los establos de caballos, burros y mulas se encontraban en los muros del oeste, y los de los elefantes, en los del este. Dany se había hecho con tres de aquellas bestias extrañas y descomunales. Le parecían mamuts lampiños y grises, aunque les habían recortado y recubierto de oro los colmillos, y tenían los ojos tristes.
Belwas el Fuerte se dedicaba a comer uvas, mientras Barristan Selmy observaba al mozo de cuadra que ajustaba la cincha de su caballo tordo. Los tres dornienses estaban hablando con él, pero se apartaron cuando apareció la reina. El príncipe dobló una rodilla.
—Vuestra alteza, mi deber es suplicaros. Mi padre está perdiendo las fuerzas, pero su devoción por vuestra causa es tan tenaz como siempre. Si mi actitud o mi persona no han sido de vuestro agrado, lo lamento, pero…
—Si queréis agradarme, alegraos por mí —replicó Daenerys—. Es el día de mi boda. En la Ciudad Amarilla se bailará, estoy segura —suspiró—. Levantaos, mi príncipe, y sonreíd. Algún día regresaré a poniente para reclamar el trono de mi padre, y acudiré a Dorne en busca de ayuda. Hoy por hoy, los yunkios han puesto un cerco de acero a mi ciudad. Tal vez muera antes de ver mis Siete Reinos; tal vez muera Hizdahr; tal vez Poniente sea engullido por las olas. —Lo besó en la mejilla—. Vamos. Es hora de que me case.
Ser Barristan la ayudó a subir a la silla y Quentyn volvió con sus compañeros dornienses. Belwas el Fuerte bramó para que abriesen las puertas, y los porteadores sacaron a Daenerys Targaryen al sol. Selmy se situó tras ella en su caballo tordo.
—Decidme —inquirió Dany cuando el cortejo se encaminó hacia el templo de las Gracias—, si mis padres hubiesen sido libres para hacer lo que les dictaba el corazón, ¿con quiénes se habrían casado?
—Eso pasó hace mucho tiempo. Vuestra alteza no habrá oído hablar de las otras personas.
—Pero vos sí. Contádmelo.
El anciano caballero inclinó la cabeza.
—Vuestra madre, la reina, siempre fue consciente de sus obligaciones. —Estaba muy atractivo con su armadura de oro y plata, con la capa blanca ondeando desde sus hombros, pero por su voz era obvio que lo pasaba mal, como si cada palabra fuese una piedra que debía tragarse—. De joven, sin embargo… En cierta ocasión, se enamoró de un joven caballero de las tierras de la tormenta que portó su prenda en un torneo y la nombró reina del amor y la belleza. No duró mucho.
—¿Qué pasó con el caballero?
—Dejó la lanza el día en que vuestra señora madre se casó con vuestro padre. Después se volvió muy piadoso, y se le oyó decir que solo la Doncella podía reemplazar a la reina Rhaella en su corazón. Su romance era imposible, por supuesto. Un caballero hacendado no es consorte digno de una princesa de sangre real.
«Y Daario Naharis solo es un mercenario, ni siquiera digno de abrocharle las espuelas a un simple caballero hacendado.»
—¿Y mi padre? ¿Hubo alguna mujer a la que amase más que a su reina?
—No…, amar, no. —Ser Barristan se agitó incómodo en la silla—. Quizá
desear
sería una palabra más adecuada, pero… no eran más que habladurías de las cocinas, susurros de lavanderas y mozos de cuadras…