El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (15 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
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La piel de Ransom se puso blanca como la leche.

—Si deja que algún cabrón le ponga la mano encima, ese tío cantará como una soprano durante el resto de su miserable vida.

—Pues quizá debas dejar que Nyree lo sepa. —Elena decidió que aquello era lo más parecido a un consejo que podía permitirse en esos momentos. Había llegado la hora de volver a retomar su pesadilla vital—. Ahora aparta ese culito tan mono de ahí. Tenemos que hablar con Sara.

—Viene de camino —dijo él mientras se acomodaba en la moto con una elegancia que habría hecho babear a muchas mujeres—. Cuando has llamado para solicitar ayuda, me ha dicho que moviera el culo y me asegurara de mantenerte oculta hasta que ella supiera lo que ocurre.

Elena recordó que Sara había insinuado que había espías en el Gremio. Espías de Rafael. Apretó las manos hasta convertirlas en puños.

—Odio a los hombres.

Ransom se apoyó en el respaldo con una expresión imperturbable.

—¿Qué ha pasado?

Elena sabía que si se lo contaba, querría acompañarla a cazar al arcángel. Lo consideraba un «amigo ocasional» porque a veces no dejaban de pelearse, pero a la hora de la verdad, Ransom siempre estaba a su lado. No obstante, aquella era una guerra privada.

—Asuntos personales —respondió justo cuando las puertas del ascensor se abrieron y apareció Sara.

Su amiga salió a paso rápido. Era una mujer menuda, con la piel del color de la canela y unos enormes ojos castaños, enmarcados por una cabellera negra con un flequillo recto y las puntas rizadas en la nuca. Su ceñido traje borgoña y la camisa de encaje le daban el aspecto de una ejecutiva, pero tenía los pies enfundados en lo que parecían unos tacones de doce centímetros.

—Hueles como si hubieras estado corriendo una maratón —le dijo a Elena a modo de saludo—. Y tú... —Echó una mirada a Ransom—... pareces un desecho de un espectáculo de motos.

—¡Oye! —Ransom parecía ofendido—. Quiero que sepas que soy un motero diplomado.

Sara pasó por alto su comentario y clavó una mirada penetrante en Elena.

—Ellie, cielo, haz el favor de explicarme por qué la oficina se ha visto desbordada por llamadas sobre (y cito literalmente) —Dobló los dedos en el aire para reproducir unas comillas—: «Un vampiro furioso suelto, una maníaca lanzadora de cuchillos y...» (ay, esta es mi parte favorita) ¡«Una asesina con una pistola»!

—Puedo explicártelo.

Sara cruzó los brazos y empezó a dar golpecitos en el suelo con la punta del zapato.

—¿Explicarme por qué no solo mostraste en público un cuchillo sino también una pistola? Espero que en realidad no hayas utilizado ninguno de ellos sin autorización, porque si la SPV se entera de esto, estamos jodidos.

Elena se frotó la nuca.

—Era una emergencia. El tipo intentaba convertirme en su compañera de cama. Lo rechacé. Y empezó a perseguirme.

Ransom ahogó un acceso de tos que se parecía muchísimo a una risotada.

—¿Por qué no le dijiste que no? Es algo que siempre ha funcionado bastante bien.

Ella lo miró con furia antes de volver a poner los ojos en Sara.

—Sabes que de no ser por algo así, jamás habría sacado la pistola.

Sara levantó una mano.

—¿Cómo «rechazaste» su oferta exactamente?

—Le rebané la garganta.

El silencio del garaje solo se vio interrumpido por el goteo del agua en algún lugar del fondo. Sara se limitó a mirarla. Y lo mismo hizo Ransom. Aunque luego, el imbécil empezó a reírse como un histérico. Rió con tanta fuerza que se cayó de la moto y aterrizó sobre el suelo de cemento del garaje. Y ni siquiera aquello lo detuvo.

Elena le habría dado una patada, pero lo más probable era que él aprovechara aquella oportunidad para derribarla y retenerla junto a él.

—Cierra la boca si no quieres que te haga lo mismo a ti.

Ransom intentó dejar de reírse. Sin éxito.

—Maldita sea, Ellie... ¡Eres increíble!

—Lo que eres —murmuró Sara— es un imán para los problemas.

—Yo... —empezó a decir Elena para tratar de defenderse.

Sara alzó la mano de nuevo y luego empezó a contar con los dedos.

—Por tu culpa, tengo mensajes en el teléfono del gobernador y del puñetero presidente de los Estados Unidos de América. —Bajó el primer dedo—. Por tu culpa la mitad de Nueva York cree que hay un vampiro salvaje suelto. —Otro dedo—. Por tu culpa... ¡tengo tres canas más!

Elena sonrió al oír aquello último.

—Yo también te quiero.

Sara sacudió la cabeza y salvó la distancia que las separaba para darle un abrazo de oso. Después de tantos años de amistad, tenían la cuestión de la estatura resuelta. Elena se inclinaba, Sara se ponía de puntillas y asunto solucionado. Cuando se apartaron, se miraron a los ojos.

—¿Estás metida en un lío, Ellie?

Elena se mordió los labios y echó un vistazo al rostro serio de Ransom antes de volver a mirar a su amiga.

—Algo así. Rafael y yo hemos tenido un pequeño... desacuerdo. —No estaba segura de por qué no se había puesto a sus pies. Tal vez fuera porque la aterraba lo que podía hacerles a sus amigos... porque, cazadores o no, no eran rival para un arcángel. O quizá fuera por un motivo aún más peligroso—. Y, por lo visto, Dmitri piensa que eso me convierte en una presa fácil.

—¿El vampiro? —intentó aclarar Sara—. ¿El jefe de seguridad de Rafael?

—Sí. —Se pasó una mano por el pelo—. No vais a creéroslo, chicos: cuando le abrí la garganta, el tío se puso cachondo. Cree que soy lo más sexy después de un helado de sangre.

—No existen los helados de sangre. —Por supuesto, el comentario había sido de Ransom.

—¡Pues a eso voy! —exclamó Elena al tiempo que alzaba las manos—. ¡Yo no sé nada sobre las mierdas raras de los vampiros!

—Vale, esto no es tan malo como pensaba —murmuró Sara—. ¿Crees que él presentará una queja a la SPV?

Elena recordó el beso que le había lanzado.

—No. Se lo está pasando demasiado bien.

—Eso es bueno para el Gremio, pero no tanto para ti. —Sara empezó a dar golpecitos con la punta del pie una vez más—. Está bien, te encerrarás en los Sótanos hasta que puedas ponerte en contacto con Rafael y consigas que meta en cintura a Dmitri. Entretanto, Ransom se encargará del enamorado...

—No —la interrumpió Elena.

Ransom se puso en pie y se sacudió la parte trasera de los pantalones.

—¿Crees que no puedo con él? —Había un tono duro en su voz.

—No seas tan machito —replicó ella—. Tiene esa cosa de la esencia a su favor. —Y Ransom era un cazador nato. No tan fuerte como Elena, pero lo suficiente como para ser vulnerable.

Otro silencio. Sara paseó la vista entre Elena y Ransom.

—Vale, nuevo plan: haré que Hilda se encargue del Señor Vampiro si él vuelve a aparecer.

Hilda era humana. También podía levantar un coche tumbada en un banco de abdominales y era uno de los pocos individuos inmunes a todos los poderes vampíricos.

—Joder... —Ransom se dio la vuelta y les dio la espalda mientras soltaba una retahíla de juramentos que habrían desprendido la pintura de las paredes... si hubieran estado pintadas, claro—. Ya que por lo visto aquí no sirvo de nada, me voy a emborrachar.

Elena colocó una mano sobre los músculos rígidos de su hombro.

—Claro que sirves para algo, pero eres un guaperas que está como un tren, y no tengo claro si Dmitri juega a dos bandas o no. No me castigues por querer proteger a un amigo. Tú harías lo mismo si estuvieras en mi lugar.

—No eres tú a quien tendieron una emboscada aromática y despertó desnudo y con mordiscos por todo el puto cuerpo.

Lo cierto era que Elena no había esperado que sacara a relucir aquel incidente. Jamás lo había hecho con anterioridad. Quizá la tal Nyree fuera incluso mejor para él de lo que había pensado en un principio.

—Eso es verdad —murmuró—. Sí, será mejor que no vayas a ver a Nyree estando de tan mal humor. Podrías hacerle daño. Ve a emborracharte. —Ransom soltó el aire de los pulmones con un siseo—. Además, lo más probable es que ella haya salido. —Elena le dijo a Sara «Cállate» con los labios cuando su amiga hizo ademán de intervenir—. Como está cabreada contigo, lo más seguro es que se haya tomado unos días libres en el trabajo de... ¿En qué me dijiste que trabajaba?

—Es bibliotecaria.

¿Ransom salía con una bibliotecaria?

—Apuesto a que ha aprovechado la oportunidad para ponerse algo sexy...

Ransom se movió tan deprisa que Elena apenas tuvo tiempo de esquivarlo cuando salió a toda velocidad del garaje. Dio unas palmadas para sacudirse las manos.

—Mi trabajo aquí ha terminado. —Y aquello era algo bueno, ya que no sabía hasta dónde habría podido llegar con lo de la bibliotecaria sexy.

—¿Va en serio con ella? —Sara parecía atónita—. Quiero decir... ¿la quiere para algo más que una relación sexual?

—Sí. —Elena enganchó los pulgares en las trabillas de los pantalones vaqueros y empezó a mecerse sobre los talones—. No me gustan los Sótanos.

—Qué pena... —En aquellos momentos, Sara se había convertido de nuevo en la directora del Gremio—. No pienso perder a mi mejor cazadora (y no le cuentes a Ransom que he dicho eso) a manos de un vampiro cachondo. Métete en el ascensor.

Elena entró con Sara y luego abrió el panel que ocultaba un teclado auxiliar. Tras introducir el código del escondite secreto existente en todos los edificios del Gremio, volvió a colocar el panel en su lugar.

—¿Es cierto que en Los Ángeles tienen escondrijos en el hueco del ascensor?

Sara asintió con la cabeza.

—Son cubículos pequeños... Están conectados entre sí, pero son bastante estrechos. Lo nuestro es mejor.

Las puertas se abrieron para revelar una red subterránea tan antigua que databa del primer Gremio norteamericano... y esa era en parte la razón por la que Nueva York servía de asiento permanente para el director del Gremio y, en consecuencia, como cuartel general para todo el Gremio en Estados Unidos.

—Tal vez lo nuestro sea mejor —dijo Elena mientras salía—, pero apuesto lo que quieras a que ellos no tienen que vérselas con bichos carnívoros con predilección por la carne humana. —Los pilares de sostén del edificio que tenía delante eran inmensos, pero, hasta donde se veía, por debajo solo había una capa de polvo. Incluso en el caso de que alguien no autorizado consiguiera llegar hasta allí abajo, lo más probable era que se rindiera antes de descubrir la verdad.

—Los cazadores de vampiros duros de verdad se comen a los bichos para desayunar. —Las palabras de Sara eran frívolas, pero su expresión era seria—. ¿Estás bien? Tengo que volver arriba y poner en marcha las medidas necesarias para minimizar los daños.

Elena asintió y metió la mano entre las puertas del ascensor para evitar que se cerrasen.

—¿Has dicho que tenías un mensaje del presidente? —Era un intento de aplacar la gélida neblina de miedo que había enturbiado su mente sin previo aviso, como si una parte primitiva de ella reaccionara ante algo que todavía no comprendía.

Sara asintió.

—Ha visto las noticias... Quería saber si debía preocuparse por una oleada de vampiros sedientos de sangre.

—Un tipo nervioso.

Sara respondió con un resoplido.

—¿Eres consciente de cuántos vampiros te están buscando? Quédate aquí abajo y arregla las cosas con Rafael (no me puedo creer que yo haya dicho eso) tan pronto como sea posible.

Cuando las puertas se cerraron, Elena se quedó sumida en una oscuridad total. Ni siquiera estaba segura de si quería volver a hablar con Rafael. Había pensado que... Lo cierto era que ni siquiera sabía lo que había pensado.

De manera instintiva su mano se cerró de repente cuando recordó la forma en que Rafael la había obligado a cortarse. Y apenas veinticuatro horas después de eso, había empezado a desearlo físicamente. Frunció los labios. Tal vez aquel cabrón hubiera estado jugueteando con su mente desde el principio y la hubiera dejado creer que era libre cuando en realidad bailaba al son que él marcaba.

—Lo que lo convierte a él en un arcángel y a mí en una idiota —dijo en voz alta mientras caminaba diez pasos a la izquierda.

Después se agachó a tientas hasta la base de la columna que había allí. Unos minutos más tarde había conseguido desenterrar (literalmente) el cajón oculto de linternas impermeables. Tras asegurarse de que la que había cogido funcionaba, pasó unos minutos más volviendo a enterrar el cajón para el siguiente cazador, y luego comenzó a avanzar sobre el cemento, el metal y la jungla terrestre.

Tardó diez minutos en llegar a la entrada de los Sótanos. Venía a ser la idea que tiene un yonqui de una puerta: desvencijada, llena de grafitis y de agujeros. Pero ella sabía que aquella puerta estaba respaldada por veinte centímetros de acero macizo. Iluminó con la linterna lo que parecía un teclado viejo y estropeado, y luego introdujo el código.

«Bienvenida, Elena.»

El mensaje parpadeó en la diminuta pantalla un segundo antes de que un escáner de retina se deslizara hacia fuera desde la parte superior. Elena colocó el ojo delante y dos minutos más tarde ya estaba dentro. Pero eso solo significaba que había logrado superar el primer obstáculo. Aquel refugio estaba diseñado para resistir incluso en el caso de que un cazador se viera obligado a llevar a un enemigo al interior.

Se quedó de pie en el cubículo de acero y esperó a que Vivek le diera acceso a la segunda puerta. Fue escaneada por varios rayos láser en el momento en que atravesó el umbral. Todas sus armas fueron detectadas, y también la ausencia de cualquier tipo de arma química o biológica.


Barev
, Elena.

Las palabras salieron de los altavoces ocultos.


Barev
, Vivek. ¿Qué tiempo hace en Armenia estos días? —Al encargado de los Sótanos le gustaban los idiomas. Con el tiempo, se había convertido en un juego de acertijos descubrir el origen de los saludos que utilizaba.

—Algo nuboso, con un tres por ciento de posibilidades de lluvia.

Elena avanzó por el pasillo principal con una sonrisa.

—Bueno, ¿qué maléficos planes tienes hoy para mí, oh, Gran Conocedor de Todas las Cosas?

Vivek se echó a reír, a salvo en la pequeña sala a prueba de inundaciones, de terremotos (y probablemente a prueba del fin del mundo) que se encontraba en la parte central de los Sótanos.

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