Read Definitivamente Muerta Online

Authors: Charlaine Harris

Definitivamente Muerta (25 page)

BOOK: Definitivamente Muerta
6.82Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Y necesitaré brujas auténticas —dijo Amelia—. Gente que trabaje con calidad, no cualquier wiccana de tres al cuarto. —Amelia la emprendió contra las wiccanas durante un buen rato. Las despreciaba (injustamente) como advenedizas y trepas, según se desprendía, sin ninguna duda, de sus pensamientos. Lamenté sus prejuicios, puesto que había tenido ocasión de conocer a algunas wiccanas impresionantes.

Claudine me miró con expresión dubitativa.

—No estoy segura de que debamos presenciar esto —dijo.

—Puedes marcharte, Claudine. —Estaba dispuesta a experimentar cualquier cosa, con tal de olvidarme del boquete que tenía en el corazón—. Me quedaré a mirar. Tengo que saber qué ocurrió aquí. Ahora mismo hay demasiados misterios en mi vida.

—Pero tienes que visitar a la reina esta noche —me recordó Claudine—. Ya te perdiste anoche la oportunidad de hacerlo en un evento formal. Tengo que llevarte de compras, no voy a dejar que te presentes con la ropa de tu prima.

—No conseguiría meter el culo en ninguna prenda —dije.

—No querría meterse tampoco —respondió ella con la misma hosquedad—. Deja de comportarte como una cría, Sookie Stackhouse.

Me quedé mirándola, permitiendo que contemplara el dolor que llevaba dentro.

—Vale, lo pillo —dijo, dándome unas amables palmadas en la mejilla—. Es una mierda como una casa, pero tienes que superarlo. No es más que un tío.

Había sido el primer tío.

—Mi abuela llegó a servirle limonada —dije, y aquello volvió a invocar mis lágrimas.

—Eh —dijo Amelia—. Que le den, ¿vale?

Miré a la joven bruja. Era guapa, dura y una chiflada de cuidado, pensé. Tenía razón.

—Sí —dije—. ¿Cuándo puedes empezar con la ecto como se llame?

—Tengo que hacer algunas llamadas —contestó— y ver a quién puedo reunir. La noche siempre es más propicia para la magia, por supuesto. ¿Cuándo llamarás a la reina?

Me lo pensé.

—Cuando haya anochecido del todo —respondí—. Puede que a las siete.

—Debería llevar un par de horas —dijo Amelia, y Claudine asintió—. Vale, les diré que estén aquí a las diez, para dejar un margen de tiempo. Bueno, y estaría genial que la reina costease todo esto.

—¿Cuánto quieres cobrarle?

—Realmente no quiero nada; lo hago por la experiencia y para poder decir que he hecho una —dijo Amelia con franqueza—, pero las demás querrán unos emolumentos. Unos trescientos por cabeza, más el material.

—¿Y dices que necesitarás a otras tres brujas?

—Me gustaría que fuesen otras tres, pero con las que consiga reunir en tan poco tiempo... haré lo que pueda. Dos podrían bastar. Y el material debería costar... —Hizo unos rápidos cálculos mentales—. Alrededor de los sesenta dólares.

—¿Qué tendré que hacer yo?

—Observar. Yo haré el trabajo pesado.

—Se lo diré a la reina —respiré hondo—. Si no paga ella, lo haré yo.

—Está bien. Entonces estamos listas. —Se fue cojeando de la habitación felizmente, contando las cosas pendientes con los dedos. Oí cómo bajaba las escaleras.

—Tengo que curarte el brazo —dijo Claudine—. Y luego tenemos que buscarte algo de ropa.

—No me apetece gastar dinero en una visita de cortesía a la reina. —Especialmente si cabía la posibilidad de que tuviera que pagar a las brujas de mi bolsillo.

—No tienes por qué. Te lo regalo.

—Puede que seas mi hada madrina, pero no tienes por qué gastarte el dinero conmigo. —Tuve una repentina revelación—. Fuiste tú quien pagó la factura del hospital en Clarice.

Claudine se encogió de hombros.

—Qué más da, el dinero sale de mi club de
striptease
, no de mi trabajo normal. —Claudine era copropietaria de un club en Ruston, junto con Claude, que se encargaba del día a día del establecimiento. Claudine también trabajaba en el departamento de atención al cliente en unos grandes almacenes. La gente solía olvidarse de sus quejas ante la sonrisa de Claudine.

La verdad es que no me importaba tanto gastar el dinero del club como hacerlo con los ahorros personales de Claudine. No era muy lógico, pero era la verdad.

Claudine había aparcado su coche en la vía circular del patio, y ya estaba sentada dentro cuando bajé las escaleras. Había sacado un botiquín y me vendó el brazo. Luego me ayudó a ponerme algo de ropa. El brazo me dolía, pero no parecía estar infectado. Me sentía débil, como si hubiese tenido alguna enfermedad que provocase mucha fiebre y la pérdida de muchos líquidos. Así que me movía muy despacio.

Llevaba unos pantalones vaqueros con sandalias y una camiseta porque no tenía otra cosa.

—Está claro que no puedes ver a la reina de esa guisa —dijo ella, de forma amable pero determinada. Ya fuese porque estaba familiarizada con Nueva Orleans, o porque tuviera un buen karma para las compras, Claudine condujo directamente hasta una tienda de ropa en Garden District. Era la típica tienda que yo solía descartar cuando iba sola, por considerar que era para mujeres más sofisticadas y con mucho más dinero del que yo disponía. Claudine llevó el coche directamente al aparcamiento, y al cabo de cuarenta y cinco minutos ya teníamos un vestido. Era de gasa y tenía las mangas cortas. Tenía infinidad de colores: turquesa, cobre, marrón, marfil. Las sandalias de tira que llevaba con el vestido eran marrones.

Sólo me faltaba ser socia del club de campo.

Claudine se guardó la etiqueta del precio.

—Déjate el pelo suelto —me aconsejó—. No necesitas un peinado especial para lucir el vestido.

—Sí, ya es llamativo de por sí —dije—. ¿Quién es Diane von Furstenburg? ¿No es muy caro? ¿No es un poco descubierto para esta época?

—Puede que tengas un poco de frío si te lo pones en marzo —concedió Claudine—. Pero podrás ponértelo cada verano, durante años. Tienes un aspecto estupendo. Y la reina sabrá que te tomaste tu tiempo para ponerte algo adecuado para ir a verla.

—¿No puedes acompañarme? —pregunté, un poco triste—. No, claro que no puedes. —Los vampiros zumban alrededor de las hadas igual que los colibríes alrededor del agua dulce.

—Puede que no sobreviviera —dijo, consiguiendo sonar avergonzada por que aquello le impidiera permanecer a mi lado.

—No te preocupes. Después de todo, lo peor ya ha pasado, ¿no? —Extendí las manos—. Solían amenazarme, ¿sabes? Si no hacía lo que querían, solían amenazar con represalias hacia Bill. Eh, ¿sabes qué? Ya no me importa.

—Piensa antes de hablar—me aconsejó Claudine—. No puedes ser impertinente con la reina. Ni siquiera un trasgo lo sería.

—Lo prometo —dije—. Agradezco de veras que hayas venido hasta aquí, Claudine.

Me fundí con ella en un gran abrazo. Claudine era tan alta y delgada, que era como abrazar un árbol de corteza suave.

—Ojalá no hubiese sido necesario —dijo.

17

La reina era propietaria de un bloque de edificios en el centro de Nueva Orleans, puede que a tres manzanas del barrio francés. Eso da una buena pista del dinero que maneja. Cenamos temprano (de repente me di cuenta del hambre que tenía), y luego Claudine me dejó a un par de manzanas, porque cerca de la sede de la reina había demasiado tráfico y estaba todo atestado de turistas. Si bien el gran público no sabía que Sophie-Anne Leclerq era una reina, sí estaba al tanto de que era una vampira muy adinerada con un montón de propiedades inmobiliarias y que se gastaba ingentes cantidades de dinero en la comunidad. Además, sus guardaespaldas eran de procedencia muy variada y habían recibido un permiso especial para llevar armas dentro de los límites de la ciudad. Eso quería decir que sus propiedades, oficinas y viviendas estaban en la lista turística de lugares que debían visitarse, sobre todo de noche.

Aunque el tráfico rodeaba el edificio de día, por la noche, las calles de la zona sólo estaban abiertas para los peatones. Los autobuses paraban a una manzana, y los guías turísticos conducían a los forasteros por el edificio reformado. Grupos organizados y turistas independientes incluían lo que los guías llamaban «Sede vampírica» en sus planos.

La seguridad saltaba a la vista. Todo el edificio podría ser perfectamente un objetivo potencial de la Hermandad del Sol.

Algunos negocios de vampiros habían sido atacados en otras zonas del país, y la reina no estaba dispuesta a perder su no vida de esa manera.

Los vigilantes de servicio eran vampiros, y ponían los pelos de punta al más pintado. La reina tenía su propio SWAT vampírico. Aunque estas criaturas eran letales por sí mismas, la reina se había dado cuenta de que los humanos prestaban más atención si veían siluetas reconocibles. Así que no sólo los hacía ir fuertemente armados, sino que lucían chalecos antibalas negros sobre uniformes del mismo color. Eran unos asesinos letales de lo más chic.

Claudine me había preparado para todo eso durante la cena, por lo que me sentí muy bien informada cuando me dejó. También me dio la impresión de acudir a una fiesta en el jardín de la reina de Inglaterra con mi nueva ropa. Al menos no tenía que llevar sombrero. Pero mis tacones marrones corrían peligro sobre el tosco suelo.

—Contemplen la sede de la vampira más famosa y prominente de Nueva Orleans, Sophie-Anne Leclerq —le estaba diciendo un guía a su grupo. Vestía un llamativo atuendo de estilo colonial: sombrero de tricornio, calzones hasta las rodillas, medias y zapatos abotonados. Dios mío de mi vida. Cuando me paré a escuchar, sus ojos repararon en mí, repasaron mi atuendo, y se agudizaron con interés—. Quienquiera que acuda a una recepción de Sophie-Anne, no puede hacerlo con ropa de diario. —Mantuvo allí al grupo y me dedicó unos gestos—. Esta joven señorita lleva una ropa más que adecuada para una entrevista con la vampira..., una de las vampiras más ilustres de Estados Unidos. —Sonrió al grupo, invitándoles a compartir con él la referencia.

Había otros cincuenta vampiros tan prominentes como ella. Puede que no tan coloridos u orientados a las relaciones públicas como Sophie-Anne Leclerq, pero la gente no tenía ni idea.

En vez de rodearlo del típico aire mortal y exótico, el «castillo» de la reina se parecía más a una Disneylandia macabra, gracias a los vendedores ambulantes de recuerdos, los guías turísticos y los tímidos curiosos. Había incluso un fotógrafo. En cuanto me acerqué al primer anillo de seguridad, un hombre se puso delante de mí de un salto y me sacó una foto. El flash me dejó petrificada y lo miré (al menos miré hacia donde creía que se encontraba) mientras los ojos se me volvían a acostumbrar a la oscuridad. Cuando por fin pude verlo bien, descubrí que era un hombre pequeño y mugriento con una gran cámara y expresión decidida. Se apartó de inmediato hacia lo que supuse que era su posición habitual, una esquina del lado opuesto de la calle. No se ofreció a venderme la foto o a darme una explicación sobre dónde podría comprarla. Sencillamente no dijo nada.

Tuve una mala sensación acerca del incidente. Cuando hablé con uno de los guardias, mis sospechas se confirmaron.

—Es un espía de la Hermandad —dijo el vampiro, señalando con la cabeza en dirección al hombrecillo. Comprobó que mi nombre estaba en una lista sujeta con un clip. El guardia era un hombre corpulento, de piel marrón y una nariz curvada como el arco iris. Nació humano en alguna parte de Oriente Medio, hace no se sabe cuánto. El parche adherido con velero a su casco ponía «RASUL»—. Tenemos prohibido matarlo —continuó Rasul, como si estuviese explicando una costumbre local algo embarazosa. Me sonrió, lo cual resultó también desconcertante. El casco le cubría buena parte de la cara, y la correa de seguridad era de las que redondean la barbilla, por lo que apenas podía ver nada de ella. Entre lo poco que se percibía estaban, por el momento, sus blancos y afilados dientes—. La Hermandad fotografía a cualquiera que entre o salga del edificio, y no parece que haya nada que podamos hacer, ya que queremos mantener la buena voluntad de los humanos.

Rasul asumió correctamente que yo era una aliada de los vampiros, al estar en la lista de invitados. Me trató con una camaradería que hallé relajante.

—Sería maravilloso que le pasase algo a su cámara —sugerí—. Yo ya estoy en la lista negra de la Hermandad.

Aunque me sentía culpable por pedirle a un vampiro que arreglase un accidente contra otro ser humano, estaba demasiado apegada a mi vida como para no querer que pasara.

Sus ojos centellearon cuando pasamos bajo una farola. La luz incidió en ello de tal modo que, por un momento, lanzaron un tenue destello rojo, como la gente normal a veces, cuando les sacan una foto con flash.

—Por extraño que parezca, ya le han pasado algunas cosas a su cámara —dijo Rasul—. De hecho, dos de ellas quedaron machacadas sin posibilidad de reparación. ¿Qué más da un accidente más? No doy nada por hecho, pero haremos todo lo que esté en nuestra mano, adorable señorita.

—Muchas gracias —dije—. Te agradecería cualquier cosa que pudieras hacer. Más tarde, es posible que hable con una bruja que quizá podría encargarse del problema por vosotros. Quizá podía hacer que todas las fotos saliesen veladas, o algo así. Deberíais llamarla.

—Es una idea excelente. Ésta es Melanie —dijo, cuando llegamos a las puertas principales—. La dejo con ella y vuelvo a mi puesto. ¿Qué le parece si nos vemos a la salida y me da el teléfono y la dirección de la bruja?

—Claro —convine.

—¿Le ha dicho alguien alguna vez que desprende un maravilloso olor a hada? —dijo Rasul.

—Oh, es que acabo de estar con mi hada madrina. —expliqué—. Me llevó de compras.

—Y el resultado es maravilloso —dijo gentilmente.

—Eres un adulador. —No pude evitar corresponder con una sonrisa. Mi ego había recibido un golpe en el plexo solar la noche anterior (pero ya no estaba pensando en ello, claro), y algo como la humilde admiración del guardia era justo lo que necesitaba, aunque hubiese sido el olor de Claudine lo que la había provocado.

Melanie era una mujer delicada, a pesar del uniforme SWAT.

—Qué rico, huele a hada —dijo, y consultó su propia lista—. ¿Es usted Stackhouse? La reina la esperaba anoche.

—Me hice daño. —Extendí el brazo, mostrando el vendaje. Gracias a un montón de Advil, el dolor se había reducido a un leve palpitar.

—Sí, algo me han contado. El neonato se lo está pasando en grande esta noche. Ha recibido instrucciones, tiene mentor y disfruta de un donante voluntario. Cuando vuelva más en sí, podrá decirnos cómo lo convirtieron.

BOOK: Definitivamente Muerta
6.82Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Blood Child by Rose, Lucinda
Lizard Music by Daniel Pinkwater
Tyed to You by Jordyn McKenzie
Walking to the Stars by Laney Cairo
Lost Bird by Tymber Dalton
The Dead Travel Fast by Deanna Raybourn
The Chase by Adrienne Giordano
Unknown by Unknown