Authors: Jens Lapidus
JW cogió una cerveza. Observó a sus amigos.
Nippe ligaba con Carro, Jet-set Carl estaba de pie junto a la barra y hablaba con Gustaf, el resto de los invitados estaban sentados en los sofás y charlaban.
La música sonaba de fondo. JW oía a Gunn hacer ruido en el comedor.
Notó que algo estaba mal.
JW comprendió el error. Faltaba volumen en la sala del bar; nadie bailaba, nadie se reía, nadie gritaba. La conclusión, fácil: no había verdadera marcha, lo que significaba una mala fiesta.
Pasó tras la barra y se dirigió a Gustaf. Escuchó un rato lo que decía Jet-set Carl antes de disculparse. Pidió hablar con Gustaf a solas. Le dijo que fueran a otra habitación.
Volvieron al comedor, donde la mesa ya estaba totalmente recogida. Gunn era eficiente. JW acercó una silla a Gustaf.
—Gustaf, es de puta madre estar aquí. Vaya cena de la leche. —JW conocía la regla lingüística básica: decir tacos sólo en frases positivas. Empezó a vender su negocio—. He pensado esta locura. Resulta que he traído unos gramos de farlopa. Tú ya la has probado. ¿Nos metemos un poco? Seguro que la fiesta se pone a tope.
—Sí, llevas razón. ¿Tienes coca? Joder, qué genial. Tenemos que tomar. ¿Cuánto quieres por ella?
La mejor pregunta posible. JW evitaba decir claramente que quería que le pagaran. Gustaf quería que hubiera ambientazo en su reunión. ¿Quién no lo querría? JW podía facilitarlo.
—No suelo vender, pero ahora mismo tengo de sobra. ¿Quieres seis gramos? Te los paso a mil doscientas el gramo. Basta para toda la noche. Las chicas se ponen como locas, ya lo sabes.
Gustaf aceptó de inmediato. No llevaba dinero, pero le prometió pagarle la semana siguiente. JW no tenía inconveniente.
Gustaf se volvió a poner tras la barra. Gritó:
—¡Que aquí hay coca, joder! —JW ya le había prestado un tubo y dos espejos.
Todos salvo dos chicos se metieron un tirito, veinte miligramos cada uno.
La fiesta explotó.
Subieron la música. Tres chicas se subieron a las mesas que había ante los sofás y se pusieron a bailar; oscilaban las caderas. Fredrik berreaba con
Call on me
de Eric Prydz. Sophie se balanceaba. Nippe se estaba dando el lote a lo bestia con Carro en uno de los sofás. Jet-set Carl seguía el ritmo con Ímpetu. Bailaba al estilo pijo, moviendo una mano en el aire al ritmo de la canción.
El ambiente de fiesta era un hecho. La transformación a fiesteros, máxima. Los dos chicos que no habían tomado coca la primera vez probaron. Causó el efecto deseado. Todos hacían ruido, bailaban, estimulaban los músculos de baile. La música retumbaba. La fiesta a tope. Todos se servían bebidas con generosidad. Gritaban con las canciones, se reían de nada, bailaban, saltaban sin parar como conejos de Duracell. Se sentían superatractivos. A tope. De lujo. Jet-set. Las palabras clave en los cuerpos de todos: energía, inteligencia, empalmados. La fiesta de Gustaf era lo más.
Rock on
{32}
.
Cinco horas más tarde se acabó la cocaína. JW aún estaba de subidón. Había observado a Sophie toda la noche. Ella pasaba de él totalmente. Él se sentía engañado.
Sin embargo Anna se le acercó. Le dijo que le parecía muy agradable, le dio las gracias por la compañía durante la cena y empezó a bailar con él. Se agarraban cada vez más. La mitad de la gente se había dormido. El resto estaban tumbados en los sofás y hablaban o se metían mano.
JW y Anna subieron a la habitación de ella.
Eran las cinco y media. JW aún se sentía despejado.
Cerraron la puerta con llave y se sentaron en la cama.
Anna soltaba risitas. Se miraron. Se besaron. Se excitaron. JW le acarició el pecho por encima de la ropa. Ella le abrió la bragueta y le sacó la polla, se inclinó y empezó a chupársela. Le manchó la polla de brillo de labios. Él gimió. Realmente intentó aguantar, no quería correrse aún. Se separó y se puso de pie, le quitó la ropa a ella. Le lamió el pecho. Ella volvió a agarrarle la polla y la introdujo dentro de ella.
Follaron apasionadamente.
Acabó demasiado rápido.
Marcha atrás. Él se corrió en la mano.
Se secó con la sábana.
Se quedaron tumbados inmóviles, se relajaron un rato.
Anna siguió charlando, quería hacer una valoración de la velada.
JW no quería hablar. La cocaína era mejor que la Viagra; tras quince minutos volvió a tener ganas.
Se saltaron los preliminares; follaron directamente.
Se corrió después de como máximo dos minutos. Penoso
Se sintió vacío.
Durmió fatal.
Las áreas de responsabilidad de Mrado en la estructura de Radovan: los guardarropas, meter en cintura a los chavales, cobros en general. A veces ayudaba a poner en su sitio a camellos y clientes de prostitutas que se creían que eran Dragan Joksovic o putas que se creían que podían decidir por sí mismas. Por lo general le ayudaban Ratko u otros tíos del gimnasio.
Además Mrado se encargaba de su propio negocio. Empresa de importación. Compraba madera de Tailandia. Teca. Ébano. Balsa. Vendía a ebanistas, decoradores y constructores. Iba bien. Sobre todo hacía falta tener ingresos declarados.
Los dolores de cabeza de Mrado: Patrik condenado. Probablemente el ex
skin
no fuera a entregar a nadie, pero siempre se corría ese riesgo. Qué puta mala suerte que el
skin
se hubiera descontrolado tanto. Peor que Mrado hubiera estado tan equivocado como para sacarle a Rado el tema de que quería una parte mayor cuando el jefe estaba enfadado. ¿Se avecinaba una crisis de confianza entre Radovan y él? Aún más: Mrado debería encontrar a ese farlopero, Jorge. Y todavía más: Mrado había recibido de Radovan la orden de encargarse del llamado proyecto Nova, la pasma junto con la fiscalía en una operación gigantesca para acabar con el crimen organizado de la ciudad. Conclusión: Mrado tenía que ver a Lovisa, de lo contrario iba a explotar. La zorra de Annika tenía un litigio contra el en los juzgados. Estaba preparado para luchar por su hija. Parecía que la sociedad estuviera en su contra. También él tenía derecho a tener una buena relación con su hija, qué coño.
Tenía problemas para dormir. No eran las obligaciones o la cantidad de cosas que tenía que hacer lo que le despertaba en mitad de la noche; eran los pensamientos sobre Lovisa y una vida diferente. El riesgo de no poder verla. Las reflexiones sobre lo que haría si dejaba sus actuales actividades. Quizá hubiera otra manera, otros sectores en los que pudiera encajar. Pero no, Mrado era el que era. Esta ciudad necesitaba hombres como él. En ese momento el problema más pequeño era conseguir un testaferro para la empresa del videoclub. Empezaría por ahí.
Habló con la gente del gimnasio. Nadie quería comprometerse. No porque tuvieran grandes fortunas que perder, al menos de las que tuviera conocimiento el gran hermano, sino porque no querían tener quiebras. Los chicos tenían sueños de negocios a lo grande. Al final todos tenían que ir por lo legal de alguna forma. Conclusión: no te busques innecesariamente malos expedientes que se reflejen en el registro.
Mrado tampoco quería fastidiarla. Al mismo tiempo, si había movidas, que otro se llevara el golpe.
Podría llamar a alguno de sus iguales: Goran, Nenad o Stefanovic. Todos súbditos del rey yugoslavo, al mismo nivel que Mrado en la jerarquía. Tíos que controlaban. Al mismo tiempo competidores en la carrera por el favor de Radovan.
Llamó a Goran.
El tío era el importador de tabaco y alcohol de Radovan. Un pelota. Un lameculos. Si Rado le pusiera a parir, se tumbaría boca arriba y sacudiría las patas. Como un perro. Pese a todo, el tío se las apañaba asquerosamente bien con sus mercancías. Grandes ingresos, facturaba setenta millones al año.
La importación de cigarrillos y alcohol: logística complicada, matemáticas administrativas, desarrollada metodología de envío y transporte. Un grupo de empresas global basado en el Estocolmo del crimen. Alcohol legal y garrafón. Por Finlandia desde Rusia, el Báltico, Polonia y Alemania. Reempaquetado; el país de origen, anónimo; el método de elaboración, borrado. Goran dominaba el sector. Tenía sólidos contactos en el Sindicato de Transportes Sueco. Tenía controlados a los conductores. Conocía a los jefes. Sobornaba a las personas adecuadas. Se movía por las carreteras europeas adecuadas. Falsificaba hojas de cargo, preparaba envíos creíbles, emisores y receptores. Captaba a los tíos más duros. A los que querían ganar pasta rápido. A los que ponían límites mínimos. Tíos que trabajaban jornada completa sin declarar una corona.
Mrado quería llegar a estos últimos. Otro tipo de gente distinto a los tíos del gimnasio. Más mayores. Sin prestigio. Que empinaban el codo. Que no aspiraban a tanto. Tíos grises.
Mrado al teléfono con Goran. Fingió incluso para él mismo que le caía bien. En serbio:
—Goran, amigo mío. Soy yo.
—Así que eres Mrado. ¿Desde cuando somos amigos?
Goran chulo ante todo y ante todos salvo con
il padre,
Don R. Mrado tragó. Aceptó la mierda; su misión era más importante.
—Trabajamos para el mismo hombre. Somos compatriotas. Nos hemos emborrachado juntos. ¿No somos amigos? Somos más que amigos.
—Que te quede claro que no somos amigos y no somos familia. Yo soy un hombre de negocios. Nunca he terminado de entender a lo que te dedicas en realidad. Partirle la cara a la pobre gente de los guardarropas. ¿También les levantas las chaquetas?
—¿De qué hablas?
—El fin de semana pasado me quitaron la chaqueta en Café Opera. Los capullos del guardarropa no tenían ni idea. Alguien la señaló y dijo que se le había perdido la ficha.
—Esas cosas pasan.
—¿Esas cosas pasan en los guardarropas que controlas tú?
—Ni idea.
—Deberías comprobarlo.
—Goran, no suelo pedir ayuda. Tampoco ahora. Te voy a recompensar, eso no es ayudar.
—Deja de hablar en clave. De esta conversación puede salir algo bueno, lo noto. Lo que me pregunto es qué. Has empezado muy amable. Me has llamado amigo.
A cualquier otro, Mrado le habría colgado. Habría ido a por él. Habría acabado con esa persona. Pero primero, por ejemplo, le cortaría los dedos uno a uno con unas tijeras de podar.
—Tan rápido como siempre, Goran. Necesito a alguien que sepa de los conductores. Un tío en el que se pueda confiar. Si me consigues un buen contacto te cedo el cinco por ciento de lo que yo gane al final con esto.
—¿Cuánto sacaré yo al mes?
—Aún no lo sé exactamente, pero se trata de montar un asunto gordo de Rado. Voy a montar dos compañías para él. Diría que será al menos de cinco mil para arriba. Limpias.
—¿De cinco mil para arriba por un nombre? ¿Al mes? ¿Qué gol me quieres colar?
—No te meto ningún gol. Es que es muy importante para mí que esto funcione. Por eso estoy dispuesto a soltar pasta.
—Qué coño. Dispara. ¿Qué puedo perder? ¿Qué necesitas exactamente?
Mrado se lo contó sin explicar demasiado.
Goran dijo:
—Tengo un tío. Christer Lindberg. Te mando un SMS con su móvil. ¿Te vale?
—Claro. Gracias. Te llamo en esta semana y te cuento qué tal. Después de todo quizá seas bastante bueno.
—¿Bueno? Bueno es mi segundo nombre. Acuérdate.
Mrado colgó. Se preguntó si había sido listo o si se la habían jugado.
Se acercaba el otoño. Jorge había conseguido plaza en el albergue para catorce noches de las últimas veinticuatro. Había comprado sus datos personales a un yonqui en Sollentuna Centrum por tres mil pavos hasta final de mes. Los albergues pasaban el cargo a la trabajadora social del yonqui. El tío cobró su subvención; prefería pasta para heroína y anfetaminas.
Jorge no entendía por qué casi sólo había vikingos en el albergue cuando sabía que los verdaderamente pobres eran los extranjeros. ¿No tenían orgullo?
La vida en el albergue no estaba tan mal. Incluía comida bien preparada en el desayuno y la cena. Jorge veía la televisión. Leía los periódicos. No venía nada de su fuga.
Hablaba poco con los demás.
Intentaba hacer flexiones de brazos, abdominales o saltar a la cuerda cuando no había nadie. No podía correr, el pie todavía estaba jodido por el salto desde el muro.
A la larga no funcionó. No podía arreglarse el pelo sin que la gente se extrañara. No podía ponerse la crema autobronceadora sin que la gente le mirara. Corría el riesgo de que alguno de los sin techo le reconociera. Además, después de catorce días el albergue empezaba a cargar quinientas coronas por noche, en lugar de doscientas. No había justicia. El dinero del yonqui podía acabarse. La trabajadora social podría sospechar.
No podía permitirse pagar a su primo, Sergio, o a su contacto de los monos, Walter. Una vergüenza.
Todo era una mierda.
Pensamientos grises, con miedo. No era bueno mentalmente.
Sin correr nada. Asquerosamente fofo. No era bueno físicamente.
No se había escapado para eso.
Tenía que conseguir dinero.
Un mes en el exterior. Bien mirado, no estaba nada mal. Mejor que muchos otros. Pero tampoco era un éxito. ¿Qué se había pensado? ¿Que iban a aparecer gratis un cirujano plástico, un pasaporte y un pastón? ¿Que iba a encontrar un kilo de farla debajo de su almohada en el albergue de Nattugglan? ¿Que su hermana le iba a llamar y le iba a decir que había conseguido billetes de tren para Barcelona y le dejaba el pasaporte de su novio para una temporada? Seguro.
Sergio había corrido muchos riesgos. Jorge no había tenido noticias de él desde el día que se marchó de casa de Eddie. No se atrevía a ponerse en contacto con él. La mala conciencia le reconcomía. Debería pagarle. Pero ¿qué iba a hacer?
¿Qué coño iba a hacer?
No creía que la pasma tuviera su búsqueda como máxima prioridad. A sus ojos no era nadie, era un drogata inofensivo. Para la policía era prioritario detener a los ladrones de vehículos blindados, los violadores y demás criminales violentos. En eso tenía suerte; no había usado la violencia en la fuga. Sin embargo la vida de fugitivo no era fácil. La solución estaba en el dinero.
La idea sobre Radovan. Su as en la manga.
No quería usarlo. Había pensado acostado por las noches en los albergues. Había dado vueltas. Sudado. Le recordaba las noches anteriores a la fuga. Pero de alguna manera, peor. Entonces las cosas sólo podían salir adelante o no salir. Ahora las cosas podían joderse o joderse aún más. Sin embargo, tenía esperanzas. Quizá funcionara.