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Authors: Edgar Rice Burroughs

Dioses de Marte (10 page)

BOOK: Dioses de Marte
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Aquí, un pequeño grupo de enfurecidos combatientes pisoteaban un arriate de flores; allí, el sable curvo de un hombre negro buscaba el corazón de un
thern
y, encontrándole, dejaba un cadáver a los pies de una maravillosa estatua tallada en un rubí palpitante; más lejos, una docena de
thern
empujaban a un pirata aislado contra un banco fabricado de esmeraldas, sobre cuya iridiscente superficie había trazada con diamantes incrustados una rara y fascinante inscripción barsoomiana.

Thuvia, el Thark y yo contemplábamos la batalla apartados a un lado. La marea de la batalla no nos había alcanzado aún; pero los combatientes, de cuando en cuando, se nos acercaban lo bastante para que pudiéramos distinguirlos con todos sus detalles.

Los piratas negros me interesaban enormemente. Había oído de ellos rumores vagos, y casi los tenía por seres legendarios durante mi anterior existencia en Marte; pero nunca tuve la oportunidad de verlos, ni de hablar con quien lo hubiera hecho.

Era creencia popular que habitaban en la luna inferior, desde la que caían sobre Barsoom de tarde en tarde. Cuando esto sucedía, cometían las más horrorosas atrocidades, y al retirarse se llevaban con ellos como botín armas de fuego, municiones y no pocas muchachas como cautivas. El rumor popular aseguraba que estas desgraciadas eran sacrificadas a alguna terrible divinidad en una orgía que terminaba en un banquete en el que eran devoradas.

Tuve una excelente oportunidad para examinarlos, porque los diferentes incidentes de la lucha les condujo a muy corta distancia del sitio en que yo me hallaba. Eran hombres altos y corpulentos tal vez de seis pies y más de estatura. Poseían facciones regulares y resultaban sumamente guapos; sus ojos, grandes y bien colocados, producían buena impresión aunque su peculiar manera de entornarlos les prestaba un aspecto astuto. El iris, por lo que pude divisar a la luz de la luna, era de una extraordinaria negrura, mientras que el globo del ojo llamaba la atención por su blancura perfecta. La estructura física de sus cuerpos me pareció idéntica a la de los
thern
, los hombres rojos y la mía. Sólo en el color de la piel se diferenciaban materialmente de nosotros, y he de reconocer, por raro que pueda parecer el juicio en boca de un sureño, que su tez, indeciblemente atezada y como bruñida, aumentaba más bien que disminuía lo maravilloso de su belleza.

Pero si sus cuerpos eran de factura divina, sus corazones, a juzgar por las apariencias, resultaban todo lo contrario. Nunca presencie tan malvada ansia de sangre como la de estos demonios del espacio, evidenciada en su frenética lucha contra los Thern.

Muy cerca de nosotros, en el jardín, había descendido su siniestra nave, que los
therns
, por alguna razón entonces incomprensible para mí, se abstenían de atacar. De cuando en cuando, un guerrero negro salía corriendo de un templo próximo llevando en los brazos una mujer, por lo regular joven y bella, y a toda prisa penetraba en la embarcación, mientras que aquellos de sus compañeros que peleaban más cerca de él acudían a proteger su retirada.

Los
thern
, por su parte, se apresuraban a rescatar a la muchacha; pero en el mismo instante los dos se sumían en un vertiginoso remolino formado por criaturas que gritaban enfurecidas y se maltrataban y golpeaban unas a otras como verdaderos seres enloquecidos.

Pero me pareció que siempre obtenían el triunfo los piratas negros de Barsoom y que al fin la muchacha, traída milagrosamente ilesa del peligroso trance, se perdía en la oscuridad interior que existía debajo de la cubierta de una esbelta nave.

De ambas direcciones, y hasta donde nos permitía alcanzar el oído, se luchaba de manera parecida, y Thuvia me dijo que los ataques de los piratas negros solían tener lugar simultáneamente a lo largo de todo el territorio dominado por los
therns
y que rodea el valle de Dor en las laderas externas de las montañas de Otz.

Como el combate se desvió de nuestra posición un momento, Thuvia se volvió a mí con una pregunta:

—¿Comprendes ahora, oh príncipe —dijo— por qué un millón de guerreros guarda de día y noche los dominios de los Sagrados Thern?

»La escena que estás presenciando no es más que una repetición de la que yo he visto varias veces en los quince años que llevo aquí prisionera. Desde tiempo inmemorial, los piratas negros de Barsoom han saqueado a los Thern.

»Sin embargo, jamás llevan sus fechorías hasta el punto, como de primera intención pudiera creerse, de exterminar la raza de los
thern
, ya que tienen sobrado poder para hacerlo. Parece como si utilizan esta raza para jugar y satisfacer con ella sus feroces instintos batalladores, recogiendo a su costa armas, municiones y prisioneros.

—¿Y por qué los
thern
no asaltan y destruyen las naves? —interrogué—. Con eso pronto cesarían los ataques, o al menos los negros se mostrarían más cautos. Mira con qué tranquilidad dejan sin defensa sus naves, como si estuvieran guardadas en los hangares de su país.

—Los
therns
no se atreven. Lo intentaron una vez hace siglos, y la noche siguiente, y durante toda una luna, mil grandes acorazados negros rodearon las montañas de Otz, arrojando toneladas de proyectiles sobre los templos, los jardines y los patios hasta que todo
thern
que quiso salvarse tuvo que buscar un refugio en las galerías subterráneas.

»Los
thern
saben que sólo viven por la tolerancia de los hombres negros. Entonces estuvieron al borde del exterminio, y nunca se aventurarán a correr de nuevo tal riesgo.

Acabó Thuvia de hablar y un nuevo elemento intervino en el conflicto. Llegó sin que lo pidieran ni los
thern
ni los piratas. Los grandes
banth
que habíamos soltado en el jardín, debieron espantarse al principio con el estruendo de la refriega, los alaridos de los guerreros, el sordo retumbar de las bombas y las descargas de los rifles. Pero más tarde, tal vez excitados por el continuo ruido y el olor de la sangre fresca, irrumpieron cual una tromba rugiente, en medio de aquella combatiente masa humana. Un espantoso aullido de bestial ira surgió de uno de los
banth
cuando sintió la carne palpitante debajo de sus poderosas garras.

Como si aquel grito fuese una señal obedecida por los demás, la manada entera acometió con furia a los combatientes de ambos bandos. El pánico reinó al instante. Los
thern
y los hombres negros se unieron contra el enemigo común, porque los
banth
no manifestaban preferencias por ninguno.

Las espantosas bestias derribaron un centenar de hombres con el solo peso de sus enormes cuerpos, cuando se arrojaron enfurecidas al remolino de la lucha. Brincando y desgarrando se abrieron paso entre los guerreros con sus poderosas patas, mientras que en un instante destrozaban a sus víctimas con las afiladas garras.

La escena resultaba fascinante a causa de lo horrible que era, pero, de repente, me di cuenta de que estábamos malgastando un tiempo precioso presenciando el combate, que en sí mismo significaba nuestra vía de escape.

Los
therns
se hallaban tan ocupados con sus terribles asaltantes, que sólo en aquella ocasión se nos ofrecería una oportunidad favorable para huir. Me volví con intención de buscar un espacio libre entre las hordas contendientes. Si conseguíamos llegar a las murallas podríamos encontrarnos con que los piratas habrían acabado con las fuerzas que las guardaban, y nos habrían dejado un camino franco que nos conduciría a la libertad.

Mientras mis ojos vagaban por el jardín, el espectáculo de centenares de embarcaciones aéreas abandonadas sin vigilancia en torno nuestro me sugirió la forma más sencilla de escapar. ¡Cómo no se me había ocurrido aquello antes! Yo estaba completamente familiarizado con el mecanismo de cualquier aeronave fabricada en Barsoom, pues durante nueve años navegué y peleé en la escuadra de Helium. Mil veces surqué el espacio en una frágil nave de exploración individual y además había tenido el honor de mandar el mayor de los acorazados que hasta entonces había flotado en el tenue aire del moribundo Marte.

Para mí, pensar es actuar. Cogí a Thuvia por un brazo, murmuré a Tars Tarkas que me siguiera y rápidamente nos deslizamos hacia una pequeña nave situada mas allá de los guerreros que combatían. Nos bastó un instante para subimos a la reducida cubierta. Apreté con el pulgar el botón que controlaba los rayos impulsores, ese espléndido invento de los marcianos que les permite navegar a través de la tenue atmósfera de su planeta en enormes buques, comparados con los cuales los más impresionantes navíos de nuestras flotas terrestres son unos ridículos cascarones.

La embarcación osciló ligeramente, pero no se movió. Entonces un nuevo grito de alarma llegó a nuestros oídos. Me volví y vi una docena de piratas negros que se precipitaban hacia nosotros apartándose del lugar de la lucha. Habíamos sido descubiertos. Con alaridos de rabia, aquellos demonios cayeron sobre nosotros. Yo continuaba oprimiendo el botoncito que debía enviarnos a surcar el espacio, pero la nave se negó a partir. De improviso comprendí el motivo de que sucediera tal cosa.

Estábamos a bordo de una nave para dos personas. Sus depósitos de rayos estaban cargados con sólo la energía de empuje suficiente para elevar dos hombres de corpulencia corriente, y el gran peso del Thark nos tenía anclados a nuestro fin.

Los negros se iban acercando a nosotros. No había un instante que perder en dudas y vacilaciones.

Apreté de nuevo el botón y lo bloqueé. A continuación puse la palanca a la velocidad máxima, y cuando los piratas se disponían a acometemos aullando salté de la cubierta de la nave esperando el ataque con mi espada en alto.

En el mismo instante el grito angustioso de una muchacha sonó a mí espalda, y tras breve intervalo, cuando los negros me atacaban, oí que sobre mi cabeza Thuvia me decía con voz amortiguada por la distancia: «Oh príncipe, Oh, príncipe mío, preferiría quedarme para morir con...» Pero lo demás se perdió en el estruendo de mis asaltantes.

Supe así que mi treta había dado resultado al menos temporalmente Thuvia y Tars Tarkas estaban a salvo, y poseían un medio seguro de evasión.

Por un momento pensé que no podría resistir la masa de enemigos que me atacaban, pero de nuevo, como en tantas otras ocasiones en las que hice frente a las más peligrosas contingencias en aquel planeta de guerreros y bestias feroces, noté que mi fuerza terrestre aventajaba a la de mis contrarios, de manera que las cosas no eran tan peligrosas como en un principio habían parecido.

La cortante hoja de mi espada tejió una red mortífera a mi alrededor. Por un momento, los negros se apiñaron para alcanzarme con sus espadas cortas, pero no tardaron en retroceder, y pronto aprendieron a mantenerse a distancia de mi brazo armado.

No ignoraba que era sólo cuestión de minutos el que me hiciesen prisionero debido a su mayoría, o a que consiguieran desarmarme. Debía morir inmediatamente ante ellos. Me lamenté por tener que morir así, en aquel terrible paraje, sin que jamás se enterase de ello mi Dejah Thoris. Morir a manos de una muchedumbre de negros en los jardines de aquellos malditos
thern
.

Entonces mi antiguo ánimo resurgió en mí. La sangre batalladora de mis antepasados virginianos corrió caliente por mis venas. Los bríos de antaño y el júbilo ante la batalla me traspasaron. La sonrisa belicosa que causó en otras ocasiones la consternación de mis enemigos apareció en mis labios. Deseché de mi mente la idea de morir y me lancé contra mis antagonistas con tal furia que nunca lo olvidarán mientras existan los que escaparon de sus efectos.

Bien sabía que acudirían otros en apoyo de los que me acometían, y por eso mientras luchaba, no cesaba de buscar una manera de salir vivo de tan espantoso trance.

Me la ofreció la inesperada circunstancia, a pesar de la oscuridad densa que había detrás de nosotros. Acababa precisamente de desarmar a un enorme negro que me resistió con desesperada tenacidad, y aquello motivó que los suyos retrocedieran un momento para tomar aliento.

Me contemplaban con malvada furia, aunque se vislumbraba un atisbo de respeto en su modo de mirarme.

—Thern —me dijo uno—, peleas como un Dátor. Pero si no fuera por tu detestable pelo amarillo y tu piel blanca honrarías a los Primeros Nacidos de Barsoom.

—Yo no soy
thern
—contesté; y estaba a punto de explicar que venía de otro mundo, pensando que entrando en tratos con aquella gente y combatiendo a su lado contra los
thern
alcanzaría su ayuda para recobrar la libertad, cuando en el mismo instante un pesado objeto me dio en la espalda un golpe tan violento que casi me hizo caer al suelo.

Mientras me volvía para encontrarme con mi nuevo enemigo, el objeto pasó sobre uno de mis hombros, pegando en la cara a uno de mis contrarios que se desplomó en tierra sin sentido. En seguida vi que lo que nos había golpeado era el ancla colgando de una nave de regular tamaño, quizá de un crucero de diez hombres.

El buque flotaba despacio sobre nosotros, a unos cincuenta pies escasos de nuestras cabezas. Inmediatamente comprendí que se me presentaba una ocasión única para huir. La nave se elevaba con lentitud y ya el ancla se hallaba más allá de los negros que me observaban y a varios pies de altura sobre sus cabezas.

De un salto que les dejó con la boca abierta y los ojos desorbitados de asombro, pasé por completo por encima del grupo. Un segundo salto me puso a la distancia necesaria para cogerme al ancla, que ya subía con rapidez.

Conseguí mi propósito, y sujetándome con una mano crucé entre las ramas del alto follaje de los jardines, mientras que mis absortos enemigos aullaban enfurecidos debajo de mí.

Entonces la nave viró hacia el Oeste y luego se dirigió directamente al Sur. Un momento después fui conducido más allá de las crestas de los Acantilados Áureos, meciéndome sobre el tétrico valle del Dor, donde, abajo a seis mil pies de distancia, el Mar Perdido de Korns brillaba a la luz de la luna.

Cuidadosamente trepé para adoptar una postura cómoda sentado entre los brazos del ancla. Me pregunté si la embarcación no estaría abandonada, o si tal vez perteneciese a gente amiga, llevada por casualidad en medio de los feroces piratas y los desalmados
therns
. El hecho de que se retirase del campo de batalla prestaba verosimilitud a tal hipótesis.

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