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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Descansa en Paz (36 page)

BOOK: Descansa en Paz
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David y Magnus se acercaron despacio, David notó que Magnus estaba tenso y alerta. El ojo de Eva ya no ofrecía aquel aspecto que tenía cuando él la vio en el hospital: la película gris había desaparecido totalmente y se diría que el ojo estaba casi completamente sano. Casi. Sin embargo, ella parecía haber adelgazado muchos kilos durante los últimos días; la mejilla sana había perdido su redondez y ahora aparecía hundida en el hueco de la boca. Cuando levantó las comisuras de los labios tratando de esbozar una sonrisa, lo que le salió fue más bien una mueca.

—David —dijo ella—. Magnus. Mi niño.

La voz conservaba algo de su carácter silbante, y David la hubiera reconocido inmediatamente como la voz de Eva. Magnus se detuvo. David retiró la mano de su hombro y se acercó a la cama. No se atrevió a abrazarla por miedo a hacerle daño en algún sitio, por eso se limitó a sentarse en el borde de la cama y ponerle las manos en los hombros.

—Hola, cariño —le dijo—. Ya estamos aquí.

Se mordió los labios para no echarse a llorar y le hizo un gesto a Magnus para que se acercara hasta la cama; éste lo hizo, vacilante. Sture también se acercó, detrás de Magnus. El ojo de Eva se deslizó sobre ellos.

—Queridos míos —dijo ella—. Mi familia.

Se quedaron un momento en silencio. Había tanto que decir que resultaba imposible contar nada. Roy se acercó con las manos entrelazadas sobre el estómago como para mostrar que él no pensaba hacer nada, y señaló con la cabeza hacia la máquina.

—Bueno, yo controlo el EEG —dijo él—. No es nada peligroso. Sólo para que...

Se apartó de nuevo hacia atrás, y dejó otra frase inacabada flotando en el aire. David miró hacia el aparato, donde se veían unas cuantas líneas casi rectas flotando en el vacío de una pantalla negra, sólo interrumpidas por alguna elevación aislada.

«¿Tiene que ser así?».

David volvió a mirar a Eva, cuyo ojo permanecía en actitud expectante, tranquila, no resultaba amenazador. Sin embargo, David sintió un escalofrío. Tardó un par de segundos en darse cuenta de lo que era: dentro de su cabeza sentía a Magnus, a Sture, a Baltasar y a Roy en una mezcla caótica, pero no le llegaba nada de Eva.

Él la miró directamente al ojo y pensó: «Querida, mi amor, ¿dónde estás?», pero no obtuvo respuesta. Cuando se concentró, pudo percibir una débil imagen: la sombra de lo que Eva significaba para él, pero procedía totalmente de sus recuerdos, no de la persona que tenía delante. Le cogió la mano a Eva con cuidado. Parecía fría, pese a que debía de estar a la misma temperatura que la habitación.

—Hoy es el cumpleaños de Magnus —le dijo—. No ha tenido tarta de crepes. Yo no sabía cómo se hacía, así que compré una hecha.

—Felicidades, mi querido Magnus —dijo Eva.

David vio que su hijo acababa de tomar una decisión, yendo en contra de lo que realmente sentía: el niño se acercó a la cama con Baltasar en las manos.

—Me han regalado un conejo. Se llama Baltasar.

—Es muy bonito —dijo Eva.

Magnus soltó a Baltasar en la cama y el conejo dio unos tímidos saltos, se colocó entre las delgadas piernas de Eva y olisqueó las pelusas de la manta. Eva parecía no advertir su presencia.

—Se llama Baltasar —repitió Magnus.

—Es un bonito nombre.

—No puede dormir en mi cama, ¿verdad?

David abrió la boca para responder que no, pero se dio cuenta de que la pregunta iba dirigida a Eva y se quedó callado. Como constatando el hecho, Eva respondió:

—No puede dormir en tu cama.

—¿Por qué no?

—Magnus... —David le puso la mano en el hombro—. No sigas.

—Entonces, ¿puede?

—Luego hablaremos de eso.

Magnus arrugó el entrecejo y miró a Eva. Roy carraspeó, y avanzó un poco.

—Esto —dijo—, hay una pequeña cosa que me gustaría preguntaros.

David le acarició la mano a Eva con el dedo, se levantó y se alejó un poco de la cama siguiendo a Roy, y le cedió su sitio a Sture. Antes de levantarse, echó un vistazo a la pantalla del EEG y vio que las elevaciones eran ahora un poco más grandes, un poco más seguidas.

Cuando se alejaron de la cama, David le preguntó:

—¿A qué te refieres? ¿A que está como...? —David no fue capaz de decir como un robot, pero eso era lo que sentía.

Eva contestaba a todas las preguntas, decía cosas completamente razonables, pero lo hacía de forma mecánica, como si se tratara de un comportamiento aprendido.

Roy asintió.

—No sé —dijo él—. Seguro que mejorará. Como te digo, ha hecho unos progresos enormes y... —No terminó la frase, sino que empezó otra nueva—: Lo que me pregunto es lo del pescador. ¿Te dice a ti algo?

—¿El pescador?

—Sí. Cada vez que le pregunto algo acerca de ella misma, siempre acaba con ese Pescador. Es algo que le da miedo.

Sture se levantó de la cama y se acercó a ellos.

—¿De qué estáis hablando?

—De un pescador —dijo David—. Es algo que dice Eva, pero nosotros no sabemos qué es.

Sture se volvió hacia la cama, donde Magnus le estaba diciendo algo a Eva mientras le señalaba a Baltasar, que había saltado encima de su estómago.

—Yo sé qué es —contestó, y tomó aire—. ¿Habla de ello? —Roy asintió y Sture repuso—: ¿Ah, sí? Bien, eso sucedió cuando ella era pequeña, sabéis. Ella tenía siete años y... sí, se puede decir que la culpa fue mía por no haber estado más pendiente de ella. Estuvo a punto de ahogarse. Le faltó muy poco. Se salvó por los pelos. Si mi mujer no hubiera sabido lo que había que hacer en esos casos, pues... —Sture sacudía la cabeza sólo de pensarlo—. Bueno, de todos modos, cuando conseguimos... revivirla, pues...

—¡Papá! ¡Papá!

David oyó el grito de Magnus en su mente un segundo antes de que llegara a sus oídos. No, el grito venía de Baltasar, y al mismo tiempo que el aullido desgarrado de Magnus moría entre las paredes, se oyó otro que sonaba más como el de un pájaro, y luego un frágil crujido.

David se abalanzó hacia la cama, pero ya era demasiado tarde.

El cuerpo de Baltasar yacía entre las piernas de Eva, pero ella sostenía en la mano la cabeza y se la llevaba hacia el ojo para poder observarla. La rediviva le daba vueltas a la diminuta cabeza del conejo en la que aún temblaba el hocico y los ojos, fijos, miraban aterrados. En sus rodillas se agitaban las patas del cuerpo descabezado y un hilillo de sangre se deslizaba a lo largo de un pliegue de la manta y se escurría hasta el suelo.

Las patas de Baltasar dieron una última sacudida y se quedaron inmóviles. El ojo de Eva estudiaba de cerca el del conejo; eran dos charcos negros reflejándose el uno en el otro.

—¡Te odio, te odio! —gritó Magnus, y le pegó a su madre en el brazo y en el hombro; se le trabaron en los brazos los cables que ella tenía fijados a la cabeza y éstos se soltaron.

David alcanzó a captar un atisbo de las líneas del EEG antes de que desaparecieran: curvas compactas y puntiagudas. Agarró a Magnus por detrás, le inmovilizó los brazos en un fuerte abrazo y le sacó del apartamento mientras le susurraba palabras de consuelo sin que surtieran ningún efecto.

—No lo entiendo... Ella nunca ha... —murmuraba Roy, y...

... se retorció las manos y balanceó el cuerpo, sin decidirse a acercarse a la cama donde Eva seguía dándole vueltas a la cabeza del animal e introduciendo el dedo en la garganta llena de mucosidad sanguinolenta, de donde colgaban como serpentinas trozos de tendones y ligamentos.

Sture se acercó a la cama, arrancó la cabeza del conejo de las manos ensangrentadas de Eva y la puso encima de la mesilla. Cerró los ojos ante el dolor que había en el grito interno de Magnus, sacó las dos muñecas y las colocó en las manos de su hija.

—Mira —le dijo—. Tus muñecas. Eva y David.

Eva las cogió, las sujetó con las manos y las miró, tranquila.

—Eva y David. Mis muñecas.

—Sí.

—Son muy bonitas.

A Sture le asustó más su tono de voz que lo que había hecho con Baltasar. Sonaba y no sonaba como su hija. Sonaba como alguien que imitara la voz de su hija. Fue incapaz de seguir escuchando y dejó a la rediviva sentada con las muñecas en las rodillas.

* * *

David llevaba a Magnus y Sture cargaba con lo que quedaba de Baltasar: unos restos de piel revuelta y manchada que habían dejado de soñar con el heno. Enfrente del portal se toparon con un policía que agitaba las manos en dirección a la salida.

—Tengo que pedirles que abandonen el recinto inmediatamente.

—¿Qué sucede? —preguntó Sture.

El agente meneó la cabeza.

—Pueden sentirlo ustedes mismos —respondió, y desapareció en el interior para continuar con el desalojo.

La accidentada visita a Eva los había mantenido tan ocupados que les habían pasado desapercibidas las señales y los gritos de alarma que llenaban el campo. La desesperación del niño ocupaba por completo la mente de David, pero cuando Sture prestó atención a los hechos del exterior, escuchó los crujidos propios de un árbol a punto de ceder bajo los golpes de una sierra o un hacha. Eran esos chasquidos previos al desmoronamiento del tronco, pero ¿de qué lado iba a caer?

Miles de consciencias en tal estado de pánico que resultaba imposible poder distinguir los pensamientos, sólo una guerra de hormigas a todo volumen, y atravesándolo todo aquel sonido silbante, cortante. Sture torció el gesto y agarró a David del hombro.

—Vamos —le instó—. Debemos salir de aquí ahora mismo.

Se dirigieron hacia las verjas lo más deprisa que pudieron mientras el campo absorbía los demás pensamientos propios. Había más personas saliendo de los portales. Corrían hacia la salida como si huyeran de un fuego, de una guerra o del avance de un ejército enemigo.

Heden no volvería a abrirse al público nunca más.

Heden, 13:15

Flora estaba tumbada debajo del banco, encogida como un feto, abrazada a su mochila. El mundo se hundía a su alrededor. El mundo se hundía dentro de ella. Todo explotaba como si fueran los fuegos pirotécnicos de la locura.

Apretó los párpados cuanto pudo, para evitar que se le salieran los ojos de las cuencas. No podía moverse, debía limitarse a esperar que aquello acabara de una vez.

Los grupos grandes de muertos afectaban a las mentes de los vivos, pero otro tanto ocurría a la inversa. Las emociones aumentaban como si se reflejaran en un sistema de espejos, se reflejaban unas a otras y se fortalecían, se volvían a reflejar y siguieron así hasta que el campo se volvió insoportable.

Pasados cinco minutos empezó a debilitarse. Los pensamientos terribles abandonaron el recinto y se apagaron fuera. La chica se atrevió a abrir los ojos al cabo de diez minutos, y comprendió que se habían olvidado de ella. Un par de policías abandonaban el patio en ese momento. Fuera de un portal un hombre se había sentado a llorar. Tenía arañazos en la cara y manchas de sangre en el cuello de la camisa. Mientras Flora lo miraba, llegó hasta él un enfermero, le lavó las heridas y le puso una gasa.

Flora no se movió; con sus ropas negras parecía una sombra debajo del banco. Si se movía se convertía en persona, y las personas debían salir de allí.

Cuando le hubo cubierto las heridas, el enfermero cogió al hombre por debajo de los brazos y lo condujo hacia la salida. El herido caminaba como si llevara un yugo encima de la nuca, e iba pensando en su madre, en su cariño y en sus uñas limadas y pintadas de color rojo cereza. Siempre había cuidado mucho sus uñas, incluso durante los años que duró la enfermedad. Cuando le fueron arrebatando toda la dignidad pedazo a pedazo, ella, sin embargo, siguió insistiendo en las uñas, en que las uñas debían cuidárselas y pintárselas de rojo cereza. Aquellas uñas. Una de ellas se le había partido al arañarle.

Flora esperó a que hubieran abandonado el patio, y luego miró fuera de éste. Su percepción extrasensorial le decía que no había nadie vivo en las inmediaciones, pero allí era todo tan raro que no podía estar segura.

No se veía a nadie. Se arrastró fuera y corrió hasta el pasadizo que conducía al siguiente patio, donde debió esperar un poco mientras salía otro par de personas. Una de ellas era psicóloga o algo parecido, e iba sopesando seriamente la idea de quitarse la vida con una sobredosis de morfina cuando llegara a casa. No tenía familia, ni aquí ni en ninguna parte.

Ya eran casi las dos cuando Flora llamó con cuidado en la ventana de Peter y pasó dentro. En aquellos momentos no quedaba ninguna conciencia viva por los alrededores.

EKOT, 14:00

...no existe ninguna explicación a lo sucedido en Heden. Poco después de las dos, la policía y el personal sanitario se vieron obligados a desalojar el recinto. Doce personas han resultado heridas tras haber sido atacadas por los redivivos, tres de ellas de gravedad. Heden permanecerá cerrado al público por tiempo indefinido...

RESUMEN

Ministerio de Sanidad. Reservado

En suma, estamos convencidos de que los redivivos consumen muy deprisa sus reservas intracelulares. Si se toma como media el consumo actual, calculamos que esos recursos se habrán consumido en el plazo de una semana, como máximo, mucho antes en algunos casos.

Por lo tanto, dentro de una semana o menos, esos redivivos estarán, a falta de terminología apropiada, consumidos si no se hace nada al respecto.

Por el momento, no tenemos ninguna solución válida que proponer.

Por último, nos preguntamos si continúa habiendo demanda de tal solución.

EKOT, 16:00

...ha puesto Heden en algo parecido a la cuarentena. La zona contará con un reducido grupo de personal sanitario, pero de momento no hay planes para continuar con los programas de rehabilitación.

17 DE AGOSTO (II)

El pescador

La idea es delicada y prometedora

como la luz que cruza el cielo hacia el norte

en sutiles jirones,

como los que deja el caracol a su paso,

o como tantea el mejillón el fondo del mar

con el pecho, la boca y las manos,

o como el corazón, al latir,

siente el llanto del cerebro.

MIA AJVIDE,
Flyktlock

(Vía de escape).

Labbskäret, 16:45

Las sombras ya se habían alargado cuando Mahler se levantó de su escondrijo y regresó a la cabaña. Le dolía el cuerpo después de permanecer tanto tiempo sentado en la piedra. Había permanecido fuera más tiempo del estrictamente necesario para tranquilizarse. Quería demostrarle a Anna cómo sería todo si él, el que estaba de más, desapareciera.

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