El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (14 page)

Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
13.43Mb size Format: txt, pdf, ePub

Por esa razón casi nunca utilizaba aquella forma de comunicación. Porque después se convertía en algo mucho más cercano al monstruo que moraba en su corazón, en el corazón de todos los arcángeles. El poder era una droga, y no solo corrompía... También destruía. Había sido durante uno de esos períodos Silentes cuando había castigado al vampiro que había acabado en Times Square.

El castigo había sido innegociable. No obstante, el Silencio de su interior lo había convertido en algo casi diabólico. Desde entonces, Rafael siempre se aseguraba de que en su agenda no hubiera nada que pudiera volverlo destructivo durante esos períodos. El problema era que, una vez que se volvía frío, veía las cosas bajo una luz diferente y podía cambiar de opinión.

Aun así, debía hacerlo.

Concentrado y dispuesto, extendió al máximo sus alas. Las puntas rozaban las paredes de la estancia y podía sentir la oscuridad de los muros en la garganta. La mayoría de los humanos y de los vampiros creían que las alas de los ángeles no tenían sensibilidad salvo en la zona que se arqueaba sobre los hombros. Se equivocaban. Una de las rarezas de la biología de su raza era que un ángel era plenamente consciente de cualquier contacto en sus alas, ya fuera en la parte central o en la misma punta.

En ese momento se empapó de la oscuridad, como si fuera un poder. Aunque no lo era. El poder procedía de su interior, pero la falta de estímulos (una especie de privación sensorial) amplificaba su conciencia de aquel poder hasta niveles increíbles. Primero fue como un murmullo en la sangre, luego se transformó en una sinfonía, y después en un atronador crescendo que llenó las venas, estiró los tendones hasta un punto insoportable y lo encendió desde dentro. Fue en aquel instante, justo antes de que el estallido interno lo dejara aturdido durante horas, cuando elevó las manos y descargó su poder sobre la pared que tenía delante.

Impactó contra el muro antes de licuarse y formar un charco de aguas agitadas que no reflejaba más que sus negras profundidades. Con rapidez, antes de que el poder se volviera incontrolable y se introdujera de nuevo en su cuerpo, lo convirtió en un patrón de búsqueda dirigido a Lijuan. Aquella habilidad para comunicarse a grandes distancias procedía de la misma raíz que sus dones mentales, pero a diferencia de estos últimos, era tan potente que precisaba un recipiente que la contuviera. Las paredes de aquella habitación proporcionaban un recipiente de lo más efectivo, pero también podía utilizar otros objetos y superficies en un momento de necesidad.

Si hubiera intentado realizar ese tipo de comunicación (con la otra parte del mundo) utilizando solo su mente, lo más probable habría sido que hubiera destrozado varias partes de su cerebro y del edificio en el proceso. Delante de él, la agitación del líquido disminuyó antes de detenerse por completo. La superficie se convirtió en un cristal negro. En su interior había un rostro familiar, y solo ese rostro. La búsqueda había sido muy específica: no le mostraría nada que no fuera Lijuan.

—Rafael... —dijo ella con abierta sorpresa—. ¿Te arriesgas a utilizar tanto poder cuando Uram se encuentra en tu misma región?

—Era necesario. Para cuando él degenere hasta la siguiente etapa, yo ya habré recuperado por completo las fuerzas.

Ella hizo un lento asentimiento.

—Sí, todavía no ha cruzado la frontera final, ¿verdad?

—Cuando lo haga, lo sabremos. —Todo el mundo lo sabría. Todo el mundo oiría los gritos—. Necesito hacerte una pregunta.

Sus ojos eran insondables cuando lo miraron, tan claros que el iris apenas se distinguía del blanco del ojo.

—Hay un monstruo en el interior de todos nosotros, Rafael. Algunos sobrevivirán, otros se vendrán abajo. Tú aún no te has venido abajo.

—He perdido el control de mi mente —le dijo, sin cuestionar cómo sabía lo que sabía. Lijuan era más fantasma que humana, una sombra que se movía sin problemas entre mundos que ninguno de los demás había atisbado jamás.

—Es la evolución —susurró ella con una sonrisa que no era una sonrisa—. Sin cambios, nos convertiríamos en polvo.

Rafael no sabía si estaba hablando de él o de ella misma.

—Si sigo perdiendo el control, no serviré de nada como arcángel —dijo—. La toxina...

—Esto no tiene nada que ver con el Flagelo. —Hizo un gesto con la mano y Rafael pudo ver sus arrugas. Ella era el único ángel que mostraba esas pequeñas marcas de envejecimiento, y parecía deleitarse con ellas—. Lo que estás experimentando es algo completamente diferente.

—¿De qué se trata? —Se preguntó si Lijuan mentía, si alargaba la conversación con la intención de debilitarlo. No sería la primera vez que dos arcángeles se habían puesto de acuerdo para derrocar a un tercero—. ¿O acaso no sabes nada y solo juegas a ser una diosa?

Vio hielo en aquellos ojos ciegos, vestigios de una emoción tan distinta que no se parecía a ninguna de las conocidas.

—Soy una diosa. Tengo la vida y la muerte en mis manos. —Su cabello empezó a agitarse con aquel viento fantasmagórico que solo ella podía generar—. Puedo destruir miles de vidas con un mero pensamiento.

—La muerte no convierte a nadie en un dios; de lo contrario, Neha estaría a tu lado en estos momentos. —La Reina de las Serpientes, de los Venenos, dejaba un rastro de cadáveres a su paso. Nadie le llevaba la contraria a Neha. Hacerlo era estar muerto.

Lijuan se encogió de hombros, un gesto humano muy extraño en ella.

—Neha no es más que una niñita estúpida. La muerte es tan solo la mitad de la ecuación. Una diosa no solo debe quitar la vida... también debe darla.

Rafael la miró, sintió la insidiosa belleza de sus palabras y supo con certeza lo que antes solo había sospechado: Lijuan había conseguido un nuevo poder, un poder del que se hablaba en susurros y nunca se consideraba real.

—¿Puedes despertar a los muertos? —Despertar, no vivir; no estarían vivos. Aunque caminarían, hablarían y no se pudrirían.

Su única respuesta fue una sonrisa.

—Estamos hablando de ti, Rafael. ¿No te preocupa que utilice tu problema para destruirte?

—Me parece que Nueva York te interesa muy poco.

Ella se echó a reír, un sonido frío que recordaba a algo siniestro y luminoso a un mismo tiempo.

—Eres inteligente. Mucho más inteligente que los otros. Te diré lo que necesitas saber: no has perdido el control.

—He obligado a una mujer a desearme. —Su tono era furioso—. Puede que a Charisemnon no le parezca gran cosa, pero a mí sí. —El otro arcángel gobernaba la mayor parte del norte de África. Si veía a una mujer que deseaba, la tomaba sin más—. ¿Qué es eso sino una total pérdida de control?

—Había dos personas en esa habitación.

Durante unos instantes, Rafael no entendió lo que quería decir. Cuando lo hizo, se le heló la sangre.

—¿Ella tiene la capacidad de influir sobre mí? —No había estado bajo el control de ninguna criatura desde que escapó de las tiernas atenciones de Isis, siglos atrás.

—¿La matarías si así fuera?

Había matado a Isis... Había sido la única forma de librarse de un ángel muy poderoso con la peligrosa inclinación a mantenerlo prisionero. También había matado a otros.

—Sí —respondió, pero una parte de él no lo tenía tan claro.

«¿Es que te ponen las violaciones o qué?»

El impacto de aquellas palabras aún reverberaba en la noche interminable que él llamaba su alma. Recorrió con la mirada el rostro de Lijuan.

—Si me estaba controlando, no era consciente de ello. —De lo contrario, no lo habría acusado de violación.

—¿Estás seguro?

La miró fijamente. No estaba de humor para jueguecitos.

Eso logró que la sonrisa de Lijuan se hiciera más amplia.

—Sí, eres inteligente. Es cierto, tu pequeña cazadora no tiene el poder de someter a un arcángel para que este cumpla sus deseos. ¿Te sorprende que supiera de quién se trataba?

—Tienes espías en mi Torre, igual que tienes espías en todas partes.

—¿Y tú tienes espías en mi hogar? —preguntó en un tono afilado como una hoja de afeitar.

Rafael levantó un escudo para protegerse de su lacerante poder.

—¿Tú qué crees?

—Creo que eres mucho más fuerte de lo que los demás piensan. —Su mirada se llenó de recelo, aunque empezó a utilizar un lenguaje mucho menos formal.

Rafael se habría dado de patadas por haber cometido aquel error, aunque sabía que aquello formaba parte del modus operandi de Lijuan. Si uno debía hablar con ella, tenía que hacerlo así, si no como un igual, al menos con la intensidad suficiente para poner las cosas interesantes.

—Si no fueras una mujer, diría que necesitas comprobar quién tiene el miembro más grande.

Ella se echó a reír, pero el sonido fue algo... apagado.

—Bueno, ya descubrí que el tuyo era el más grande cuando todavía me interesaban esas cosas. —Hizo un gesto de desdén con la mano—. Habrías sido un buen amante. —Sus labios adoptaron una curva sensual mientras la sombra de un recuerdo llenaba el brillo gélido de sus ojos—. ¿Alguna vez has danzado con un ángel en pleno vuelo?

Los recuerdos golpearon a Rafael como un puñetazo. Sí, había danzado. Pero no había sido placentero. Sin embargo, no dijo nada; se limitó a observar y a escuchar, a sabiendas de que en aquella obra, él era el público.

—En una ocasión tuve un amante que hacía que me sintiera humana. —Parpadeó con rapidez—. Extraordinario, ¿no te parece?

Rafael pensó en qué clase de joven habría sido Zhou Lijuan, y descubrió que no le gustaba la respuesta.

—¿Él todavía sigue contigo? —preguntó para guardar las formas.

—Hice que lo mataran. Un arcángel jamás puede ser humano. —Su rostro se transformó, se hizo cada vez menos real. Era como una caricatura de los rasgos angelicales, formada por una piel fina como el papel situada sobre unos huesos que brillaban desde el interior—. Hay algunos humanos (uno de cada quinientos mil, quizá) que nos convierten en algo diferente a lo que somos. Las barreras caen, los fuegos se encienden y las mentes se mezclan.

Rafael permaneció en silencio.

—Debes matarla. —Sus pupilas se habían extendido hasta devorar el iris; sus ojos eran llamas negras y su rostro, una máscara esquelética ardiente—. Hasta que lo hagas, jamás sabrás con certeza cuándo volverán a caer las barreras.

—¿Y si no la mato?

—En ese caso, ella te matará a ti. Te convertirá en mortal.

13

E
ansom detuvo la motocicleta en el interior del cuartel general del Gremio. Se quitó el casco y lo colgó en la parte derecha del manillar.

—Llevas una vida de lo más interesante, Elieanora.

Ella frotó la mejilla contra la trenza que caía sobre la espalda masculina, demasiado contenta con él para decirle que dejara de usar ese estúpido nombre. No era su nombre (vale, tal vez lo fuera en su certificado de nacimiento), y además hacía que pareciera un centenar de años mayor. Según Ransom, estaba borracha la noche que le confesó su nombre secreto. En opinión de Elena, era mucho más probable que él hubiera pirateado alguna base de datos y hubiera robado la información.

Él estiró el brazo hacia atrás y le dio unas palmaditas en el muslo.

—¿Voy a tener suerte esta noche?

—Ya te gustaría. —Con una sonrisa, le apartó la mano de un golpe y se bajó de la moto.

El increíble rostro de su amigo mostraba una sonrisa de oreja a oreja.

—Merecía la pena intentarlo.

Con pómulos altos, una piel de color cobre-dorado heredada de sus ancestros cherokee y unos ojos verdes irlandeses (procedentes de algún antepasado que pasó una breve estancia en una colonia penal australiana), era lo bastante guapo para recrearse con cada poro de su cuerpo.

Era casi una lástima que solo fueran amigos. Casi.

—La noche que me acueste contigo, te aseguro que llorarás como un bebé.

Ransom abrió los ojos de par en par mientras bajaba la cremallera de su chaqueta de cuero.

—Sé que te van los cuchillos... pero ¿también en la cama? ¿No es llevar las cosas un poco lejos?

Elena se inclinó hacia delante y le puso las manos sobre los hombros.

—En el mismo instante en que nos acostáramos, dejaríamos de ser amigos. Y llorarías, cariñín. —Era un alivio hacer algo tan normal como bromear con Ransom.

Él le rodeó la cintura con un brazo.

—No sabes lo que te pierdes.

—Sobreviviré. —Sabía muy bien que en realidad él no deseaba fastidiar su amistad. Y en el momento en el que el sexo se metiera por medio, eso sería justo lo que ocurriría. A Ransom no se le daba muy bien la intimidad. Puede que no se hubiera acostado con él, pero lo conocía muchísimo mejor que su novia—. Y da gracias que no vaya a decirle a Nyree que me estás tirando los tejos.

Una sombra atravesó el rostro de su compañero.

—Me ha dejado.

—Mira, eso sí que es una novedad. Por lo general eres tú quien corta y sale pitando.

—Dijo que yo tenía problemas con los compromisos. —Estrechó la cintura de Elena para resaltar sus palabras—. ¿De dónde coño ha sacado algo así?

—Oye, Ransom... —Le dio unas palmaditas en la mejilla—... tu relación más larga, sin tener en cuenta la que mantienes conmigo o con Sara, ha sido la de Nyree, y ¿cuánto ha durado? ¿Ocho semanas?

Ransom frunció el ceño.

—¿Quién cojones necesita los compromisos? Lo pasamos bien. Da igual, encontraré a alguien con quien darme un revolcón. Las tías se me tiran al cuello en cuanto entro en un bar.

A pesar de sus propios problemas (un trabajo que significaba una muerte segura, un vampiro calenturiento y un arcángel superpoderoso), Elena notó que su atención se centraba en otras cosas.

—Vaya, el infierno se ha congelado sin que me dé cuenta... Esa chica te importa.

Él dejó caer el brazo.

—Le permití dejar cosas en mi casa. Mierdas de chicas.

Algo que, según asumía Elena, era para él como una especie de certificado de matrimonio.

—¿Y?

—¿Cómo que «¿Y?»?

Al ver que aquella línea de interrogatorio no la llevaría a ningún sitio, cambió de táctica.

—¿Ese es tu plan? ¿Salir por ahí y encontrar un polvo fácil?

—¿Qué pasa, ahora eres la encarnación de la moralidad?

Sus músculos protestaron cuando se encogió de hombros, amenazando con recordarle por qué tenía agujetas.

—Oye, a mí me da igual que Nyree y tú hayáis decidido buscar nuevos compañeros de cama.

Other books

The First End by Victor Elmalih
The Metropolis by Matthew Gallaway
The Blue Blazes by Chuck Wendig
One Came Home by Amy Timberlake
The House Guests by John D. MacDonald
Verse of the Vampyre by Diana Killian
Plan B by Sharon Lee, Steve Miller