Desafío (7 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Desafío
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Saca la lengua y bizquea con los ojos de una forma que me recuerda a la antigua Haven, la que era mi amiga, pero la sensación desaparece de inmediato cuando empieza a hablar otra vez.

—Y lo que es más importante: ¿qué más te da? Por si no lo has notado, las reglas del instituto no sirven de nada con la gente como nosotras. Podemos hacer lo que nos salga de las narices cuando nos salga de las narices, y nadie puede impedírnoslo. Así que deberías relajarte de una puñetera vez, como de costumbre, y darle un mejor uso a tu talento como lameculos. Porque si realmente quieres estar del lado de los buenos, deberías estar de mi lado. —Enarca la ceja y me mira fijamente a los ojos—. Ya has echado a perder a Damen; desde que sale contigo es un plasta. —Se toma un momento para sonreír antes de señalar—: Aun así, estoy sopesando la posibilidad de pasarme a su clase de lengua de quinta hora y sentarme a su lado. ¿Te molestaría?

Encojo los hombros y empiezo a mirarme las uñas, pero como están limpias, suaves y sin pintar, no hay mucho que ver. No pienso dejar que sus comentarios me fastidien, no pienso darle la satisfacción que busca.

Pero lo cierto es que a ella le da igual. Le gusta demasiado el sonido de su propia voz, así que sigue a la carga.

—Está claro que Damen ha perdido ese toque excitante de chico malo que tanto me gustaba, pero me apostaría cualquier cosa a que todavía guarda un poquito de eso en algún lugar de su interior. En algún lugar muy, muy profundo. —Me mira con ojos brillantes—. Porque cuando algo está tan arraigado, cuando se ha forjado durante siglos, es muy difícil hacerlo desaparecer por completo. Ya sabes a lo que me refiero.

La verdad es que no tengo ni la menor idea de a qué se refiere, pero es imposible penetrar en su mente para averiguarlo, ya que ahora es demasiado poderosa. Lo único que puedo hacer es fingir que no me importa. Actuar como si sus palabras no me intrigaran en absoluto, aunque debo admitir que, para mi vergüenza, no es cierto.

Sabe algo. Eso está más que claro. No está fingiendo. Sabe algo sobre Damen, sobre su pasado, y podría decirse que me está suplicando que la obligue a contármelo.

Y por esa razón no debo hacerlo.

—Bueno, como seguro que ya has averiguado, Roman me contó algunas cosas bastante sórdidas. Es probable que ya conozcas algunas de ellas, así que no hace falta repetirlas; pero el otro día estaba recogiendo sus cosas y encontré un montón de diarios.

Se queda callada un momento para darme tiempo a asimilar sus palabras, pero continúa casi de inmediato.

—Deberías haberlo visto… Había montones y montones de diarios. Mogollón de cajas llenas de ellos. Resulta que Roman lo documentaba todo. Guardaba centenares de periódicos, quizá miles; no sé, la verdad es que perdí la cuenta. De cualquier forma, por lo que pude averiguar, algunos eran de hace varios siglos. No solo coleccionaba antigüedades y artilugios; coleccionaba historia. Su historia. La historia de los inmortales. Había fotos, retratos pintados, cartas, tarjetas… de todo. A diferencia de Damen, Roman se mantenía en contacto con los demás. No siguió adelante con su vida y dejó que los huérfanos se las apañaran solos. Cuidó de ellos. Y después de ciento cincuenta años, cuando el elixir comenzó a agotarse, fabricó uno nuevo. Un elixir mejorado. Luego los buscó a todos para que bebieran de nuevo. Y no dejó de hacerlo en todos estos años; no dejó a nadie atrás. Nunca permitió que uno de los suyos se marchitara o muriera, como hizo Damen. Puede que tuviera sus asuntillos con vosotros, pero tenía un buen motivo: erais sus únicos enemigos. Los únicos que lo consideraban un inmortal malvado y horrible que se merecía la muerte que tuvo. Para todos los demás, era un héroe. Se preocupaba por ellos y les ofreció una vida mejor. Una vida eterna. Al contrario que vosotros dos, creía que había que compartir la fortuna con aquellos que lo merecían, y lo hacía sin reparos.

Entorno los párpados aún más. Se me está agotando la paciencia y necesito que ella lo sepa.

—¿Por qué no la compartió contigo, entonces? —La fulmino con la mirada—. ¿Para qué tanto jueguecito? ¿Por qué me obligó a hacerlo a mí?

Haven desdeña mis palabras con un gesto de la mano.

—Ya hemos hablado de eso: solo quería divertirse un poco. Jamás corrí peligro alguno. Me habría devuelto la vida si se hubiera visto obligado. —Levanta los ojos y niega con la cabeza. Está claro que se siente molesta con mi interrupción—. De todas formas —dice, dándole énfasis a todas las palabras—, volvamos al tema de los diarios, las fotos y lo demás. Digamos que hay algunas cosas que te interesarían bastante… —Se queda callada, a la espera de que le ruegue que continúe.

Pero no pienso hacerlo. Aunque sus palabras me recuerdan que tanto Roman como Jude hicieron referencia a un sórdido secreto en el pasado de Damen, aunque no puedo evitar acordarme de que ayer, en el pabellón, Damen parecía desesperado por ocultarme algo, no puedo pedirle que me cuente más. No puedo permitir que sepa que su táctica funciona, que me importa lo que dice, que sus palabras se me han metido bajo la piel. No puedo dejar que gane esta batalla.

Así que, en vez de eso, me limito a encoger los hombros y a suspirar, como si estuviera muerta de aburrimiento y me importara un pimiento que diga algo o no.

Y eso hace que ella frunza el entrecejo.

—Déjalo. No vas a engañarme con tanto suspiro y tanto encogimiento de hombros. Sé que quieres saberlo, y no puedo culparte por ello. Damen tiene secretos. Secretos enormes, oscuros y sucios. —Se vuelve hacia el espejo y se inclina hacia delante para colocarse el pelo y admirar su belleza. Parece hechizada por su propio reflejo—. Me parece perfecto que dejemos esto para otro día. Entiendo tu punto de vista: el pasado, pasado está, y todo eso. Pero solo hasta el día que vuelve para darte una patada en el culo. En fin, da igual. Damen es alto, moreno y guapísimo, ¿qué importan las atrocidades que haya cometido a lo largo de los siglos?

Me mira con una ceja enarcada e inclina la cabeza hacia un lado, con lo que su cabello ondulado, brillante y oscuro, cae sobre la parte delantera del vestido. Avanza hacia mí con pasos lentos y deliberados mientras retuerce un mechón entre los dedos. Es evidente que hace todo lo que puede para ponerme nerviosa.

—Lo único que debería preocuparte ahora es tu futuro. Ya que, como las dos sabemos muy bien, puede que no sea tan largo como pensabas en un principio. No creerás que voy a dejar que andes por aquí toda la eternidad, ¿verdad? Tendrás suerte si permito que llegues al final del semestre. —Se detiene a escasos centímetros de mí con una mirada burlona, ofreciéndome sus palabras como si fueran la manzana de Eva. Rogándome que las saboree.

Sin embargo, me limito a tragar saliva con fuerza para asegurarme de que mi voz sonará tranquila y firme.

—Damen y yo no tenemos secretos. Sé muy bien cómo es el corazón de Damen. Y es bueno. Así que, a menos que tengas alguna otra cosa que decir, me largo de aquí.

Me encamino hacia la puerta con la intención de marcharme, de acabar con esto antes de que la cosa llegue más lejos, pero Haven se sitúa delante de mí antes de que pueda conseguirlo.

Cruza los brazos a la altura del pecho y me mira con los ojos entrecerrados.

—No vas a ninguna parte, Ever. Todavía no he terminado contigo. Ni de lejos.

Capítulo siete

L
a miro a los ojos, a la cara. Soy consciente de que solo cuento con unos segundos para tomar la decisión de, o bien empujarla para poder salir y darnos la oportunidad de tranquilizarnos…, o bien quedarme donde estoy e intentar razonar con ella. O, al menos, dejarle creer que ha «ganado» este asalto.

Mi silencio le proporciona todo el coraje que necesita para continuar donde lo dejó.

—¿De verdad me estás diciendo que Damen y tú no tenéis secretos? —Su tono encaja a la perfección con la expresión burlona de su rostro—. ¿En serio? ¿Ninguno?

Echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada, dejando a la vista su cuello de piel blanca cuajado de joyas y el sutil dibujo del tatuaje del uróboros. El dibujo me recuerda al que tenían Roman y Drina, aunque el de Haven es algo más pequeño y se oculta a la perfección tras su larga melena. Es evidente que el aplomo que muestra es desproporcionado, ya que ha dado por sentado que mi silencio se debe al nerviosismo y al miedo.

—Por favor… —Bate las pestañas—. No te engañes; y no trates de engañarme a mí. Seiscientos años son mucho tiempo, Ever. Tanto que a nosotras nos resulta imposible imaginarlo. Pero es tiempo más que suficiente para acumular unos cuantos esqueletos sucios en el metafórico armario, ¿no crees? —pregunta con una sonrisa.

Sus ojos tienen un brillo enajenado, y su energía es tan frenética, tan intensa, tan dañina, que me concentro únicamente en vigilarla. En evitar que empiece algo de lo que sin duda se arrepentirá.

—No es asunto mío —le digo, poniendo mucho cuidado en mantener un tono de voz tranquilo y firme—. Puede que el pasado influya en nuestras vidas, pero no es lo que nos define. Así que, en realidad, no tiene sentido revivirlo más de lo necesario.

Intento no estremecerme cuando ella frunce el ceño y se inclina hacia mí. Su cara está tan cerca de la mía que puedo notar su gélido aliento sobre la mejilla y oír el tintineo de las gemas de sus largos pendientes, que chocan unas contra otras.

—Cierto. —Me recorre con la mirada—. Pero también es verdad que algunas cosas nunca cambian. Algunos… «apetitos» no hacen más que intensificarse, tú ya me entiendes.

Retrocedo hasta los lavabos y apoyo la cadera en uno de ellos mientras dejo escapar un suspiro. Quiero que sepa lo aburrido que me parece todo esto, pero Haven ni se inmuta. Le importa un comino. Este es su escenario y yo soy su público, y está claro que el espectáculo está lejos de terminar todavía.

—¿De verdad no te preocupa? —Avanza unos pasos para acortar la distancia que nos separa—. ¿No te preocupa no poder satisfacerlo jamás del modo que él, o cualquier otro chico, realmente necesita?

Empiezo a apartar la vista… quiero apartar la vista, pero algo me lo impide. Ella. No está dispuesta a permitírmelo. No me va a dejar que lo haga. De algún modo, me obliga a mirarla a los ojos.

—¿No te preocupa que se harte de tanta abstinencia y tanta angustia y se vea obligado a escabullirse para conseguir un poco de… llamémoslo «alivio»?

Me limito a observarla y a respirar. Me concentro en la luz de mi interior y hago lo posible por no dejarme llevar por el pánico que me provoca esta súbita pérdida de control.

—Porque si yo estuviera en tu lugar, estaría preocupada. Muy preocupada. Lo que le pides… Bueno, es antinatural, ¿no crees? —Se frota los brazos con las manos y se estremece como si la mera idea le resultara horrible, impensable. Como si, por alguna extraña razón, eso la afectara a ella más que a mí—. Aun así, te deseo lo mejor. Mientras dure, claro.

Se aparta de mí, pero no deja de observarme. Le hace gracia ver cómo tiemblo, lo mucho que me esfuerzo por disimular la inquietud que me han provocado sus palabras.

Frunce los labios hacia un lado mientras me recorre de nuevo con la mirada.

—¿Qué es lo que pasa, Ever? Pareces un poco… molesta.

Me concentro en respirar hondo mientras me debato entre la posibilidad de salir pitando y la de dejar que Haven lleve esto más allá. Decido quedarme e intentar que recupere algo de sentido común.

—¿
Todo esto va en serio? ¿De verdad me has hecho venir aquí para poder decirme lo mucho que te preocupa mi vida sexual con Damen
? —pienso.

Suspiro y niego con la cabeza, como si me diera pereza la mera idea de decirlo en voz alta.


La falta de vida sexual, más bien
. —Se echa a reír, pone los ojos en blanco y añade en voz alta—: Créeme, Ever, mis planes son mucho más ambiciosos, como bien sabes. Y, gracias a ti, ¡ahora ambas contamos con el tiempo y el poder necesarios para verlos cumplidos! —Inclina la cabeza a un lado para mirarme de arriba abajo de nuevo—. ¿Recuerdas lo que dije la última vez que nos vimos? ¿La noche que mataste a Roman?

Empiezo a protestar, pero me detengo de inmediato. No serviría de nada repetirlo. Haven no va a cambiar de opinión. A pesar de la confesión de Jude, me considera responsable de aquel lío en particular, y no puedo hacer nada al respecto.

—El hecho de que no fueras tú quien dio el golpe no te hace menos culpable. No te hace menos cómplice. —Sonríe y deja al descubierto sus blanquísimos dientes antes de volver a darle patadas a todas las puertas de los servicios. Enfatiza sus palabras con una serie de porrazos cuando añade—: ¿No fue eso lo que le dijiste a tu amiguita Honor hace un momento? Estabas allí cuando Jude intervino y no hiciste nada para impedirlo. Te quedaste de brazos cruzados y permitiste que ocurriera, sin mover un dedo para salvarlo. Y eso te convierte en cómplice y en partícipe, lo que vuelve tu propio argumento contra ti.

Se detiene y se da la vuelta para mirarme a los ojos mientras aguarda a que asimile sus palabras; quiere hacerme saber que vigila todas mis conversaciones y que es capaz de hacer mucho más.

Levanto las manos con las palmas hacia ella en un gesto de paz, esperando poder calmar las cosas antes de que sea demasiado tarde.

—No tenemos por qué hacer esto. —La observo con detenimiento—. No tienes por qué hacer esto. No hay razón para que no podamos… coexistir. No hace falta que sigas adelante con…

Pero su voz me acalla antes de que pueda terminar de hablar.

—No te molestes —dice mientras me mira con los ojos oscurecidos y una expresión despiadada—. No me harás cambiar de opinión.

Habla muy en serio. Puedo verlo en sus ojos. No obstante, hay cosas muy importantes en juego, así que no tengo más remedio que intentarlo.

—Vale, está bien. Estás decidida a cumplir tu amenaza y crees que no puedo detenerte. Me da igual. Eso está por ver. Pero antes de que hagas algo de lo que sin duda te arrepentirás, debes saber que estás desperdiciando el tiempo. Por si no lo sabes, me siento tan mal como tú por lo que le ocurrió a Roman. Sé que te resulta difícil creerlo, pero es la verdad. No puedo volver atrás, no pude detener a Jude, pero jamás quise que ocurriera aquello. Al final entendí quién era Roman en realidad, qué era lo que lo impulsaba, por qué hacía las cosas que hacía. Y lo perdoné. Por eso fui a verle, para explicarle que no quería continuar en guerra con él, que quería que hiciéramos las paces. Y acababa de convencerlo, acabábamos de acordar que trabajaríamos juntos, cuando Jude entró, malinterpretó la situación y… bueno, ya conoces el resto. No lo vi venir, Haven. De lo contrario, lo habría detenido. Nunca habría permitido que acabara así. Cuando quise darme cuenta de lo que ocurría, ya era demasiado tarde para impedirlo. Fue un trágico malentendido, eso es todo. No fue nada siniestro, ni premeditado. No fue nada de lo que crees. —Asiento con la cabeza, convencida de lo que digo. Mi única esperanza es poder convencerla a ella.

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