Delirio (11 page)

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Authors: Laura Restrepo

Tags: #Relato, Drama

BOOK: Delirio
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Mi madre se arregla porque esta noche va a salir con mi padre, dice Agustina, tal vez irán al cine o a alguna fiesta. Ella está contenta y yo la acompaño en el baño, por la radio suena una canción que me parece muy linda, mi madre se sabe la letra y yo la admiro por eso, porque canta a tono con la voz que sale de la radio, delante de mi padre no lo hace nunca porque él se burla y le dice que tiene oído de latonero, además mi padre opina que escuchar la radio es una costumbre de gente inculta. Agachada sobre el aguamanil, la madre de Agustina se está lavando la melena negra y su única hija, que soy yo, Agustina, la ayudo a enjuagarse con un cazo de agua tibia, sobre la cabeza inclinada de mi madre vierto el agua y veo cómo corre por su nuca arrastrando hacia el sifón los restos de espuma, mi madre, alta y delgada, sólo lleva puesta una combinación de nylon color uva con encaje, lo recuerdo con claridad, dice Agustina, porque debe ser una de las únicas veces en la vida que mi madre y yo hemos conversado. Madre, le pregunto, por qué las niñas no usamos combinación de nylon, Las niñas usan crinolinas, me dice, para lucir las faldas bien esponjadas. Ahora Eugenia, la madre, se ha puesto rulos por toda la cabeza y se los seca con el secador mientras su hija la mira, No, no miro directamente a mi madre, sólo el reflejo de mi madre en el espejo, la acompaño en el baño porque me gusta ver cómo sobre la combinación color uva se pone su vestido de paño verde, muy entallado porque es una mujer esbelta, Madre, yo no quiero usar más esa crinolina que me esponja las faldas, a mí me gustan los vestidos entallados como este verde que te has puesto para salir con mi padre, Eso será de grande, cuando salgas con muchachos, Con muchachos no, piensa Agustina, yo voy a salir con mi padre, Por ahora debes usar los tuyos, sigue diciéndole Eugenia, tus vestidos bordados en smock y con mucho vuelo en la falda, mira a tu compañera Maricrís Cortés, se ve preciosa con esos que le cose su tía Yoya. Dime, madre, qué quiere decir tu nombre, Ya te lo he dicho mil veces, Vuelve a decírmelo, Eugenia quiere decir de bella raza, Y qué quiere decir Agustina, Quiere decir venerable, ¿Venerable?, hubiera preferido llamarme Eugenia. Mi madre se pinta los labios de rojo brillante y dice que cuando yo cumpla los quince va a dejar que me los pinte también, pero de rosa perlado, a ella no le gusta que las jóvenes se pinten la boca de rojo, dice que los padres no deberían permitírselo, que para eso está el rosa perlado, más delicado y discreto. Mi madre se echa perfume detrás de las orejas y en las muñecas pero por la parte de adentro, por donde corren unas venitas que esparcen el aroma por todo el cuerpo, me dice que ella sólo usa Chanel No. 5 que es el que siempre le regala mi padre de cumpleaños y me lo echa a mí también, un poquito en las muñecas y detrás de las orejas, que es donde perdura. Le pregunto si cuando cumpla los quince me va a dejar usar Chanel No. 5 y dice que no, que para las jovencitas lo mejor es pura agua de rosas porque los olores fuertes las hacen ver viejas. Cuando se le seca el perfume se abrocha al cuello su collar de perlas, pero antes no; me advierte que sobre las perlas no debe caer perfume, porque las mata. ¿Acaso están vivas? Sí, vienen vivas del mar y las mantienes vivas con la sal de tu cuerpo, ¿Y el olor del perfume las mata? Las mata el alcohol que contiene el perfume, tonta. Suena el teléfono y mi madre suelta el secador para ir a contestar, tal vez sea mi padre que la llama a recordarle que van a salir esta noche, mi madre le baja el volumen a la radio para que le llegue nítida su voz y corre a avisarle que ya le falta poco, que ya está prácticamente lista, desde el baño Agustina escucha que discuten por el teléfono y sabe que se están peleando. ¿Ya no van a salir, y ella no se pondrá su vestido verde? ¿De nada valieron las perlas, ni los rulos, ni ese perfume que se echó para nada, para nadie? La madre sigue en el dormitorio y el secador ha quedado al alcance de Agustina sobre el mueble del baño, ella lo enciende y deja que el aire caliente le caiga en la cara. En un mechón mojado me hago un rulo, como mi madre, luego me lo seco y apago el secador porque su ruido no me deja escuchar las palabras de rabia que se dicen, la voz llorosa de mi madre, observo el interior de ese tubo por donde sale el aire y veo que adentro tiene un espiral de alambre. Lo enciendo de nuevo y veo que el espiral se pone al rojo vivo, como un caramelo. Siento deseos de tocar ese alambre tan rojo con la punta de la lengua. Mi lengua quiere tocarlo, muy rojo, muy rojo, mi lengua se acerca, mi lengua lo toca.

Llegó por fin el viernes del carisellazo, le cuenta el Midas McAlister a Agustina, el día de echar la moneda al aire para ver si salía erección o fracaso, bueno, en realidad sería el primer intento de tres, y como la Araña había dejado bien claro que si algo lo conmovía en esta vida era una parejita de hembras, blanquitas ellas pero corrompidas, virginales y areperas, de buena familia y de malos modales, el Midas, que ya tenía armado el tinglado, lo llamó muerto de la risa esa mañana, Todo al pelo para esta noche, viejillo pillo, y la Araña al otro lado del teléfono, trabucando las palabras muy azarado porque debía tener cerca a su señora esposa, Qué hubo Miditas, hijo, en qué va ese business que tenemos pendiente, y yo haciéndome el pendejo y cantándole esa canción arrabalera que dice Dama, dama de alta cuna y de baja cama, no te imaginas, Agustina preciosa, la conmoción de ese hombre, como quien dice esa noche iba a ver su hombría puesta en bandeja, su honra o su humillación a la vista de todos, y todavía por teléfono se atrevía a fanfarronear, Éntrale sin miedo al trato, Midas my boy, que últimamente ando con unos bríos muy arrechos y no te defraudo, y el Midas, como para darle confianza, Cool, viejo Araña, tú full frescura, que las dos inversionistas que te conseguí te paran ese negocio en un santiamén. Las nueve de la noche era la hora fijada para la función y el lugar el Aerobic’s ya cerrado y vacío, arriba en mi oficina el Rony Silver, tu hermano Joaco, el paraco Ayerbe y yo, camuflados detrás del falso espejo como en palco de honor, mientras abajo se inauguraba el circo con el numerito de las dos bailarinas sobre la tarima y el payaso quieto en su silla de ruedas, la Araña todo risas nerviosas y ruegos a Dios como niño de primera comunión, y al frente suyo el par de muñecas empeloticas y haciéndole al mece-mece y al besuqueo con música disco y spot lights, muy boniticas ellas y esforzándose a fondo, como se dice dando lo mejor de sí, porque el Midas les había negociado al triple o nada, triple si entusiasmaban al cliente, nada si no lo lograban. Todo a pedir de boca, cinco estrellas, top ten, no había detalle que no fuera perfecto y sin embargo, Agustina consentida, la verdad es que de entrada empezó a verse que la cosa iba al muere. La Araña se retorcía de la cintura para arriba pero su piso de abajo seguía deshabitado; viendo que aquello no funcionaba, las dos chiquitas aceleraron el contoneo y exageraron el toqueteo, pero nada; ya se habían quitado toda la ropa y nada, ya habían mostrado hasta las amígdalas y nada, cómo será que allá detrás de nuestro espejo hasta nosotros tres, los de funcionamiento masculino pleno, después del furor del primer cuarto de hora perdimos el interés y pasamos a hablar de política, y Silver, que esa noche estaba simpático, comunicativo que llaman, nos contó que en la embajada norteamericana, donde trabaja, tienen un aparato que detecta explosiones y que sólo durante el martes pasado en Bogotá estallaron sesenta y tres bombas, Ah, gringos huevones, dije yo, necesitan aparatos para detectar unos bombazos que nos proyectan a todos contra el techo, Pablo Escobar está de mal humor, dijo tu hermano Joaco, tanta bomba se debe a que el Partido Liberal lo acaba de expulsar por narco de las listas electorales para el Senado, Al hombre no le gusta el título de Rey de la Coca, dijo Silver, prefiere el de Padre de la Patria, No le falta razón, suena más democrático, Suena, pero es la misma vaina, A ver, hombre Silver, decinos qué más detectas con tu aparato detector de explosiones allá en la embajada, este berraco espía debe informarle al Pentágono hasta cuántos pedos se tira el presidente de Colombia, y estábamos en la chacota, muñeca Agustina, riéndonos de la sangrienta parodia nacional, cuando en ésas alguien timbra afuera, Quién podrá ser a estas horas, Nadie, dijo el Midas, no abrimos y ya está, pero quienquiera que fuera no compartía la misma opinión, cansado de timbrar sin resultados se prendió a la bocina del auto como para despertar a todo el vecindario, te imaginas, Agustina, un barrio residencial y justo frente al Aerobic’s algún demente decidía reventar la quietud de la noche con tan descarada alharaca, y a la Araña, hasta ese momento muy colaboradora y esforzada, se le fue a la mierda el buen humor, Díganle a ese hijueputa que suspenda la serenata, gritaba, que con ese ruidajo no se le para ni a Dios, pero el de la bocina ya estaba otra vez en la puerta y le daba de patadas como si quisiera echarla abajo, Ya vengo, les dijo el Midas a los otros y volando en adrenalina bajó las escaleras de dos zancadas, resuelto a poner en su sitio al impertinente, y cuando abrí, muñeca Agustina, me quedé helado cuando vi que era ni más ni menos que Misterio, el bandido que me servía de enlace con Pablo Escobar, con quien jamás de los jamases me citaba en el Aerobic’s sino de auto a auto en las afueras de Bogotá, en el estacionamiento de los Jardines del Recuerdo, qué mejor escenario que un cementerio para encontrarme con ese cadáver ambulante que es el tal Misterio. Menos mal me abrió, McAlister, me dijo con su indefectible tono de velada amenaza, traigo órdenes de don Pablo de entregarle este mensaje, Hombre Misterio, viejo amigo, perdóname la demora, estábamos aquí en una fiestica privada con unos amigos y yo qué me iba a imaginar que fueras vos, No se imagine nada, sólo abra bien las orejas porque le traigo una noticia grande, mejor dicho una deferencia que quiere tener con usted el Patrón, Claro que sí, Misterio, si querés hablamos aquí afuerita, o mejor entre tu Mazda para no aguantar frío, le sugirió el Midas haciendo malabares para que el infeliz no se le colara al Aerobic’s y los socios distinguidos no constataran la calaña de hampones con los que se pactaba el lavado, mejor que vieran sólo el milagro y se ahorraran el santo, porque eso sí te digo, Agustina mi reina, ese Misterio bonito no era, misterio pero de los dolorosos, con los ojos inyectados en basuco, la pinta esquelética, el aliento de tumba y el pelo grasiento. Hombre, Misterio, qué te trae por acá, le fue diciendo el Midas mientras entraba en su auto, pero me dio mala espina, Agustina bonita, te juro que me metí a ese Mazda como quien baja al cadalso y que si lo hice fue sólo por evitar el encontronazo entre esa rata canequera que es Misterio y esas ratas de salón que son mis amigos bogotanos, Soltá pues la noticia, hombre Misterio, Nada, que le traigo una razón del Patrón, Y cuál será, Pide don Pablo que usted le consiga doscientos millones en rama para pasado mañana, ¿Doscientos millones?, Ya me oyó, doscientos, que se los devuelve dentro de quince días al cinco por uno, ¿Cinco por uno?, repetí yo, ¿Usted se cree eco?, le reviró Misterio con esa suprema irritación nerviosa que caracteriza a los basuqueros consumados, Pues vaya, vaya, qué generosidad la de Pablo, lo calmaba el Midas mientras mentalmente calculaba que una ganancia tan grande compensaba de sobra este ratico frondio que estaba pasando, ¿Y eso?, le preguntó a Misterio para no dejarse ver las ganas, ¿Será que el gran Pablo anda con problemas de liquidez? Usted sabe cómo está la cosa, son tiempos de persecución, y el Midas pensó que Pablo, que últimamente tenía al Bloque de Búsqueda, a la DEA y al Cartel de Cali pisándole los talones, ya no debía andar con garotas en su hacienda Nápoles, sino encaletado en algún escondite con la pálida encima y la huesuda detrás, Y cómo me los devolvería Pablo si se puede saber, le preguntó a Misterio, Que los paga en monitos, eso fue lo que mandó decir, Monitos son money orders, mi vida Agustina, en la jerga del lavado les dicen así, Pues con el mayor gusto mi querido Misterio, lo peliagudo es que doscientos millones en cash no se consiguen de la noche a la mañana, Pues usted verá, McAlister, esto es como las lentejas, las tomas o las dejas, yo vuelvo de hoy en quince con los monitos entre el bolsillo y usted verá si tiene los pesos o no los tiene, ah, y la última cosa, el Patrón quiere que en este trato sólo entren usted, el informante y el tullido, dijo Misterio y se perdió en la noche haciendo chirrear llantas y dejando en el aire su estela malsana, y yo me quedé ahí parado un buen rato con tamaña inquietud en el alma, cómo diablos conseguir semejante platal si sólo podía recurrir a la Araña y a Silverstein, porque ya habrás comprendido, Agustina bonita, que a esos dos se refería Pablo Escobar cuando hablaba del tullido y del informante. ¿Que si Pablo sabía que Rony Silver trabajaba para la DEA?, pues claro que lo sabía, por eso mismo se relamía cada vez que podía untarle la mano, si fue el propio Pablo quien me dijo, cuando empezamos a entrar en acuerdos, que buscara al gringo y lo comprometiera, Esos de la DEA ganan por punta y punta, se había reído Escobar, por eso cuando caen, revientan el doble de feo.

Yo no sé, dice Aguilar, esta tragedia empieza a tomar visos de melodrama. Hasta la tía Sofi, tan aplomada, a veces habla como en telenovela y suelta frases de Doctora Corazón. Y qué decir de Agustina, que parece sacada de las páginas de Jane Eyre, y qué decir de mí, sobre todo de mí, que vivo con esta angustia y esta lloradera y esta manera de no entender nada, y de no tener identidad, sobre todo eso, siento que la enfermedad de mi mujer avasalla mi identidad, que soy un hombre al que vaciaron por dentro para rellenarlo luego, como a un almohadón, de preocupación por Agustina, de amor por Agustina, de ansiedad frente a Agustina, de rencor con Agustina. La locura es un compendio de cosas desagradables, por ejemplo es pedante, es odiosa y es tortuosa. Tiene un componente de irrealidad grande y tal vez por eso es teatral, y además estoy por creer que se caracteriza por la pérdida del sentido del humor, y que por eso resulta tan melodramática. Hoy le llevaba yo un sánduche de queso a Agustina, que en todo el día no ha querido levantarse de la cama. Se lo preparé con mantequilla, derretido en la waflera como a ella le gusta, y estaba a punto de entrar al dormitorio cuando alcancé a escuchar que la tía Sofi le pedía perdón, le decía algo así como ¿Podrás perdonarme, Agustina?, y le insistía, Podrás perdonarme por lo que hice. Así que la tía Sofi tiene su pasado y su pecado, pensé; ya sabía yo que aquí había gato encerrado y que detrás de esa familia se cocinaba un Peyton Place de mucho cuidado. Por fin voy a enterarme de algo, pensó Aguilar, y sin ser notado esperó detrás de la puerta a que el diálogo empezara, pero pasaban los minutos y Agustina seguía muda, ni otorgaba el perdón ni lo negaba, y entonces la tía Sofi desistió, el sánduche se enfrió y Aguilar regresó a la cocina a recalentarlo. De vuelta a la alcoba encontré a Agustina adormilada y a Sofi mirando el noticiero, y digo bien, mirando, porque había suprimido el volumen del televisor y se contentaba con las imágenes, que de contento no tenían nada, y sacudí un poquito a mi mujer por el hombro para que comiera pero sólo logré que me dijera sin mirarme que odia los sánduches de queso, y ante eso la tía Sofi se sintió en la obligación de mediar, como hace siempre, Perdona a tu mujer, muchacho, ella lo que tiene es dolor y lo disfraza de indiferencia, y Aguilar, mientras masticaba el sánduche rechazado, Sí, yo perdono a mi mujer, tía Sofi, pero dígame, y a usted, ¿quién tiene que perdonarla? ¿Estabas escuchando?, me preguntó, quiso saber si de verdad quería que me contara y siguió hablando sin esperar respuestas, Te lo cuento por el bien de esta niña, porque hace parte de mi aporte involuntario a su tragedia, se trata de algo que yo hice y que a ella le causó mucho daño, Mejor bajemos, tía Sofi, le dije tomándola por el brazo, dejemos a Agustina aquí dormida y conversemos en la sala, Si no pongo un rato los pies en alto se me van a estallar, dijo ella sentándose en el sofá, y Aguilar la ayudó a colocar las piernas sobre una pila de cojines. Saqué una botella de Ron Viejo de Caldas, dice Aguilar, me pareció que podía facilitar una conversación que prometía no ser fácil, así que ahí estábamos, cada uno con su trago en la mano, Aguilar en la mecedora de mimbre y la tía Sofi en el sofá con los pies en alto, ¿Musiquita?, preguntó él para animarla y puso Celina y Reutilio. Fue una de esas cosas, me dijo la tía Sofi como para arrancar a hablar pero después se frenó, se quedó callada un buen cuarto de hora, como gozando del alivio en los pies sin zapatos, como saboreando sorbo a sorbo el Viejo de Caldas y dejándose llevar por ese bálsamo que es el son cubano, y yo la dejaba estar, cuenta Aguilar, bien que se merecía esa mujer un rato de reposo. Entonces ella se rió con una risa de alguna manera liviana, una risa que iba en contravía del relato duro que había anunciado y que yo estaba esperando, y me pidió que escuchara lo que estaba cantando Celina, Óyela, ella te lo explica todo, devuelve la canción que acaba de sonar, y yo hice lo que me pedía y Celina arrancó a cantar esa parte de Caballo Viejo que dice Cuando el amor llega así de esta manera uno no tiene la culpa, quererse no tiene horario ni fecha en el calendario cuando las ganas se juntan. Así que se juntaron las ganas, tía Sofi, y usted no tuvo la culpa, Así es, Aguilar, se juntaron las ganas y nadie tuvo la culpa, Nadie tiene nunca la culpa de nada, tía Sofi, pero échese otro ron y centrémonos en el asunto del perdón, dígame por qué le pedía perdón a Agustina, Le pedía perdón por unas fotos que acabaron con la familia. Cuenta Aguilar que según lo que le contó la tía Sofi, su hermana Eugenia y el marido de ella, Carlos Vicente Londoño, la invitaron a vivir con ellos cuando se mudaron al norte, A una casa que era enorme, me dijo la tía Sofi, bueno, que todavía es porque ahí sigue viviendo Eugenia con su hijo Joaco y la familia de él, ese Joaco es un muchacho, cómo te lo describiría, para mí distante, un hombre que ha triunfado en la vida pero que habita en un mundo que no es el mío, un señoritingo que pisa fino como diría mi madre, pero tiene un mérito innegable y es que siempre se ha hecho cargo de Eugenia, y te digo, Aguilar, que ésa es una labor de titanes, pero ahí está el lado bueno de mi sobrino Joaco, no todo podía ser pérdida, no sabes con cuánta paciencia y delicadeza trata a la madre. Mi hermana Eugenia, tan bella ella, porque créeme fue una preciosidad, pero siempre ha andado perdida en una como ausencia, Cuerpo sin alma ciudad sin gente, le decía Carlos Vicente cuando la miraba, sobre todo en el comedor, a la hora de la cena, ella sentada en la cabecera bajo la lluvia de retazos de arco iris que caían desde las arañas del techo, perfecta en sus perfiles como un camafeo, e igual de quieta. Igual de pétrea. En cambio yo no era delicada, Aguilar, yo no era perfecta, y a diferencia de Eugenia, tan esbelta, yo había heredado este empaque alemán que me ves ahora, desde joven he sido grande y pesada, como mi padre. Pero yo estaba viva por dentro. La casa era de ella, el marido era de ella, los niños eran hijos suyos. Yo en cambio era un parásito, una arrimada, una tía soltera a la que había que acoger porque se había quedado sin lugar en esta vida, y todo lo que tenía en esa casa lo tenía de prestado. Así era por fuera, pero las cosas por dentro se daban más bien a la inversa. La solitaria era Eugenia, la silenciosa, la siempre bien comportada y mejor arreglada, la incapaz de amar sin sufrir, la que se alimentaba de apariencias, y los vacíos de afecto que ella iba dejando yo los iba llenando; era yo, y no ella, la que atendía en la cama a su esposo como una esposa y la que amaba a sus hijos como una madre, la que hacía con ellos las tareas y los llevaba al parque y los cuidaba cuando estaban enfermos, la que se ocupaba del mercado y de supervisar el oficio doméstico, que si por Eugenia fuera todos los días habríamos comido lo mismo, y no porque no supiera, si es una estupenda cocinera, sino por pura ausencia de alegría, porque deja que las sirvientas se las arreglen solas y ella jamás se mete a la cocina, digamos que en términos generales por falta de bríos al levantarse cada día por la mañana. Carlos Vicente Londoño era un buen tipo, a su manera convencional y aburridonga era un tipo bueno, divinamente bien vestido como dicen aquí en Bogotá, siempre de traje oscuro, siempre recién afeitado y pulcrísimo, muy necesitado de afecto, de alguien que lo hiciera reír un poco, ciertamente no era el más brillante de los hombres, con decirte que sus grandes diversiones eran la filatelia y la revista Playboy. Su tragedia era su hijo menor, el Bichi, un niño inteligente, imaginativo, dulce, buen estudiante, todo lo que se puede esperar de un hijo y más, pero con una cierta tendencia hacia lo femenino que el padre no podía aceptar y que lo hacía sufrir lo que no está escrito, vivía convencido de que en sus manos estaba la posibilidad y la obligación de corregir el defecto y enderezar al muchacho, siempre que yo intentaba ponerle el tema, Carlos Vicente perdía la compostura y no tenía empacho en decirme que con qué derecho opinaba si yo no era la madre. Para colmo el niño era de una belleza irresistible, si tu Agustina es linda, Aguilar, el Bichi lo es todavía más, y en ese entonces irradiaba una especie de luz angelical que lo dejaba a uno perplejo, pero eso no hacía sino agravar las cosas para su padre. Eugenia tenía una costumbre, y era que todos los años se iba una semana con sus tres hijos para Disneylandia, en la Florida, y me invitaba pero yo me negaba con cualquier pretexto, claro, no podía confesarle que yo a mi Mickey Mouse lo tenía en casa. Esa semana era para mí la más importante del año; no sabes, Aguilar, lo bien que la pasábamos con Carlos Vicente, sin tener que aparentar ni esconder nada porque la propia Eugenia aprovechaba para darles las vacaciones obligatorias a las sirvientas, así no se le iban por Navidad y Año Nuevo que era cuando más las necesitaba, ¿Tú le cocinas a Carlos Vicente, Sofi?, me preguntaba mientras hacía las maletas, y yo Claro que sí, vete tranquila que yo me ocupo de eso, ¡y vaya si me ocupaba! Salíamos a bailar en las casetas populares o íbamos a ver películas mexicanas, siempre en el centro o en el sur de la ciudad, por esos barrios obreros donde ni de milagro se asoma la gente conocida que puede llevar el chisme, tú sabes que del norte al sur de Bogotá hay más distancia que de aquí a Miami, si hubieras visto a Carlos Vicente, tan figurín de sociedad que parecía que se hubiera tragado un paraguas, pues en el anonimato del sur aflojaba, se volvía simpático con la gente, bailaba como una pirinola en los bares perratas, nos encantaba ir al Cisne, a La Teja Corrida, al Salomé, al Goce Pagano, buscábamos a Alci Acosta y a Olimpo Cárdenas donde se estuvieran presentando y allá íbamos a escucharlos, borrachitos y enamorados hasta la madrugada, la vida no nos regalaba sino una semana al año pero te juro, Aguilar, que nosotros sabíamos aprovecharla. Pues fue en una de esas ausencias de Eugenia y los niños cuando descubrimos lo divertido que podía ser lo de las fotos. Yo le conocía a Carlos Vicente su afición por las conejas de Playboy y le tomaba el pelo, qué clase de bichos son los hombres, le decía, que prefieren las mujeres de papel a las de carne y hueso, y como él era excelente fotógrafo se le ocurrió pedirme que lo dejara retratarme desnuda y yo encantada, que junto a la chimenea, indicaba él, pues venga, que bajando las escaleras, que sobre la alfombra, que péinate así, que ponte esto, que quítate todo, te juro, Aguilar, que jamás vi a Carlos Vicente tan entusiasmado, me tomaba cinco o seis rollos que mandaba revelar no sé dónde, en cualquier caso lejos del barrio, y luego nos gustaba celebrar las mejores, nos burlábamos de las malas, en otras yo aparecía demasiado gorda y le tapaba los ojos para que no las viera. Increíble, la interrumpe Aguilar, apuesto a que esa colección de fotos no la pegaban en el álbum familiar al lado de las primeras comuniones, Calla, Aguilar, deja que acabe de contarte antes de que me arrepienta, un día o dos antes del regreso de los viajeros nos despedíamos de todo eso y lo quemábamos en la chimenea, pero de vez en cuando había alguna que a él le gustaba mucho y me decía, Esta foto no la quemo por nada del mundo porque es una obra de arte y te ves divina, No seas terco, Carlos Vicente, que después es para problemas, No te preocupes, Sofi, me tranquilizaba, que la guardo entre la caja fuerte de mi oficina y esa clave no la sabe nadie. Aguilar se para a cambiar el disco y a servir otra ronda de Viejos de Caldas y en ese momento aparece en la puerta de la sala Agustina con la misma sudadera sucia que no ha querido cambiarse desde el episodio oscuro, con esa expresión embrujada de quien espera algo muy grande pero que no ha de ocurrir en este mundo que compartimos, y nos muestra el par de peroles que sostiene en las manos. ¡Ay, Jesús!, suspira la tía Sofi bajando resignadamente los pies de los cojines, esta niña va a empezar otra vez con el jaleo del agua.

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