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Authors: Edgar Rice Burroughs

Dioses de Marte (8 page)

BOOK: Dioses de Marte
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Tanto la muchacha como el guerrero verde permanecieron silenciosos y meditabundos un breve instante. La primera fue la que antes rompió el silencio.

—Nunca he considerado el asunto bajo este aspecto —añadió—. Realmente daría mi vida mil veces con tal de salvar a una sola de estas desventuradas almas que viven lo que yo he vivido en este cruel lugar. Sí, tienes razón; iré con vosotros hasta donde seamos capaces de llegar, si bien dudo de que consigamos escaparnos.

Dirigí al Thark una mirada interrogante.

—A las puertas de Issus, o al fondo del Korus —exclamó el guerrero verde—, a las nieves del norte o a la nieves del sur. Tars Tarkas seguirá a John Carter a donde lo lleve. He hablado.

—Vamos, pues —grité—, conviene que comencemos sin demora ahora, ya que no podemos estar en situación más apurada, en el corazón de la montaña y dentro de las cuatro paredes de esta cámara de la muerte.

—Vamos, pues —repitió la Joven—; pero no te engañes pensando que no vas a encontrar sitios peores que éste dentro del territorio de los
therns
.

Expresándose así empujó el trozo de pared que nos separaba de la habitación en que estuve antes y nos pusimos de nuevo delante de los otros prisioneros.

Eran en conjunto diez marcianos rojos, hombres y mujeres, y cuando les explicamos brevemente nuestro plan decidieron unir sus fuerzas a las nuestras, si bien no podían desprenderse por completo de su arraigada superstición, aun sabiendo de sobra y por triste experiencia lo falso de tales creencias.

Thuvia la muchacha a la que di primero la libertad, la devolvió pronto a sus compañeros. Tars Tarkas y yo despojamos de las armas a los cadáveres de los dos
therns
, lo cual nos proporcionó espadas, dagas y dos pistolas, de esos modelos raros y mortíferos, fabricados por los marcianos rojos.

Distribuimos las armas entre parte de nuestros seguidores entregando las de fuego a dos de las mujeres, siendo Thuvia una de ellas.

Con esta última como guía, pasamos rápida y cautelosamente por un laberinto de corredores, cruzamos vastas cámaras hechas en el metal macizo del acantilado, dejamos otros tortuosos corredores, subimos empinadas escaleras y de cuando en cuando nos ocultamos en oscuros rincones al oír cualquier ruido de pisadas.

Nuestro destino —según dijo Thuvia— era un distante almacén en el que había gran cantidad de armas y municiones. Desde allí nos conduciría a la cima del farallón y a partir de este sitio tendríamos que hacer destreza de toda nuestra entereza y astucia para atravesar por completo la fortaleza de los Sagrados Therns a fin de abandonar su recinto.

—Y aun entonces, oh príncipe, correremos peligro, porque el brazo de los
therns
es largo y llega a cada nación de Barsoom. Sus templos secretos están escondidos en las entrañas de cualquier comunidad. Dondequiera que vayamos hallaremos que la noticia de nuestra fuga nos ha precedido y la muerte nos silenciará antes de que ensuciemos el aire con nuestras blasfemias.

Llevaríamos andando próximamente una hora sin serios tropiezos y Thuvia acababa de murmurarme que nos acercábamos a nuestro primer destino, cuando al entrar en una gran habitación vimos un hombre, evidentemente un
thern
.

Usaba además de sus correajes de cuero y sus adornos enjoyados un brillante aro de oro que le ceñía la frente en el cual, justo en su centro, tenía engastada una enorme piedra, imitación exacta de la que vi en el pecho del anciano cuando entré en la planta atmosférica, hacía unos veinte años.

Es una de las joyas más valiosas de Barsoom. Sólo sabía que existiesen dos: las usadas como insignias de su rango y categoría por los dos viejos encargados del manejo de las dos grandes máquinas que envían la atmósfera artificial a todas las partes de Marte desde la inmensa planta atmosférica, y que gracias a la averiguación del enigma de aquellas colosales máquinas me proporcionó la capacidad para salvar de una inmediata y definitiva catástrofe a todo un mundo.

La piedra ostentada por el
thern
que nos estorbaba el paso, tenía el mismo tamaño de la que yo había visto anteriormente; una pulgada de diámetro, a mi parecer. Irradiaban de ella nueve distintos y característicos rayos; los siete colores, elementales de nuestro prisma terrestre y otros dos desconocidos en la Tierra y cuya maravillosa belleza se resiste a la más fantástica descripción.

El
thern
, al vernos, entornó los ojos hasta convertirlos en dos insignificantes rayitas.

—¡Alto! —grito—. ¿Qué significa esto, Thuvia?

Por toda respuesta la joven levantó la pistola y le disparó un tiro a bocajarro. Sin emitir un sonido, el
thern
cayó al suelo, muerto.

—¡Bestia! —exclamó ella—. Al cabo de tantos años por fin, me he vengado.

Luego se volvió hacía mí, evidentemente con intención de explicarse, mas de repente sus ojos se ensancharon al fijarse en mi persona y con una exclamación ahogada, me habló con rapidez.

—¡Oh, príncipe! —exclamó—. La Suerte nos favorece. El camino aún es difícil, pero ese ser repugnante que yace en el suelo quizá nos sirva para abrimos camino hacia el mundo exterior. ¿No notas el extraordinario parecido que tenéis con este Sagrado Thern?

El hombre era precisamente de mi estatura, y el color de los ojos y sus rasgos eran semejantes a los míos, aunque su pelo era una masa de flotantes mechones amarillos, como los de mis dos víctimas precedentes, mientras que el mío es negro y lo llevaba cortado al rape.

—¿Y qué importa eso? —pregunté a la doncella—. ¿Querréis que con mi pelo negro y corto haga el papel de un sacerdote rubio de este culto infernal?

Ella sonrió, y para contestarme se acercó al cuerpo del hombre que acababa de matar, se arrodilló junto al cadáver, le quitó el aro de oro ceñido a su frente, y con profunda sorpresa mía arrancó todo el cuero cabelludo de la cabeza del muerto.

Después se levantó, vino a mi lado, y poniendo sobre mi pelo negro una magnífica peluca amarilla me coronó con el aro de oro enriquecido por la fastuosa gema.

—Ahora ponte su arnés, príncipe —me dijo—, y podrás caminar por donde desees a través reino de los
therns
, ya que Sator Throg era un Sagrado Thern del Décimo Círculo, poderosísimo entre los suyos.

Mientras me inclinaba sobre el muerto para hacer lo que me indicaba, observé que el hombre aquel no tenía ni un pelo en la cabeza, pues estaba completamente calvo.

—Nacen todos así —me explicó Thuvia, observando mi sorpresa—. La raza de la que proceden poseía una abundante cabellera dorada, pero desde tiempo inmemorial la raza actual es completamente calva. Por eso la peluca constituye una parte importante de su atavío; tanto es así que si un
thern
apareciera en público sin ella, caería inmediatamente en desgracia.

En un abrir y cerrar de ojos quedé convertido en un Thern Sagrado.

Por consejo de Thuvia, dos de los prisioneros liberados, cargaron sobre sus hombros el cuerpo del muerto, y luego continuamos nuestra marcha hacia el almacén al que llegamos sin más contrariedades.

Allí las llaves de las que Thuvia despojó al
thern
muerto en la cámara del calabozo, nos facilitaron la entrada inmediata a la sala, donde rápidamente nos abastecimos por completo de armas y municiones.

Por entonces me hallaba tan agotado de fuerzas que no podía ir más lejos y me eché en el suelo, incitando a Tars Tarkas para que me imitase y disponiendo que una pareja de los esclavos liberados se quedaran de guardia.

CAPÍTULO V

Los pasadizos del peligro

Ignoro cuánto tiempo estuve dormido, pero debieron ser varias horas. Me desperté sobresaltado por unos gritos de alarma, y apenas había abierto los ojos y había reunido la suficiente fuerza de voluntad para reconocer dónde me hallaba, cuando una descarga cerrada de disparos resonó por las paredes de los subterráneos, produciendo ensordecedores ecos.

Inmediatamente me puse en pie. Una docena de
therns
menores nos miraba desde una ancha arcada abierta en el lado del almacén opuesta a la puerta que nos había dado acceso a él. Alrededor mío yacían sin vida los cuerpos de mis compañeros, con excepción de Thuvia y Tars Tarkas, que, como yo, se habían echado sobre el suelo para descansar escapando así de los efectos de la descarga.

Mientras me levantaba con ímpetu los
therns
bajaron los mortíferos rifles y en sus rostros se mezcló la pena, consternación y la alarma.

Inmediatamente aproveché la ocasión.

—¿Qué significa esto? —grite en tono de fiera ira—. ¿Va a ser Sator Throg asesinado por sus propios vasallos?

—Ten compasión, ¡oh Señor del Décimo Círculo! —exclamó uno de aquellos individuos, mientras que los otros se agruparon en la puerta, como buscando una manera furtiva de eludir huyendo la cólera de un poderoso.

—Pregúntales qué misión les trae aquí —murmuró Thuvia a mi oido.

—¿Qué hacéis aquí, siervos? —dije.

—Dos del otro mundo se encuentran en los dominios de los
therns
. Los buscamos por orden del Padre de los
therns
. Uno es blanco con pelo negro, y el otro, un enorme guerrero verde.

Entonces el que hablaba dirigió a Tars Tarkas una mirada de sospecha.

—Este es uno de ellos —interrumpió Thuvia, señalando al Thark— y si os hubierais fijado en el muerto que hay junto a la puerta, quizá habrías reconocido al otro. Ha tenido que ser Sator Throg junto a sus pobres esclavos el que ejecutara lo que los
therns
menores de la guardia fueron incapaces de hacer; hemos matado a uno y capturado al superviviente. Por eso Sator Throg nos ha concedido la libertad. Y ahora, en vuestra estupidez, habéis matado a todos menos a mí y habéis estado a punto de acabar con el mismo Sator Throg en persona.

El hombre me miró tímido y asustado.

—¿No sería preferible, oh poderoso, que arrojaran esos cuerpos a los hombres planta y que volvieran luego a sus cuarteles? —me preguntó Thuvia.

—Sí; haz lo que Thuvia te ordena —contesté.

Los subalternos recogieron los cuerpos y noté que al que le tocó cargar con el verdadero Sator puso especial cuidado al fijarse en el rostro del cadáver, lanzándome luego, de soslayo una mirada retorcida.

Hubiese jurado que sospechaba algo de la verdad, si bien se trataba sólo de una sospecha vaga que no se atrevió a vocear dado su silencio.

De nuevo, mientras sacaba el cuerpo de la estancia, me echó una rápida y escudriñadora mirada y una vez más sus ojos cayeron sobre la cabeza calva del cadáver que llevaba en sus brazos. Cuando lo miré por última vez, pude observar que una sonrisa de triunfo bailaba en sus labios.

Quedamos solos Thuvia, Tars Tarkas y yo. La mortal puntería de los
therns
había arrebatado a nuestros camaradas la tenue esperanza que pudieron abrigar en cuanto a conquistar la peligrosa libertad en el mundo exterior.

Apenas desapareció el último individuo del fúnebre cortejo, la chica nos apremió a que huyéramos sin tardanza.

Ella también había observado la actitud del
thern
que transportaba el cuerpo de Sator Throg.

—Eso no auguraba nada bueno para nosotros, oh Príncipe —me dijo— porque aunque ese malvado no se atreva a acusarnos por miedo a cometer un error, los hay por encima de él que pedirán un detenido examen de tu persona, y eso, Príncipe, resultaría fatal.

Me encogí de hombros. Me daba la sensación de que cualquier acto que lleváramos a cabo nos encaminaba hacia la muerte. El sueño me había descansado, pero seguía muy débil por la pérdida de sangre. Mis heridas eran muy dolorosas y no podía esperar alivio de ninguna medicina. Cuánto eché de menos el casi milagroso poder sanatorio de los extraños bálsamos y ungüentos de las mujeres verdes marcianas. En una hora me hubieran dejado como nuevo.

Me desanimé. Jamás me había abatido un sentimiento de tan plena desesperación por los peligros que se avecinaban. Luego los flotantes y largos mechones amarillos de la peluca del
thern
, agitados por alguna ráfaga de aire me dieron en la cara.

¿Por qué no habrían de abrirme aún el camino de la libertad? Si actuábamos a tiempo ¿acaso no nos sería posible escapar antes de que sonase la alarma general? Al menos lo intentaríamos.

—¿Qué hará primero ese subalterno, Thuvia? —pregunté—. ¿Cuánto pasará antes de que vuelvan a por nosotros?

—Irá directamente al Padre de los Therns, el anciano Matai Shang. Tendrá que esperar a que le conceda una audiencia, pero como posee un rango superior entre los
therns
menores, ya que de hecho es un
thorian
entre ellos, no pasará mucho tiempo esperando a que Matai Shang le reciba.

»Entonces, si el Padre de los Therns presta crédito a su historia, en una hora los aposentos, las galerías, los patios y los jardines se llenarán de gente dedicada a buscarnos.

—Lo que hayamos de hacer, debemos hacerlo durante esta hora. Dime, Thuvia, ¿cuál es el camino mejor y más corto para salir de este celestial Hades?

—El que conduce directamente a la cima de los acantilados, príncipe — me respondió—, y luego, atravesar los jardines para llegar a los patios interiores. Desde allí nos conducirá a los templos de los
therns
, y cruzándolos, ganaremos los patios exteriores. A continuación tropezaremos con las murallas. ¡Oh, príncipe!, todo es en vano. Diez mil guerreros no podrían abrirse paso hacia la libertad a través este horrible lugar.

»Desde el principio de los tiempos, poco a poco, piedra a piedra, los
therns
han ido formando las defensas de su fortaleza. Una continua línea de inexpugnables fortificaciones circunda las laderas exteriores de las montañas de Otz.

»Dentro de los templos que se alzan tras las murallas, un millón de guerreros está siempre listo. Los patios y los jardines rebosan de esclavos y de mujeres y niños.

»Nadie podría tirar en ellos una piedra sin ser descubierto.

—Si no hay otro camino, Thuvia, nos enfrentaremos a todas esas dificultades. Hagámosles frente.

—¿No sería mejor —opinó Tars Tarkas— aplazar la fuga para después de anochecer? Parece que no existe ninguna posibilidad durante el día.

—Quizá la oscuridad nos favorezca algo, pero incluso entonces las murallas están tan bien guardadas como de día, y puede que incluso más. Sin embargo, en los patios y en los jardines no hay tantos centinelas— contestó Thuvia.

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