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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga

Deja en paz al diablo (36 page)

BOOK: Deja en paz al diablo
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Era una copa abundante, en un vaso alto. Tenía exactamente el gusto que esperaba y le trajo una agradable sonrisa a los labios, otra rareza. Lo saboreó despacio y se lo terminó a las 12.15.

Apenas un minuto después, entró Rebecca, que enseguida se sentó junto a él.

—Espero que no lleve mucho rato esperando.

Su sonrisa realzó los contornos tensos de su boca. Todo en ella reflejaba control y un estado de permanente alerta.

—He llegado hace solo unos minutos.

La mujer observó la sala con la fría valoración con la que siempre miraba a su alrededor.

—¿Qué está bebiendo?


Bloody mary
.

—Perfecto. —Se volvió e hizo una seña a la joven camarera.

Cuando llegó la chica con dos menús, Holdenfield le dedicó una mirada escéptica.

—¿Tienes edad suficiente para servir bebidas alcohólicas?

—Tengo veintitrés años —anunció. Al parecer la pregunta la había desconcertado, mientras que la cifra tal vez la deprimía un poco.

—¿Tan mayor? —dijo Holdenfield con disimulada ironía—. Me tomaré un
bloody mary
. —Señaló al vaso de Gurney con un signo de interrogación en los ojos.

—No, no quiero más, gracias.

La camarera se alejó.

Holdenfield, como de costumbre, no perdió tiempo y fue al grano.

—Bueno, ¿cómo es que ha sido tan contundente con nuestros amigos del FBI? ¿Y qué es todo eso de las gafas de francotirador, cómo se deshizo de las armas, problemas con el perfil…?

—Solo quería darle un empujoncito.

—¿Un empujoncito? Más bien un codazo en la cara.

—Estoy un poco frustrado.

—¿Y de dónde cree que sale su frustración?

—Me estoy cansando de explicarlo.

—Hágame el favor.

—Están tratando el manifiesto como si fueran las Sagradas Escrituras. No lo es. Es una pose. Las obras dicen más que las palabras. La forma de actuar del asesino era sumamente racional, firme como una roca. La planificación era paciente y pragmática. El manifiesto es algo muy distinto. Es una obra de ficción, un intento de crear un personaje muy concreto, para que usted y sus colegas de la Unidad de Análisis de la Conducta pudieran trazar ese perfil petulante.

—Mire, David.

—Espere un segundo, todavía le estoy haciendo el favor. La ficción adoptó vida propia. Había algo para todos. Artículos interminables en la
Revista Americana de Sandeces Teóricas
. Y ahora nadie puede dar marcha atrás. Están todos desesperados por reforzar el castillo de naipes. Si se cae, puede que algunas carreras se caigan con él.

—¿Ha terminado?

—Me ha pedido que me explicara.

Holdenfield se inclinó hacia él y habló con voz suave.

—David, no creo que sea yo, precisamente, la que está desesperada. —Hizo una pausa y se sentó erguida mientras la camarera llegaba con su
bloody mary
. Cuando la joven se retiró a la parte de atrás de la sala, continuó—: He trabajado con usted antes. Siempre fue la persona más calmada y más razonable de la sala. El Dave Gurney que recordaba no habría amenazado a un agente del FBI esta mañana. No habría afirmado que mis opiniones profesionales son chorradas. No me habría acusado de deshonesta y estúpida. Eso hace que me pregunte qué está pasando realmente en su cabeza. Le seré franca: este nuevo Dave Gurney me preocupa.

—¿Ah, sí? ¿Cree que la bala que me atravesó el cerebro se cargó unos cuantos circuitos lógicos?

—Lo único que digo es que se deja llevar por las emociones, o al menos más que antes. ¿No está de acuerdo?

—Con lo que no estoy de acuerdo es con su intento de poner el foco en mi modo de pensar, cuando el problema real es que usted y sus colegas basan su prestigio en un buen número de sandeces que permitieron que un asesino en serie lograra escapar.

—Curioso, David. ¿Sabe quién más habla del caso en tales términos? Max Clinter.

—¿Se supone que eso me debe afectar?

Holdenfield sorbió su bebida.

—Se me acaba de ocurrir. Asociación libre. Hay muchas similitudes. Los dos resultaron gravemente heridos; los dos estuvieron, al menos, un mes incapacitados; los dos desconfían muchísimo de los demás; los dos han dejado atrás sus días como miembros del cuerpo de policía; los dos están obsesionados con demostrar que el enfoque de la investigación del caso del Buen Pastor está equivocado; los dos son cazadores natos que odian que los marginen. —Otro sorbo—. ¿Alguna vez le han evaluado de estrés postraumático?

Gurney la miró. Aquella pregunta lo había pillado desprevenido, aunque después de que lo comparara con Clinter debería habérselo esperado.

—¿Es eso lo que está haciendo aquí? ¿Marcando casillas de diagnóstico? ¿Trout y usted han estado discutiendo acerca de mi estabilidad emocional?

Ella le devolvió la mirada.

—Jamás había percibido esa clase de hostilidad en usted.

—Deje que le pregunte algo: ¿por qué quería verme aquí?

Holdenfield pestañeó, miró a la mesa y respiró hondo.

—¿Recuerda nuestra conversación telefónica del otro día? Me pareció alarmante. Estoy preocupada por usted. —Cogió la copa y se bebió más de la mitad del cóctel.

Cuando volvieron a cruzar sus miradas, ella habló con voz más sosegada.

—Recibir un disparo es un
shock
. Nuestras mentes no dejan de revivir ese momento, la amenaza, el impacto. Reaccionamos con miedo y con rabia. La mayoría de los hombres prefieren sentirse enrabietados que asustados. Les resulta más fácil expresar su rabia. Creo que el descubrimiento de su propia vulnerabilidad, de que no es perfecto, de que no es un superhombre…, le ha puesto absolutamente furioso. Y lo lenta que va su recuperación ha provocado que esa furia vaya en aumento.

Gurney se preguntó si estaba siendo tan sincera como intentaba aparentar. ¿Le estaba ofreciendo su opinión honesta y comprensiva? ¿De verdad le importaba? ¿O era solo otro paso en su intento, cada vez más desagradable, de desviar la atención del caso a su estado mental?

Buscando la respuesta, Gurney la miró a los ojos.

Su mirada inteligente era firme: no pestañeaba.

Empezó a sentir aquella furia de la que ella le había hablado. Era el momento de salir de allí. Debía marcharse antes de decir algo que pudiera lamentar más adelante.

Tercera parte
A cualquier precio

Había necesitado tiempo para solucionarlo, más de lo esperado. Había demasiado en juego, demasiadas cosas que manejar. Pero por fin se sentía satisfecho. El mensaje finalmente decía todo lo que tenía que decir:

La codicia se extiende en una familia como la sangre séptica en el agua de la bañera. Infecta todo lo que toca. Por consiguiente, las mujeres y los hijos que presentáis como objetos de pesar y compasión también deben ser destruidos. Los hijos de la codicia son malvados, y malvados son aquellos a los que abrazan. Así pues, ellos también deben ser destruidos. Todos aquellos a los que presentáis para que los necios del mundo los consuelen, todos deben ser destruidos, todos los relacionados por sangre o por matrimonio con los hijos de la codicia.

Consumir el producto de la codicia es consumir su mácula. El fruto deja su marca. Los beneficiarios de la codicia son portadores del pecado de la codicia y han de recibir su castigo. Morirán en el foco de tu alabanza. Tu alabanza será su perdición. Tu lástima es un veneno. Tu compasión los condena a muerte.

¿No puedes ver la verdad? ¿Tan grande es tu ceguera?

El mundo se ha vuelto loco. La codicia se disfraza de ambición loable. La riqueza finge ser prueba de talento y valor. Los canales de comunicación han caído en manos de monstruos. Se exalta lo peor de lo peor.

Con los demonios en los púlpitos y con los ángeles olvidados, corresponde al honrado castigar aquello que la locura del mundo recompensa.

Estas son las verdaderas y últimas palabras del Buen Pastor.

Imprimió dos copias para enviarlas por correo urgente. Una para Corazon; la otra para Gurney. Luego llevó la impresora a la parte de atrás de la casa y la destrozó con un ladrillo. Recogió los fragmentos, incluso las astillas de plástico más pequeñas, y las puso en una bolsa de basura, junto con el resto del papel de la impresora, para quemarlo todo en el bosque.

Ser precavido siempre es una buena inversión.

29. Demasiados fragmentos y piezas

Cuando salió de Branville y llegó a las colinas onduladas y los pastos cubiertos de maleza del noreste del condado de Delaware, la mente de Gurney era un torbellino. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, demasiados datos, lo que le dificultaba extraer una conclusión clara de todo aquello.

Era como tratar de dar sentido a un montón de pequeñas piezas de un puzle sin saber si las tenía todas o no, sin saber siquiera si pertenecían a más de un rompecabezas. Por momentos estaba convencido de que todos los fragmentos tenían un solo origen; sin embargo, minutos después se sentía muy confuso. Tal vez estaba demasiado ansioso por encontrar una explicación a todo lo que estaba pasando.

Cuando dejó atrás un cartel de carretera que le daba la bienvenida a Dillweed, supo cuál debía ser el siguiente paso. Aparcó y llamó al único residente de ese pueblo que conocía. Un cara a cara con Jack Hardwick podía ser un buen antídoto contra las ideas más descabelladas.

Diez minutos después, tras subir seis kilómetros por una sucesión de serpenteantes caminos de tierra, llegó a la casa de labranza alquilada. Tenía un aspecto nada imponente y necesitaba una buena capa de pintura. Aquel lugar era lo que Hardwick llamaba hogar. Salió a abrir la puerta en camiseta y con pantalones de chándal recortados.

—¿Quieres una? —preguntó, levantando una botella vacía de cerveza Grolsch.

Primero Gurney dijo que no, pero enseguida cambió de opinión. Sabía que el aliento le olería a alcohol cuando llegara a casa, y mejor atribuirlo a que se había tomado una cerveza con Jack que no un
bloody mary
con Rebecca.

Después de coger una Grolsch para Gurney y otra para él, Hardwick se hundió en uno de los dos mullidos sillones de piel y le ofreció el otro a Gurney.

—Así pues, hijo mío —dijo en un susurro grave que simulaba un nivel de embriaguez que quedaba desmentido por su mirada nítida—, ¿cuánto tiempo hace que no te confiesas?

—Treinta y cinco años, más o menos —respondió Gurney, para regocijo de su amigo.

Probó la cerveza. No estaba mal. Miró a su alrededor, a aquella pequeña sala. El atuendo de Jack y la habitación, dolorosamente vacía, parecían formar parte de un todo. Todo estaba igual que en su última visita, por lo que podía recordar. Incluso el polvo que cubría los muebles seguía en el mismo lugar.

Hardwick se rascó la nariz.

—Debes de estar pasando una muy mala época para venir a buscar el consuelo de la Santa Madre Iglesia después de tanto tiempo. Habla con libertad, hijo mío, de todas tus blasfemias, mentiras, robos y adulterios. Sobre todo me interesan los detalles de los adulterios. —Le hizo un guiño absurdamente obsceno.

Gurney apoyó la espalda en el amplio sillón y tomó otro trago de cerveza.

—El caso del Buen Pastor se está complicando.

—Siempre fue complicado.

—El problema es que no sé con cuántos casos estoy tratando.

—¿Demasiada mierda para una sola letrina?

—Eso creo, no estoy seguro.

Le contó todo lo que había pasado, las cosas extrañas, detalló sus sospechas y le formuló las preguntas que tenía en la cabeza.

Hardwick cogió del bolsillo del pantalón de chándal un pañuelo de papel arrugado y se sonó la nariz.

—Así pues, ¿qué me estás preguntando?

—Solo quiero que me digas qué te dice tu instinto: qué parte de todo lo que ha pasado crees que puede estar relacionada con el caso.

Hardwick chasqueó la lengua.

—No sé qué decirte de la flecha. A lo mejor si alguien te la hubiera clavado en el culo…, pero ¿clavarla en el suelo, entre los nabos? No significa mucho para mí.

—¿Y el resto de las historias?

—El resto sí que me llama la atención: micrófonos en el apartamento, el granero quemado, la trampa en la escalera, la trampilla en el techo de la jovencita… Todo eso requiere una inversión de tiempo y de energía; además, se corren riesgos evidentes. Todo eso me lleva a pensar que estamos ante algo serio, que hay algo importante en juego. No te estoy diciendo nada nuevo, ¿eh?

—La verdad es que no.

—¿Me estás preguntando si creo que todo forma parte de una gran conspiración? —Arrugó la cara en una exagerada máscara de indecisión—. La mejor respuesta es algo que me dijiste hace tiempo, cuando estábamos trabajando en el caso Mellery: «Es mejor creer que hay una relación que luego acaba siendo falsa que no hacer caso de una que luego acaba por ser cierta». Pero hay otra cosa más importante. —Hizo una pausa para eructar—. Si en el caso del Buen Pastor no se pretendía reivindicar una matanza de unos cuantos ricos malvados, entonces ¿de qué coño iba? Contesta a eso, Sherlock Holmes, y tendrás las respuestas al resto de tus preguntas. ¿Quieres otra Grolsch?

Gurney negó con la cabeza.

—Por cierto, si de verdad te has propuesto echar por tierra la teoría principal del caso del Buen Pastor, entonces prepárate para enfrentarte a un follón de proporciones históricas. Serás como Galileo en el Vaticano. Te das cuenta, ¿no?

—Hoy mismo me ha llegado la primera advertencia. —Gurney recordó al agente Trout, siempre con aquel dóberman siniestro a su lado, en aquel aburrido porche de las montañas Adirondack: la referencia que había hecho a posibles «complicaciones»; la forma en que había aludido al incendio. Y luego estaba Daker, que era el prototipo de asesino de película.

—Muy bien, hijo mío, solo para que lo sepas, porque… —El sonido del teléfono móvil interrumpió a Hardwick. Lo sacó del bolsillo—. Hardwick. —Al principio se quedó callado. Parecía interesado y perplejo por lo que le estaban diciendo—. Sí…, sí… ¿Qué? ¡Joder! Sí. ¿Alguna más?… ¿Tienes la fecha de solicitud?… Vale… Sí, gracias… Sí… Adiós.

Cuando colgó continuó mirando el teléfono como si de él pudiera salir alguna aclaración adicional.

—¿De qué coño iba eso? —preguntó Gurney.

—Respuesta a tu pregunta. —¿A cuál?

—Me pediste que averiguara si Paul Villani tenía algún arma registrada.

—¿Y?

—Tiene una pistola. Una Desert Eagle.

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