—Quiero saberlo. No conocí a mi padre. Quiero saberlo todo sobre él. Lo bueno y… lo demás.
—Como ordenéis. —El caballero blanco escogió las palabras con cuidado—. El príncipe Aerys… cuando era joven, se sentía atraído por cierta dama de Roca Casterly, una prima de Tywin Lannister. Cuando ella se casó con Tywin, vuestro padre bebió demasiado vino durante la boda y lo oyeron decir cuánto lamentaba que hubiesen abolido el derecho del señor a la primera noche. Una broma de borrachos, nada más, pero Tywin Lannister no es de los que olvidan unas palabras semejantes, ni las… libertades que se tomó vuestro padre durante el encamamiento. —Se sonrojó—. He hablado demasiado, alteza. He…
—¡Bienhallada, mi gentil reina! —Otro cortejo se había puesto a la altura del suyo, y Hizdahr zo Loraq le sonreía desde su propia silla.
«Mi rey. —Dany se preguntó dónde estaría Daario Naharis, qué estaría haciendo en ese instante—. Si esto fuera un cuento, llegaría galopando justo cuando el cortejo alcanzase el templo, para batirse con Hizdahr por mi mano.»
Juntos, el cortejo de Dany y el de Hizdahr zo Loraq avanzaron despacio por Meereen, hasta que el templo de las Gracias se alzó imponente ante ellos, con sus cúpulas doradas resplandecientes al sol.
«Qué bonito —trató de pensar la reina; pero en su interior había una niñita tonta que no podía evitar mirar en derredor buscando a Daario—. Si te amase, vendría y te llevaría a punta de espada, igual que Rhaegar se llevó a su norteña», insistía la niña que era en el fondo; pero la reina sabía que eran tonterías. Incluso si su capitán estuviese lo bastante loco para intentarlo, las bestias de bronce lo despedazarían antes de que pudiese acercarse a cien pasos de ella.
Galazza Galare los esperaba a las puertas del templo, rodeada por sus hermanas vestidas de blanco, rosa y rojo, azul, oro y violeta.
«Hay menos que antes. —Dany buscó a Ezzara y no la vio—. ¿Se la habrá llevado la colerina sangrienta?» A pesar de que la reina había abandonado a los astaporis para que muriesen de hambre al otro lado de la muralla con el fin de evitar la propagación, la enfermedad se estaba extendiendo. Había muchos afectados: libertos, mercenarios, bestias de bronce y hasta dothrakis, aunque por el momento no había tocado a ningún inmaculado. Rezó para que ya hubiese pasado lo peor.
Las gracias le llevaron un sillón de marfil y un cuenco de oro. Sujetando delicadamente su
tokar
para no enredarse con los flecos, Daenerys Targaryen se acomodó en el lujoso asiento de terciopelo, y Hizdahr zo Loraq se arrodilló, le desató las sandalias y le lavó los pies mientras cincuenta eunucos cantaban y diez mil ojos los observaban.
«Tiene manos tiernas —caviló al sentir los cálidos aceites perfumados en los dedos—. Si también tiene el corazón tierno, puede que con el tiempo llegue a cobrarle afecto.»
Cuando terminó de lavarle los pies, Hizdahr se los secó con una toalla suave, volvió a atarle las sandalias y la ayudó a ponerse en pie. Cogidos de la mano, siguieron a la gracia verde al interior del templo, donde el aire estaba cargado de incienso y un manto de oscuridad envolvía a los dioses de Ghis en sus nichos.
Cuatro horas más tarde salieron como marido y mujer, atados por las muñecas y los tobillos con cadenas de oro amarillo.
La reina Selyse se presentó en el Castillo Negro con su hija, el bufón de la niña, criadas, damas, y un séquito compuesto por cincuenta caballeros, espadas juramentadas y soldados.
«Son todos hombres de la reina —comprendió Jon—. Asísten a Selyse, pero a quien obedecen es a Melisandre.»
La sacerdotisa roja lo había avisado de la visita de la reina casi un día antes de que llegase el cuervo de Guardiaoriente con el mismo mensaje.
Recibió al grupo junto a los establos, en compañía de Seda, Bowen Marsh y media docena de guardias que vestían largas capas negras. Si la mitad de lo que se decía de la reina era cierto, presentándose ante ella sin una comitiva propia corría el riesgo de que lo confundiese con un mozo de cuadra y le entregase las riendas del caballo.
Las nevadas se habían desplazado por fin hacia el sur y les daban una tregua. Mientras se arrodillaba ante la reina sureña, incluso le pareció que el aire era algo más cálido.
—Alteza, el Castillo Negro os da la bienvenida a vos y a los vuestros.
—Gracias. Os ruego que me escoltéis hasta vuestro lord comandante —respondió la reina, mirándolo desde arriba.
—Mis hermanos me escogieron a mí para tal honor. Soy Jon Nieve.
—¿Vos? Me habían dicho que erais joven, pero… —El rostro de la reina Selyse estaba demacrado y pálido. Llevaba una corona de oro rojo con puntas en forma de llamas, exactamente igual que la de Stannis—. Podéis levantaros, lord Nieve. Esta es mi hija Shireen.
—Princesa… —Jon inclinó la cabeza. Shireen era una joven poco agraciada, y la psoriagrís la afeaba más aún: le había dejado el cuello y parte de la mejilla grises, endurecidos y agrietados—. Mis hermanos y yo estamos a vuestro servicio —dijo a la muchacha.
—Gracias, mi señor —respondió Shireen, sonrojada.
—Ya conocéis a mi tío, ser Axell Florent —continuó la reina.
—Solo por cuervos. —«E informes.» Las cartas que había recibido de Guardiaoriente del Mar hablaban mucho de Axell Florent, y poco de lo que decían era bueno—. Ser Axell…
—Lord Nieve… —Florent era un hombre robusto, de piernas cortas y pecho abombado. Tenía la nariz y la mandíbula cubiertas de vello hirsuto, que también le asomaba por las orejas y por las ventanas de la nariz.
—Mis leales caballeros —prosiguió la reina Selyse—: ser Narbert, ser Benethon, ser Brus, ser Patrek, ser Dorden, ser Malegom, ser Lambert, ser Perkin. —Iban haciendo una reverencia a medida que la reina los nombraba. No se molestó en presentar al bufón, pero los cencerros del sombrero astado y los variopintos tatuajes que le recorrían las mejillas hinchadas hacían imposible pasarlo por alto.
«Caramanchada.» Las cartas de Cotter Pyke también lo mencionaban; Pyke decía que era retrasado.
La reina hizo una seña a otro curioso miembro de su séquito: un hombre alto y flaco como un palo, con un estrafalario sombrero de tres niveles de fieltro morado que resaltaba más aún su altura.
—Y aquí tenemos al honorable Tycho Nestoris, un emisario del Banco de Hierro de Braavos, que ha venido a hablar con el rey Stannis.
El banquero se quitó el sombrero e hizo una profunda reverencia.
—Lord comandante, agradezco vuestra hospitalidad y la de vuestros hermanos. —Hablaba la lengua común con fluidez y un acento muy leve. Medía casi un palmo más que Jon; una barba fina como una cuerda le nacía en la barbilla y le llegaba casi hasta la cintura. Llevaba ropa de un morado sombrío y con ribetes de armiño, y un cuello alto y rígido le enmarcaba el rostro enjuto—. Espero que nuestra presencia no os resulte demasiado molesta.
—En absoluto, mi señor. Sois bienvenido. —«Bastante más que esta reina, la verdad.» Cotter Pyke había enviado un cuervo con antelación para avisar de la llegada del banquero. Desde entonces, Jon no había pensado en gran cosa. Se volvió hacia la reina—. Los aposentos reales de la Torre del Rey están acondicionados para vuestra alteza, y os acogerán durante todo el tiempo que deseéis permanecer con nosotros. Os presento a Bowen Marsh, nuestro lord mayordomo. Buscará alojamiento para vuestros hombres.
—Sois muy amable al hacemos un hueco. —Las palabras de la reina eran corteses, pero su tono indicaba que, a su parecer, los hombres solo cumplían su obligación y más les valía que las habitaciones fueran de su agrado—. No nos quedaremos demasiado tiempo; unos días, como mucho. Tenemos intención de dirigimos a nuestro nuevo asentamiento del Fuerte de la Noche tan pronto como hayamos descansado. El viaje desde Guardiaoriente ha sido agotador.
—Como deseéis, alteza —dijo Jon—. Imagino que tendréis frío y hambre. En nuestra sala común os aguarda una comida caliente.
—Muy bien. —La reina echó un vistazo al patio—. Sin embargo, antes me gustaría hablar con lady Melisandre.
—Por supuesto, alteza. Sus habitaciones se encuentran también en la Torre del Rey. Seguidme, os lo ruego. —La reina Selyse asintió, tomó a su hija de la mano y se dejó guiar por Jon desde los establos. Ser Axell, el banquero braavosi y los demás los siguieron como una bandada de patitos envueltos en lana y pieles.
—Alteza —dijo Jon Nieve—, mis constructores han hecho cuanto estaba en sus manos por preparar el Fuerte de la Noche para vuestra llegada… Pero gran parte sigue en ruinas. Es un castillo grande, el más grande del Muro, y solo hemos podido reconstruirlo parcialmente. Puede que estéis más cómoda si volvéis a Guardiaoriente del Mar.
—No vamos a volver a Guardiaoriente —respondió la reina frunciendo la nariz—. No nos gusta. Una reina debería ser la señora de su casa. Ese Cotter Pyke que nos mandasteis ha resultado ser un hombre grosero, desagradable, problemático y mezquino.
«Tendrías que oír lo que dice Cotter de ti.»
—No sabéis cuánto lo siento, pero me temo que vuestra alteza descubrirá que las condiciones en las que se encuentra el Fuerte de la Noche os gustarán aún menos. Es un fuerte, no un palacio. Es un lugar lúgubre y frío. Sin embargo, Guardiaoriente…
—Guardiaoriente no es un lugar seguro. —La reina puso una mano en el hombro de su hija—. Esta es la verdadera heredera del rey. Un día se sentará en el Trono de Hierro y gobernará los Siete Reinos. Debe estar a salvo, y es en Guardiaoriente donde se producirá el ataque. Mi esposo ha escogido el Fuerte de la Noche y allí nos asentaremos. No vamos a… ¡Oh!
Una sombra enorme emergió tras el esqueleto de la Torre del Comandante. La princesa Shireen soltó un gritito, y tres caballeros de la reina se sobresaltaron al mismo tiempo. Otro dejó escapar un juramento.
—Que los Siete nos asistan. —La impresión le había hecho olvidar momentáneamente a su nuevo dios rojo.
—No os asustéis —les dijo Jon Nieve—. No va a haceros ningún daño, alteza. Os presento a Wun Wun.
—Wun Weg Wun Dar Wun. —La voz del gigante retumbó como una roca al caer por la ladera de una montaña. Se arrodilló ante ellos. Incluso en aquella postura los sobrepasaba en altura—. Arrodillo reina. Pequeña reina. —Sin duda, Pieles le había enseñado aquellas palabras.
—¡Es un gigante! —La princesa Shireen tenía los ojos como platos—. Un gigante de verdad, como los de los cuentos. ¿Por qué habla tan raro?
—Todavía no conoce bien la lengua común —explicó Jon—. En su tierra, los gigantes hablan la antigua lengua.
—¿Puedo tocarlo?
—Más vale que no —aconsejó su madre—. Míralo. Es una criatura abominable. —Miró a Jon con el ceño fruncido—. Lord Nieve, ¿qué hace esta bestia en nuestro lado del Muro?
—Wun Wun es un invitado de la Guardia de la Noche, al igual que vos.
A la reina no le gustó aquella respuesta, y a sus caballeros tampoco. Ser Axell hizo un gesto de desagrado y ser Brus ahogó una risita nerviosa.
—Tenía entendido que ya no había gigantes —dijo ser Narbert.
—Quedan muy pocos. —«Ygritte lloró por ellos.»
—En la oscuridad, los muertos bailan. —Caramanchada movió los pies en un grotesco paso de danza—. Lo sé, lo sé, je, je, je. —En Guardiaoriente le habían confeccionado una capa con retales de piel de castor, oveja y conejo. De las astas del sombrero colgaban cencerros y largas tiras de piel de ardilla que le cubrían las orejas. Cada uno de sus movimientos iba acompañado de sonidos tintineantes.
Wun Wun lo miró fascinado, pero cuando intentó acercarse, el bufón saltó hacia atrás, haciendo sonar los cencerros.
—Oh no, oh no, oh no. —Aquello hizo que Wun Wun se levantara. La reina agarró a la princesa Shireen y tiró de ella hacia atrás; los caballeros desenvainaron las espadas, y Caramanchada, alarmado, salió corriendo, tropezó y acabó con el culo hundido en un ventisquero.
Wun Wun se echó a reír. Las risotadas de un gigante dejarían en ridículo el rugido de un dragón, por lo que Caramanchada se cubrió las orejas, la princesa Shireen apretó el rostro contra las pieles de su madre y un valiente caballero se adelantó blandiendo su acero. Jon alzó una mano para detenerlo.
—Es mejor que no lo hagáis enfadar. Envainad vuestra espada. Pieles, vuelve con Wun Wun a la Torre de Hardin.
—¿Comer ahora, Wun Wun? —preguntó Wun Wun.
—Comer ahora —accedió Jon—. Enviaré una fanega de hortalizas para él y carne para ti —le dijo a Pieles—. Enciende un fuego.
—Lo haré, mi señor, pero en Hardin hace un frío que cala hasta los huesos —contestó Pieles con una sonrisa—. ¿Podría mi señor mandar algo de vino para mantenemos calientes?
—Para ti, pero no para él. —Wun Wun no había probado el vino hasta llegar al Castillo Negro, pero desde entonces había desarrollado una afición gigantesca por él. «Demasiada.» Jon tenía bastantes problemas a los que enfrentarse para añadir al lote un gigante borracho. Se volvió hacia los caballeros de la reina—. Mi señor padre decía que no se debería desenvainar una espada a menos que se fuera a hacer uso de ella.
—Pensaba usarla. —El caballero iba afeitado y tenía el rostro curtido por el viento; bajo una capa de piel blanca vestía un jubón de tela de plata con una estrella azul de cinco puntas—. Según tenía entendido, la Guardia de la Noche defiende al reino de estos monstruos. Nadie me había dicho que los tuvierais de mascotas.
—¿Y vos sois…? —«Otro imbécil sureño.»
—Ser Patrek de la Montaña del Rey, mi señor.
—Desconozco los usos de vuestra montaña en lo tocante a la inmunidad de los huéspedes, pero en el norte es sagrada. Wun Wun es un invitado.
—Decidme, lord comandante —dijo ser Patrek con una sonrisa—, si aparecen los Otros, ¿también pensáis ofrecerles vuestra hospitalidad? —El caballero se volvió hacia la reina—. Alteza, si no me equivoco, esa es la Torre del Rey. ¿Me concedéis el honor de acompañaros?
—Como deseéis. —La reina aceptó su brazo y pasó por delante de los hombres de la Guardia de la Noche sin mirar atrás.
«Esas llamas que lleva en la corona son lo más cálido que hay en ella.»
—Lord Tycho —llamó Jon—. Esperad un momento, por favor.
—No soy ningún señor —contestó el braavosi al tiempo que se detenía—. Tan solo un mero sirviente del Banco de Hierro de Braavos.
—Cotter Pyke me ha informado de que llegasteis a Guardiaoriente con tres barcos: una galeaza, una galera y una coca.