La habitación de aquel hotel era lujosa, o pretendía serlo; Aguilar recuerda metros y metros de tela en cortinas y en colchas y una alfombra color durazno que despedía olor a nuevo. Al fondo estaba Agustina, sentada en el piso y como arrinconada entre la pared y la mesita de luz, un lugar donde a nadie se le ocurriría sentarse a menos que se hubiera caído, o hubiera pretendido protegerse, o esconderse en un rincón. La vi pálida y flaca y con el pelo y la ropa ajados, como si durante días no hubiera comido ni se hubiera bañado, como si de repente fuera la ruina de sí misma, como si una vejación le hubiera caído encima. Y sin embargo sus ojos brillaban, eso lo recuerda Aguilar con claridad, que al fondo de ese cuarto y desde ese rincón, ¿desde esa improvisada cueva?, los ojos de Agustina brillaban, con un destello malsano pero brillaban, como si la anemia que la agotaba no hubiera podido quebrantarle el ardor de la mirada, más bien por el contrario, en medio del súbito deslucimiento de su persona percibí en sus ojos un desafío que amedrentaba, un algo perturbador, de excesiva vibración, que hizo que mi mente evocara la palabra delirio, Agustina estaba poseída por algún delirio que le hervía por dentro con reverberación difícil, adversa. Y sin embargo hacía sólo cuatro días que Aguilar había salido de viaje y la había dejado pintando las paredes de la salita de su apartamento de verde musgo, color que ella misma escogió porque según le explicó, el feng shui lo recomienda para parejas como nosotros, y para evitar que se me viniera con alguna teoría oriental demasiado enrevesada, yo tuve cuidado de no preguntarle cómo eran las parejas como nosotros o por qué nos favorecía el verde musgo. Aguilar tenía que ir en su camioneta un miércoles a Ibagué, a entregar allá un pedido de Purina, y aprovechó que el seguro médico le ofrecía unos bonos en una tal Colonia Vacacional Las Palmeras, chabacana y clasemediosa como le dijo Agustina, pero que tenía piscina y cabañas y quedaba ubicada en una imponente hondonada entre montañas de tierra templada, y a fin de cuentas para qué ponerle peros si otra cosa mejor no hubiera podido pagar Aguilar de ninguna manera. Quería pasar allá unos días con mis dos hijos, Toño y Carlos, los que tuve con Marta Elena, mi primera mujer; hacía mucho necesitaba estar con ellos sin presiones de tiempo para ponerme al día en tanta conversación atrasada, para calibrar cómo andaban de ánimo y para seguir remendando, así fuera con un nuevo emplasto, la intimidad familiar que quedó quebrada cuando me separé de su madre. Ésa fue la razón para no invitar también a Agustina, pese a que se lleva bien con los muchachos y los muchachos con ella; es más, Aguilar no puede dejar de sentir que por momentos se establece entre ellos tres un vínculo generacional que trata de dejarlo a él por fuera, o por decirlo tal como lo percibe, un vínculo un poco hipnótico y de naturaleza casi física, cuando los ojos de sus dos hijos se prenden de la belleza de Agustina y ella, a su vez, observa con nostalgia esos cuerpos adolescentes y bien esculpidos como quien renuncia a un lugar que no le será dado visitar, La cosa es que cuando ella está presente algo se enfría unos grados entre mis hijos y yo, se nos acartona imperceptiblemente el diálogo, no podemos evitar sentirnos un poco en visita de cortesía. Cuando Aguilar le comunicó a Agustina que se iría solo al paseo, ella le montó uno de esos berrinches telúricos que estremecen el edificio y que han hecho que él la llame mi juguete rabioso, porque Agustina es así, divertida y ocurrente pero llevada de todos los demonios. Después ella se negó durante un par de horas a dirigirle la palabra y al final, ya más serena, preguntó cómo era posible que yo no comprendiera que a ella también le vendría bien un poco de descanso y de sol, que entre semana no le dedicaba tiempo por el trabajo y los sábados los pasaba con Toño y Carlos, a Aguilar le partió el alma escuchar los reclamos de Agustina porque en cierto modo ella es para él como una hija mayor a la que a veces relega en aras de los otros dos, y además porque el sol y la tierra caliente la vuelven todavía más deseable porque le aligeran el espíritu y le doran la piel, que suele tener de una blancura tan excesiva que linda con el azul, y además, dice Aguilar, Se me partió el alma porque ella tenía razón en lo que decía y todo lo que reclamaba era cierto, tan cierto como inevitable: nada en el mundo, ni siquiera su devoción por ella, impediría que Aguilar aprovechara esos bonos y esos días libres para irse solo con sus dos muchachos. Al ver que me mantenía firme en la decisión, Agustina se sacó de la manga ese viejo recurso suyo que tanto me irrita porque es tan irracional como imbatible y que consiste en decirme que tiene el pálpito de que algo malo va a suceder, y es que sólo quien tenga la ambigua suerte de convivir con un visionario puede saber de la tiranía que eso significa, porque al alertar sobre presentidos peligros, las corazonadas del visionario paralizan viajes, propósitos e impulsos, de tal manera que nunca llegas a comprobar si la supuesta fatalidad se hubiera cumplido o no; mejor dicho se cumple aunque no se cumpla, y la voluntad del adivino acaba imponiéndose sobre la de los demás. Por ejemplo, Agustina advierte No te vayas a Ibagué con los muchachos porque algo va a pasarles en la carretera, aunque en realidad en esta ocasión más que a un accidente específico se refería a una vaga adversidad, pero suponiendo que diga, como ha hecho ya otras veces, Algo malo puede pasarles en la carretera, se le apunta de entrada a una alta probabilidad de acertar, porque la vida es de por sí azarosa y dada a jugarnos malas pasadas, pero además porque en un país como éste, cruzado de arriba abajo por una maciza cordillera, las carreteras, por lo general en mal estado, se entorchan y se encabritan bordeando abismos y por si eso fuera poco, son tomadas un día sí y otro también por los militares, los paramilitares o los enguerrillados, que te secuestran, te matan o te agreden con granadas, a patadas, con ráfagas, con explosivos, cazabobos, mina antipersonal o ataque masivo con pipetas de gas. Lo segundo que suele lograr Agustina con sus advertencias agoreras, es que Aguilar cancele planes que por un motivo u otro a ella no le apetecen o no le convienen, y que encima de eso él le quede reconocido porque no puede evitar la secreta sospecha de que gracias a ella se ha salvado de la adversidad. El tercer punto a favor de Agustina es que si Aguilar desatiende su admonición y sufre, en efecto, algún accidente, aunque sea tan insignificante como el recalentamiento del motor del auto al subir la montaña, ella le puede cantar un Te lo advertí que suena triunfal aunque pretenda ser discreto, así que ante esta nueva premonición Aguilar tuvo que controlarse para no estallar y simplemente le dijo No, Agustina, te aseguro que en este viaje no va a pasar nada malo, Y cómo me equivoqué, Dios mío, de qué desastrosa manera me equivoqué esta vez.
¿Tienes tabaco, belleza?, le pregunta el Midas McAlister a Agustina, claro que no tienes, si ya no le jalas al vicio, yo en cambio antes tan saludable, rey de las endorfinas, pulmones cero kilómetros a punta de ejercicio, y acabé fumándome hasta los dedos desde que se me vino la pálida encima, quién lo hubiera dicho, la nicotina es lo único que medio ayuda a sobreaguar en la hecatombe. Aquella vez en L’Esplanade la Araña presidía desde la cabecera embutido en su silla de inválido, tieso el pobre como una nevera, y detrás de él, instalados en mesa contigua, sus dos esclavos favoritos, Paco Malo y el Chupo, que no esperaban afuera como ha establecido Dios para el gremio de los guardaespaldas, es decir empañando vidrio entre esos Mercedes que tanto enorgullecen a los tipos como tu padre y que a mí en cambio ni cosquillas me hacen, porque el Midas zafa de maquinaria pesada, el Midas vuela libre, liviano y a toda mierda en su moto Be Eme Dobleú, que en pique y en precio dobla a cualquiera de los carromatos de sus amigos, Yo siempre volando suave, sin guardaespaldas ni aspavientos y bajo la sola protección de mi angelito guardián, tal como me conociste hace quince años, muñeca, así tal cual sigo siendo, genio y figura hasta la sepultura. Y sepultura es en efecto; no creo que haya mejor nombre para esta muerte en vida a la que me tienen condenado. El Paco Malo y el Chupo se empacaban su pitanza codo a codo con los señores contrariándoles el esquema y haciéndolos sentir fatal, sólo porque la Araña, que andaba paranoico con los secuestros, tenía la soberbia de sentar al par de matarifes en la mesa vecina y les dejaba ordenar vinos franceses y platos con nombres en francés, qué zafada de ridículo total, los dos tipos brillando pistola debajo del sobaco, con sus corbaticas guácalis y sus chasquidos al mascar, que si la Araña no fuera tan hijueputamente rico, el franchute Courtois, dueño de L’Esplanade, no le hubiera permitido un desplante tan tenaz. En la cabecera la Araña estrenando parálisis de la cintura hacia abajo y a su derecha tu hermano Joaco, que como intermediario en la privatización de la Telefónica se acababa de embolsicar un dineral, a su izquierda el Midas y en los otros dos puestos Jorge Luis Ayerbe, que tenía encima a la prensa por una masacre de indios en el departamento del Cauca, de donde es esa familia suya tan tradicional y tan patrocinadora de paramilitares, porque hacía un par de meses los Ayerbe habían mandado a su tropita particular de paracos a espantar indios invasores de unas tierras realengas que según Jorge Luis le pertenecían legítimamente a su familia desde los tiempos de los virreyes, nada fuera de lo normal, recurrir a mercenarios es lo que se estila para controlar casos de invasión, sólo que esta vez a los paracos se les fue la mano en iniciativa y se pusieron a incendiar los tambos de los indios con los indios adentro y en consecuencia a Jorge Luis se le vino encima un enjambre embravecido de defensores de derechos humanos y una orgía de Oenegés. El otro presente era como siempre Ronald Silverstein, ese gringo al que llamamos Rony Silver, que por encima de la mesa visajea de gerente de una concesionaria Chevrolet y por debajo funge de agente de la DEA, secreto a voces, grandísima huevonada, si la Araña, a quien todo se le tolera por ser tan potentado, siempre le hace en la cara el mismo chiste flojo, qué buena gente, este Rony Silver, qué buen agente, y el Midas también se daba el lujo de llamarlo de frente 007 y el gringo tan risueño, Si el Rony Silver se aguantaba mis desplantes era porque a través de mí le llegaba la mordida y estos de la DEA son más podridos que cualquiera, y no sólo Silver se me ponía en cuatro patas sino todos ellos, campeonazos de la doble moral, y también tu padre y tu hermano Joaco, no vayas a creer que no, porque si antes eran ricos en pesos, fue él, el Midas McAlister, quien les multiplicó las ganancias haciéndolos ricos en dólares, que si por algo lo llaman Midas es porque todo lo que toca se convierte en oro, o al menos Ése era mi estilo anterior, porque ahora todo lo que toco se vuelve mierda, incluyéndote a ti, Agustina bonita, qué vaina, créeme que lo siento.
En Gai Repos nosotros tres, mi madre, el Bichi y yo tenemos que embadurnarnos de protector solar, dice Agustina que a pesar de eso los primeros días del veraneo andan colorados como camarones mientras que el padre y Joaco, morenos por naturaleza, de entrada se ponen dorados y les dicen Cuidado con el sol, que a ustedes no los respeta. Sólo yo sé, le dice Agustina a su hermano pequeño, cuánto te hubiera gustado que tu índice fuera más largo que tu dedo del corazón y que el sol te respetara; sólo yo sé con cuánta ansiedad lo hubieras deseado pero no fue así, Bichi Bichito, tienes que reconocerlo y tienes que comprender a mi padre cuando te lo reprocha, porque razón no le falta. De nada te sirve tener tus bucles negros y tu piel tan clara y tus ojazos oscuros como de Niño Dios, porque hubieras preferido mil veces ser recio y un poco feo como ellos, es decir como Joaco y como mi padre. Angel Face, le dicen al Bichi de tan lindo que es, y la tía Sofi le dice Muñeco pero al padre no le hace gracia, sino que por el contrario le irrita el genio. Cerremos las cortinas, Bichi Bichito, para que nuestro templo quede a oscuras, le dice Agustina y el niño le responde, Me gusta más cuando dices quede en tinieblas, Está bien, para que quede en tinieblas, y hagamos todo sigilosamente porque los demás no se deben enterar. Cada vez que el padre le pega al hermano menor tiene lugar la ceremonia, en la noche de una habitación a oscuras, con un oficiante que es Agustina y un catecúmeno que eres tú, Bichi; tú la víctima sagrada, tú el chivo expiatorio, tú el Agnus Dei; con las nalgas todavía rojas por las palmadas que te dio el padre, tú, que eres el Cordero, te bajas los calzoncillos para mostrarme el daño y después te los quitas del todo, y yo también me quito los pantis y me quedo así, sin nada bajo el uniforme del colegio, con una inquietud que pica entre las piernas, con un miedito sabroso de que irrumpa en el cuarto mi madre y se dé cuenta de todo, porque el Bichi y su hermana saben bien, aunque a eso nunca le pongan palabras, que su ceremonia es así, sin calzones; si no, ni sería sagrada ni los poderes estarían en libertad de venir a visitarlos, porque son ellos los que me eligen a mí y no al revés, y siempre están conectados con las cosquillas que siento ahí abajo. Ésta es la Tercera Llamada, éste es nuestro secreto, aunque está claro que el verdadero secreto, el arcano mayor, el tesoro del templo son aquellas fotos, y por eso la ceremonia propiamente dicha sólo empieza cuando las sacan del escondite que queda encima de una de las vigas del techo, en el punto en que la viga penetra en la pared dejando un pequeño espacio que es invisible a menos de que alguien se encarame en el armario, pero es de suponer que hasta allá sólo tú y yo llegamos porque allá queda el sancta sanctorum, o sea el lugar donde las fotos permanecen ocultas y resguardadas. Tú, Bichito, eres el encargado de encender las varitas de sahumerio que nos producen mareo con sus hilos de humo dulce, y los dos niños se ríen, se acercan el uno al otro con alegría de compinches porque saben que jamás de los jamases encontrarán los demás esas fotos, ni sabrán que yo las tengo ni que con ellas celebramos nuestra misa ni que de ellas obtengo mis poderes ni que las encontré por casualidad una tarde después del colegio, dice Agustina, cuando escarbaba a escondidas entre las cosas que mi padre guarda en su estudio, porque aunque él tiene vedado entrar a ese lugar los niños lo hacen todo el tiempo, Agustina porque sabe que allí hay cosas prohibidas y su hermano Joaco porque siempre encuentra algún dinero para hurtar e invertir en los negocios de su amigo el Midas McAlister, que en el Liceo Masculino vende cigarrillos, cómics de segunda, amuletos amazónicos, fotos de ídolos del fútbol con autógrafo falsificado, cualquier cosa que le reporte ganancias a expensas de los ingenuos que a cambio de baratijas le entregan su dinero de la semana. Después de un rato de estupor, mejor dicho de varios días repasando una y otra vez aquellas fotos encerrada en el baño, Agustina supo sin sombra de duda que las había tomado él mismo, mi propio padre, no sólo porque las encontré en su estudio sino porque además los muebles que se ven en ellas son estos mismísimos suyos, la misma ventana, el mismo escritorio, la misma silla reclinomática y además porque el hobby de mi padre, aparte de la filatelia, es la fotografía, mi padre es un fotógrafo maravilloso y en casa guardamos por lo menos doce o quince álbumes con los retratos que él nos ha tomado, en nuestras primeras comuniones, en nuestros cumpleaños, en los fines de semana en la casa de tierra fría y las vacaciones en Sasaima, en los viajes a París, en la visita a conocer la nieve y en mil ocasiones más; que nos tome tantísimas fotos es la prueba de lo mucho que nos quiere, pero no hay ninguna foto como esas fotos, siendo lo más increíble que la mujer que aparece es igual a la tía Sofi, es la propia tía Sofi, o sea que aunque al principio Agustina no se lo podía creer al final terminó por reconocerlo, porque cualquiera que las mire se da cuenta enseguida, como también se dio cuenta el Bichi cuando se las mostré por primera vez, Es ella, dijo el Bichi, es la tía Sofi pero sin ropa, increíble, qué par de tetas gigantes tiene la tía Sofi.