—Puedo hacer todo lo que quieras excepto eso. —Me mira de esa forma que me acelera el corazón, me ruboriza las mejillas y me provoca el típico hormigueo cálido—. Puedo dejar de ser tu chófer si quieres, pero jamás dejaré de preocuparme por ti. Me temo que eso es algo con lo que tendrás que aprender a vivir. —Se inclina hacia mí y me rodea la cara con las manos en una caricia reconfortante—. ¿Nos vemos esta noche, entonces? ¿Quieres que visitemos nuestro refugio preferido de Summerland? —pregunta con voz grave y ronca.
Le doy un beso rápido y suave antes de apartarme.
—Ojalá. Pero creo que lo mejor será que pase una noche tranquila. Ya sabes, que me quede en casa y finja cenar, hacer los deberes y ser normal en todos los sentidos. Quiero que Sabine empiece a relajarse, se concentre en otras cosas y siga con su vida… para que yo pueda seguir, por fin, con la mía.
Damen vacila, ya que, a pesar de lo que le he dicho, aún cree que sería capaz de arreglar las cosas.
—¿Quieres que me pase por allí y finja ser tu novio formal? —Arquea una ceja—. Puedo hacer una imitación perfecta. He interpretado ese papel muchas veces, y tengo más de cuatrocientos años de experiencia.
Sonrío y me agacho para darle otro beso, aunque más largo e intenso esta vez. Lo alargo todo lo que puedo y luego me aparto con un suspiro.
—Créeme, nada me gustaría más —replico con palabras apresuradas, casi sin aliento—. Pero a Sabine, no. Así que creo que lo mejor será que te mantengas alejado un tiempo. Al menos hasta que las cosas se calmen un poco por sí solas. Por alguna extraña razón, ha decidido que tú eres el responsable número uno de mi caída en desgracia.
—Tal vez lo sea. —Desliza el dedo por mi mejilla sin dejar de mirarme—. Quizá Sabine esté en lo cierto. Si lo reduces todo a su última esencia, a los orígenes, soy el causante de los cambios que has sufrido, Ever.
Vuelvo a suspirar y me alejo. Ya lo hemos discutido, y sigo sin verlo igual que él.
—Tú… La experiencia cercana a la muerte… —Respiro hondo y me vuelvo de nuevo hacia él—. ¿Quién podría decirlo con seguridad? Además, da igual. Las cosas son así y no hay forma de cambiarlas.
Damen frunce el ceño; es evidente que no está dispuesto a considerarlo de esa manera, pero lo dejará pasar por el momento.
—Vale —dice en voz muy baja, casi como si hablara consigo mismo—. En ese caso, tal vez me pase por casa de Ava. Las gemelas empezaban hoy el colegio y quiero ver qué tal les ha ido.
Doy un respingo al imaginarme a Romy y a Rayne en la escuela secundaria. Todo lo que saben sobre la vida adolescente americana actual es lo que aprendieron del fantasma de mi hermana Riley y lo que han visto en los
reality-shows
de la MTV. Y no son las mejores fuentes, está claro.
—Bueno, con suerte su día habrá sido más tranquilo que el nuestro. —Sonrío, salgo del coche y cierro la puerta antes de agacharme junto a la ventanilla para añadir—: De todas formas, dales un saludo de mi parte. Incluso a Rayne. O, mejor dicho, sobre todo a Rayne.
Me echo a reír, porque sé que no le caigo muy bien. Espero poder enmendar eso algún día, pero me consta que ese día tardará mucho en llegar.
Observo cómo se aleja de la acera con el coche, dejándome con una sonrisa que me envuelve como un abrazo, y enseguida entro en la tienda. Me sorprende encontrarla vacía y a oscuras, sin nadie a la vista.
Entorno los párpados mientras aguardo a que mis ojos se acostumbren a la penumbra antes de dirigirme a la parte trasera. Freno en seco en la puerta de la oficina cuando veo a Jude desplomado en la silla, con la cabeza apoyada en el escritorio.
En el instante en que lo veo así, no puedo evitar pensar: «Ay, mierda… ¡he llegado demasiado tarde!».
Haven me dijo que me concedería un tiempo, pero eso no significa que esa cortesía se extendiera también a Jude.
No obstante, justo después de pensarlo, atisbo un tranquilizador vestigio de su aura y me relajo de inmediato.
Solo las cosas vivas tienen aura.
Los inmortales y las cosas muertas, no.
Sin embargo, cuando me fijo en el color marrón grisáceo y lleno de manchas que lo rodea, lo primero que se me viene a la cabeza es otra vez lo de «Ay, mierda».
En lo que se refiere a los colores, el suyo se encuentra en lo más bajo del arcoíris del aura; tan solo el negro, el color de la muerte inminente, podría ser peor.
—¿Jude? —susurro en voz tan baja que resulta casi inaudible—. Jude… ¿estás bien?
Entonces alza la cabeza tan de repente y tan sorprendido por mi presencia que derrama su café. El líquido origina un reguero marrón lechoso sobre el escritorio y está a punto de verterse por uno de los lados, pero Jude lo detiene a tiempo con la manga larga, y algo deshilachada, de su camiseta blanca. El café empapa el tejido y deja una mancha de tamaño considerable.
Una mancha que me recuerda a…
—Ever, yo… —Se pasa los dedos por la maraña de rastas castaño doradas y parpadea unas cuantas veces hasta que logra aclararse la vista—. No te oí entrar. Me has sorprendido… y… —Suspira, baja la mirada hasta el escritorio y termina de recoger con la manga lo que queda del café derramado. Luego, cuando se da cuenta de que no he dicho nada y de que lo miro con los ojos como platos, añade—: Esto no es nada, créeme. Puedo lavarla, tirarla o llevármela a Summerland y arreglarla. —Se encoge de hombros—. En estos momentos, lo último que me preocupa es una camiseta manchada.
Tomo asiento en la silla que hay frente a él, alarmada aún por la mancha y por la idea que se me acaba de ocurrir. No puedo creer que haya estado tan absorta en el entrenamiento, en Haven y en el drama que ella ha creado que no se me haya ocurrido hasta ahora.
—¿Qué ha pasado? —pregunto. Me obligo a desterrar esos pensamientos y a centrarme en él, aunque me juro que volveré a ellos en cuanto me sea posible.
Siento que ha ocurrido algo terrible y doy por hecho que se debe a alguna de las amenazas de Haven. Sin embargo, Jude me saca de mi error.
—Lina ha muerto —me dice. Son palabras directas y sencillas que no dan lugar a confusiones.
Lo miro boquiabierta, sin poder emitir una sola palabra. En realidad, no sabría qué decir ni aun en el caso de que pudiera hablar.
—Su furgoneta se estrelló en Guatemala, de camino al aeropuerto. No logró sobrevivir.
—¿Estás… seguro? —pregunto, y al instante me arrepiento de hacerlo.
Es una estupidez decir algo así cuando la respuesta es obvia. Pero eso es lo que hacen las malas noticias: crean negaciones y dudas irrazonables, te hacen buscar esperanzas donde está claro que no hay ninguna.
—Sí, estoy seguro. —Se limpia los ojos con la manga seca. Su mirada se nubla con el recuerdo del momento en que se enteró—. La vi. —Me mira a los ojos—. Hicimos un pacto, ¿sabes? Nos prometimos que fuera quien fuese quien muriese primero, se presentaría para contárselo al otro. Y en el instante en que apareció delante de mí… —Se queda callado. Tiene la voz rota, exhausta, así que se aclara la garganta antes de continuar—. Bueno, estaba resplandeciente. Y ese aspecto tan… «radiante» solo puede significar una cosa. Sé que ha muerto.
—¿Te dijo algo? —le pregunto.
A diferencia de mí, Jude es capaz de comunicarse con los espíritus en todas sus formas, y me gustaría saber si Lina decidió cruzar el puente o quedarse en Summerland.
Asiente con la cabeza, y su expresión se anima un poco.
—Me dijo que estaba en casa. Así lo llamó: casa. Dijo que había muchas cosas que ver, muchas cosas que explicar, y que es incluso mejor que el Summerland del que le hablé. Y luego, antes de marcharse, me aseguró que me estaría esperando cuando me llegara la hora…, pero que no me apresurara.
Se echa a reír. Bueno, tanto como uno puede reírse cuando está consumido por el dolor. Trago saliva, clavo la vista en las rodillas y me estiro el vestido para cubrírmelas. Recuerdo la primera vez que vi a Riley en la habitación del hospital; recuerdo que me pareció tan irreal que llegué a convencerme de que la había imaginado. Pero luego apareció otra vez, y otra. Siguió apareciendo hasta que logré convencerla de que cruzara el puente… lo que, por desgracia, me impidió volver a verla y convirtió a Jude en mi único enlace con ella.
Lo miro de nuevo y me fijo en su aura difuminada, en su mirada vacía y en su rostro abatido. Ahora guarda pocas similitudes con el surfista pasota y sexy que conocí en su día. No puedo evitar preguntarme cuánto tardará en volver a ser el mismo, o si podrá serlo. No existe una cura rápida para el sufrimiento. No hay atajos, ni respuestas fáciles, ni formas de borrarlo. Solo el tiempo puede aplacarlo, pero no lo cura del todo. Si hay algo que he aprendido en mi vida, es eso.
—Luego, alrededor de una hora más tarde —añade en voz tan baja que tengo que inclinarme hacia delante para poder entenderle—, recibí la llamada de confirmación. —Encoge los hombros y se reclina en la silla sin dejar de mirarme.
—Lo siento mucho —le digo, aunque sé muy bien lo inútiles que resultan esas palabras después de algo tan horrible—. ¿Hay algo que pueda hacer? —Dudo que lo haya, pero la oferta está ahí.
Vuelve a alzar los hombros y empieza a juguetear con la manga; sus largos dedos apartan el tejido húmedo de la piel.
—La verdad, Ever, es que sufro por mí, no por Lina. Ella está bien; está feliz. Tendrías que haberla visto… Parecía a punto de empezar la aventura más emocionante de su vida. —Apoya la cabeza en el respaldo, introduce los dedos en su cabello y se lo recoge un instante antes de soltarlo para dejar que caiga de nuevo sobre su espalda—. Voy a echarla mucho de menos. Todo parece vacío sin ella. Fue una madre para mí, mucho más que mis padres biológicos. Me acogió, me alimentó, me vistió y, lo más importante, me trató con respeto. Me enseñó que mis habilidades no eran algo de lo que avergonzarse, que no debía esforzarme por ocultarlas. Me convenció de que tenía un don, y no una maldición. Me advirtió que no debía permitir que la gente miedosa y corta de miras me dijera cómo vivir, qué hacer o cuál debía ser mi lugar en el mundo. Me hizo ver que las opiniones ignorantes no me convertían en un bicho raro. —Aparta la vista y observa las estanterías llenas de libros y la colección de cuadros de las paredes antes de volver a mirarme—. ¿Te haces una idea de lo difícil que fue eso?
Me mira a los ojos durante tanto rato que al final tengo que apartar la mirada. Sus palabras me recuerdan al instante a Sabine, y el hecho de que mi tía hizo lo contrario que Lina cuando decidió echarme la culpa de todo.
—Tuviste suerte de conocerla.
Siento la garganta tensa y dolorida, tanto que me da la sensación de que va a cerrarse por completo. Sé muy bien cómo se siente. La muerte de mi familia nunca se aleja demasiado de mi cabeza. Pero no puedo seguir con ese tema; hay otra crisis a la vista, y necesito concentrar toda mi energía en evitarla.
—Pero si has dicho en serio lo de ayudarme… —Se queda callado un momento, a la espera de que se lo confirme para continuar—. Bueno, me preguntaba si te importaría encargarte de la tienda. Créeme, sé muy bien que ya no quieres trabajar aquí, que estás muy cabreada conmigo y que esto no va a cambiar en absoluto las cosas, pero…
Trago saliva con fuerza. Me muerdo la lengua, consciente de que no me queda más remedio que esperar a que termine. No he venido aquí solo para hablar sobre Haven y sobre las posibles maneras de defenderse de ella; también quiero averiguar cuáles eran sus intenciones cuando mató a Roman.
¿En qué estaba pensando?
¿Cuál fue el verdadero motivo por el que lo hizo?
Sin embargo, a la vista de lo sucedido, está claro que esa conversación tendrá que esperar a otro momento.
—… lo que pasa es que… —Sacude la cabeza y se vuelve con la mirada perdida—. Hay muchas cosas de las que ocuparse: la casa, la tienda, los arreglos del funeral. —Respira hondo y se toma un momento para recomponerse—. Supongo que estoy un poco agobiado en estos momentos. Y puesto que tú ya sabes cómo funciona todo aquí, sería de gran ayuda que te quedaras. Pero si no puedes, no te preocupes. Puedo pedírselo a Ava, o incluso a Honor. Es solo que como estás aquí y te has ofrecido, pensé que…
Honor. Su amiga-alumna Honor. Otro tema del que tendremos que hablar en algún momento.
—No hay problema. —Hago un gesto afirmativo para confirmar mis palabras—. Estoy dispuesta a trabajar aquí todo el tiempo que necesites. —Sé que si Sabine lo descubre, la cosa no irá nada bien, pero la verdad es que no es cosa suya. Y si mi tía decide convertirlo en cosa suya, bueno, no podrá culparme por ayudar a un amigo en un momento de máxima necesidad.
¿Amigo?
Recorro a Jude con la mirada y lo estudio con detenimiento. Ya no estoy segura de que esa palabra sirva para definir nuestra relación; ni siquiera tengo claro si sirvió alguna vez. Tenemos un pasado en común. Y también compartimos el presente. En estos momentos, eso es lo único que sé.
Él suspira y cierra los ojos. Se pasa los dedos por los párpados y por la cicatriz de la frente antes de aferrarse a los bordes laterales del escritorio para ponerse en pie. Rebusca un instante en el bolsillo delantero de los vaqueros hasta que encuentra un voluminoso llavero y luego me lo lanza.
—¿Te importaría cerrar?
Él rodea el escritorio mientras yo me levanto, así que de pronto nos encontramos cara a cara, tan cerca el uno del otro que resulta incómodo.
Estamos tan cerca que puedo ver las profundidades verde azuladas de sus ojos… y sentir el bamboleo y la tranquilidad de la oleada de calma que siempre me proporciona su presencia.
Estamos tan cerca que me obligo a dar un paso atrás, y eso hace que Jude esboce una expresión de dolor.
Le devuelvo las llaves.
—En realidad no las necesito, ya lo sabes.
Me mira durante un instante, asiente con la cabeza y vuelve a guardarse las llaves en el bolsillo.
El silencio se alarga tanto que al final me decido a romperlo, desesperada.
—Oye, Jude, yo…
Sin embargo, cuando me mira a los ojos, veo que los suyos se han convertido en un insondable pozo de pérdida, y sé que ni siquiera puedo comentarle lo que necesita saber. Está demasiado consumido por el dolor para preocuparse por Haven o las promesas que ella pretende cumplir; demasiado deprimido para ponerse a pensar en la mejor forma de defenderse.
—Solamente quería decirte que te tomes el tiempo que necesites —murmuro.