Trout negó con la cabeza, como si le desesperaran esos abogados del Gobierno excesivamente escrupulosos que serían capaces de aplastar a Gurney como si tal cosa.
Él esbozó una gran sonrisa, sincera.
—Matt, créame, estoy con usted en este asunto, al cien por cien. Los dobles discursos no causan más que problemas. Soy un entusiasta de poner las cartas boca arriba, sobre la mesa. Ni secretos ni mentiras ni chorradas.
—Bien, estamos de acuerdo. —El tono gélido de Trout parecía decir precisamente lo contrario—. Si me disculpa, hay algo de lo que debo ocuparme. No tardaré mucho. —Salió de la habitación por una puerta situada a la izquierda de la chimenea.
El dóberman soltó un grave gruñido.
Gurney se recostó en el sofá, cerró los ojos y pensó en su estrategia.
Trout regresó al cabo de quince minutos, acompañado de Rebecca Holdenfield. En lugar de sentirse molesta por que interrumpieran su fin de semana, parecía rebosar energía.
Trout sonrió con lo más parecido a la cordialidad que había mostrado hasta entonces.
—Le he pedido a la doctora Holdenfield que se una a nosotros. Creo que juntos podemos resolver todo aquello que le preocupa. Quiero que comprenda, señor Gurney, que todo esto es muy poco habitual. También le he pedido a Daker que participe. Un par de ojos más, capaces de ver las cosas desde otra perspectiva.
El ayudante de Trout apareció en el umbral de al lado de la chimenea. Se quedó allí mientras Trout y Holdenfield se sentaban en los sillones de piel que había enfrente de Gurney.
—Bueno —dijo Trout, dejando caer su velo de cordialidad—, vamos directamente a esas dudas que tiene respecto al caso del Buen Pastor. Cuanto antes nos deshagamos de ellas, antes nos iremos a casa. —Hizo un gesto para que Gurney comenzara.
—Me gustaría empezar con una pregunta. En el curso de su investigación, ¿descubrieron algunos hechos que pusieron en entredicho su hipótesis principal? Me refiero a pequeñas preguntas que no se podían responder.
—¿Le importa ser más concreto?
—¿Se debatió sobre si fueron necesarias las gafas de francotirador?
Trout torció el gesto.
—¿De qué está hablando?
—¿Se habló acerca de la absurda elección del arma? ¿O sobre cuántas armas se utilizaron? ¿Se discutió dónde se deshizo de ellas el asesino?
A pesar de un evidente esfuerzo por mantenerse impasible, los ojos de Trout dejaron entrever cierta preocupación.
—Y luego está la contradicción entre la probada aversión que el asesino sentía por el riesgo y su declarado fanatismo —continuó Gurney—. Así como el conflicto entre su planificación, perfectamente lógica, y sus objetivos, completamente ilógicos.
—Casi todos los terroristas suicidas caen en contradicciones similares —dijo Trout con un gesto desdeñoso de la mano.
—No son solo ellos, los suicidas. Están el tipo que les da las órdenes, el que tiene un objetivo político, el estratega que traza el plan, el reclutador, el preparador, el supervisor sobre el terreno, el mártir que se presenta voluntario para salir volando por los aires…, todos ellos pueden funcionar como un equipo, pero cada uno es lo que es. El resultado de la red podría resultar una locura, incluso algo contraproducente, pero cada uno de sus componentes es internamente consistente y comprensible.
Trout negó con la cabeza.
—No veo la relevancia.
En el umbral, Daker bostezó.
—Es obvio. Los Osama bin Laden del mundo no se convierten en pilotos ni estrellan aviones contra rascacielos. Son cosas diferentes. O bien el Buen Pastor es más de una persona, o bien lo que les ha llevado a deducir que estamos ante una sola persona es erróneo.
Trout exhaló un sonoro suspiro.
—Muy interesante, pero ¿sabe lo que me parece más interesante? Su comentario sobre la pistola… o pistolas. Revela que ha tenido acceso a información restringida. —Se recostó en su sillón y puso los dedos en campana, bajo su barbilla, con gesto reflexivo—. Es un problema. Un problema para usted y para quien haya filtrado tal información, un error de los que pueden acabar con una carrera. Deje que le haga una pregunta directa: ¿tiene más información de archivos policiales federales de uso restringido, en relación con este o con otros casos?
—Dios mío, no sea absurdo.
El cuello de Trout se tensó, pero no dijo nada.
—He venido a hablar de este caso porque creo que hay algo que no encaja —continuó Gurney—. ¿De verdad quiere reducir esto a una riña infantil sobre una hipotética infracción burocrática?
Holdenfield levantó la mano derecha para detenerlo, como si fuera una policía de tráfico.
—¿Puedo sugerir algo? Podemos detenernos un momento. Estamos aquí para discutir hechos, pruebas, interpretaciones razonables. El componente emocional se está interponiendo. Tal vez podríamos…
—Tiene toda la razón —dijo Trout con una sonrisa tensa—. Creo que deberíamos dejar que Gurney, Dave, diga lo que tenga que decir, que ponga las cartas sobre la mesa. Si hay un problema con su interpretación de las pruebas, lleguemos hasta el fondo. ¿Dave? Estoy seguro de que tiene más cosas que decirnos. Adelante, por favor.
Era tan evidente que Trout pretendía que reconociera haber recibido archivos robados que Gurney estuvo a punto de reírse en su cara.
—Quizá durante los últimos diez años he estado demasiado cerca de todo esto —añadió Trout, falsamente—. Quizás usted pueda aportar una mirada fresca. Cuénteme, ¿qué me estoy perdiendo?
—¿Qué le parece el hecho de que hayan construido una gran hipótesis sobre muy pocos datos?
—De eso trata el arte de construir una premisa de investigación.
—También tratan de eso los delirios esquizofrénicos.
—Dave… —La mano de precaución de Holdenfield se levantó de su regazo.
—Lo siento. Me preocupa que el caso de estudio que se ha consagrado en los anales de la psiquiatría contemporánea sea solo un espejismo. El manifiesto, los detalles de los disparos, el perfil del asesino, la creación del mito por parte de los medios, la imaginación popular y la teorización académica tienen en común haber contribuido a la historia, modelándola, puliéndola, hasta convertirla en una verdad irrefutable. El problema es que no hay nada sólido que apoye que estemos ante una verdad irrefutable.
—Salvo, por supuesto —dijo Holdenfield con agudeza—, los dos primeros elementos que ha mencionado. De hecho, estos sí que son muy sólidos: el manifiesto y los detalles de los disparos.
—Pero supongamos que se hubieran diseñado para reflejarse y reforzarse el uno al otro. Es decir, supongamos que el asesino es mucho más listo de lo que se piensa. ¿Podríamos suponer que lleva diez años riéndose del equipo del agente Trout?
Los ojos de Trout se endurecieron.
—¿He de entender que ha leído el perfil?
Gurney sonrió.
—¿Otra prueba de acceso ilegal a archivos restringidos? En realidad, no he dicho nada de eso. Me he referido al perfil, pero no he dicho que lo haya leído. Déjeme simplemente especular durante un momento. Me jugaría algo que el perfil dice que el asesino es al mismo tiempo eficiente e ineficiente, estable y loco, ateo y fervoroso creyente, alguien que lo tiene todo calculado, pero alguien que improvisa de forma constante. ¿Voy bien?
Trout suspiró, impaciente.
—Sin comentarios.
—Aceptaron el manifiesto del asesino como la expresión legítima de su pensamiento, y lo hicieron por una sola razón: corroboraba las teorías de la policía, validaba las ideas que ya se estaban formando del caso. Nunca se les ocurrió pensar que el manifiesto era una charada, que les estaban tomando el pelo. El Buen Pastor les estaba diciendo que sus conclusiones eran correctas. Y por supuesto lo creyeron.
Trout negó con la cabeza, para aparentar resignación.
—Me temo que usted y yo vivimos en planetas diferentes. Por su historial, creí que estaríamos del mismo lado.
—Bien pensado. Estoy un poco alejado de la realidad.
—El objetivo del FBI, en el caso del Buen Pastor, y como debería ocurrir siempre, es descubrir la verdad. Es el objetivo de cualquier policía. Si compartiéramos la integridad de nuestra profesión, entonces estaríamos del mismo lado.
—¿Eso cree?
—Es la base de todo lo que hacemos.
—Mire, Trout, he trabajado tanto tiempo como usted, quizá más. Está hablando con un policía no con el puto Rotary Club. Por supuesto, el objetivo es descubrir la verdad, salvo cuando otro objetivo se entromete. En la mayoría de los casos, no llegamos a la verdad. A lo que llegamos, si tenemos suerte, es a una conclusión satisfactoria. Llegamos a una forma creíble de caracterizar algo. Llegamos a una forma de convencer a alguien. Sabe perfectamente que la estructura de los cuerpos policiales del mundo real no recompensan la persecución de la verdad y la justicia. Recompensan conclusiones satisfactorias. El objetivo en el corazón de cada policía podría ser llegar a la verdad. Sin embargo, el objetivo por el que lo recompensan es la resolución del caso. Se pretende entregar al fiscal un sospechoso al que acusar, preferiblemente con una narración coherente del hecho y del móvil, y a ser posible con una confesión firmada: ese es el juego real.
Trout puso los ojos en blanco y miró su reloj.
—La cuestión es —dijo Gurney, inclinándose hacia delante— que tenían una narración coherente. En cierto modo, tenían una confesión firmada: el manifiesto. Por supuesto, la mosca en la sopa era el carácter esquivo del Buen Pastor. Pero, qué demonios, consiguieron el perfil del asesino. Tenían su detallada declaración de intenciones. Tenían seis asesinatos cuyas características se correspondían con lo que usted y los de la Unidad de Análisis de la Conducta sabían del Buen Pastor. Trabajo sólido, conclusiones lógicas. Coherente, profesional, defendible.
—¿Cuál es exactamente su problema con eso?
—A menos que tengan pruebas que no han revelado, todo lo que saben se basa en una ficción. Desde luego, me gustaría estar equivocado. Dígame que tienen en su archivo cosas que nadie conoce.
—Lo que dice no tiene sentido, Gurney. Y me he quedado sin tiempo. Así que, si no le importa…
—Hágase estas dos preguntas, Trout. Primero: ¿qué otra teoría podría haber desarrollado si no hubiera recibido el manifiesto? Segundo: ¿y si todas y cada una de las palabras de ese magnífico documento son mentira?
—Preguntas interesantes, desde luego. Deje que yo le haga una a usted antes de que se vaya. —Tenía las manos en campana bajo la barbilla, una pose casi de catedrático—. Teniendo en cuenta su posición, alejado de cualquier investigación oficial…, ¿adónde lo lleva toda esta teoría hostil, salvo a un lugar lleno de problemas?
A lo mejor fue la amenaza en la mirada de Trout, o tal vez la sonrisa en los labios de Daker al inclinarse contra la jamba de la puerta, o quizá recordara que ya no era policía, pero fuera por lo que fuera Gurney no pudo reprimir decir algo que no había previsto decir.
—Podría forzarme a aceptar una oferta que no había considerado seriamente hasta ahora. Una oportunidad en RAM News. Quieren construir un programa en torno a mí.
—¿En torno a usted?
—Sí. O de mi imagen. Teniendo en cuenta mi historial…
Trout miró con curiosidad a Daker, quien se encogió de hombros, pero no dijo nada.
—Al parecer les impresiona el alto porcentaje de resolución de casos que tengo a mis espaldas, el más elevado de la historia del departamento.
La boca de Trout se abrió, pero se cerró otra vez sin que llegara a decir nada.
—Quieren que revise casos famosos sin resolver y ofrezca mi opinión sobre por qué creo que las investigaciones descarrilaron. El primero es el caso del Buen Pastor. Planean llamarlo
A falta de justicia
. Buen título, ¿eh?
Trout permaneció en silencio unos instantes. Negó con la cabeza.
—Todo me lleva una y otra vez al problema de documentos filtrados, accesos no autorizados, transmisión de información confidencial, violación de regulaciones, violación de leyes federales y estatales. Complicaciones desagradables sin fin.
—Un pequeño precio que pagar. Después de todo, como dijo antes, lo principal es la justicia. ¿O era la verdad? Algo así, ¿no?
Trout le clavó una mirada fría y repitió lentamente:
—Complicaciones desagradables sin fin. —Su mirada se posó en los linces de la repisa—. No es un precio tan pequeño. No me gustaría estar en su pellejo. Sobre todo ahora, cuando tiene que ocuparse de la cuestión del incendio.
—¿Disculpe?
—He oído lo de su granero.
—¿Qué relación tiene lo que sucedió en mi granero con lo que estamos hablando?
—Nada, solo es otra complicación en su vida. —Consultó de nuevo su reloj—. Definitivamente nos hemos quedado sin tiempo. —Se levantó.
Gurney y Holdenfield también se incorporaron.
La boca de Trout se ensanchó en una sonrisa vacía.
—Gracias por compartir sus preocupaciones con nosotros, señor Gurney. Daker lo llevará otra vez hasta donde está su coche. —Se volvió hacia Holdenfield—. ¿Puede quedarse unos minutos con nosotros? Quiero discutir unas cuantas cosas con usted.
—Desde luego. —Holdenfield le tendió la mano a Gurney—. Encantada de verle otra vez. Algún día tendrá que hablarme más sobre el problema con su granero. Es la primera noticia.
Cuando él le estrechó la mano, notó un papel doblado presionado contra su palma. Lo aceptó sin que lo vieran.
Daker los estaba observando, pero no mostró ninguna señal de haberse fijado en aquel detalle. Señaló la puerta delantera.
—Hora de irse.
Gurney no sacó el papel de su bolsillo hasta que estuvo en el coche con el motor en marcha y el Kawasaki de Daker hubo desaparecido otra vez sendero arriba.
Estaba doblado en un cuadrado de tres centímetros. Abierto, el papel apenas tenía cinco centímetros de ancho. Solo había una frase: «Espéreme en el Eagle’s Nest de Branville».
Nunca había estado en el Eagle’s Nest. Había oído que era un restaurante nuevo; formaba parte del complicado renacimiento de Branville, un pueblo de mala muerte en una aldea singular. De hecho, no había mayor problema, pues le venía de paso.
La calle principal de Branville estaba en el lecho de un valle, junto a un arroyo pintoresco que era el mayor y único encanto del lugar. Era un paraje que había sufrido una serie de diluvios ruinosos. La carretera del condado que conectaba Branville con la interestatal presentaba un largo y serpenteante descenso desde las colinas y se unía a la calle principal a solo una manzana del Eagle’s Nest. Aunque era casi mediodía cuando Gurney entró, solo una de la docena de mesas estaba ocupada. Se sentó a una mesa para dos, situada junto a una ventana en saliente que daba a la calle. Pidió —una rareza para él— un
bloody mary
. Cuando la camarera se lo sirvió, aún continuaba sorprendido por haber pedido aquella bebida.